miércoles, septiembre 28, 2011

Mi suegro

Mis suegros celebrando su amor en sus bodas de oro


La primera vez que le vi me esperaba junto a su mujer sobre la escalera de granito del restaurante "La Casa Grande". De aquella cena recuerdo su pelo blanco, la sonrisa continua en su boca y su carácter afable y cariñoso. Al cabo de unos meses, su estatus se elevó hasta la categoría de suegro, un miembro más de mi caótica familia. 
Poco a poco descubrí a un gran segoviano inseparable de su gran amor, Florentina. Estuvieron más de cincuenta años juntos, vivieron grandes y tristes momentos, discutieron como hacen todas las parejas que se aman y, sobre todo, él acató cada orden que ella decía porque "en esta casa manda la jefa".  
El día que nació Diego, su tercer nieto, le tomó asustado entre sus brazos, le acarició con sus grandes manos y rodaron por sus mejillas lágrimas de alegría. A los cuatro años llegó Álvaro y de nuevo retiró sin pudor las emotivas gotas saladas que surcaban su piel. Disfrutó con sus nietos pequeños jugando ─más bien, dejándose ganar─ al tute, al parchís o al bingo. Los llevó al parque, los cuidó por la noche para que nosotros pudiéramos salir y en Saldaña los vigilaba constantemente para que no se cayeran de la bici y se rozaran las rodillas. Incluso cuando le decíamos que no hacía falta que estuviera pendiente de ellos, él salía furtivamente por la puerta de atrás con su gorro de paja para protegerse del sol y verificaba que sus pequeños estaban sanos y salvos.   
Su vida estaba plagada de pequeñas manías. Una tarde se mareó después de comer jamón serrano y nunca más volvió a probarlo. Lo mismo le ocurrió con la sandía. Aunque el día que se mareó en la iglesia percibí una sonrisa pícara y delatora en su cara o puede que solo fueran imaginaciones mías.
De joven, la guerra sesgó sus aspiraciones y le impidió realizar los estudios que deseaba. Pese a todo y con mucha fuerza de voluntad no paró de aprender. No había día que no leyera el ABC y rellenó cientos de cuadernos con sus escritos y pensamientos. "Ay, cuando muera no sé qué vais a hacer con todos mis papeles", reía mientras sujetaba la patilla pegada con un trozo de esparadrapo de sus gafas. "¡Que no me voy a comprar otras gafas, que con estas veo perfectamente!", refunfuñaba cada vez que le regañábamos. La "jefa" asentía consciente de que era imposible convencerle.  
Si algo adoraba en su vida era celebrar las fiestas con un cordero asado de Corral, un vino tinto ("yo nunca bebo, pero por un día") y una tarta bien dulce. Al final, como siempre, el brindis. "Que lo repitamos el año que viene y que todos lo veamos".
Hace dos años y medio el cerebro le jugó una mala pasada. Un ictus le robó sus ideas, su alegría, sus fuerzas y lo secuestró dentro de su propio cuerpo. El final ha sido muy duro. Demasiado sufrimiento  para alguien tan bueno. Ha llegado el momento de despedirse, de borrar de la mente su última etapa y recordar su robusto cuerpo que albergaba pasión, alegría y, sobre todo, a un gran hombre, marido, padre y abuelo.
Adiós, Valeriano, querido suegro.

miércoles, septiembre 21, 2011

Me han robado la Navidad

Mi acebo, hace cinco años

Mi grito retumbó por todo el barrio. Tras las cortinas de las ventanas de algún vecino percibí miradas escondidas. Incluso sé que alguno cogió el móvil para llamar a la policía al oír mis tronadores alaridos. Mi corazón comenzó a palpitar descontroladamente y mi mirada ojicúbica intentó negar la evidencia: ¡me habían robado el acebo del jardín! Por mi mente, como si fuera una película, pasó su vida: lo compré hace cinco años; en primavera, unas coquetas flores blancas nacían con los primeros rayos de sol; en verano, salían sus frutos, unas pequeñas bayas verdes que en septiembre se tornaban rojas pasión. 
Por la mañana, antes de ir a trabajar, me paré ante mi planta. Sonreí al ver sus frutos rojos y pensé que la Navidad había llegado muy pronto a mi jardín. Rebusqué en el bolso mi cámara para hacerle una foto para mi blog de jardinería. No la encontré. "Esta tarde sin falta", pensé, sin saber que un miserable, despiadado y sin escrúpulos me lo iba a arrebatar, a robar sin ningún tipo de piedad. Ahora solo queda un hueco entre la tierra, un vacío y un ataque de ira.
Mis gritos alertaron a mis hombres.
─¿Qué ocurre? ─preguntaron ojipláticos al ver mi estado ojicúbico.
─¡¡¡Me han robado el acebo!!! ¡No os habéis dado cuenta!
Negaron con la cabeza. Los niños corrieron a ver la desgracia.
─¿Quién ha sido, mamá?
─Un capullo, un chorizo sin sentimiento al que auguro las peores Navidades de su vida, que maldigo por ser tan miserable y al que envío todas mis energías negativas, mis conjuros maléficos y espero que Murphy se cebe con él porque mi odio en estos momentos está alterando a todo mi mundo de brujas y seres maléficos.
─Mamá, respira que te va a dar un ataque de asma y así no vas a conseguir más puntos de buen karma ─suplicaron aterrados.
Respiré, bufé, arrastré mi dolor y contuve mis lágrimas al recordar el estilo y belleza de mi acebo. 

lunes, septiembre 12, 2011

Murphy, Feng shui, energía Chi y supersticiones


Uno de mis cactus


Es inevitable que la gente hable, cuente sus historias, sus manías u obsesiones. Es inevitable que los demás escuchen y, en muchos casos, que esas afirmaciones se adhieran con fuerza al alma. En mi caso suele ser así, sobre todo si están relacionadas con el futuro incierto. 
Durante muchos años de mi vida las supersticiones me han vuelto más tarumba de lo normal. Mi madre es adicta a coleccionarlas y ese goteo incesante al final cala hasta lo más hondo. La sal no se puede pasar de mano a mano, si encima se te cae debes ponerte de espaldas y lanzar un puñado de sal al infinito y más allá, cuidado con los gatos negros, las hortensias traen mala suerte, los peces auguran un negro futuro, sobre la puerta siempre debe haber una herradura, en la cocina un poquito de sal y vinagre para espantar los malos espíritus, si se deja el bolso en el suelo o encima de la cama espantas al dinero; si os contara lo que hay que hacer si pasa un coche fúnebre cerca nuestro...
Mi vida era un estrés: tenía que ver dónde dejaba el bolso, no errar a la hora de elegir una planta, cocinar con mimo y mucha precaución para que la sal no se desparramará... Encima las revistas me bombardeaban con normas de Feng Shui para que en casa la energía Chi fluyese sin descanso: la cama no debe colarse frente a la puerta, si en el baño tiras de la cadena sin haber bajado aún la tapa del water se ahuyenta el dinero y la suerte, hay que tener frutas y flores en la cocina para aumentar el flujo positivo del Chi (¡ojo!, pero no pueden ser cactus ni hortensias)...
Lograr ese estado zen estaba crispando mis nervios. La gota que colmó el vaso llegó el día en que mi madre me prohibió cortar las uñas al niño un domingo. "¡Emma, nunca lo hagas en domingo!", me gritó aterrada. En ese momento mi alma se rebeló. "¡Hasta ahí podíamos llegar"!, vociferó una voz en mi interior que no sé si provenía del Chi, del zen o de la supertición.
Al día siguiente, en el vivero, compré una hortensia y dos cactus; acaricié un gato negro, tomé un salero que me pasaron con la mano (si se me cae la sal, tiro un puñadito de espaldas, no lo puedo evitar) y dejé el bolso sobre la cama. Por fin notaba un poco de calma en mi vida y mis fantasmas también (algún un día os hablaré de ellos). 
De pronto apareció Murphy y trastocó mi calma. Esta vez fue culpa de mi padre que por teléfono me dijo "Emma, ya sabes lo que dice Murphy: si las cosas van mal irán a peor". Colgué el teléfono y sentí como mis piernas empezaban a temblar. "¿Por qué me ha dicho esa frase? Ay, Murphy, ten piedad de mí", supliqué mientras me apoyaba en una silla. Aterrada miré al jardín y vi los cactus y la hortensia, me acordé que por la noche se me había caído la sal y que uno de mis hijos no había bajado la tapa del water...
Por ahora el puñetero Murphy me ha roto el friegaplatos y los motores de las dos ventanillas del coche. Como estoy sin coche voy a trabajar andando y así alimento la energía zen, friego los platos para potenciar la energía Chi, salgo de casa con el pie derecho para hacer feliz a las supersticiones, he empezado a leer "Maldito karma" y me he puesto a dieta: ¡a ver si así le gusto a Murphy y deja de romperme las cosas!

jueves, septiembre 01, 2011

Del papel al Kindle

Sol, calma, mi kindle, mi coca-cola light... El paraíso
Mi joya, mi kindle, mi libro electrónico, mi compañero fiel que oculta en su interior fantásticas historias y ha permitido que mis lágrimas rodaran sobre su pantalla, va a cumplir un año. 
Junto a él este verano he investigado asesinatos, vibrado con pasiones ocultas y amores imposibles, padecido humillaciones y violaciones y viajado por distintos periodos de la historia. Aventuras que he leído y no ocuparán espacio en mis abarrotadas estanterías.
La imagen que ilustra este post se ha vuelto más tecnológica y el papel, destino injusto, ha sido sustituido: señal inequívoca que augura un final para la era de los medios impresos.

Lecturas del verano
  • "El cuaderno Maya", de Isabel Allende. Qué decir de esta autora y de sus novelas que no se haya dicho ya. Libro fantástico y emotivo. 
  • "Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven", de Albert Espinosa. Mi lectura más prescindible del verano. Se lee en un suspiro pero no me ha gustado su forma de escribir. Mucho márketing y poco contenido. 
  • "La elegancia del erizo", de Muriel Barbery. En un principio me enganchó su escritura, su manera de explicar y describir los personajes. Al final, demasiada fantasía para la vida real.
  • "No abras los ojos", de John Verdon. Al detective Gurney, policía retirado, le tientan un año después de "Sé lo que estás pensando" para que investigue un escabroso  asesinato y no es capaz de negarse. Dicen que las segundas partes nunca fueron buenas, en esta ocasión ha sido "superbe". Gran novela negra.
  • "Dime quién soy", de Julia Navarro. Mi descubrimiento del año. Una historia aderezada con todos los ingredientes para lograr un cóctel explosivo: amor, acontecimientos históricos, familia... Lo mejor de lo mejor. Puro placer.
Archivo de otros años