domingo, septiembre 26, 2010

El gran juego: de fiesta en fiesta y tiro porque me "fiesta"

Me niego a admitir mi culpa por el abandono del blog. Si acaso, la culpa es de la gente a la que tanto amo y que de vez en cuando aniquila mis energías, absorbe mis fuerzas y me deja exhausta. La presión social de este mes ha sido continua, sin cese ni descanso. Risas, bailes, locuras, cócteles, brindis, soplidos... Un no parar.


Fiesta sorpresa de Cristina

Viernes 10 de septiembre.
Claudio gestionó la fiesta sorpresa de Cristina, su amantísima esposa, desde principio de julio. Sus correos, plagados de guiños humorísticos, nos fueron tensando poco a poco. El día anterior al gran evento su desesperación desató nuestra histeria: "tenéis que acudir a Hoyo 19 a las nueve, nosotros llegaremos a las nueve y media, allí os indicarán qué hacer". Por una vez, todos los "femianos" fuimos puntuales.
En la entrada, nos identificaron con una pegatina, nos entregaron una bengalas y esperamos la entrada triunfal. La pareja entró y Cristina miró perpleja sin entender qué hacía toda esa gente conocida en aquel local. "Pero si yo iba a cenar con Claudio por mi aniversario", pensó mientras besaba a todos sus conocidos. El grupo de rock sobre el escenario rompió su estado de estupefacción y se desató la fiesta: mojitos, copas, cócteles y bailes, muchos bailes en la pista. Después, los regalos, las palabras de amor y agradecimiento... Toda la noche hasta que el cuerpo aguantó.



Sábado 11 de septiembre.
El estrés y una leve sensación de resaca me despiertan a las diez de la mañana. Los niños duermen en casa de Ángeles. Me siento frente al ordenador y trabajo, trabajo y trabajo. Por la noche acudimos a las fiestas de Barajas. Los niños disfrutaron en las atracciones de la feria, cenamos en campo de fútbol y dejamos que los impresionantes fuegos artificiales nos hipnotizaran con las formas, los colores y los bailes de centellas bajo el manto de la negra noche.


Sábado 18 de septiembre.
La mañana se esfuma entre tortillas de patatas, ensalada de piña, gelatina de fresa, pulpo a la gallega, salmón.... Platos con mimo para la noche. A las ocho llegan los invitados para celebrar el décimo primer aniversario de Diego. Los regalos se multiplican (para Diego, zapatillas de fútbol, mochila, juegos de DS y Wii; para mí, dos pares de pendientes de plata y un reloj de Agatha Ruiz de la Prada), los gritos infantiles invaden la casa. Una velada perfecta en la que la felicidad despliega sus alas alrededor de la familia.

La bisabuela con sus biznietos

Domingo 19 de septiembre.
Celebración con los abuelos paternos y, oh, sorpresa, mis hombres se van al Vicente Calderón a ver el Altético de Madrid-Barcelona. ¡Aúpa Atleti!


Bodegón de regalos y felicidad

Lunes 20 de septiembre.
El cambio llegó a mi vida. Abandono la etapa treintañera y me sumerjo en la depresión de los cuarenta. Me miro en el espejo, no detecto ninguna arruga, me siento bien. De pronto mis hombres me atacan con sus besos, sus tirones de orejas y llenan la cama de regalos: el kindle (libro electrónico) con su funda de piel, una gafas para bucear y, ¡dios mío! un súper reloj de una súper marca y unas enternecedoras cartas de amor. 
Las felicitaciones llegan al móvil, al fijo, al perfil y mail de facebook, al mail personal... Sonrío. La emoción se multiplica con los pequeños detalles que te hacen ser aún más feliz: las preciosas flores de Ángeles, la tarta afrodisiaca de Elena, las chuches de Luis, la cajita de madera de Ana... Y lo más importante y necesario en la vida: el amor de los tuyos, la amistad de los amigos, la felicidad bien compartida. ¡Mil gracias a todos! Tal vez sea cierto que a partir de los cuarenta una dice lo que piensa y yo pienso que mi gran tesoro son las personas que me rodean, que han compartido conmigo dichas y desdichas y me aceptan tal cual, con lo bueno y lo malo y ese carácter tan histérico que me caracteriza ;-)

Los amigos, ese gran tesoro


Viernes 24 de septiembre.
El sol permitió otro clásico: celebrar el cumpleaños de Diego, Pablo y Enrique en el Juan Carlos I. Treinta niños desatados corriendo, comiendo, gritando, jugando al fútbol. Una madres agotadas por tanta preparación (¡y eso que este año encargamos pizzas!). Y algún que otro grito para detener la batalla de globos de agua... A las nueve llegué a casa sin fuerzas, elevé un brazo al estilo Scarlata O'Hara y juré que no volvería a celebrar así otro cumpleños (frase que repito cada año). Alonso me miró y sentenció: "Emma, no mientas, que a ti te encantan estos saraos". No contesté.


Mi príncipe

Sábado 25 de septiembre.
Álvaro despertó con los nervios agarrados al estómago.
-Venga, mamá, no podemos llegar tarde.
En una hora todos lucíamos nuestras mejores galas: Álvaro vestido de paje, Diego de señorito, Alonso de traje y yo con mis lentillas, maquillaje, pelo alisado y el modelito puesto. A las doce salimos de casa a la gran boda de Raquel y Luis Miguel. 

La novia, guapísima

Álvaro, feliz por ir en limusina, ejerció de paje en la ceremonia y entregó las arras a los contrayentes. Unas jotas segovianas recibieron a los recién casados, que no dudaron en unirse y marcarse unos pasos. Todos disfrutamos del cóctel, la comida, los brindis, los vídeos... Después, a bailar. Diego sorprendió con sus bailes de Shakira, Álvaro paseó tres veces en la calesa, jugaron al mini-golf y nosotros gozamos con la familia, los amigos y la felcidad de la nueva pareja. A la una de la mañana, tras doce horas de fiesta, volvimos a casa agotados, sin fuerzas, pero felices...

Fieles al espíritu segoviano

Y ahora, la súplica de una mujer del siglo pasado


¡Que se acabe el mes de septiembre y pueda descansar de tanta vida social!

jueves, septiembre 09, 2010

Una gota, dos gotas... Se colmó el vaso

No hay profesión que se libre de tener algún inepto. El problema surge cuando indirectamente esa ineptitud te salpica y te hace perder el tiempo, la paciencia y la poca simpatía que aún queda del verano, que es más bien poca, la verdad. No sé qué sentirán el resto de los mortales pero a mí no me hace ninguna ilusión volver a ver a mis compañeros de trabajo. Así soy de arisca. En cambio, recuerdo que la noche anterior a la vuelta al colegio mi estómago se encogía por los nervios y la emoción de ver a mis amigas. ¿Habrían cambiado?, ¿qué novedades me contarían?, ¿se habrían enamorado? Ay, yo tenía que contarles tantas cosas: describirles con pelos y señales cómo había sido mi amor de verano, las fiestas locas, la emoción del último viaje... La tensión evitaba que me durmiera. ¡Qué tiempos! Ahora la vuelta me ahoga. Me siento como un vaso, de los grandes, de los de sidra asturiana, a punto de rebosar.

Plof, primera gota
La racha de roturas continúa sin piedad. Al coche hay que unirle el friegaplatos y la caldera. Y al microondas le ha dado por soltar de vez en cuando unos rayos siderales que me hacen temblar de miedo. Vamos, que está a punto de cascar. 


Plof, plof
Pese a mi caminata diaria de treinta minutos para llegar a trabajar, la aguja del peso se niega a descender... ¡por Dios, ten piedad, por lo menos una rayita!

Plof, plof, plof
Liset, la cuidadora de los niños, me llama dos días antes de volver a trabajar para contarme que está embarazada y debe hacer reposo absoluto. Antes de cortarme las venas llamo a mi adorada Ana. Ahora en casa además de mis hijos está Samuel, el bebé de Ana.

Plof, plof, plof, plof
Mis preguntas de septiembre: Con lo que cuestan los libros escolares, ¿por qué no los entregan forrados?, ¿por qué el papel aironfix siempre hace pompas?, ¿por qué todos los lápices del estuche están sin punta?, ¿quién esconde los sacapuntas y las gomas de borrar?, ¿quién arranca los botones del baby y descose los bolsillos?... Esas cuestiones que martirizan a cualquier madre maruja que quiere que sus hijos vayan el primer día de clase hechos un pincel pese a que a las cinco de la tarde aparezcan escondidos tras una capa negra de guarrería y los zapatos hayan perdido su brillo y el betún.

Plof, plof, plof, plof, plof
El complot familiar para que no me compre la moto me está aniquilando. ¿Es cierto que soy tan patosa?, ¿por qué todos temen que me caiga?... ¡Pero si este verano sólo he tropezado dos veces!


No es la original, pero queda bien para ilustrar

PLOF, la gota que rebosó
Entre tanto estrés, acudí con los niños a la cita en el hospital para hacer una radiografía a Diego y localizar las dos muelas que no aparecían en su dentición. Por suerte, aparqué bien el coche (¡que me mandaron al fin del mundo!)
-Huy, lo siento, este volante no vale, no puedo hacerle la radiografía -me explicó la enfermera con pelo negro de bruja y la raya mal pintada.
Evité bufar, sonreí y volví a la consulta de mi dentista para que me hiciera otro volante. De paso, me hizo otro de urgencia por si acaso.
Al coche y de nuevo, al fin del mundo.
-Huy, lo siento pero este volante tampoco vale.
Oí como caía la gota que me hizo estallar. Sentí la mirada perpleja de mis hijos y como mi boca gritaba desesperada.
-Me da igual que éste no sea el volante. Resérveme una habitación, saque un colchón, lo que quiera, pero no pienso salir de aquí sin la radiografía.
-Pero es que...
-Ni pero, ni nada, no soy médico, no hago volantes, ni sé qué procedimiento seguís, lo único que tengo claro es que me habéis hecho volver a mi centro por una mierda de volante, que llevo toda la tarde con los niños de un lado para otro por la ineptitud de alguien y que de aquí no me muevo sin la radiografía.
-Pues baje a atención al paciente.
-No, porque si bajo tú te irás y me quedo sin la puñetera radiografía.
-Pero...
-Si quieres bajo pero tú me acompañas. No tengo nada contra ti, sé que no es culpa tuya, ni mía, entiende mi desesperación.
-Te entiendo, pero es que te han dado un volante de interconsultas.
-Me da igual, yo no he hecho el volante, me lo han dado mal dos veces y aquí tengo otro de urgencias. Hablad con el otro centro de salud, que os lo envíen por fax, explicadles cómo hacer un volante... Mientras lo solucionáis espero aquí sentada con mis hijos.
La batalla fue dura, pero al final salí con la radiografía y un gran cansancio emocional.
-Mamá, nunca te habíamos visto tan enfadada, pero tenías toda la razón.
-Gracias, peques.

PD. Mañana los niños empiezan el cole. Diego está feliz por reencotrarse con sus amigos. Álvaro llora, no quiere hacer trabajos ni deberes.

jueves, septiembre 02, 2010

Verano 2010: una vuelta y un adiós

Divino verano

Las maletas, bicis y productos de la tierra (ay, que en Madrid no hay tomates de verdad) copan el maletero. Lo bueno se acaba. Ninguno tenemos ganas de volver. El motor arranca e inconscientemente el cerebro repasa la película de los últimos quince días de verano que nos han regalado momentos fantásticos, anécdotas maravillosas y un gran dolor.
Antes de partir hacia Segovia, los niños organizaron una acampada en el jardín con Stéphan. Prepararon la ropa, intendencia, linternas, sacos... Todo listo para aterrorizar la noche con historias de miedo bajo la luz de las estrellas. Un momento de felicidad.

Mis chicos, unos auténticos jinetes

¡Pero qué estilo tiene de mi Alonso!
(Para no ofender al animal, la autora no ha insertado una foto de ella sobre el caballo. Todo un detalle)

En Saldaña, descubrí que no he nacido para ser amazona. ¡Menudo espectáculo verme trotar por las tierras segovianas! Yo que iba toda mona empecé a botar sobre el caballo y sentí como mis carnes se desbocaban, los pendientes me abofeteaban los mofletes, el colgante volaba y chocaba contra mis dientes -cerré la boca aterrada por volver desdentada-, los estribos se me escapaban... Después, tres días de agujetas y dolor abdominal. Ocultaré cómo subí y bajé del caballo, un espectáculo digno de olvidar. ¡Un horror!
Los días se escapaban entre la piscina, los paseos y la lectura. Álvaro, pueblerino total, desaparecía con su bici, compraba el pan, ayudaba a recoger peras en el huerto... El niño más conocido de Saldaña. Diego invitó a su amigo Alejandro, otro clásico del verano y uno más en la familia.

A orillas del Duero, en San Esteban de Gormaz, Soria
Un baño con glamour

Se me empañan los ojos. Faltan 50 kilómetros para que lleguemos a Madrid. No quiero. Volvería a San Esteban de Gormaz, a bañarme en el gélido río Duero -el descubrimiento de este año, el paraíso infantil-, a reír con nuestros chapuzones y a degustar después un delicioso cordero. A las partidas de frontón y ese momento inolvidable: cuando al mostrar la técnica de la raqueta a los niños -siempre tan modesta- encesté la última pelota que nos quedaba entre la alambrada y el muro, allá en lo alto. A nuestro cine de verano bajo las estrellas -sigo sin verlas, qué desastre-. A nuestras cervecitas bien frías y a las cenas en "El Rasero", Riaza.


Quince días de tranquilidad, de felicidad que se rompieron con un mensaje en el móvil.
Giramos a la derecha, llegamos a casa y las lágrimas se agolpan en los ojos. Lucas no va a salir a recibirnos, a enroscarse feliz entre nuestras piernas, a maullar para que lo mimemos. Lucas, nuestro amor, nuestro gato, un gran protagonista de este blog, nos abandona después de 14 años y todos estamos tristes. "Mamá, no quiero más mascotas", me susurra Diego lloroso y con el corazón encogido.

Lucas y sus historias:
Y la emotiva despedida que le hizo Alonso.