lunes, marzo 31, 2008

Y en vacaciones, reunión de amigos


Menú infantil. Paula, Diego, María y Álvaro


Kaos, tumbado en el sofá, languidecía más su mirada. De aquí no me movéis, me decía con sus ojos achinados, que estoy herido. Le observé con preocupación mientras mi mente repetía las palabras "asesina, asesina". Tan enfrascada estaba en mi arrepentimiento que casi no oí la puerta del jardín. El desfile de amigos comenzó a gotear como la lluvia que empapaba la sierra: Blanca y María; David y Mayte con Paula y Elena, y Pepo y María. El plan de barbacoa en el jardín se suspendió. Hubo suerte y pudimos reservar una mesa para catorce en la sidrería vasca (9 adultos y 5 niños). Corrimos por las calles hasta el restaurante esquivando los copos de nieve. Durante el aperitivo llegaron Chino y Nuria. Pedimos un suculento menú degustación y dejamos que la sidra inundara nuestros vasos. Los peques aguantaron una hora sin revolucionarse. En el momento en que vimos que los niños estaban a punto de tirarse desde la barandilla a las mesas de las planta baja sin paracaídas pedimos la cuenta y tomamos el café en casa junto a unas sabrosas torrijas (¡que se lo pregunten a Pepo). El sector infantil corrió por toda la casa, tiró las palomitas, discutió por los juguetes, mimó a Kaos... Resumiendo: se portaron de maravilla y nosotros, los cuasi cuarentones, también. Un gran día.


Un amigo, un amor, una gran amiga

Entre árboles



La calma también hizo su aparición. Por ejemplo, la mañana que fuimos al Arboreto Luis Ceballos, en El Escorial.

Semana Santa 2008. Animales III

Kaos, nuestro héroe, me mira con cara triste, tiembla cuando me acerco a él y no entiende cómo le he podido herir. Reconcozco que el perro es bastante dramático, pero esta vez tiene razón.
Aquella tarde soleada decidimos ir a dar un paseo por el pantano. JF se fue en un coche con sus padres y yo coloqué a mis tres fieras en el mío (Diego, Álvaro y Kaos).
-Mamá, por favor, vamos a buscar a Alejandro y a Cristina -suplicaron mis retoños.
Y como yo soy una mandada, fui a buscarlos.
El orden en el coche era el siguiente: Kaos en el maletero, los cuatro niños en el asiento trasero y yo, de conductora. Como el trayecto era cortito no me importó. Según íbamos por la carretera un grito me hizo frenar en seco.
-¡¡Se ha abierto el maletero!! -gritaron Álvaro y Cristina.
Miré por el retrovisor, el coche que iba tras nosotros me daba frenéticamente las luces y Kaos, ahogado por la correa, era arrastrado tras el coche.
Luces de emergencia, frenazo y salí como una loca gritando: "¡¡chicos, ni se os ocurra bajar del coche!!"
Kaos, aterrorizado, me miraba con sus ojos achinados. El collar lo tenía medio ahogado por la tensión que ejercía la correa que estaba sujeta a la barra del maletero. Rápidamente le liberé de su asfixia. Su cuerpo temblaba y sus patas sangraban. Le metí a duras penas en el asiento del copiloto.
-Pobre, Kaos, mamá, casi lo matas -dijo Diego mientras le acariciaba.
-Ha sido un accidente -contesté asustada.
-¿Y cómo se lo vas a contar a la abuela y a Pepe?
-Ay, no sé.
Llegamos al pantano con la fiera herida. Alonso me miró perplejo.
-¿Qué le pasa a Kaos? -preguntó intrigado.
-Pues no te lo vas a creer pero se ha abierto el maletero en marcha y el pobre se ha caído a la carretera.
-No fastidies, Emma.
-Oye, que ha sido un accidente.
-Lo que tú digas, pero sólo a ti te ocurren estos accidentes tan raros. Anda, dame a Kaos que me lo llevo a casa para curarle. ¡Asesina!

Kaos, por suerte, sólo se rompió una uña, se rozó las almohadillas y se magulló un poco las patas. Me mira con horror y mis hombres me fusilan con la mirada mientran susurran: ¡asesina, asesina!

jueves, marzo 27, 2008

Semana Santa 2008. Animales II



Los gritos de Álvaro a primera hora de la mañana solicitando su biberón me hicieron saltar de la cama. Mientras se calentaba la leche en el microondas observé por la ventana como el sol dominaba a las nubes. Desayunos, unos pocos deberes, vestir a los niños y, por fin, a la calle. En el parque nos encontramos con Ángeles y sus hijos. Al final, volví a casa con cuatro niños, les senté a comer y batallamos un poco. ¡Jo, mamá, por qué tenemos que comernos las judías verdes!, refunfuñó Diego. Porque lo digo yo, argumenté con un razonamiento aplastante.
El sol seguía luciendo. Chicos, nos vamos de paseo, impuse para lograr que los mayores no se engancharan a la Nintendo. Kaos, empezó a mover el rabo emocionado y los niños corrieron a por todos sus aparejos. El espectáculo al salir de casa era muy cómico: Diego, Alejandro y Álvaro con sus bicicletas, Cristina con su monopatín y yo arrastrada por Kaos. Hasta que llegamos al camino de tierra, corrí como una loca detrás de Álvaro que se cree Induráin y aún no es consciente del peligro de los coches.
El paseo comenzó tranquilo. Los niños pedaleaban felices, Cristina a duras penas podía mover el monopatín y Kaos me suplicaba que le soltará. No, Kaos, ya sabes que a mí me da miedo, le dije pensando que me entendía. Álvaro paró su bici y gritó: ¡mamá, hay dos vacas sueltas o dos toros, no lo sé! Bueno, contesté, pues en vez de ir a ver a la vaca Avelina cogemos el camino de Alpedrete.
Al cabo de diez minutos, empezaron las quejas:
-Jo, mamá, hace mucho calor, ¿me puedes llevar el abrigo? -suplicó Diego.
-El mío también, por favor -pidió Alejandro.
-Emma, y a mí me puedes llevar el monopatín -rogó Cristina.
Anduve con dos abrigos, un monopatín y el perro durante cinco minutos. El sudor caía por mi frente y mis energías se iban agotando.
-Chicos -grité- hay que buscar un escondite para guardar todos estos trastos y a la vuelta los recuperamos.
Depositamos todo bajo unos matorrales y continuamos con el paseo. Diego y Alejandro se distanciaron de nosotros. Álvaro, a dos metros míos, cayó de su bici. No sé por dónde apareció, pero de pronto un enorme perro negro salvaje se interpuso entre nosotros. Se acercó a Álvaro, que empezó a llorar aterrorizado, y le olisqueó.
-Álvaro, tranquilo -supliqué con la histeria por dentro-, que no note que estás nervioso.
Cristina se aferró a mis piernas con sus ojos llorosos.
El perro se separó un poco de mi hijo y no me lo pensé dos veces: solté a Kaos y confíe en él. No me defraudó: ladró como un loco al perro invasor, enseñó sus fauces, le mordió y el perro salvaje corrió por el monte con el rabo entre las patas.
Álvaro lloraba, Cristina lloraba y yo aguantaba mis ganas de llorar. Relatamos a los mayores nuestra "aventura terrorífica con el perro negro de ojos rojos" (según los pequeños) y decidimos volver a casa y recuperar nuestros "tesoros escondidos".
-¡¡No, mamá!!, por ese camino no -balbuceó Álvaro.
-¡¡No, Emma, qué miedo!! -lloró Cristina.
-Está bien, no os preocupéis seguiremos por este camino aunque sea más largo, llegaremos a casa y ya veré cómo recupero los "tesoros" -expliqué para calmarles.
Al cabo de un kilómetro, el perro salvaje se plantó en nuestro camino. Kaos ladró desesperado, los niños balbucearon su pánico y mi estrés me rizó aún más el pelo.
-Tranquilos, chicos -susurré- vamos a volver por el atajo que ha utlizado el perro y así no nos podrá hacer nada.
Despacio, muy despacio, aceleramos el paso y nos colamos por el pequeño hueco que había en el vallado, metimos las bicis y corrimos campo a través, tropezamos, corrimos y por fin vimos al perro salvaje muy alejado de nosotros. Me di un chute de ventolín para evitar el ataque de asma nervioso, sonreí y exclamé: "venga chicos, vamos a recuperar nuestro tesoro". Los niños respiraron tranquilos, abrazaron a Kaos y le dijeron con ternura: "Kaos, eres nuestro héroe, nos has salvado la vida".

Cuando se lo conté a Juan Fran suspiró: "Emma, a ti siempre te ocurren unas cosas rarísimas"

PD: En esta ocasión no pude realizar el reportaje gráfico. El miedo me lo impidió.

miércoles, marzo 26, 2008

Semana Santa 2008. Animales I

Tras mucho desearlo, llegó la Semana Santa. No es que tuviera ganas de ir de procesiones, lo que quería era disfrutar de mis ansiadas vacaciones. Por fin, el viernes salí del periódico y sonreí al saber que iba a estar nueve días sin volver por allí.
El sábado cargamos los dos coches como los gitanos rumanos: bicicletas, monopatines, maletas, thermomix, deberes de Diego... Y nos fuimos a Guadarrama. La llegada fue dura. El recuerdo de mi abuela rondaba en cada esquina de la casa y las lágrimas florecían desconsoladamente. Saqué fuerzas y pensé que ella sería feliz al ver cómo disfrutábamos de su adorado pueblo, Guadarrama.
Tras deshacer y colocar todos los bártulos llegaron mi hermano con toda su tropa, mi madre, Pepe y Kaos y rememoramos nuestro clásicos: paseo guadarrameño y visita a la vaca Avelina (vaca rubia y gorda de grandes pitones). La sorpresa nos la dio la vaca Avelina, había tenido una ternerita que rápidamente Diego la bautizó como la vaca Margarita.
Esa noche se quedaron en casa mi madre y Kaos. Jugamos nuestra habitual partida de Rummy, alquilamos unas pelis, comimos unas dietéticas torrijas y el lunes sólo quedamos en casa los niños, Kaos (que me lo adjudicaron toda la Semana Santa) y yo.
Los peques me rogaron que quedáramos con sus amigos Alejandro y Cristina. Hablé con Ángeles, la madre de las criaturas, y planeamos subir al pantano a dar un paseo. El sol dominaba el cielo y el aire serrano era un placer. Los cuatro niños correteaban, Kaos me imploraba con sus ojos tristes que le quitara la cadena y Ángeles y yo cotorreábamos tranquilamente.

De pronto, una imagen bucólica apareció ante nosotros: dos graciosos burros trotaban alegremente entre los pinos.
-Ay, qué monos -exclamé con tono urbanito.
-Sí, qué graciosos -gritaron los cuatro niños a la vez.
De repente apareció otro burro, y otro, y otro... ¡Nueve burros salvajes! Y, ay, Dios mío, los nueve burros empezaron a galopar hacia nosotros.
-Mamá, que vienen los burros -sollozó Álvaro.
-Tranquilos, chicos, que los burros no hacen nada -grité mientras les animaba a correr detrás mío.
Ángeles y yo cruzamos nuestras miradas de pánico.
-Hacia el coche -dijo Ángeles.

Y allí corrimos todos (y digo todos, porque los burros venían detrás nuestro). Al cabo de unos cuantos metros, no sé cómo ni por qué, los burros pararon. Nosotros, en silencio, muy despacio, esquivamos sus largas orejas y sigilosamente, escondiéndonos entre los pinos, pudimos llegar a nuestro riachuelo, pusimos a Kaos de vigía y reímos por la aventura.



-Ay, Emma, a ti siempre te ocurren unas cosas rarísimas -comentó esa noche mi Alonso.

domingo, marzo 23, 2008

El hijo del gilipollas

Marta, la madre de Daniel, me pidió que el jueves fuera a ayudarla a organizar el cumpleaños de su hijo.
-¡Cómo no! -contesté-, además te dejo los sacos de obra para hacer carreras de sacos. A las seis, después de salir del periódico, me paso por tu casa.
-Vale, te espero a esa hora.
Por el jardín de la urbanización corrían despavoridos los habituales: Alejandro, Enrique, Quique, Diego... Y, ¡o no!, el hijo del gilipollas, bastante pato, por cierto.
Tragué saliva y pensé, pobre niño, él no tiene culpa de tener ese padre. Así que, como es habitual en mí, fui encantadora.
Tras agotar las energías jugando al pañuelo, los sacos, fútbol, carreras... Nos fuimos con toda la tropa al McDonald´s. Diego y Álvaro se sentaron junto a Alejandro, Borja, Alberto y David (el hijo de... Y, además, superdotado). Estuve pendiente de todos sus deseos y apetencias gastronómicas. Antes de tomarse el postre e irse a jugar al sitio de bolas, "el hijo del..." levantó la mirada y me preguntó:
-¿Cuántos años tienes?
Pregunta impertinente pero comprensible en un niño. Como el chaval en cuestión es súperdotado decidí poner a prueba su inteligencia.
-Si sumas las dos cifras el resultado es diez.
-Treinta y seis- contestó antes de que pasara un segundo.
-Casi, tengo treinta y siete.
-Pues para la edad que tienes te conservas muy mal, con perdón -dijo el imbécil, claro, que siendo hijo de quien es...
Contuve mis ganas de darle un sopapo (¡que me costó!), miré alrededor, vi Diego y su grupo de amigos discutiendo sobre los pokémon, las técnicas de los asaltantes de Pressing Catch y sonreí al comprobar que mi hijo, por suerte, no es súperdotado y vive a sus ocho años una maravillosa infancia y no es capaz de valorar si una persona aparenta más o menos años (que no es mi caso, que conste).

jueves, marzo 06, 2008

Más regalos

Las Navidades me dejan las neuronas exhaustas de tanto pensar regalos personalizados que gusten al destinatario. Cuando aún no me he repuesto, llega el mes de marzo y me pongo a temblar. Los cumpleaños se amontonan en la agenda: abuela Mary (finales de febrero), Roberto, Manuela, Pepe, Blanca y demás amigos. Y no tengo fuerzas. De lunes a jueves mi tiempo se escurre entre los deberes de Diego, los cuentos de Álvaro, las gestiones con el resto de las madres de colegio para ver a qué campamento mandamos a los niños en verano, la thermomix, las compras caseras que nunca se acaban (frutería, carnicería, pescadería, mercadona...), mis series, mi insomnio, mis momentos de relax (en este aspecto cada uno que le eche imaginación)...
El sábado Roberto nos invitó a cenar a La Mordida para celebrar su cumpleaños y a Chicote a tomar unas copass. El regalo fue un clásico: calzoncillos Calvin Klein y pantalón de pijama Calvin Klein, eso sí, con tiquet de regalo. Esta noche mi abuela Mary invita a todos sus nietos a cenar, así que me he recorrido el Corte Inglés de arriba a abajo. Al final encontré su regalo. Sé que lo cambiará porque a ella lo que más le emociona no es el regalo sino poder ir a cambiarlo al Corte Inglés. Así que espero que le guste el tiquet regalo.