lunes, abril 16, 2012

Ilusiones ópticas por un baobab

Hoy en día es normal que la gente recorra el mundo, que viaje a distintos puntos del planeta en sus vacaciones y conozca muchos países. Cuando yo era pequeña no era habitual. Por aquella época mi padre vivía en Ecuador y nos desplazábamos allí en las temporadas estivales. De pronto habitábamos en otro planeta y para ellos nosotros también éramos auténticos extraterrestres. "Ingeniero, ¿de verdad que se va a adentrar en la selva con toda su familia?", le preguntaba a mi padre algún amigo atónito. Entonces no existía el turismo y recorríamos parajes vírgenes abriendo paso al coche con el machete, dormíamos en chamizos por los que se colaban cucarachas voladoras, navegábamos en troncos huecos por el Napo ─afluente del Amazonas─, y esos días nuestra limpieza personal era inexistente. Hormigas carnívoras, pirañas, indígenas que se acercaban a rozar los "rostros blancos", anacondas... Un mundo salvaje.
En la selva descubrí mi amor a las plantas, al sonido estruendoso de los animales ocultos en la frondosidad, a las lianas que cuelgan de los árboles, a las hermosas orquídeas salvajes que salpicaban el camino y a las especies que allí habitaban.
Mi sueño, ser bióloga o geóloga. Estudié ciencias puras, pero en el último momento di uno de esos volantazos característicos de mi vida y elegí periodismo. 

Un baobab, un sueño hecho realidad

Mi pasión por la botánica o la geología nunca me ha abandonado. Esta Semana Santa nos escapamos a Valencia. Paella, buen tiempo, Oceanográfico, Ciudad de las Artes y las Ciencias, los jardines del Turia, La Albufera... En Bioparc Valencia, un parque zoológico basado en el concepto de zoo-inmersión, mi locura se desató al descubrir que allí había baobabs: árboles gigantes de África que obsesionaban al "Principito", de Saint Éxupery, por su inmensidad y a mí por su belleza.
Hablé de los baobabs durante todo el día: el gran diámetro de sus troncos, su capacidad de almacenaje de agua, su longevidad... Pero las dudas nos asaltaban: ¿cómo habrían trasladado hasta allí los baobabs?, ¿qué método habrían utilizado para extraerlos sin romper las raíces?, ¿en qué barco los habrían traído?... Demasiadas intrigas.
Antes de irnos llegó la desilusión. En un documental sobre el parque desvelaron el misterio: una grúa colocaba el tronco del baobab, luego una rama, otra... ¡Eran reproducciones! Contuve mis lágrimas y ahogué mis penas con un rico arroz a banda, un buen vino y un paseo en barca por la Albufera.

Al descubrir la realidad mi cara era igual que la de este lemur

Los peces del Oceanográfico sí que son reales
En naranjo, árbol típico y oloroso de Valencia
Un paseo en barca por la Albufera nos descubre una garza real