viernes, agosto 10, 2007

Energías y tensiones

Las reservas energéticas de mis hijos son infinitas. Desde primera hora de la mañana Alonso y yo planeamos mil planes para desgastarles, aunque no siempre lo conseguimos. Por ejemplo, el miércoles al comprobar que el tiempo no era muy bueno para ir a la piscina y que la bacteria aún persistía en el cuerpo de Álvaro nos fuimos a Segovia, a La Losa, a visitar el palacio de Riofrío. Tras hacer la visita al palacio y a su museo de caza nos insertamos por sus bosques para contemplar los ciervos y gamos. Los peques gozaron en plena naturaleza, gritaron al divisar los distintos animales y llegaron a casa con un apetito voraz. Por la tarde, paseo con bicis por los parajes guadarrameños... Pese a todo, sus energías seguían intactas. Ya eran las nueve de la noche y botaban por el jardín. Baños, cenas... Y nuestras dosis de paciencia comenzaron a flaquear. A las once los gritos volaban por el salón: "a dormir", "chicos, haced pis y a la cama"... Infructuoso. A las once y media reíamos desesperados al verles subir y bajar por las escaleras. Alonso, ponles una película en el cuarto a ver si se relajan un poco, rogué con desesperación. A las doce les obligamos a meterse en la cama. Diego mostraba cansancio en sus ojos pero Álvaro seguía espídico. Los adultos nos tumbamos en el salón y decidimos disfrutar de la nueva televisión extra plana y extra grande que había comprado mi madre viendo una película del videoclub. Los gritos de Diego era puramente cinematográficos: "¡Qué vida tan cruel! Por favor, que se calle Álvaro", "¡odio a mi hermano!", "quiero dormir en otra habitación. Por Dios, qué tortura"... sollozaba mientras Álvaro vociferaba un villancico navideño. Alonso y yo ocultábamos nuestro ataque de risa. A la una el silencio dominó su dormitorio y la calma nos envolvió. La película "Buenas noches, buena suerte" era acompañada por los ronquidos de mi madre. Al cabo de una hora, en plena oscuridad y con Alonso y yo concentrados en la trama del film, mi madre se levantó y casi tropieza con la mesa de centro. Me voy a tomar los antibióticos, dijo con voz somnolienta. De pronto un ruido de bandejas alteró nuestra paz. ¡Mamá, mamá!, grité desde el salón. El silencio era preocupante. Salté del sofá y me fui a la cocina. Allí no había nadie, Alonso y Diego (que se había levantado al comprobar que Álvaro estaba dormido) siguieron mis pasos. Bajé la vista y contemplé a mi madre tirada en el suelo. ¡Mamá!, grité asustada, ¿qué te ocurre?. Lentamente abrió los ojos desde las baldosas. Me he desmayado, dijo con rostro pálido. Poco a poco se fue reanimando, la mojamos la frente y el cuello y la trasladamos al jardín para que tomara un poco de aire. Su tensión era de 7-4. Mamá, qué susto, ¿estás mejor?, pregunté al notar que ya había vuelto en sí. Sí, ya estoy mejor, me ha debido dar un bajón de tensión entre los antibióticos por el flemón, los nervios de estos últimos días... No sé qué habrá sido... Menudo susto que os habréis llevado, se quejo con tímida voz.
Resumiendo: durante el día los niños acaban con nuestras fuerzas y por la noche mi madre nos mata a sustos. Divinas vacaciones.

martes, agosto 07, 2007

Ataque invasor


Hace tiempo que escribo en el blog, que relato los aconteceres de mi desastrosa y divertida familia. El humor se escapa en cada relato y la sonrisa o la risa hacen su aparición casi todas las veces. Sin embargo, hay veces que la vida golpea con fuerza, que desbarata el optimismo y elimina las energías de escribir. O, más bien, me resulta más difícil contar los problemas sin mis dosis de humor. Y esto es lo que me ha sucedido este verano. El jodido cáncer ha vuelto a resurgir de sus cenizas y ha invadido a mi abuela. Hace cuatro años pudimos con él: cuando insistió en acomodarse en su pecho. Y le vencimos. Pero ahora la situación es más complicada, el cáncer ha diseminado sus tropas por el ovario, el peritoneo, el pulmón... El muy capullo ha cambiado de estrategia y sus efectos secundarios cada vez son más visibles. El cansancio poco a poco está dominando a mi abuela. Y claro, quien no la conozca podrá pensar que a sus casi noventa y un años es normal que esté en casita descansando, pero ella jamás ha sido así. Sus inquietudes siempre la han mantenido despierta e inquieta. "Huy, Emma, esta tarde no puedo ir a tu casa porque tengo que acudir a ver una película japonesa que emiten en el Centro Cultural Galileo", me comentaba todos los jueves después de terminar de ver su adorada serie "Tiempos difíciles", de la que siempre se queja por la cantidad de anuncios que ponen en los intermedios. Y ahora se deja mimar. Nos mira con cara de felicidad y aunque no le hayamos dicho nada ella sabe lo que tiene. La semana pasada estuvo ingresada en el Ramón y Cajal porque la disnea no la dejaba dormir, ni moverse y su corazón sufría innecesariamente. "Espero irme pronto, con los niños, con vosotros, aquí me miman mucho...pero prefiero estar en casa", suspiraba a los cuatro días. Y por fin está de nuevo en la residencia estival: descansando, comiendo escasamente y disfrutando de sus biznietos.
En la puerta del jardín cuelga un cartel advirtiendo de la peligrosidad del perro (Kaos) y me estoy planteando sustituirlo por uno que ponga "Hospital de campaña". Parece una exageración, pero no lo es: mi madre tiene una infección en la boca que le ha generado un terrible flemón que trata con antibiótico; Álvaro ha sido invadido por una bacteria, tiene las piernas en carne viva como si fuera un leproso y, encima, no puede ir a la piscina porque es muy contagioso; Diego toma un jarabe para eliminar su tos seca; Alonso sigue enganchado a su aspirina plus que alivia sus jaquecas; yo tengo un herpes invasor en el labio y mi abuela observa con cautela el cajetín que le ha preparado mi madre con las distintas y numerosas pastillas que debe tomar cada día (¿seguro que todo esto son vitaminas?, pregunta con cara de incredulidad) .
¿Verdad que tendría que poner el cartel de "Hospital de Campaña"?

P.D.: Las mascotas están estupendas.