lunes, febrero 28, 2011

Perdidos en Micrópolix

A las siete y media de la tarde entré en casa arrastrando mi cansancio y mi ataque de alergia. Con un tímido hilo de voz pedí a mis hijos y a Javier, el amigo de Álvaro, que se portaran bien. Ellos también estaban agotados, sin fuerzas. ¿Por qué sería? Rebobinemos.
Mis planes del viernes ─jugar una hora al pádel, nadar unos cuantos metros, sesión de spa y un paseo con la Visa por los últimos días de las rebajas de invierno─ se esfumaron a primera hora de la mañana cuando Álvaro me miró con ojitos picarones y me rogó que fuera con ellos a Micrópolix

El semáforo está a punto de ponerse verde y permitir la entrada de los niños

Cumplí sus deseos y a la media hora vociferaba desde el micrófono del autobús a los niños de Segundo y Cuarto de Primaria para que se sentaran y esperaran a que les pusiéramos la pulsera de identificación y pase para Micrópolix. En total, 120 niños, cinco madres y un padre. 
Dentro del recinto, los mayores gozaban de una total libertad de movimiento. Solo debíamos preocuparnos de los más pequeños: acompañarles a las actividades y no separarnos de ellos. La tarea parecía sencilla...
─Emma ─me comentó Cristina (8 años) al salir del plató de televisión donde se rodaba un telediario─, no encuentro ni a Paula ni a Sabela.

Los padres del AMPA

Miré a Jesús (padre adulto) y sentí que nos transformábamos en unos dibujos de los Looney Tunes. Jesús contaba una y otra vez los niños: nueve, diez, once, doce....
─Nos falta el trece y el catorce ─exclamó tras comprobarlo cinco veces.
─Sí, faltan Paula y Sabela. Quédate con ellos, me voy a ver si las encuentro.
Recorrí la planta baja. Miré en las actividades que se estaban desarrollando: radio, supermercado, policía... Nada, allí no estaban.
Tomé el ascensor. Dos niños del colegio me miraron asustados.
─Emma, te han llamado por los altavoces, querían que alguien del Ampa acudiera a la sala de información.
Mi corazón botaba y rebotaba por todo mi cuerpo, mi glotis se empezó a cerrar y sentí que el aire no me llegaba a los pulmones. 
Antes de desmayarme, apareció Gema (madre adulta).
─Tranquila, Emma, no te agobies, las niñas se han despistado pero ahora están en la actividad del crucero con el grupo de los chicos.
A las cuatro, después del recuento y tras comprobar que todos los niños estaban en el autobús, la sangre volvió a circular por mis venas... Y, al estilo Escarlata O'Hara, juré por Dios que nunca volvería a Micrópolix con 120 niños...

P. D.: Bueno, tal vez el año que viene incumpla mi juramento... "Quilosá", que diría mi abuela

¡Menuda jauría de niños!



HEMEROTECA: MISIÓN MICRÓPOLIX (Hace dos años)



domingo, febrero 27, 2011

Doble vida



Nunca he sido una apasionada de la música. De pequeña Mozart o Vivaldi me despertaban con sus atronadoras melodías. Mi madre las ponía para que las escuchara todo el vecindario y así, poco a poco, empecé a repudiar la música clásica o música-despertador (con el tiempo le he cogido un poco de cariño, pero aún no he superado el trauma). Tampoco fui una fan de la música inglesa o americana, no entendía sus letras y eso me crispaba. Así que me aficioné al bolero, la salsa o las canciones de "Los Secretos", "Duncan Dhu" o Antonio Vega. Además, debo añadir que no soy capaz de leer o estudiar con música, me distraigo. Tampoco soporto el volumen excesivo que perfora mis tímpanos y me saca de quicio. En cambio, adoro el silencio, percibir los leves sonidos cotidianos. Con estos antecedentes tan atípicos es normal que los conciertos nunca hayan llamado mi atención. Solo recuerdo con pasión mi primer concierto de Bruce Springsteen en 1988, en el Vicente Calderón y, 20 después, su concierto en Barcelona. Entre medias, escuché en las Ventas a Sting (antes de comenzar a cantar me desmayé por la falta de oxígeno o mi miedo a las multitudes) y Alejandro Sanz (en la tercera canción ya estaba aburrida). En el Palacio de los Deportes, a Depeche Mode (hui a la planta superior al ver tanto cúmulo de gente), Ana Belén y Víctor Manuel (vibraban tanto las gradas que solo estaba pendiente de la ubicación de las salidas de emergencia)... Después de unos cuantos conciertos multitudinarios más, opté por no acudir a ellos hasta que Bruce se dignara a volver a España y decidí relajarme con la música jazz en pequeños locales (Clamores, Café Central...) junto a una cerveza bien fría o un gin-tonic.
Esta noche he acudido al concierto de Madonna. El escenario era enorme. Los decorados, la coreografía y la puesta en escena, espectacular. Madonna bailaba sin parar, volaba sobre el público... En el descanso se generó una avalancha de gente. De pronto, descubrí cinco cadáveres tendidos en el suelo, pisoteados por la histeria colectiva.
─¡Qué horror! Supongo que cancelarán el concierto. ─exclamé con voz pavorosa a mi acompañante.
─No, esconderán los cuerpos hasta que acabe. ¡El espectáculo debe continuar!
He abierto los ojos con espanto. ¿Qué hacía en un concierto de Madonna?, ¿cómo era posible que no lo suspendieran?, ¿cómo estando tan lejos del escenario podía percibir los detalles más nimios?...
Sí, era un sueño, pero era tan real que puedo asegurar que ayer acudí a un concierto de Madonna.
No me gustarán los conciertos pero tengo la suerte de poseer una doble vida: la real y la onírica. Ay, si yo contara...

viernes, febrero 18, 2011

Gozos entre taladros y "schweppes"

Dentro del optimismo y simpatía que a veces me caracteriza, he vivido una semana de felicidad absoluta (a nivel personal, del laboral no hablo).
El viernes cené con mis amigas "femianas" para relajar los nervios y reír, inevitable, con ciertas anécdotas secretas y malvadas del género masculino. Después, unos mojitos en un bar que encontramos por la zona y que nos sorprendió gratamente ─sobre todo nos agradó el cubano que agitaba con ritmo la coctelera y mezclaba al son de la salsa los licores y frutas. ¡Todo un espectáculo!─.
El sábado mis hombres me entregaron un regalo. Les miré sorprendida. ¿Qué sería?, ¿qué escondería el envoltorio? Una lágrima saltó desde mi globo ocular al sofá. Mi ser no tenía espacio (¡y mira que soy grande!) para tanta emoción. Un grito se escapó de mi boca:
─¡Un miniatornillador eléctrico! ¡Y también es taladro!




Al estilo vaquero, enganché mi taladro a mi cadera y anduve todo el día por casa atornillando y desatornillando tornillos: el embellecedor del microondas, la lámpara halógena que acababa de fallecer, los tiradores del armario...
A veces, cuando nadie me veía, simulaba que desenfundaba mi pistola como si estuviera en un western del lejano Oeste.
¡Cuánta emoción!, ¡por fin tenía mi adorado y anhelado atornillador eléctrico! Mi sueño cumplido. Sí, sé que soy bastante atípica, que disfruto más con un aparato electrónico que con un diamante, pero no lo puedo evitar, como diría Alaska: "yo soy así, y así seguiré, nunca cambiaré".


Esta mañana he retomado con espíritu deportivo mi clase de pádel. Mis compañeras deben pensar que soy una antipática. Las entiendo, pero a esas horas de la mañana mi simpatía aún duerme y mis fuerzas se concentran en mis ojos para observar con detenimiento dónde va la pelota e intentar con mi estilo pazguato dar "raqueta con bola". Que parece sencillo, pero a mí me resulta una tarea ardua y difícil. ¡Si parezco Lina Morgan moviendo un matamoscas!
Después de la clase, mis compis que son muy educadas, me han propuesto ir a tomar un café.
─Otro día... Es que me gustaría nadar un poco antes de ir a trabajar....
Me han mirado alucinadas imaginando que sufría un ataque de vigorexia. 
Muy resuelta, me he lanzado a la piscina y he nadado 950 metros. Al salir me he sentido feliz, súper "schweppes". Sí, schweppes, porque hacer deporte no adelgaza, pero, como dice Virginia, tonifica. Y para tónica, schweppes.



miércoles, febrero 16, 2011

Rumor de ataque

"Emma, a ti siempre te ocurren cosas rarísimas", suele decirme Icíar alguna mañana antes de que me tome mi coca-cola light. Pienso igual que ella. Un día, preocupada porque mi línea de la vida se va empequeñeciendo, decidí que el universo acumula todos mis sucesos en un breve espacio de tiempo para poder vivir cientos de aventuras. Una justificación cualquiera.
Hoy no llevo ni tres horas despierta y el surrealismo me ha invadido de nuevo. Relatemos:
Esta mañana lluviosa he llevado a los niños al cole y he acudido con mi "estilo croqueta" a la piscina para nadar mis correspondientes 1.500 metros y relajarme para el día que me espera (día de cierre del suplemento y estrés). Una ducha, crema hidratante... 
Sigue lloviendo. Arranco el coche y vuelvo a casa con mi bolsa y las llaves (¡para qué llevar más cosas a estas horas tan intempestivas!).
Alonso está a punto de partir.
─Emma, no te lo vas a creer ─Mi cuerpo tiembla. Esa frase es mía. ¿Qué le habrá sucedido?─ No ha parado de sonar tu móvil, pero como estaba en la ducha no lo he oído. Acabo de colgar.
Por mi mente aparece mi hermano Pepe que se acaba de romper la clavícula, el colegio de los niños...
─¿Quién era?
─Carmen, tu compañera.
─¿A estas horas?...
─Sí, por el periódico corre un rumor insistente...
"Ya está, me han despedido y quiere avisarme antes", pienso relajadamente después de mis 1.500 m y sin entender por qué Alonso sonríe.
─Parece ser que circula el rumor de que te ha dado un ataque de apendicitis, que hoy no vas a ir a trabajar y están preocupadísimos por el cierre y por ti, supongo.
Mi mente me bombardea con todas las operaciones de mi maltrecho cuerpo: polipo killian, cornete, juanete derecho, juanete izquierdo, ovario y...
─¡Pero si no tengo apédice, me lo quitaron con 18 años!
─No me negarás que es rumor más divertido de los últimos meses.
─Pero de dónde ha salido.
─Ni idea. Yo he alucinado, le he dicho que las últimas noticias que tenía es que habías ido a llevar a los niños al cole, que al no ser que te hubiera dado un ataque en la última hora... 
"Emma, a ti siempre te ocurren cosas rarísimas", me dirá Icíar.
¡¡¡Y tiene razón!!! 

lunes, febrero 07, 2011

Mi primera experiencia (de pádel)

Vuelta a la derecha, vuelta a la izquierda. Imposible dormir. Desesperada bajo al cuarto de estar. Me traslado con mi Kindle a principios del siglo XIX de la mano de Ken Follet y su último libro, "La caída de los gigantes". Devoro las páginas. De vez en cuando observo el reloj, los minutos corren la maratón y el sueño sigue sin aparecer. El estrés me aprisiona el estómago: tengo que despertarme en unas pocas horas, no puedo llegar tarde, no puedo fallar. A las cuatro y media me abandono al sopor. 
¡Las ocho! Salto del sofá, me ducho y me disfrazo de mujer deportista: mallas grises, sudadera roja, pelo recogido en una coleta y mi bolsa de deportes. Mis hombres duermen. Alonso abre un ojo y no puede evitar reír. 
─¿Ya te vas? ─pregunta con voz somnolienta.
─Sí, no puedo llegar tarde a mi primera clase.
Abro la puerta de la calle, un golpe de aire frío ahuyenta mis ganas de dormir. En el coche, las palabras de mi padre retumban en mi cabeza: "Emma, pero si a ti siempre se te ha dado fatal el tenis". Su afirmación es absolutamente cierta. En mi infancia acudí a cientos de cursos en los que jamás destaqué: ballet clásico ─ojito, junto a Chábeli Iglesias─, natación ─el día que pude ganar una medalla nos quedamos dormidos─, flauta ─¡pero si nunca he tenido oído, solo oreja!─, tenis ─malísima, pero compartía pista con mi primer amor─, inglés... Menos a pintura, que era lo que me gustaba, acudí a cientos de cursos en los que nunca destaqué y al final abandoné.
Y ahora, en plena crisis de los cuarenta, retomo la raqueta y vuelvo al ruedo. Aquí estoy en la pista de pádel, vestida de adefesio, junto a unas desconocidas que no paran de hablar. Me gustaría decirles que se callen, que aún estoy dormida, que no soy persona, que a mí me gusta la noche, que madrugar me sienta fatal, que no sé qué hago con el frío que hace al aire libre en una pista con césped artificial congelado. Cuando estoy a punto de hablar entra el profesor.
─Hola, soy Diego. Tú eres la nueva, ¿no?
─Sí.
─Bienvenida. A ver, colocaros todos al final de la pista. Empezamos con un lanzamiento al fondo de derecha, luego un revés de pared y revés directo...
─Oye, que yo nunca he jugado al pádel, que no sé nada ─balbuceo  asustada y con mi nueva raqueta colgando de mi muñeca.
─Tranquila, mira a tus compañeros... ─contesta Diego con su meloso acento argentino.
Una hora de ridículo absoluto corriendo detrás de las pelotas, intentando dar alguna con la raqueta, la cara congestionada, las células adiposas botando por todo mi ser... ¡¡¡y mis compañeras sin parar de hablar y reír!!
─¿Qué tal tu primera clase?
─Bien, Diego ─miento cual bellaca, regulando la respiración para que no me dé un ataque de asma y sudando la gota gorda─ Ha estado genial.
Mi ridículo y yo abandonamos la pista y optamos por no ir a nadar. Será mejor descansar un poco e ir fresca a la comida de las "fifty". Allí sí que hablaré y reiré de mi absoluto y espantoso estilo "padeliano".
Y el próximo viernes, de 9:30 a 10:30 de la mañana, más.... ¡¡¡Horreur!!!