martes, enero 23, 2007

La estantería

Mi amado Alonso me acompañó un día a Ikea y juró que nunca más volvería.
–Y además de pagar tengo que montar yo las cinco estanterías. ¡Pues menudo negocio! Y encima hemos recorrido tres kilómetros por Ikea. –exclamó mientras metíamos los bártulos en el maletero.
Apacigüé mi mal humor, esperé a que se fuera a trabajar y monté las estanterías para no aguantar sus enfados. Desde entonces ha mantenido su promesa e Ikea es sólo mi territorio.
Después de pintar el cuarto de Álvaro (¡qué mono me ha quedado!), me fui a Ikea y compré una estantería. Tuvo su gracia. Llegué al almacén y cuando cogí el enorme paquete me dio un ataque de risa. Un amable operario se acercó hasta mí pensando que me iba a desmayar por falta de oxígeno en el cerebro y me preguntó si me pasaba algo.
–Bueno, tengo un problema. Quiero comprar esta estantería, pero soy incapaz de cogerla y ponerla en el carro. En cuanto elevo el paquete el carro se desliza y llevo así más de quince minutos.
El amable caballero sacó músculo y depositó la estantería sobre el carro.
–Mil gracias –agradecí al fornido operario.
Pagué y me fui al parking. ¡Dios mío!, pensé, y ahora cómo meto la estantería en el coche. Desesperada encendí un cigarro y esperé hasta que pasó un alma cándida. Puse cara de pena –a las mujeres se nos da genial y siempre funciona – y me acerqué al angelito.
–Ay, disculpa, ¿me podrías ayudar a colocar este paquete en el maletero? Llevo aquí un buen rato y me considero incapaz –supliqué con mi cara de pena.
–Sí, claro, cómo no.
Fui buena y le ayudé.
–Muchísimas gracias. –exclamé con mi cara de santa mujer.
–De nada.
A duras penas cerré el maletero y me fui a trabajar con el coche cargado. Al llegar a casa, Ana me ayudó a sacar la estantería y el viernes a primera hora –aprovechando que gracias a mi "adorado" jefe no trabajaba– me dispuse a montar la obra de ingeniería.
Todo iba bien hasta que me di cuenta de que faltaba un tornillo. ¡Mierda!, grité dándole un sorbo a mi coca-cola light para mitigar los sudores. El drama surgió a los cinco minutos: ¡me faltaban 16 tornillos!
Desesperada llamé a Ikea. La solución fue la temida “lo mejor será que acuda a su centro y allí le facilitarán las piezas que le faltan”.
Cogí le coche y acudí al centro comercial tan odiado por mi marido.
-¿Qué desea? –preguntó un amable dependiente.
–Me faltan muchos tornillos –expliqué conteniendo la risa (¡seguro que se pensó que estaba chalada y que me faltaban un centenar de tornillos).
Volví con mis tornillos y terminé mi estilosa estantería. Oye, que me ha quedado muy mona.
Alonso llegó de Austria, subió al cuarto de Álvaro y no fue capaz de contener la emoción.
-¡Qué maravilla! Si parece un cuarto nuevo. Menuda paliza te has dado.
Si él supiera...
(¿Verdad que me merezco el tercero?)

jueves, enero 18, 2007

Mi ego

Hay días que aunque me levante con ojeras me miro al espejo y me digo “nena, tú vales mucho”. Y no es que vaya de creída, sino que hay veces que incluso tengo razón.
Normalmente esto sucede cuando Alonso está de viaje (ahora trota por el Tirol, Austria, y no vuelve hasta el domingo). En cuanto él desaparece de casa me entra la hiperactividad y me planteo hacer mil cosas. Esta vez he decidido arreglar el cuarto de Álvaro. No estaba muy convencida, pero como hablo por los codos se lo comenté a Ana (la cuidadora de los niños) y para mi sorpresa cuando llegué al mediodía había desmontado todo el cuarto. Decidido, pensé, esta noche me pongo a trabajar. Compré los diversos útiles: masilla para tapar agujeros, pintura, cinta de pintor, rodillos... Los niños se emocionaron al verme con tantos bártulos y se apuntaron a la operación “renove”. A las nueve terminé de tapar todos los agujeros (más de quince). Mientras se secaba la masilla, di de cenar a los peques y batallé para que se durmieran. Con la ilusión de dormir juntos en la misma habitación aguantaron el sueño hasta las once de la noche. Cené tranquilamente y a las doce admiré mi inicio de obra. En principio pensaba pintar al día siguiente, pero como estaba muy espabilada, me dije, si me pongo ahora seguro que termino a las dos de la mañana. Me planté el modeli pintora (pañuelo en el pelo, guantes, pantalón guarro, camiseta de manga larga y unas gafas de hace años) y me metí en faena. Cubrí toda la habitación -cenefa, puertas, enchufes...- con cinta de pintor, me subí a la escalera y empecé a pintar la parte superior de blanco. Terminé a las dos y media de la mañana y aún me faltaba la parte de abajo. Barajé terminar al día siguiente, pero me dio pereza, así que saqué el bote azul y pinté la parte de abajo. Finalicé mi obra de arte a las cuatro de la mañana, coloqué un poco, me fumé el cigarrito de después del esfuerzo y a las cuatro y media me arrastré hasta la cama oliendo a tigre. A las ocho ha sonado el despertador. Me he duchado con mis ojeras, he llevado a los niños al colegio y sin saber de dónde salían mis fuerzas me he ido a hacer la compra a Carrefour. Ahora hago que trabajo y en un par de minutos de voy a Ikea con mis ojeras y repetiré mentalemente “nena, tú vales mucho”

domingo, enero 14, 2007

Domingo laboral

Hay domingos que me levanto de mal humor, sobre todo si mi madre llama a las nueve y media de la mañana. No he cogido el teléfono y he seguido dormitando, pero mi mal humor sí se ha despertado. A las diez y media la he llamado indignada.
-A ver, mamá, qué concepto no has entendido.
-Emma, no sé qué quieres decir. -ha contestado con voz de llevar despierta más de cuatro horas.
-Pues que no sé cómo decirte que no se llama a casa un domingo a las nueve y media de la mañana.
-Eran las diez.
-No, las nueve y cuarenta, pero me da igual.
-Hija, encima que te llamaba para ver si querías que me quedara esta tarde con los niños.
-Pues muchas gracias, pero me podías llamar más tarde para consultarme.
-Quería hablar contigo antes de que te fueras a trabajar.
-Mamá, ¿a qué hora entro yo a trabajar?
-Pues no tengo ni idea.
-Bueno, déjalo, pero que sepas que a mí no se me ocurre llamarte a las tres de la mañana porque yo esté despierta.
-Vale, perdona.
Después de colocar un poco, Alonso ha salido a comprar el periódico. Al minuto estaba de nuevo en casa.
-Emma, está pinchada una rueda del Toyota.
-No.
-Sí.
-Pues me dijo Nieves, la vecina, que hay un gracioso por el barrio que va pinchando ruedas. ¡Maldita sea! La semana pasada el Focus y ahora el Toyota.
-Sí, Emma, de todas formas ayer te llevaste tú el Toyota.
-¿Qué quieres decir? -pregunté con cara de mala leche.
-Nada, era una broma.
-Pues a mí no me hace gracia.
De nuevo, llamé al seguro. Al cabo de unos minutos apareció la grúa y los niños brincaron de emoción.
-¡Qué divertido! -gritaron sorprendidos por nuestra cara de pocos amigos.
Para relajarme un poco preparé una merluza en salsa verde (os recuerdo que hasta mañana no empiezo el régimen y sé que esta vez me va a costar mucho), los niños pintaron un jarrón de cerámica que hicimos la noche anterior y aprovechando la media hora de tranquilidad Alonso y yo tomamos un delicioso aperitivo (ay, cuánto los voy a echar de menos) y ojeamos los periódicos.

viernes, enero 12, 2007

Siempre ellos

Me estoy planteando comprarme una agenda electrónica. Aunque lo que a mí me encanta es mi colección de Moleskines y escribir y garabatear en ellas, nada de tecnología, pero la vida social de mis hijos me supera. Me imagino que irá en los genes, pero no paran. Hoy Diego se ha ido a casa de su amigo David Acasuso y está pendiente de irse el domingo con su amigo Daniel. Álvaro, con solo tres años, tiene copada la semana que viene: el lunes cumpleaños de Diego y el martes de María Alonso. Vale, yo tengo una cena el próximo viernes, pero no es lo mismo. En fin, que voy perdiendo personalidad. En la galería comercial me conocen como la madre de Diego y Álvaro, en el colegio otro tanto de lo mismo y en Navidades Diego recibió casi más mensajes que yo... No soy nadie.

Nuevos propósitos

Cada año nuevo me planteo una serie de propósitos de difícil cumplimiento, pero una que es una optimista se los cree y confía en su fuerza de voluntad. Este año, por ejemplo, me he marcado cuatro retos: adelgazar, aprender inglés, hacer deporte y dejar de fumar. Salvo lo del inglés, el resto son un clásico de mi repertorio. Por ahora voy por buen camino. Ayer acudí a la consulta de mi gordóloga para que la báscula confirmara que estaba gorda (¡como si yo no lo supiera!) y me dieron una dieta nueva. Claro, iba a empezar hoy, pero no es plan. ¡Los regímenes se empiezan los lunes! Así que tengo tres días para despedirme de la buena vida. Ayer cené una deliciosa tortilla de patata y esta noche me preparé algún plato súper calórico para disfrutar de mi vicio gastronómico.
Emocionada por haber ido a la gordóloga, llamé para apuntarme a los cursos de inglés. Así que a partir de la semana que viene los martes y jueves volveré a mi época estudiantil, tomaré apuntes y consultaré mis dudas a Diego.
Lo del deporte es más complejo. A mí lo de ir a un gimnasio para sudar la gota gorda, sofocarme y ver como esbeltas damiselas lucen su cuerpo, me repatea. Lo de correr me agota e ir a nadar me molesta porque luego tengo que secarme el pelo. Después de darle muchas vueltas y tras mi incursión de estas Navidades en el patinaje sobre hielo (sólo patiné dos horas, pero algo es algo), he decidido comprarme unos patines y rodar por las calles de Madrid para amenizar los paseos de los transeúntes y provocar ataques de risa. Lo de los patines también tiene su miga. ¿El línea o en paralelo? En mi época joven, (hace menos de un lustro. Es que hoy estoy positiva) patinaba con unos patines de bota roja con ruedas en paralelo. Ahora todo el mundo patina en línea y mi tendencia a ir a la moda me ha creado este dilema de ruedas. Lo consultaré con la almohada.
El vicio nicotínico, por ahora, lo postergo. Si fumo es por culpa de mi marido o más bien el no quiere ayudarme. Alonso, tú ya sabes que si me quedo embarazada abandono rápidamente el vicio... En fin, no le voy a estresar que va a tener que aguantar mis crisis por estar a dieta, aprender inglés y hacer deporte. Soy una fiera.

martes, enero 09, 2007

Cayetana



Ya va siendo hora de hacer la presentación oficial de mi guapísima ahijada Cayetana, nueva integrante de este blog jocoso y familiar, y admirar lo mona y mayor que está Manuela.

lunes, enero 08, 2007

Vídeo navideño

Fin de fiestas

Antes de que acabara el año decidí sorprender a mi marido. La insistencia de Diego me convenció, “venga, mamá, ven conmigo”. La pereza intentó dominarme, pero al final cedí.
–Está bien, vámonos. –dije con cansancio.
Mi amado esposo me animó como sólo él sabe.
–Emma, tú estás loca. Seguro que te rompes una pierna y no podrás ir a la fiesta de Nochevieja y recuerda que esta noche tenemos cena. Te vas a matar.
Aun así nos fuimos al Palacio de hielo, alquilamos los patines y Diego y yo nos lanzamos a la pista mientras Juan Fran y Álvaro nos admiraban desde la cristalera.
Al salir, Alonso me abrazó emocionado.
–¡Pero si sabes patinar! Lo has hecho fenomenal. –comentó con cara de sorpresa.
Claro, pensé yo, todavía soy capaz de sorprenderte.


Con agujetas y ampollas en los pies nos fuimos a nuestra tradicional cena del día 30 de diciembre con Esther, Cipri y Barroso. Al día siguiente, por suerte, pude descansar un poco y a media tarde nos arreglamos para recibir el nuevo año. Nos fuimos a casa de los suegros de mi hermano. El glamour nos recibió en la entrada: un enorme Papa Noël se balanceaba en el porche, las luces de los renos nos indicaban la entrada y, dentro, un tren de Navidad, varios belenes y cientos de adornos de Navidad nos trasladaron a un mundo fantástico. Los niños estaban emocionados ante tanto espacio.


Diego desapareció rápidamente y se bajó con su hermano a la discoteca para tocar la batería y jugar al futbolín y al billar. El resto disfrutamos de una rica comida y nos peleamos por ver quien tenía más tiempo a Cayetana en sus brazos. En principio, la cena iba a ser tranquila, pero como la marcha corre por nuestras venas, alargamos la fiesta hasta las cinco y media de la madrugada. Álvaro se ganó la nominación de expulsión del año: destrozó los raíles del tren, a punto estuvo de romper una súper vajilla de la abuela de Virginia, su música trompetera despertó a Manuela y el jardín casi pierde toda la iluminación navideña… “El próximo año no nos invitan, Álvaro”, exclamé según nos sentamos en el coche.


El año no empezó muy bien: el día uno trabajé y el dos la grúa se llevó el coche al taller para cambiarle las ruedas (típico en nosotros: se pinchó una rueda y la de repuesto estaba destrozada). El maratón de rey mago fue agotador (sobre todo porque Álvaro pidió una “caca de juguete” que me costó mucho conseguir. ¡Qué ideas tiene mi niño!). Cuando por fin di por zanjado el tema de reyes, me llamaron mis suegros.
–Emma, por cierto, recuerda que tienes que comprar todos nuestros regalos. Luego hacemos cuentas y te los pagamos. –dijo mi suegra desde el otro lado del auricular.
Yo les mato, pensé mientras sacaba de nuevo mi tarjeta de crédito y me lanzaba otra vez a la calle como una loca.
El cinco de enero, cabalgata. Las propuestas que había recibido eran de lo más variopintas: ir a Pozuelo y participar en una carroza, acudir con unos amigos a las tres de la tarde con una escalera a la Castellana para coger sitio y admirar a los Reyes… Al final, me dio el día apático y me fui yo sola con mis niños a la cabalgata del barrio. Una maravilla. Mis alonsitos a gatas recogiendo caramelos y yo ensimismada con las carrozas.
Al llegar a casa preparamos la mesa para sus Majestades reales con champán, turrón, caramelos y mazapán y en el jardín, pan duro, zanahorias y agua para los camellos. Diego y Álvaro estaban histéricos de emoción y, para qué negarlo, yo también estaba histérica de emoción por verles a ellos tan felices y nerviosos.
A las nueve de la mañana bajamos a ver los regalos y mis peques gritaron como locos: ¡se han comido las zanahorias!, ¡y los Reyes se han bebido el vino!, ¡este año se han pasado con los regalos!, ¡Álvaro, mira, te han traído tu carrito de la compra!, ¡y a mí la Nintendo DS!...
La maratón del día seis acabó con las pocas fuerzas que nos quedaban a Alonso y a mí. Éste fue el recorrido: casa de la abuela Mary, casa de María, comida en casa de mi madre, café en casa de mi hermano y, a las siete, vinieron a casa mis suegros y cuñados y se quedaron hasta las doce de la noche… Agotador.
Se han acabado las fiestas. La normalidad ha vuelto al hogar: los peques están en el cole y yo ya tengo tiempo para escribir en el blog. En breve desaparecerán las ojeras y los kilos de más (año nuevo, dieta de nuevo… ¡qué rollo!)