martes, febrero 27, 2007

lunes, febrero 26, 2007

¿Fase antisocial?

Enero y febrero son mis meses más antisociales. Será por la saturación de fiestas y cenas navideñas o por el frío y desapacible invierno. No sé. Sin embargo, que mi Alonso parta de viaje es explotado por todos los miembros de mi familia.
El viernes, como todos lo que libro, le tocó el turno a Diego e invitó a Alejandro y David a casa. El cuarto de estar terminó plagado de palomitas y regado de risas y buen humor. Me animó tanto que al final decidí organizar una cena el sábado. Mandé un mensaje a mis chicas del colegio: “Mañana cena de mujeres en casa. Os espero a las 10”.
El sábado salté de la cama a toda velocidad. Diego tenía piscina. Cuando vi a Cristina, la profe de natación de mis retoños, le comenté que el domingo la iba a echar de menos ya que es el único día que me libro de ir a la piscina. Volvimos a casa, recogimos y nos fuimos corriendo a casa de mi hermano. A las dos acudimos a la Sexta Avenida para comer en Gino’s. Una hora después conseguimos mesa. Los niños estaban muertos de hambre: Manuela deslizaba sus manos nerviosamente por su cara reclamando sus espaguetis, Diego lloraba y suplicaba que le trajeran la pizza y Álvaro escondía su llanto de estómago vacío bajo el mantel. Mientras, Cayetana dormía plácidamente en su sillita. Por fin, después de media hora llegó la anhelada comida y zamparon a una velocidad inusitada. “A partir de ahora voy a dar de comer a Manuela dos horas más tarde para que se coma todo”, comentó Virginia una vez que los ánimos se habían calmado. Después, un ratito al parque y vuelta a casa para organizar la cena.
Fallé. Dejé a mis peques ver un poco la tele para preparar la tarta tatín y en cuestión de segundos Álvaro se durmió. No, grité desesperada. Intenté espabilarlo, pero no hubo forma. Rendida le puse el pijama, le subí a la cama y le di un biberón entre sueño y sueño. Mañana se despertará a las seis y media, pensé horrorizada.
Las invitadas llegaron a su hora (bueno, veinte minutos tarde pero conociendo a Blanca veinte minutos es ser puntual) y plagadas de regalos para los niños.
Diego ejerció de camarero y justo cuando se iba a dormir apareció Álvaro con cara somnolienta y perplejo por la ebullición que se vivía en el salón. Para ellos fue como un día de reyes: abrieron sus regalos, jugaron tranquilamente y aguantaron hasta la una de la mañana.
Nosotras alargamos la velada hasta las cuatro. Zampamos y elogiaron mis delicias culinarias, bebimos un refrescante vino, hablamos, comentamos, rumoreamos, criticamos, reímos y brindamos.
El domingo amanecí a las once de la mañana rodeada de mis churumbeles. Hoy, de dominguers, les sugerí al oído. Y ellos felices. Sacaron de nuevo sus juguetes, sus pinturas y dejaron que las horas pasaran sigilosamente. Abrí la nevera y me espanté al ver toda la comida que había sobrado. Hallé la solución. “Mamá, os invito a comer restos”, ordené desesperada. A las tres aparecieron mi madre y mi abuela con el babero atado al cuello. Mi abuela no se fue muy contenta. A mí esta comida tan moderna no me convence, comentó con una sinceridad aplastante. Pues yo me he comido de maravilla, dijo mi madre con gran educación. Y como dice el refrán “indio comido, indio ido”. Así que mis retoños y yo dormimos una reparadora siesta con la película “Cars” como banda onírica. Qué maravilloso y agotador fin de semana… Y eso que estoy en mi fase antisocial.

viernes, febrero 23, 2007

Gordas, negras y asquerosas

Ellas conocen nuestros hábitos, nuestras costumbres y están pendientes de cada miembro del hogar. Anoche percibieron que Alonso no estaba en casa y asomaron la cabeza por el sumidero del baño. Mientras tanto, Diego hacía sus deberes, Álvaro dibujaba en una hoja y yo batallaba con la cena. En ese momento, decidieron atacarnos.
–Chicos, iros quitando la ropa, colocadla en el cesto de la ropa sucia que ahora mismo bajo. Diego, hoy te duchas tú primero. Abre el grifo para que se caliente el agua –ordené desde la cocina.Al instante oí los gritos de Diego.
–¡Mamá, hay dos cucarachas en la ducha! Corre, baja.
Troté por las escaleras gritando “¡no puede ser, no puede ser!”.
Álvaro me esperaba en el último escalón.
–¡Qué asco, mamá! Hay dos cucarachas –dijo abrazándose a mi pierna.
Asomé la cabeza por la ducha y comprobé la cruda realidad. Dos gordas, asquerosas y negras cucarachas descansaban en el plato de la ducha. Ninguna se movía.
–Bueno, chicos, parece que están muertas –expliqué cogiendo un metro de papel higiénico para retirarlas.
Mi sorpresa fue cuando al recoger una gorda, asquerosa y negra cucaracha empezó la otra gorda, negra y asquerosa cucaracha a correr la maratón. Cerré las puertas de la ducha y grité.
–¡Y ahora, ¿qué hacemos?!
–Mamá, pues tendremos que matarla –dijo Diego con tono de mafioso a sueldo.
–Sí, mátala –suplicó Álvaro.
–No, no puedo. Me dan un asco terrible. La dejamos ahí encerrada y esperamos una semana hasta que venga papá y la mate. O puede que a Ana no le dé miedo y mañana la acribillé. –expliqué toda convencida.
Diego me miró con cara de desilusión, salió del baño y volvió con su zapato del colegio.
–Mamá, retírate, voy a aniquilar a esa negra y sucia cucaracha.
Álvaro se acercó a su hermano para ayudarle y yo me alejé de ellos.
SCRASCROPPUF, SCRASCROPPUF
oí según Diego reventaba a la cucaracha.
–Problema solucionado, mamá. Ahora tú la recoges. –ordenó con tono de Al Capone.
Cogí otro metro de papel higiénico y me acerqué hasta el escenario del crimen. Las vísceras de la cucaracha estaban esparcidas junto con trozos de caparazón negro. Una antena de la negra y asquerosa cucaracha aún se movía y la otra se había desintegrado tras la matanza. Entre arcadas cumplí mi misión: limpié y desinfecté. Y con lágrimas en los ojos abracé a mis valientes y heroicos mafiosos.

miércoles, febrero 21, 2007

Amor lejano

Ay, cuánto echo de menos a mi amor. Él allí en Colombia sufriendo los calores tropicales, las picaduras de los gigantescos mosquitos que habitan en la selva, refrescando los sudores con algún mojito… ¡Pobriño mi niño!
En cambio, yo me levanto tranquilamente a las siete y media de la mañana, me ducho en cinco minutos, preparo los desayunos, despierto a mis tesoros, los visto a toda velocidad, salimos escopetados a las 8,45 a la piscina Natación Jiménez, desvisto a Álvaro, le pongo el bañador (durante 24 días tiene quince minutos diarios de cursillo acelerado, que sobre todo me acelera a mí), me relajo los quince minutos que él se sumerge en el agua y aprovecho para repasar la tablas de multiplicar con Diego; seco a Álvaro, le vuelvo a vestir, “corred chicos que llegamos tarde al cole”, les ato los cinturones de seguridad, acelero, llegó cinco minutos tarde, besos, “portaros bien, os quiero”. Corro a enmarcar los cuadros que me ha regalado mi madre, sacar dinero y concederme el capricho de unos moldes de silicona para hacer magdalenas. Ay, esta tarde Álvaro tiene el cumpleaños de Cristina que no se me olvide comprar el regalo: un parchís de caracoles en Imaginarium. De paso, en Supercor compro el aceite para la freidora. Llegó a trabajar agotada (¡cómo se me ocurre ir hoy con tacones!). En la entrada me recibe una comisión europea antitabaco que está midiendo los niveles de monóxido de carbono. Soplo por el “alcoholímetro”. Resultado: 22. No tengo tiempo para preocuparme. Enciendo el ordenador. El trabajo se amontona, día de cierre, pero no me estreso. A las tres, reunión con la tutora de Álvaro que me confirma que es un travieso, así que no puedo comer. Vuelvo al periódico. A las cinco llamo a Ana. “Vete con Diego a la peluquería, ahora mismo voy yo”. Atasco. Diego está guapísimo. "Corre, tenemos que ir a recoger a Álvaro al cumpleaños". Convención de madres. Saludo lo justo y necesario. Les regalan a los peques unas cajas de cereales. ¡Dios mío, tienen frutos secos!. Se las quito. Álvaro llora, aún no entiende que le dan alergia. Le engaño con una chuchería. Niños, al coche. Ato los cinturones. A las ocho entramos en casa. A las nueve los peques están duchados, cenados (me ha dado tiempo a rellenar la freidora de aceite, qué suerte) y dientes limpios. Lectura de cuentos. “A dormir, os quiero”. Diez de la noche. Qué estrés lo de ser serieadicta. Hoy me toca “Anatomía de Grey”. Diego se cuela en el cuarto de estar. “Mamá, ¿me puedo quedar un ratito contigo”. “Sólo hasta las diez y cuarto, Diego, que mañana tenemos piscina”. Las once. Pico algo de la nevera y mando a tomar viento fresco el régimen. Por cierto, aún no he escrito en el blog. Las dos, me voy a dormir, mañana suena el despertador a las siete y cuarto. ¡Cuánto echo de menos a mi amor!

Y Pedro Navaja puñal en mano...

Al leer el correo de Escuer, el padrino de Álvaro, reí. Sobre todo porque pensé que era un e-mail chistoso, como los cien miel que recorren la red. Pero no, era cierto.

Buenas. He llegado hace un ratito. Ayer entró un drogata en casa y he tenido que ir esta mañana a Valdemoro a un juicio rápido, tan rápido que el menda ha venido conmigo en el tren y me ha amenazado enseñándome una navaja. Me he tenido que refugiar en la cabina del conductor. He tenido que oír de la señora fiscal por videoconferencia -estaba en la Plaza de Castilla- que no había sido un robo con fuerza porque lo sustraído (que se recuperó por la Guardia Civil) era de poca cuantía (un móvil de mi suegra y un radiocasete). Por lo que el pobre toxicómano con 49 detenciones en el último año y 3 en el último mes ha salido del juzgado número 1 de Valdemoro 5 minutos después que yo. ¡Esto es JUSTICIA! En fin, por lo demás, bien.

Y el problema es que no era la primera vez. Antes de verano tuvieron otro incidente. Y Montse, su mujer, se siente como una presa –actualmente está de baja porque tiene que guardar reposo absoluto–. Todo el día recluida en su habitación con el móvil colgado del cuello, las alarmas conectadas y todas las persianas de casa, salvo la de su cuarto, cerradas a cal y canto. “Imagínate, Emma –empezó a explicarme –ahora tengo que bajar a calentar la comida y debo ir a toda velocidad para desconectar la alarma, prepararme la bandeja, conectar de nuevo la alarma y subir otra vez a mi habitación. Y como escuche el más mínimo ruido me encierro en mi baño y llamó desde el móvil a la Guardia Civil”.
En mitad de la noche me he acordado de ellos. Será el “síndrome simpatía” que denomina Escuer y no es para menos. Alonso, cosa rara, está de viaje por Colombia. Y yo sola en el Olimpo al cuidado de mis peques y encerrados en el búnker. Por primera vez he bajado todas las persianas de casa, he cerrado las puertas con llave y, no vaya a ser que corten la línea telefónica, me he colgado el móvil del cuello. Aunque en mi caso estas estrategias sirven de poco porque si algún drogata o ladrón se cuela en casa mientras duermo puede bailar una sardana que seguro que no le oigo.

lunes, febrero 12, 2007

Diego, 7 años

Anécdota 1
El viernes es el día sagrado y social de Diego. Él decide qué cenar, tiene palomitas, elige película y algún amigo suyo viene a casa. El pasado viernes el invitado fue su amigo Daniel.
—Bueno, chicos, ¿a qué queréis jugar?— pregunté para aclararles que no pensaba ponerles la tele.
Ambos se miraron, sonrieron y gritaron al unísono: “¡Al ajedrez!”.
Tardé unos segundos en reaccionar (no es normal que unos micos de siete años estén enloquecidos con el ajedrez), pero rápidamente saqué el tablero y les dejé relajadamente jugar su partida.
A la hora oí como caían todas las piezas al suelo. Elemental, Diego le había comido la Reina a Daniel y el espíritu perdedor aún no está muy activo en ellos.

Anécdota 2
El sábado Diego empezó a reír al ver que Juan Fran y yo nos dábamos un beso.
—¿De qué te ríes, Diego?
—Nada, mamá, que me hace gracia.
—Pues tendrías que estar contento. Hay padres que no se besan, que no se quieren y al final se separan.
—Eso ya lo sé.
—¿Te acuerdas de Carla, la vecina?
—Sí.
—Pues sus padres se separaron.
—¡Qué me dices! —exclamó Diego con cara de sorpresa— ¿Y por eso vendieron la casa?
—Sí.
—¡Qué me dices!
Aguanté la risa.
—Oye, Diego, ¿en tu clase no hay ningún niño con padres separados?
—No, mamá. Bueno, Enrique Trufero no tiene madre.
—¿Qué ocurrió?
—Pues que su madre murió y ahora vive con su padre.
—¿Y tú cómo lo sabes?, ¿te lo ha contado él?
—No, mamá, he oído rumores.

¡Clavadito a su madre! (por lo de los rumores, claro está)

viernes, febrero 09, 2007

El cajetín

–Mamá, ha sucedido algo terrible –dijo Diego nada más subir a la cocina.
–Le miré con cara de preocupación y exclamé.
–¿Qué ha pasado?
–Mamá, no funciona internet, ni imagenio, ni el teléfono… Un drama. –expresó con cara de circunstancia y tono de desesperación.
–Bueno, Diego, no será para tanto. Dile a tu padre que suba a por su bandeja de la cena.
–Mamá, es terrible. –murmuró mientras gritaba a su padre.
Juan Fran subió con rostro de pocos amigos.
–Emma, no tenemos línea telefónica –exclamó con la misma cara que su hijo.
–Bueno, no te preocupes, lo arreglamos después de cenar –dije con ansiedad por tomarme el bocata de jamón que me tocaba esa noche (lo del régimen estresa mucho y cuando puedo comer soy como los drogadictos: sólo pienso en comer).
Bajé, me senté y di un sabroso bocado al bocata. Alonso no se sentó y empezó a revolotear con Diego alrededor del ordenador, de la tele y del teléfono. Después de cinco minutos, grité.
–¡Juan Fran, puedes hacer el favor de sentarte a comer! Te he hecho un delicioso revuelto y se te va quedar frío. Me estáis atacando de los nervios.
–Emma, tú siempre tan tranquila, no te das cuenta de que no funciona nada. –me explicó como si yo no me hubiera enterado del “drama”.
–Por cierto –dije degustando otro bocado–, Álvaro antes de dormirse ha estado toqueteando un cajetín que está en su cuarto.
–¡El cajetín del teléfono! –gritó Alonso con la vena del cuello hinchada.
–Ah, no sé si es del teléfono, pero después de jugar un poco se ha dormido plácidamente.
Alonso abandonó el revuelto, subió los peldaños de la escalera de tres en tres y bajó con la ira en los ojos.
–Emma, ¿te parece normal? (no hay semana que no me haga esta pregunta).
–El qué.
–Que Álvaro nos deje sin línea telefónica.
–Bueno, tampoco lo ha hecho con mala intención.
–Tu hermano Roberto tiene razón, esta casa es la “República independiente de los niños” (Ikea le tiene traumatizado).
Diego resopló tranquilo.
–Papá, menos mal que lo has solucionado –dijo simulando que se quitaba el sudor de la frente.
–Sí, hijo –respondió Alonso con cara de funeral– pero volverá a ocurrir porque, según tu madre, así Álvaro se duerme tranquilamente.
Cogí mi coca-cola light, tomé un largo y refrescante sorbo y decidí cenar sin mirar a mi marido a la cara.

jueves, febrero 01, 2007

Propósitos y nieve

De mis propósitos de principio de año sólo estoy cumpliendo uno: el régimen. Aunque le aplico alguna clausulas de excepción. Es decir, fines de semana y fiestas de guardar están exentas del suplicio de la dieta. Lo del inglés lo he aparcado hasta después de verano. No es por excusarme, pero hasta septiembre no comienza el curso de principiantes y como no me quería estresar con un grupo superior (narices, qué es puro ocio) he decidido aguantar hasta entonces. Y lo de fumar es incompatible con el régimen. Así que ahí ando con mis vicios.
Mis retoños han decidido ayudarme con la dieta y el sábado me arrastraron hasta el Juan Carlos I para patinar. Me hice la loca y les expliqués que se me habían olvidado mis patines, pero, aún así, tuvimos que correr detrás de ellos para que no se rompieran los dientes (sobre todo Diego, que ya no tiene los de leche y el dentista cuesta un dineral).
El domingo, agotada, invité a mi madre y mi abuela a degustar mi sabroso cocido. Entre garbanzo y garbanzo nos ventilamos una botella de vino (del bueno, que lo trajo mi madre y por una vez no estaba picado). El sopor me estaba dominando cuando de pronto sonó la campana. “Emma, soy la madre de Daniel. Había pensado llevarme esta tarde a Daniel y a Diego al cine. ¿Te parece bien?” Asentí rápidamente. Cuando se fueron los invitados y Diego, coloqué la cocina, abracé a Álvaro y le dije: “cielo, ahora tú y yo, mientras papá trabaja un poco, nos vamos a poner una peli”. Al cabo de media hora ambos roncábamos con el sonido de la película de fondo.
El lunes los peques no tenían cole y nosotros tampoco trabajábamos así que metimos el trineo en el coche y nos aventuramos a la Morcuera. Una maravilla. Más nieve que nunca y nadie para darnos la lata. Nos deslizamos por el trineo (yo lo intenté, pero no sé por qué conmigo no podía. Estoy exagerando, que quede claro) y nos lanzamos bolas de nieve. Después de una hora, Álvaro me rogó que fuéramos al coche “hace frío, mamá, es invierno”. Y Diego y Juan Fran pasearon por las blancas montañas.
Al volver, paramos en Manzanares el Real, admiramos el castillo y degustamos un sabroso chuletón guadarrameño (no hace falta explicar que me salté el régimen). El cansancio se reflejaba en la cara de Alonso. Así que lo dejamos en casa para que durmiera su merecida siesta y mis churumbeles y yo nos fuimos a ver a Manuela y Cayetana. Vale, también vimos a Roberto y Virginia, pero sobre todo íbamos a admirar a mis sobrinas (je, je). De camino a casa, recogimos a mi padre que fardó como un loco de la medalla de plata que había conseguido en el Campeonato de España de Natación. Y sin darnos cuenta finalizó nuestro relajante fin de semana.