domingo, julio 27, 2008

Crucero de lujo+hijo pródigo

Sábado 26 de julio. Abandono la piscina con envidia malsana. Allí se quedan mis alonsos, mi madre y los amigos que han venido de Pamplona. ¡Qué rabia que tengas que ir a trabajar!, comenta Luisa. La miro con cara de tristeza y les dejo sobre sus toallas. El cansancio me arrastra hasta el coche. Aún tengo que recorrer 50 kilómetros y no puedo con mi alma. ¿Por qué será?, me pregunto mientras avanzo por la carretera de la Coruña. De pronto, las neuronas realizan un repaso de mis últimos quince días. Agotadores y fantásticos.

CRUCERO DE LUJO
A las seis de la mañana caían nuestra legañas por el suelo del aeropuerto, tomamos el avión rumbo a Londres y, una vez allí, un autobús nos dejó en Dover. En el puerto, el "Splendor", el gran barco de cruceros que se iba a inaugurar. Tras presentar los pasaportes, descubrimos su interior. Mis ojos giraban de un extremo a otro para no perder detalle: decoración con dominio absoluto del rosa, casino con luces multicolor y ambiente de Las Vegas, bares y restaurantes en cada esquina, galería de arte, discoteca, teatro... Un mundo en un barco. Subimos a la suite, en la planta del spa: una amplia habitación con vistas al mar, puro lujo. Para relajarnos fuimos al spa para dejar nuestro cuerpo flotar entre las burbujas y sorprenderme al ver desde el cristal a unos cuantos haciendo deporte en el gimnasio, sudando la gota gorda (¡qué horteras, con lo bien que estarían en el spa!, pensé mientras mis músculos asentían desde su descanso). Luego, sauna húmeda, sauna seca y un poco de relax sobre una tumbona de gresite caliente desde donde admiramos como el barco surcaba el mar. ¡Qué maravilla, Alonso!, suspiraba entre descanso y descanso.
Tras el paseo por la cubierta plagada de piscinas con hidromasajes, piscinas infantiles con toboganes, golf, cancha de baloncesto..., bajamos a tomar un daiquiri, de fresa para mí y de mango para mi Alonso. Sin saber por qué la gente desapareció. ¿Qué ha pasado?, preguntó Alonso. Ni idea. Nos levantamos, cogimos el daiquiri y decidimos resolver el misterio. En la escalera descubrimos a todo el mundo bajando velozmente con el salvavidas puesto sobre sus hombros. Alonso corrió tras ellos con su daiquiri. ¡Cielo, espera, que tenemos que subir a por nuestro salvavidas! Una vez que nos lo pusimos y dejamos el daiquiri, bajamos a la planta cuarta donde nos explicaron qué hacer en caso de naufragio -de fondo sonaban los violines del Titanic-. Repuestos del susto, nos preparamos para la cena casual (que es menos arreglado que una cena informal, pero con mucho estilo). Cenamos de maravilla, tomamos unas cuantas copas y mojitos y nos fuimos a descansar.
A la mañana siguiente el barco nos dejó en Amsterdam, mi gran sueño. Anduvimos todo el día por el barrio rojo, entre los canales, fuimos al beaterio, comimos en una terracita "ideal" junto a un canal y seguimos caminando y caminando entre las bicis de los holandeses, las petunias que colgaban de cada pequeña ventana y los adoquines de las aceras. Mis pies me pedían descanso, pero una ciudad tan bonita no se puede dejar escapar.
Llegamos al barco agotados, media horita de spa y nos preparamos para la cena informal (que hay que ir más vestido que para una casual). En el piano-bar nos tomamos una copa, vimos, muy sorprendidos, como la gente jugaba frenéticamente en el casino y decidimos descansar. El sábado, día de navegación, el relax fue absoluto: spa, compras en las tiendas del barco para mis peques, daiquiris... Por la noche, espectáculo en el teatro -un musical impresionante estilo Broadway- y cena de gala. Nos pusimos súper elegantes (¡para qué negarlo!, Alonso de traje y yo con mi vestido de Nochevieja y mi chal negro ribeteado de visón) y cenamos como reyes: ensalada de cangrejo, langosta, tartas variadas y, como no, vino, champán... Purito lujo. En la cubierta, la gente veía en una pantalla gigante Spiderman, por la planta de los bares y restaurantes, los americanos se agolpaban junto a una imagen de la escalera del Titanic para que un fotógrafo profesional les plasmara con sus vestidos de gala simulando ser Leonardo DiCaprio, las bolitas no paraban de girar en la ruleta y las luces de la tragaperras se encendían y apagaban frenéticamente... Un mundo de fantasía que jamás había conocido.
El último día, Londres. Anduvimos como locos para aprovechar el poco tiempo que nos quedaba antes de partir de nuevo hacia Madrid, abrazar a Álvaro y esperar hasta el martes que volvía Diego de su campamento.

EL HIJO PRÓDIGO
El martes, el gran día, me desperté con los nervios agarrados al estómago. ¡Por fin vuelve mi hijo!, suspiraba al estilo madre coraje. Y mi niño llegó, guapísimo, morenísimo, sucio y precioso. Le abracé como si llevara un año sin verle, me abrazó, le besé con esos besos de viejecita de pueblo que suenan mucho, me besó y me relató todas sus hazañas. Mamá, te he traído un regalo, espera que te la doy. Abrió su mochila y me dio una pulsera preciosa que nunca me quito. A su padre, una reproducción del Acueducto con el cartelito de "Recuerdo de Segovia". Seguro que a Papá le encanta, como es segoviano, me razonó feliz. Y a su hermano, un camión y una moto. Durante todo el día no paró de contar sus historias, de abrazarnos y de dejarse mimar. Ahora soy feliz.

P.D. El fin de semana en Barcelona lo dejo para la próxima entrega, en la que pienso incluir las fotos del crucero. Ya he trabajado bastante para ser sábado...

miércoles, julio 09, 2008

Mi hijo me vuelve a llamar

Según me he despertado he cogido el móvil y no me he separado de él: Diego me tenía que llamar y los nervios me tenían aún más neurótica, si cabe. En el coche, he depositado el teléfono en el asiento del copiloto pero al pasar por la penúltima rotonda de Guadarrama, se ha desplazado y se ha caído al lateral de la puerta del otro extremo. Mierda, he bufado, aunque tranquila porque Dieguete suele llamar por la tarde. Pisaba el acelerador por la carretera de la Coruña al ritmo de la música de Kissfm, cuando el móvil ha empezado a sonar. ¿Será Diego? Ring, ring, ring... gritaba insistentemente el teléfono. Por fin, paró. Seguro que es mi Alonso. Ring, ring, ring, de nuevo. Volantazo hasta el lateral de la carretera, luces de emergencia, freno de mano, me quito el cinturón, salto al asiento del copiloto, busco con desesperación el móvil que no para con su ring, ring; miro la pantalla: "campa Diego", apago la radio y descuelgo con emoción.
-Hola, mi vida.
-Hola mamá.
-¿Qué tal estás?
-Muy bien, me lo estoy pasando muy bien.
-Cuenta, cuenta.
-Pues he montado en piragua y en tirolina. Ayer fuimos de excursión a Sepúlveda y te he comprado un regalo y otro para Álvaro.
-Eres un sol.
-Mañana iremos a Segovia.
-Pues cómprale algo a tu padre.
-¡Pero si ya se lo he comprado! Ah!, esta noche tenemos el pasaje del terror.
-Huy, qué miedo.
-No, seguro que no paso miedo.
-¿Has hecho nuevos amigos?
-Sí...
La conversación se alargó hasta que el saldo del móvil se agotó. Le volví a llamar, le mandé cientos de besos. La sonrisa se me pegó a la cara y no consigo quitármela. Además, la policía no me pilló y no me multaron, aunque mi argumento no tenía discusión: "agente, disculpe la infracción pero es que me ha llamado mi hijo, que está en un campamento de verano, y la última vez que hablé con él estaba un poco tristón y, claro, tenía que contestar el teléfono porque..." El agente me miraría alucinado y dejaría que me fuera con mi paranoia.
Mañana nos vamos mi Alonso y yo al crucero de lujo... Ahora me voy tranquila y feliz.

martes, julio 08, 2008

El campamento

El uno de junio Diego se fue emocionado al campamento. Se sentó en el asiento trasero del autobús junto a sus tres amigos (Alejandro, Daniel y Rubén) y se despidió con una amplia sonrisa en su rostro y la ilusión guardada en la mochila. A media tarde llamó. "Mamá, esto es genial y la comida está riquísima". Hasta el quinto día no volvería a saber de él. El sábado me levanté y no me separé del móvil. Nadal batallaba contra Federer y Alonso y yo contra los nervios. Por fin un ring, ring nos hizo saltar del sofá. Descolgué a toda velocidad.
-¡Hola Diego, mi amor!, ¿qué tal te lo estás pasando?
Entre lloros escuché su voz.
-Mamá, te quiero mucho y te echo mucho de menos... Quiero estar contigo.
Aguanté mi llanto.
-Pero Diego si estás con todos tus amigos, si te he hemos apuntado al campamento multiaventura para que disfrutes y te los pases de maravilla.
-Ya lo sé, pero te echo de menos, quiero estar con vosotros. Me acuerdo mucho de ti, de papá, ¡incluso de Álvaro!
-Cielo, no llores, no quiero que sufras... Además, allí tienes tirolinas, piraguas, tiro con arco...
-Ya, pero las clases de inglés no me gustan. Sólo quiero estar con vosotros.
-Pero si estás con tus amigos...
-Ya, pero todos lloramos mucho. Mamá, te paso a mi monitora, que quiere hablar contigo.
-Hola Emma, soy la monitora de Diego, me imagino que estarás un poco preocupada por cómo está tu hijo.
-No, estoy bastante preocupada.
-Estate tranquila, Diego se lo está pasando muy bien, participa en todas las actividades, se va relacionando con el resto de los niños... Pero a última hora del día es cuando se pone un poco triste, pero te aseguro que está muy bien. A los nervios de hoy por hablar con vosotros hay que unirle el ataque de gastroenterintis que han sufrido casi todos los niños del campamento por un virus. Nuestro médico les ha administrado un jarabe y ya están mucho mejor...
-No sé, pero desde luego no me quedo muy tranquila. Hemos mandado a Diego al campamento para que sea feliz y viva nuevas experiencias, no porque no supiéramos qué hacer con él durante estos quince días, así que te pido por favor que si ves que Diego está mal, que no se anima o que está sufriendo, me avises para ir a buscarle inmediatamente.
-No te preocupes, te mantendré informada y estate tranquila, ya os comenté que la llamada del quinto día es la más dura. Te paso con Diego.
-Mamá, os echo de menos.
-Mi vida, y nosotros a ti. Ya te dije que esto iba a ocurrir, pero debes disfrutar. ¿Quieres hablar con papá?
-Sí, por favor.
Habló con su padre, con su hermano y de nuevo conmigo. Su tono de voz mejoraba por momentos y relataba pequeñas anécdotas. Nos despedimos entre lloros, besos y una montaña de "te quiero mucho".
-¿Qué hacemos, Alonso?- sollocé en el jardín de Guadarrama.
-Esperar. ¿Qué quieres hacer tú?
-Pues estoy por irle a buscar...
-Emma, no dramatices... Los chavales nos están haciendo presión psicológica, es como cuando empiezan el colegio y no paran de llorar.
-Ya, pero jamás pensé que Diego lo fuera a pasar mal con lo sociable que es.
-Sí, pero ten en cuenta que es la primera vez que se separa de nosotros y lo tenemos muy mimado.
Valoramos los aspectos positivos y negativos y decidimos esperar.
Ahora vivo mi psicodrama particular: mis nervios por saber si estamos actuando bien, si hemos hecho lo correcto al mandarle al campamento (¡tenía tanta ilusión!), las conversaciones cruzadas con el resto de las madres, mi angustia nocturna y mi deseo de que llegue mañana para hablar con mi adorado hijo y ver qué tal se encuentra y cómo se lo está pasando.

P.D.: Álvaro, en cambio, disfruta con su posición temporal de "hijo único" y se emociona cada mañana al ir al campamento de día de Guadarrama. ¡Menos mal!

jueves, julio 03, 2008

Pinceladas

Los niños acabaron el curso (¡aprobé tercero de primaria con muy buenas notas! -mérito de Diego, claro-) y el caos y la revolución llegaron a mi vida. El tiempo se me escurre entre los dedos y ni siquiera tengo tiempo de escribir y relatar nuestras aventuras. Tal vez un resumen no vendría mal.

Fiesta de fin de curso.



Álvaro actuó como Pedro, el amiguito de Heidi. Y me emocionó.



Diego danzó al ritmo de "Bailando bajo la lluvia". Y me cautivó.

¡Campeones!
Futbolera no es un adjetivo que me defina. Sin embargo, la Eurocopa me enganchó y me hizo adicta a mi selección. En el partido de cuartos, prometí a mis hijos que si España superaba el reto les regalaría una camiseta. Al día siguiente, a las ocho de la mañana, Diego y Álvaro me despertaron a gritos: ¡Mamá, a por la camiseta! Y cumplí mi palabra.


Álvaro vestido como Casillas y Diego, con la camisa roja. "No más derrotas, sólo fútbol en tus botas", exclamaba Diego en los partidos.

En la semifinal les juré el balón. Y el sábado, al salir de trabajar, corrí al Corte Inglés a por él no fuera a ser que gafara a mi amada selección.



Y cuando Torres marcó el gol, el gol de la victoria, miré a mis niños con la bandera de España pintada en la cara, guiñé un ojo a Alonso y cuando el árbitro pitó el final, nos subimos los cuatro al coche y gritamos por la Castellana: ¡campeones, campeones, oé, oé, oé! En la calle San Francisco de Sales descubrimos a Pepe toreando los coches con la bandera de España y todos dejamos que la emoción nos desbordara.

Planes de verano

Ahora Álvaro presume de ser hijo único. Diego se ha ido durante quince días a un campamento de inglés en Sepúlveda con sus amigos Alejandro, Daniel y Rubén. Le echo mucho de menos y no me separo del móvil a la espera de que me llame. Ay, cuánto me acuerdo de él, gimoteo por la noche. Pues yo no, mamá, estoy feliz, me dice Álvaro mientras acapara todos mis besos y me pregunta si va a venir el tío Roberto para llevarle a la piscina para que juegue con sus primas.


Álvaro, el súper héroe

Y en breve...
Nos iremos a Guadarrama, a un crucero de lujo, al concierto de Bruce en Barcelona, a Segovia y como guinda de la tarta: ¡AL CARIBE!