jueves, julio 19, 2012

Accidente, Vicente del Bosque y mi espíritu deportivo

Una grúa en el párking me impide acceder a la zona de aparcamiento, retrocedo marcha atrás con mi gran bólido mientras canturreo alguna de las canciones macarras con las que me machaca mi hijo desde que ha vuelto del campamento. De pronto...
─¡Emma!, ¡Emma!
─¡Para, para!
¡Crass, crass!
Paro en seco mi coche y observo como dos vigilantes de seguridad hacen aspavientos con sus brazos y gritan mi nombre desesperadamente. Con la tranquilidad que me confiere mi habilidad para que me sucedan extraños sucesos, bajo la ventanilla, les sonrío y pregunto con intriga.
─¿Qué ha pasado?, ¿contra qué me he chocado?
─Contra la barrera de seguridad.
─¿La he roto?
─No, parece que no.
Me despido de ellos con mi risa nerviosa y un "perdón", aparco con calma, subo al periódico, me siento frente a mi ordenador y...
─¡Buenos días!
Elevo la vista y allí estaba el hombre que más me ha hecho gritar de emoción, que me ha generado mayor entusiasmo... Por él he organizado grandes festines en casa, he bebido, brindado... Por él me he pintado la cara, he salido como una loca a la calle con mis banderas, mis vuvuzelas... Sí, allí, frente a mí, estaba Vicente del Bosque.
─¡Buenos días! ─contesto con educación y los nervios aprisionados en el estómago.
De pronto siento que voy a fallar a mis principios. Durante veinte años en la redacción he visto pasar a cientos de artistas, miembros de la Familia Real, famosos, famosillos de pelo y medio, grandes personalidades. He saludado al Príncipe de Asturias, a cantantes... ¡Pero jamás he pedido un autógrafo! Sentí la tentación cuando vino Diego el Cigala, pero al final apacigüe mis ganas.
Pero, ¡cómo no le voy a pedir un autógrafo a Vicente del Bosque! Si se enteran mis hijos me matan... Al final, el míster firmó y dedicó a mis peques la foto, pero debo destacar su simpatía, su paciencia por aguantar a toda la redacción... Todo un señor de los que quedan muy pocos.
La visita de Del Bosque despertó mi instinto deportivo y por la tarde embutí mis carnes en mi culotte negra de ciclista y una camiseta blanca de tirantes. Partí con mis hijos y mis pintas-adefesio al estilo "Verano azul". El inicio, fantástico: todo cuesta abajo. Ay, la vuelta fue terrorífica: todo cuesta arriba. Llegué a casa con mi tono "rojo-tomate" en la cara, mi culo dolorido y el sudor empapando la camiseta. ¡Cuánto cuesta ser una deportista de élite que trabaja todas las disciplinas: pádel, bici, natación...!

PD. Os preguntaréis que cómo siendo una deportita de élite no voy a los Juegos Olímpicos. Estaba convocada, pero al ver los uniformes tan feos y faltos de glamour decidí no acudir. ¡Que soy una deportista con estilo! (estilo pazguato, pero eso es un secreto)


"Para Diego y Álvaro. Con afecto. Vicente del Bosque"



lunes, julio 09, 2012

Aquel verano que nos escapamos...

"Moonrise Kingdom", la película que me atrapó la otra tarde en el cine, me transportó al pasado, al recuerdo de una aventura, a mi infancia y mi inocencia.


Verano de 1979
Oliete (Teruel, España)
El calor de la tarde se colaba por la pequeña ventana de madera desvencijada del gallinero que había en la planta superior de casa. Mi prima María y yo intentábamos hacer los deberes pero nuestro enfado nos lo impedía.
─Emma, tenemos que hacer algo.
─Sí, ya estoy harta de que nos castiguen por todo: por caminar por los tejados, por montar cenas de medianoche, por irnos hasta la fuente del piojo en bici, por bañarnos en el pantano...
─Además, siempre se quejan de nosotras...
─Es muy injusto.
─Podíamos escaparnos de casa y así serían más felices.
─María, ¡qué buena idea! Además, no nos echarían de menos.
Nuestras miradas se cruzaron. Sí, nos íbamos a escapar. Durante muchos días planeamos nuestra huida hacia delante. 
─Lo mejor será que nos colemos en casa del tío Luis para no pasar la noche en el bosque, ellos no están y sé dónde esconde la abuela la llave. Con nuestros ahorros compramos algo de comida en "El Higinio" y cargamos nuestras mochilas con lo necesario: linternas, pijamas, navaja multiusos...
─Perfecto. Ya tenemos la infraestructura montada, pero no hemos decidido qué hacer con Nico y Roberto, nuestros hermanos-lapa.
─Emma, mi hermano Nico se escapa con nosotras. En cuanto se lo contemos, se apunta. El problema es Roberto. Tenemos que llevárnoslo porque no se separa de ti, pero no le diremos nada para que no se chive. Además, es un renacuajo, sólo tiene cuatro años.
Al cabo de dos días, todo estaba listo.
Tomé un hoja para escribir los motivos de nuestra huida: "Queridos padres: Nos hemos escapado para que seáis felices y no sufráis más por nuestra culpa. No nos busquéis" (1) y la pegamos con un pequeño trozo de celo en la puerta.
La aventura duró cinco horas. Nos colamos en casa de nuestro tío, encendimos unas velas (¿cómo íbamos a saber con nueve años dónde estaban los plomos?), jugamos a las cartas, contamos historias e improvisamos una frugal cena.
A las once de la noche, un rayo rasgó el cielo y desencadenó una gran tormenta. Roberto empezó a llorar, quería volver a casa. Escuchamos el subir y bajar de grandes zancadas por el edificio, gritos, los truenos crepitaban por el cielo, la lluvia caía con fuerza y ¡los badajos de las campanas de la iglesia empezaron a retumbar por todo el pueblo!
Nos acurrucamos en la cama sin saber qué hacer. Roberto lloraba asustado, Nico se abrazaba a su hermana... Y nosotras, pese a creernos muy valientes, sentimos la punzada del miedo. 
Al final, decidimos abandonar nuestra aventura. Guardamos todo en la mochila, abrimos la puerta y subimos silenciosamente hasta casa.
Mi padre estaba asomado a la ventana gritando a un "walkie talkie"; "Por favor, el grupo del pantano, ¿habéis visto a los niños?..."
─Papá... ─musité con un hilillo de voz─ Ya estamos aquí.
Se giró, comprobó que los cuatro aventureros habíamos vuelto y canceló desde el walkie la operación rescate: "Los niños han aparecido. Los del pantano, los de la ermita... Todos los grupos, se cancela la búsqueda. Que dejen de sonar la campanas de la iglesia. Los niños están sanos y salvos".

PD. Después del tortazo pertinente, llegó el castigo que planificaron mi tía Ángeles y mi madre: pedir perdón a todos los del pueblo que habían participado en nuestra búsqueda, pedir disculpas a mi tío Luis por invadir su casa, acudir a misa diaria, quince días sin pisar la calle (solo de casa al huerto, y del huerto a casa)... Nicolás, María y yo sufrimos el castigo. Roberto no, porque era pequeño y había sido secuestrado por nosotras. "¡Qué injusticia!", gritamos por lo bajini, que no estaba el horno para bollos.


(1) Mi tío Juan aún conserva la carta de nuestra huida. Intentaré conseguirla.