martes, diciembre 26, 2017

Nueva York, un viaje de película



La promesa se convirtió en sueño y el sueño, en película. Aún no sé cómo pero en diciembre mis hombres y yo traspasamos la pantalla de cine ─igual que Mia Farrow en "La rosa púrpura del Cairo"─ y  nos convertimos en los protagonistas de un maravilloso largometraje. Nueva York, los enormes rascacielos, los puestos ambulantes, las luces de Times Square, los americanos paseando por las avenidas con una taza ardiente de café entre sus manos, los azulejos y raíles del subway o la pista de hielo de Rockefeller Center se transformaron en el escenario perfecto para nuestra gran interpretación.
  La ciudad se coló como el primer amor, nos sorprendió en su inmensidad y en los pequeños detalles: el humo que escapaba de las alcantarillas, las ardillas que saltaban de árbol en árbol en Central Park, los niños cantando villancicos en Bryant Park o los elefantes disecados del Museo de Ciencias Naturales que ocultaban al genial Robin Williams en "Una noche en el museo".
   La música de "Imagine", de John Lennon, se repitió en nuestros oídos al observar las puertas del edificio Dakota y la piel se erizó al pensar que allí mismo fue asesinado o que Roman Polanski rodó en uno de sus apartamentos la diabólica "La semilla del diablo"
   Unos pasos más adelante, entre la vegetación de Central Park apareció el puente más romántico de la ciudad, el Bow Bridge. Observé con detenimiento e intenté localizar a mi adorado Woody Allen, pero debía estar muy bien camuflado o mi estruendosa risa lo alertó y huyó. 



    El corazón se nos encogió al contemplar el Museo y el Memomiral 11-S, construido para homenajear a las víctimas de los ataques terroristas del World Trade Center, y retomó sus latidos al subir al ferry ─como Melanie Griffith en "Armas de mujer"─ rumbo a la isla de Ellis y a la Estatua de la Libertad
     Rozamos el cielo en lo alto del Top of the Rock y del Empire State, donde imaginé el beso en la azotea de Cary Grant y Deborah Kerr en "Tú y yo" o el deseado encuentro de Tom Hanks y Meg Ryan en "Algo para recordar"
   Una semana sin parar de caminar por los enclaves más neoyorquinos: Chelsea Market y el paseo por High Line; el puente de Brooklyn; el Soho y sus tiendas, auténticos escaparates de glamour; Chinatown o Little Italy, el marco perfecto para entrever a Al Capone tras unos visillos, y la escalera de la Gran Estación Terminal por la que se deslizó la sillita de aquel bebé en "Los intocables de Eliot Ness". Y, para descansar, una visita a la Biblioteca Pública, sin los "Cazafantasmas", y el edificio Flatiron, sin "Spiderman".



   El último día, para despedirnos por todo lo alto, Nueva York se vistió de blanco. ¡Qué ilusión, qué emoción! La ciudad nevada como en miles de películas... Sí, como esas cintas en las que los protagonistas no pueden coger un vuelo porque cierran el aeropuerto y el retraso les hace perder la conexión en Amsterdam y, ¡oh, qué pena!, les obliga a quedarse dos días en esa fantástica ciudad.
   Le prometimos a Diego que si aprobaba 2º de Bachillerato nos iríamos a la ciudad de los rascacielos... Y la promesa se convirtió en sueño y, de regalo, también conocieron Amsterdam y sus nevados canales.
La vida es viaje.

miércoles, noviembre 15, 2017

No es amor

    
"Aún no lo he superado", suspira Fina mientras mueve los hielos de su ron con Coca-cola.
    La observo y me parece increíble que a ella le haya sucedido.
    Fina siempre fue la guapa del grupo: alta, de tez morena, ojos rasgados y un pequeño lunar sobre el labio superior. Una belleza racial difícil de describir que cautivaba a mujeres y hombres. Su fuerte carácter y alta autoestima parecían indestructibles hasta que apareció él, su falso gran amor.
    Conoció a Jaime en una fiesta de la universidad. Se enamoró de sus verdes ojos, de su pícara sonrisa que marcaba sus hoyuelos en las mejillas y su esbelto cuerpo. Aquella noche sólo bailaron y se confesaron confidencias al oído. Al cabo de unas semanas se convirtieron en la pareja ideal: los más guapos y perfectos de la facultad de derecho. Jaime acudía cada mañana a recoger a su amada con el Audi que le había regalado su padre al cumplir los veinte años. Mi amiga se sentía la mujer más feliz del mundo.
    Un año después, Fina decidió no pintarse la cara. Jaime tiene razón, parezco una puta con tanto rímel, pintalabios y maquillaje. También abandonó las minifaldas y los zapatos de tacón. Voy más cómoda con vaqueros. Dejó de quedar con los compañeros de su clase. Son muy infantiles, prefiero estar con Jaime. Gota a gota, la fuerte Fina se hundió y se convirtió en la sombra oculta de Jaime. No opinaba, no discutía... No era ella. 
   La historia se alargó en el tiempo hasta que un día Jaime la pegó por conversar en la calle con Andrés, un vecino con el que se cruzaron. Esa noche, mi amiga relató entre lágrimas su situación a sus padres. Tuvo suerte: sus progenitores la arrancaron del maltrato de Jaime.
   Pasados varios años, psicólogos y terapias, Fina rehizo su vida: se caso, tuvo dos hijos y actualmente es un alto cargo directivo de una importante empresa. Ella no olvida, pero no calla porque sabe que su historia ha ayudado a otras mujeres.
   Hoy me ha sorprendido leer en el periódico que en el juicio contra "La manada" por la supuesta violación en grupo a una chica en Sanfermines, la defensa haya presentado como prueba las imágenes que ella ha subido durante este último año a Facebook o Instagram. ¿Acaso una persona que ha sido agredida debe compadecerse de sí misma el resto de su vida y no intentar salir hacia delante?
   Fina es solo un ejemplo, pero tengo muchas amigas que han sufrido agresiones, incluso una estuvo ingresada en UCI por los puñetazos que le embistió el animal que juraba que la amaba. Nadie debe agredir ni someter a otra persona, una manada de cinco no debe aprovecharse de una mujer. Por favor, que nadie confunda el amor con la agresión.
   
Datos: El año pasado murieron en España 53 mujeres por violencia de género. En lo que va de año 2017, 44
P.D.: Todos los nombres que he utilizado son ficticios. Las historias son reales.

viernes, noviembre 03, 2017

Bruja piruja


De pequeña jamás aporreé las puertas de los vecinos de mi edificio disfrazada de monstruo para que me dieran caramelos ─que los hubiera aceptado porque eran conocidos, que menuda matraca me dio mi abuela con lo de "no aceptes nada de desconocidos"─. Sí recuerdo ir con la pandereta con cintas colgando de colores cantando, más bien desentonando, villancicos con mi pandilla del patio y gastarme en sugus las míseras pesetas que me correspondían tras el reparto en "La tienda verde", actualmente regentada por una pareja de chinos. 
   Halloween llegó a mi vida en octubre de 2004, en una escapada de seis amigos y seis mocosos a una casa rural junto al mar embravecido en Cantabria. Ahora sólo pervive una pareja unida y varios de aquellos infantes ya han cumplido 18 años, pero aquel 31 de octubre, al caer el sol, disfrazamos a los niños y gritamos como energúmenos cuando se fue la luz y vimos fantasmas
    Lo confieso, la noche de los muertos vivientes me enamoró: primero porque soy muy facilona y me apunto a un bombardeo; segundo, porque me apasiona vestirme de bruja (y de otras cosas, pero hoy no viene a cuento); tercero, porque me encanta asustar a los incautos draculines que osan llamar a la puerta de mi casa y, por último, porque adoro reunirme con los amigos, preparar pociones mágicas y reír con los gin-tonics.
    ¡Viva Halloween y las brujas pirujas!



martes, octubre 31, 2017

Por nosotras


La hija de Fabiola se casa el sábado. Esther recorre el mundo en busca de nuevos productos para su soñado proyecto gastronómico. María nos enfrenta a la dura realidad con los problemas de mujeres de distinto ámbito social con las que se reúne una vez al mes. Mayte escribe en pequeños papeles los momentos dichosos de cada día y los guarda en su bote de la felicidad, que abre a final de año para llenar la vida de sonrisas. El humor de Silvia y su perro Peter (ambos madridistas) nos arrancan carcajadas cada mañana. Anne-Marie y Carmen se han convertido en fanáticas del rugby. Celia y María S. se molestan cuando el tema catalán arranca nuestro radicalismo e intentan poner fin a nuestras discusiones políticas. María F. nos muestra sus paseos madrileños a través de Instagram. Carmiña es como el Guadiana, aparece y desaparece. El periodismo une a  Tatiana y Esther G. Desde Valencia,  Almudena nos tienta con sus vinos; Beatriz, desde Francia, con sus manualidades y Mary S. se viste de flamenca en Sevilla durante la Feria de Abril. Begoña acaba de terminar la mudanza a su nueva casa, aunque está en el mismo edificio que la anterior. Aurora lleva a sus hijos al FEM, el colegio de mis hermanos y donde yo estudié COU. Los sonidos flamencos de la guitarra del hermano de Beatriz G. nos enamoran. Mar nos sorprende con locales privados y una hija artista. Paloma, Sonia, Marta y Marisa forjaron su amistad entre los viejos pupitres de la clase B. Y en la clase A estudiaban Paloma B., Elisa, Sonia C. y Sonsoles, que siempre nos propone acudir a conciertos ochenteros. Estas mujeres tan fantásticas y variopintas pertenecen a uno de mis grupos de whatsapp, el “Saint-Dominique”. Algunas abandonaron el grupo ante el bombardeo de mensajes y Cristina, Susana y Sylvia nunca han participado, pero ahí están.
    Desde que dejamos el colegio hasta que nos volvimos a reencontrar pasaron muchas lunas. El tiempo demostró que hay gente que cambia a mejor, que de las rencillas infantiles nadie se acuerda y que en el corazón germinan los recuerdos y el cariño de aquella etapa escolar en la que, gracias a grandes maestras, además de adquirir conocimientos se forjaron nuestros caracteres, tan distintos y tan iguales en muchos aspectos. 
   El whatsapp no deja de sonar y los temas varían como las estaciones. Me gusta saber de ellas, reír y brindar en cada quedada. En realidad no somos tan buenas y cuando nos juntamos nos pierde la gastronomía, el buen vino, la cerveza y los gin-tonics. Ay, que aún recuerdo mi peor resaca de este año, que acabamos haciendo botellón en mitad de El Viso… Pero hay historias que es mejor no contar.

jueves, octubre 26, 2017

Simpática selectiva

Yoda, mi bella flor. El retrovisor partío y los mensajes indirectos de mi pinar

Desde que ha empezado el otoño mi antropomorfismo va a más. Para no ser pedante, y como el saber no ocupa lugar, os recuerdo que el antropomorfismo es la manera fina de denominar a las chaladas de mi calibre que hablan con su perro como si fuera un humano. Y esa soy yo. Y más desde que ha llegado el otoño, me he subido a la "mardita báscula" y me han atacado los regordimientos, que se han multiplicado por mil cuando ayer el veterinario, y mira que me cae bien, va y me dice sin pelos en la lengua que la perra ha engordado. ¡¡¡¡NO!!!!, grité como una histérica en el coche de vuelta a casa (ya sé que el uso de más de una exclamación no es correcto, pero así os daréis cuenta de la potencia de mi neurótico alarido)
   ─Mira, Yoda ─argumenté desde el asiento del conductor a mi pequeña schnauzer mientras observaba el retrovisor que aún no he arreglado sujeto con cinta de pintor─ lo nuestro es una putada, así te lo digo, porque mira que caminamos más de una hora todas las mañanas, tú corres despavorida detrás de la pelota y yo subo y bajo las cuestas con mi respiración entrecortada. ¡Hasta leo los puñeteros carteles que aparecen misteriosamente en el pinar con tablas de ejercicios! No lo entiendo, la verdad... Ahora, que yo te veo divina y tú tienes suerte, que a ti no te han puesto a dieta, pero te voy a controlar, que te encanta comer... Mira, hoy no, que esta noche tengo cena y luego viene el fin de semana, pero el lunes vuelvo a retomar mi amistad con la jodida lechuga y el puto tomate... No me mires de esa manera, que sabes que les quiero mucho.
   En fin, la vida es así, no la he inventado yo... Menos mal que hoy twitter me ha descubierto una frase que me define a la perfección: "Simpática selectiva". ¡Me encanta!

jueves, octubre 19, 2017

Una cerveza, un sujetador... mis pequeños placeres.


Me gusta el primer sorbo de una cerveza bien fría tirada con la presión exacta para que la espuma rebose sobre la jarra congelada que empapa la barra del bar según se derrite. Un placer que se describe a la perfección en el libro "El primer trago de cerveza y otros pequeños placeres de la vida", de Philippe Delerm. 
   Esta semana he decidido apuntar esos leves instantes que te regalan unos segundos de felicidad. 

1- Quitarme el sujetador. Un júbilo muy femenino que sé que muchas entenderán. Lo admito, soy una artista a la hora de retirar mi sujetador sin quitarme la ropa. Retuerzo los brazos como si fuera una contorsionista y me despojo del horrible artefacto según entro en casa. ¡Pechos fuera!, como diría Afrodita en Mazinger Z. 
2- Arrebujarme bajo el edredón. Ahora que el frío se asoma con timidez no hay nada que me dé más felicidad que un edredón bien mullido.
3- Los dedos de mi peluquera. No me gusta ir a las peluquerías, lo odio... Salvo cuando te lavan con maestría la cabeza, te dan un pequeño masaje y rozas la relajación.
4- Sumergir las manos en las lentejas. Antes de poner en remojo las legumbres me encanta introducir la mano en el bote como si fuera una niña pequeña jugando con la arena de playa. 
5- Descender de las alturas. Al gozo que sienten los dedos de mis pies cuando me quito los zapatos de tacón y me pongo las zapatillas de andar por casa lo denomino el orgasmo de los pinreles
6- El cigarro de mi vecino. Dejé de fumar hace muchos años y si llego a los ochenta retomaré el vicio. Mientras, para superar mi insuperada adicción, disfruto cuando mi vecino sale al jardín, se enciende un cigarro y el viento filtra el humo por la ventana.
7- El olor a ropa limpia. Ese instante que te pones una camiseta y te inunda el aroma a suavizante... Un placer.
8- Cinturón de seguridad. Oír el clic que desabrocha el cinturón de seguridad del coche y verme liberada de su presión me llena de alegría y satisfacción. 
9- Un chute de ventolín. Si quitarse el sujetador es un placer femenino, el ventolín es un desmadre asmático que te devuelve a la vida. Pura adicción.
10- El ataque de risa. ¿Qué haríamos sin una carcajada diaria aunque sea por el motivo más absurdo? Eso sí, debería practicar para que la mía no sea tan escandalosa.
11- Los ruidos extraterrestres. Volver a casa y que mi perra me reciba con esos sonidos tan raros de felicidad y el movimiento acelerado de su rabo. Una locura.

 ¿Cuáles son tus pequeños placeres?

To be continued..., que dirían los ingleses. O Continuará..., como decimos los españoles.


P.D: He decidido no incluir los placeres gastronómicos, sexuales o familiares para que la lista no sea interminable

lunes, octubre 16, 2017

Tengo regordimientos


En julio decidí poner fin a nuestra relación. Entré en el baño, miré a la mardita báscula y le dije "ahí te quedas, bonita, que me tienes harta, que eres mi mayor pesadilla". Ella ni se inmutó, así que cogí el secador como si fuera un micrófono, me solté la melena y empecé a cantar como Camilo Sesto: 
      Ya no puedo más, ya no puedo más 
      siempre se repite esta misma historia. 
      Ya no puedo más, ya no puedo más 
      estoy harta de rodar como una noria. 
La japuta ─lo siento, pero mi ira me obliga a insultarla─ se iluminó como alma que lleva el diablo para seducirme con sus lucecitas y volviera a pisar su plataforma. Aguanté. Fui dura, tomé de nuevo el secador y en vez de cantar, grité.  

      Vivir así es morir de amor 

      por amor tengo el alma herida. 
      Por amor no quiero más vida que su vida. 
      Melancolía. 
Han pasado más de tres meses. Ha sido duro, pero para superar nuestro desamor y el dolor de corazón me he lanzado al vicio gastronómico. Me he zampado paellas, chuletas de cordero o torreznos; me he bebido tintos de verano, cervezas, gin-tonics y vinos blancos y tintos... Vamos, que me he desatado para olvidar a mi antiguo amor y ahora el botón del vaquero oprime mis michelines y siento unos enormes regordimientos.  
      Vivir así es morir de amor. 
      Soy mendigo de sus besos. 
      Soy su amigo, quiero ser algo más que eso.
     Melancolía.
Pensé que nuestra relación había terminado, que jamás volveríamos a juntarnos, pero no puedo vivir sin ella. Soy una adicta a sus verdades que se clavan como puñales (pedazo cursi-frase). Lo admito, esta mañana he retomado nuestra masoca relación para apaciguar mis regordimientos y, cómo no, empiezo la dieta. ¡Te odio, mardita báscula!

lunes, octubre 02, 2017

Herida de muerte


En la Junta Municipal de mi distrito saben quién soy, y no por simpática sino por dar la lata para que mejoren ciertos aspectos del barrio. Sí, soy la vecina puñetera que manda mails porque en el parque infantil no hay bancos para que se sienten los abuelos, aviso cuando se rompe el peldaño de un columpio o cuando considero que deben cambiar una señal de "ceda el paso" por un "stop" para evitar más colisiones en el cruce de dos calles. Incluso les he escrito para que talaran un árbol porque temía que cayera tras un vendaval o para que arreglaran una zona de la acera en la que habían desaparecido varias baldosas. Esa es la política que me gusta, la cercana, la próxima al ciudadano. 
    Sin embargo, hoy estoy triste, muy triste, porque los políticos nacionales han jugado con nuestros sentimientos, porque no han evitado un terrible golpe de estado, porque no he sentido que se defendiera a los catalanes que desean seguir en España o a los españoles que quieren a los catalanes y desean un país unido; porque esta situación en las familias es muy dolorosa y porque me gusta vivir en democracia, lo que implica cumplir unas normas aprobadas por la mayoría para la buena convivencia de la ciudadanía. Sí, claro que es legítimo realizar un referéndum, pero a nivel nacional; y claro que estoy de acuerdo en modificar la Constitución, siempre que se consiga una mayoría que lo avale. Da igual si soy de derechas o de izquierdas, lo importante es ser respetuosa con las ideologías y ceñirnos a los artículos aprobados de la Constitución. Odio el chantaje y que me tomen por tonta con un absurdo referéndum ilegal que sólo ha buscado la repercusión internacional. Nos han herido de muerte, nadie saldrá victorioso y las cicatrices marcarán a más de una generación. ¡Qué dolor! 

viernes, septiembre 15, 2017

No soy ni tu "cariño" ni tu "cielo"


Guapa, ¿qué quieres? ─me pregunta el dependiente mientras restriega sus manos por el blanco mandil tras el mostrador brillante de aluminio. 
   Es la primera vez que entro en su comercio y hoy no estoy guapa. Llevo toda la mañana sin parar con mis rizos enloquecidos por el viento otoñal que amenaza con lluvia y las prisas de exprimir el tiempo en mi día de libranza.
─Vamos, cielo, que aquí sólo encontrarás cosas buenas como tú, preciosa ─insiste con su sonrisa blanco profidén.
   Sólo ha dicho dos frases y ya me ha llamado guapacielo y preciosa. Repito, es la primera vez que entro en su tienda. No me conoce de nada y no comprendo esa familiaridad. Sé que el trabajo frente al público es complicado, asumo que hay personas que les encanta que les piropeen desconocidos, pero no es mi caso. Lo siento, en ese aspecto soy muy arisca y reconozco que me pone de los nervios la melosa falsedad.
    ─Quiero una merluza, sin escamas y abierta en libro.
    ─Ay, querida, te voy a poner la mejor.
    ¿Me acaba de llamar querida? No doy crédito.
    ─Bueno, cuéntame a quién vas a preparar esta rica merluza... ¡Lo vas a volver loco, cariño!
    ¿Perdón? ¿Me ha dicho cariño y ha supuesto mi condición sexual?
    ─Anda, bombón, ¿qué más quieres? ─me interroga guiñándome un ojo.
Observo el local en busca de alguna cámara oculta, debe ser una broma lo que me está sucediendo. ¡Hasta me ha guiñado el ojo y parece que me ha lanzado un beso al aire! Perpleja pago la merluza, tomo la bolsa de plástico sin rozar ni un dedo de su mano y me despido con un seco adiós.
    ─Hasta luego, cielo. Pasa un estupendo fin de semana y ya me dirás qué tal, que con el género que te llevas seguro que al final... Bueno, ya verás, corazón
    ¡Y de nuevo me guiña el ojo!
    Ay, merluzo, espera, espera, que tú no vuelves a ver mi pelo de gata madrileña en tu local, corazón.

viernes, septiembre 08, 2017

¡Quiero un emotirrizos!

Qué fuerte, qué fuerte, qué fuerte... Me levanto esta mañana con las legañas bailando por mis ojos, los rizos desmadrados por su pelea nocturna con la almohada, un hilillo de saliva seca en la comisura de mis labios... Vamos, con la imagen grotesca del despertar. Estiro la mano hasta la mesilla, tomo el móvil para desactivar la función de silencio y compruebo las nuevas notificaciones: dos alertas de Facebook, varios avisos de Instagram (del mío y del de mi perra, que es una auténtica "It dog"), unos cuantos mails y tropecientos avisos en Whatsapp. Lo de whtsapp es un vicio, aún no entiendo cómo podíamos vivir sin esa comunicación instantánea... ¡Me encanta! Bueno, puntualizo, salvo los mensajitos, fotos o vídeos de temas políticos que me irritan y alteran. 
    Confieso ante todos los seguidores de este blog que soy una adicta a los emoticonos. ¡Qué locura! Me pirran los que lloran hasta que se les saltan las lágrimas, el corazón gigante, la flamenca que baila a la inversa que el resto de los emoticonos, las manos que dan palmas, el dedo pulgar hacia arriba (o hacia abajo, depende del momento), las copas de vino o champán y el "cheers" de las cervezas. Pero, ay, mi madre, de pronto esta mañana me han saltado las legañas al comprobar que no existe ni un emoticono con el pelo rizado. ¡No puede ser!, he gritado tan fuerte que me han salido dos arrugas alrededor de mi boca. ¡Por Dios, que hasta los emoticonos de raza negra tienen el pelo liso! 
   Ahora tengo una misión en mi vida, y como diría mi adorada Escarlata O'Hara, a Dios pongo por testigo que no pararé hasta que whatsapp incluya un emoticono con el pelo rizado, el emotirrizos
   Chinos, negros, bomberos, policías, astronautas, indios, payasos... "To quisqui", menos los de pelo rizado... ¡No hay derecho! 
    A partir de este momento, me autoproclamo (que está muy de moda) la presidenta de la nueva campaña para conseguir que whatsapp introduzca el "emotirrizos".

¡Que viva el emotirrizos

martes, agosto 29, 2017

Soy antropomorfa


─No me mires con esa cara, es muy serio lo que te estoy contando ─le susurro a media voz─. Siempre he creído que me sucedía algo extraño y anoche descubrí que existe un nombre para designar mi mal: padezco antropomorfismo. Sí, ya sé que piensas que exagero o que no es grave, pero admitir una enfermedad es un proceso complejo.
   El viento sopla suavemente en el parque a primera hora de la mañana. El silencio nos acompaña unos minutos.
   ─Tú no eres la culpable ─continúo ante su impasibilidad─. Esta noche, mi insomnio y yo hemos llegado a la conclusión de que soy antropomorfa de nacimiento. Un desperfecto congénito que me acompaña desde mi más tierna infancia y se ha incrementado con el paso de los años. Desde que estoy contigo los síntomas han aumentado o puede que entraras en mi vida para disimular mi creciente antropomorfismo. Todo es posible.
   El jardinero nos saluda desde la zona de las adelfas, esas temibles plantas venenosas que aún permiten plantar.
    ─Aún recuerdo ─relato sin parar─ a mi amor de juventud: mi calabaza, un Seat 131, mi primer coche... Aunque mis grandes amores antropomórficos fueron Neige, la mejor fox terrier; Kaos, el cariñoso bull terrier y Lucas, mi adorado felino. Venga, no te pongas celosa, que como tú no hay nadie, mi reina mora, mi Yoda, mi perrita schnauzer, mi amor...  Ay, que desde que estoy contigo puedo ir hablando sola por la calle sin que la gente crea que estoy loca, que solo tú entiendes mis chaladuras... Sí, junto a ti soy una antropomorfa feliz y no me quiero curar de este gran mal.

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Antropomorfismo (del griego «ανθρωπος» «anthrōpos», «hombre», y «μορφη», «morphē», «forma»), haciendo referencia a un humanoide, es la atribución de características y cualidades humanas a los animales de otras especies, objetos o fenómenos naturales. 

sábado, agosto 26, 2017

Por tierra, mar y casi aire

Verano 2017. Toma 2. ¡Acción!



Dicen que después de la lluvia llega la calma, pero no siempre es así. Pasado el diluvio universal, las toallas del grupo de amigos invaden de nuevo la playa. La bandera verde ondea libre y salvaje. Los niños navegan en la barca hinchable, jugan a las palas o botan por las dunas. 
   Al salir de mi baño en agua salada (es decir, del mar) me dirijo a la ducha del Oli-ba-bá ─el chiringuito mega cool decorado con dos enormes moais que al atardecer te hacen creer que estás en la Isla de Pascua─ para que el chorro de agua fría elimine la sal de mi bronceada y fina piel. Mientras balanceo mis carnes embutidas en el biquini (¡adiós vergüenza!) hacia nuestro campamento playero observo movimientos extraños. Al llegar veo a Roberto tumbado en la toalla protegido por la sombrilla. Carmen, a su lado, le da trozos de melocotón. 
   ─¿Qué te ocurre? ─le pregunto con intriga.
   ─Emma, no le hagas hablar ─me ordena Elena─. Le ha dado una bajada de azúcar.
   ─Tranquilos ─musita Roberto─, en breve estaré bien. 
   Raúl le acerca una Coca-cola (ni zero, ni light, la normal con sus azúcares) del chiringuito. Ángeles rebusca más fruta en su mochila...
   ─Tal vez los de la Creu Roja (así se dice en valenciano) tengan glucosa ─sugiero con mi mejor intención.
   ¡Buena idea!, exclama Carmen que se levanta, corre hasta el socorrista y le explica lo sucedido.
   ─Aquí no tengo ningún gel de glucosa, pero ahora mismo llamo a la central y nos lo acercan ─contesta el vigilante de la playa, de cuerpo esmirriado y sin tableta de chocolate en su torso, walkie talkie en mano.
   ¡Y empieza el espectáculo!
   Por tierra, mar y casi aire llegan los efectivos. El quad rojo derrapa por la arena de playa, una moto acuática que arrastra una camilla surca las olas del Mediterráneo. La gente mira atónita sin saber qué ha sucedido. 
   No me puedo resistir a tomar unas cuantas instantáneas para documentar el suceso. Foto aquí, foto allá. Los niños se acercan a la moto acuática, al quad... Y miran al cielo con la ilusión de que aparezca un helicóptero.
    ─¿A quién se le ha ocurrido avisar a los socorristas? ─bufa Roberto cuando su azúcar alcanza los niveles mínimos─. ¡Seguro que ha sido Emma para escribir en su blog!
    ─Ay, Roberto, eres increíble. ¡Te salvo la vida y me llamas bloguera alarmista!  ¡Lo que hay que oír! ─contesto a la vez que escondo con disimulo mi móvil para que no descubra que está lleno de fotos del suceso.
    ¡Ay, soy una incomprendida!

martes, agosto 22, 2017

El camarote de los hermanos Marx

Verano 2017. Toma 1. ¡Acción!



El camarero presiona su pecho para evitar que el corazón le estalle. ¡Casi muero del susto!, exclama con el pelo empapado y gotas de agua resbalando por su cara al abrir la puerta del minúsculo baño y encontrar a siete personas en el interior. Ni orgía, ni desenfreno sexual, los integrantes del camarote de los hermanos Marx intentan protegerse de la lluvia torrencial que de pronto se ha desatado en Denia. Ellos, por lo menos, están a salvo. Nosotros, en cambio, estamos a la intemperie, bajo un tejado de chamizo por el que se cuela el agua.
     Las lámparas se balancean al ritmo de las ráfagas del viento, las copas de cristal se estrellan contra el suelo, los truenos suenan como las tracas de las fallas de Valencia y los rayos resquebrajan el negro cielo. Dos horas antes llegamos con nuestras mejores galas ─ideales Marta y Carmen─ a "Los baños"un capricho de restaurante junto al mar. Entre la ración de ensaladilla rusa y los pescaítos fritos empieza a chispear. Oye, parece que llueve, dice Basi. El leve calabobos se convierte en lluvia. Nos levantamos y corremos a la entrada del local con las copas de tinto de verano, la coca cola zero de Roberto y el plato de ensaladilla. Al principio, pura diversión, risas... Hasta que la tormenta se transforma en el diluvio universal. ¡No podemos dar servicio ni cobrar! ¡Por favor, abandonen el local cuando puedan!, grita descompuesto el dueño del restaurante antes del apagón de luz. 


Los amigos del diluvio

     El agua nos llega hasta las rodillas. Imposible salir. Los miembros del camarote de los hermanos Marx ni siquiera se atreven a entreabrir la puerta. A lo loco, descalzos, con los zapatos en la mano y el miedo de que el móvil atraiga algún rayo, corremos a los coches. En los arcenes de la carretera varios automóviles están estacionados con los warnings encendidos. Jamás he visto una tormenta así, ni el Caribe, exclama Alonso mientras el limpiaparabrisas intenta infructuosamente eliminar el agua del cristal. Ni yo, contesto con el rímel deslizándose por mi mejilla.
    Llegamos a casa descalzos, calados, tiritando... Diego, somnoliento, abre la puerta. Huy, está el suelo mojado, dice de pronto. Enciendo la luz y contemplo la inundación del salón. Quiero morir. ¡Joder!, gritamos mientras cogemos la fregona, el recogedor, los trapos y empezamos a achicar el agua. 
    Por fin, con el suelo seco del salón, me siento en el sofá. Estoy agotada y empapada. El diluvio universal ha calado hasta mis bragas y el sujetador. La calle es un río. Álvaro y sus tres amigos iban a dormir en casa pero se han quedado atrapados en casa de Roberto. "Emma, los niños se quedan aquí. Es imposible que lleguen hasta allí, pero si queréis venid a tomar una copa", leo el mensaje de Carmen en el whatsapp y sonrío ante la ocurrencia. En la nevera cojo una cerveza, doy un sorbo y siento un pellizco de pánico. ¿Qué habrá pasado con los del camarote de los hermanos Marx? ¿Seguirán encerrados en el baño? ¿Habrán huido por el retrete? 
Y mi mente perversa canturrea al estilo Raphael 
"Qué pasará, qué misterio habrá 
puede ser mi gran noche 
y al despertar ya mi vida sabrá 
algo que no conoce..."

PD. Al día siguiente descubrimos que la subida de tensión rompió la nevera y la tormenta destrozó el protector de los bajos del coche... Aún no sé nada de los integrantes del camarote de los hermanos Marx... Qué pasará, qué misterio habrá...


El antes y el después de la tormenta y el Oli-ba-bá atacado por el mar

miércoles, agosto 09, 2017

Un verano sin desconexión

Yo también amo mis curvas... Y mi Coca-Cola Light... Y el verano... ¡Felices vacaciones!

Llega el verano y mis carnes y yo hemos desconectado del mundo virtual por un tiempo. Bueno, realmente solo lo he conseguido una semana con Facebook. Arggg, lo reconozco: soy incapaz de ponerme en modo off en Instagram y Twitter. ¡Soy una adicta! Coño, pero para eso están las imperfecciones, que no hay nada más aburrido que la perfección.

Días de vino y risas en Clos de l'Obac

     Me gustaría enrollarme y contar mi escapada a Tarragona y Zaragoza con mi hijo pequeño. Él y yo al estilo "Thelma y Louise" –en versión española sería "Emma y Álvaro", que no suena tan bien pero es que el tinto de verano está anulando mis pocas neuronas–. Días de vino y risas en tierras catalanas con mi hermano Pepe, la familia de Mariona y los impresionantes vinos de Clos de l'Obac.
     Después, mi clásico guadarrameño con olor a pinos, paseos por el Embalse de la Jarosa y mimos de mamá y Julián. Ojo al dato: este año no me he estampado ni me he hecho ningún esguince. Bravo por mí.

En la playa a veces llueve

     Antes de que el vecino del chalet de al lado apague el wifi –que ya lo podía dejar conectado todo el veranito– y mientras se seca la crema de protección solar sobre mi bronceada y tersa piel (ay, me encanta cuando mi autoestima miente) os desvelaré que estoy en mi adorada Oliva con los amigos, los partidos de pádel, mis hombres, mi perra y... ¡La novia de mi hijo mayor! (No comment, que dirían los ingleses)
¡Feliz verano! Ay, oigo los pasos del vecino... #Desconectoff

domingo, julio 23, 2017

Libros para tirar la toalla en la playa



Los libros enamoran, nos lanzan a turbias pasiones, nos atan suavemente a amores fugaces... Ahora que el verano se asoma entre las toallas es el momento de ser infiel con unos cuantos autores.

"El silencio de la ciudad blanca" (Eva García Sáénz. Planeta)
Queridas amigas, os imagino tumbadas en la hamaca devorando las páginas de este gran libro con una fría cerveza a vuestro lado (la compañía humana es cosa vuestra, que no quiero ser indiscreta). Sí, recomiendo esta novela a las seguidoras de este blog porque sé que os va a encantar. A vosotros, que también os quiero, puede que os guste pero ─podéis tildarme de feminista, no me importa─ creo que atrapa más a las mujeres. ¡Y es una trilogía! Ya os contaré qué tal los siguientes.
     "Uno nunca quiere ver lo que tiene delante hasta que te arrolla" 

"Así es como se mata" (Mirko Zilahy. Alfaguara)
Un asesino en serie, un comisario aniquilado por la pena, una Roma salpicada de muertos, una fotógrafa, unos mensajes... Los ingredientes ideales para hundirse en la zona más oscura de la capital italiana y perseguir a la "Sombra". La novela perfecta para los amantes de los crímenes, investigaciones y análisis forenses.
      "Cada uno de nosotros es el guardián de un secreto"

"Más allá del invierno" (Isabel Allende. Plaza & Janés)
Además de las bicicletas, los libros de Isabel Allende son para el verano. Lo sé, no soy objetiva porque esta autora me enamoró en La casa de los espíritus y la pasión ha durado a lo largo de los años. En "Más allá del invierno", que no me ha enganchado tanto como sus dos últimos libros, el frío invernal de Nueva York pinta de blanco la historia de tres personas a las que poco a poco conocemos de forma íntima y a las une un problema oculto en el maletero de un coche. Un viaje por la nieve plagado de sentimiento y amor maduro. 
     “Esa abundante correspondencia era el diario de ambas vidas, el registro de lo cotidiano"

"El guardián entre el centeno" (J.D. Salinger)
Nunca hay que olvidar a los clásicos. Aún recuerdo sobre la estantería superior de mi cama, cuando todavía vivía con mis padres, el lomo blanco de este libro junto a otros ejemplares. Sin saber por qué, imaginé una historia de la Mafia ─supongo que por la portada en blanco y negro─ y nunca me tentó leerlo. Mi madre se lo dejó a mi primo José Luis, que lo devolvió encantado y me lo recomendó con entusiasmo, pero en aquella época me seducía más perderme por las páginas de libros más tórridos y eróticos. Este curso era lectura obligada de mi hijo mayor, y caí en la tentación. Gran libro.
      “No sé por qué hay que dejar de querer a una persona sólo porque se ha muerto. Sobre todo si era cien veces mejor que los que siguen viviendo”


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Este año he tenido el honor y el estrés de escribir un artículo sobre novela negra en el suplemento ABC Cultural de ABC. Si queréis saber más sobre los siguientes libros dad un clic en
 "Verano oscuro casi negro" 


martes, julio 18, 2017

Si quieres ser cool necesitas un trainer


La última tendencia en mi parque ─que no es particular, pero es muy cool y hay mucho tonto del cool─ es pagar a un entrenador personal para que te haga sufrir. El grupo de francesas, todas ideales, of course, se contonea en el "huerto", la zona más privilegiada y mejor situada. Las "six", así las llamo porque suelen ser seis y sé idiomas, van supercombinadas y su personal trainer acude con mil cachivaches deportivos para que suden la gota gorda, endurezcan los glúteos y den forma a sus caderas. A veces pienso en unirme al grupo, pero no tengo el glamour necesario. Además, mis rizos negros desentonan con sus rubias cabelleras y mi piel color gazpacho después de tanto esfuerzo asustaría a las níveas francófonas. Descartado.
    La cincuentona ─mujer blanca, española y con cara de muy mala leche─ se me atragantó desde el primer día. Me recuerda tanto a la señorita Rottenmeier que me siento una Heidi desvalida ante sus gritos. Rottenmeier solo entrena a mujeres con las que camina a paso rápido alrededor del cool-parque y, aún no lo he podido confirmar, creo que oculta un látigo con el que de vez en cuando azota a las incautas que contratan sus servicios. Jamás la he visto sonreír y, lo confieso, me da mucho miedito.
     Esta mañana un macizo morenazo con barba de dos días, gafas de sol polarizadas ordenaba a su súbdito 50 flexiones, 25 sentadillas y subir por las escaleras en tandas de 10. Disimuladamente he observado cómo sufría el pobre masoca: arriba, abajo, me siento, me incorporo, levanto una pata, levanto la otra... Yoda, mi dog trainer particular, movía el hocico con sorpresa e intentaba memorizar los movimientos. De pronto, átate los machos, he visto lo más de lo más, lo más cool del momento: el trainer morenazo portaba un chaleco amarillo chillón con su teléfono de entrenador personal serigrafiado. ¡Qué detallazo! Vamos, que me ha dado tanta envidia que ahora estoy tejiendo un chaleco a mi perra para que se sepa que es mi "entrenadora perruna". ¡Faltaría más!

jueves, julio 13, 2017

¡Quiero ser una espía!


Mi gran sueño es convertirme en espía: ser una mujer interesante capaz de seducir a cualquier mandatario mundial, colarme en su despacho, abrir la caja fuerte, extraer los documentos secretos y fotografiarlos con la minicámara que he guardado en el escote de mi supervestido negro de Adolfo Domínguez que ciñe mis curvas cárnicas antes de que suenen las alarmas del sistema de vigilancia.
   El sonido del cristal al chocar contra el fregadero me despierta de mi fantasía. Acabo de romper la copa de vino. Sí, una de las doce copas que he comprado esta mañana para la fiesta del viernes y aún no he estrenado. 
    ─¡Mierda! ─grito como una loca que habla siempre sola (a mí me escucha mi perra)─, así es imposible que el Servicio de Inteligencia llame a mi puerta. ¡Pero dónde se ha visto un agente secreto que siempre tira o rompe los vasos! ¡Menuda indiscreción!
    Mi tendencia natural a estamparme, abrazar y besar el suelo es otra baza que me aleja del título de espía. El otro día me resbalé en un paso de cebra por culpa de la lluvia y la blanca pintura deslizante ─¡me niego a asumir mi responsabilidad!─ y caí de bruces con la bolsa de la compra y el paraguas. Una imagen nada glamurosa para una infiltrada del CNI.
     ─¡Mierda! ─grité con humillación. Mi perra me observó horrorizada sin saber qué ladrar y con ganas de esconderse bajo la tapa de la alcantarilla para ocultar su canina vergüenza. 
    Pero aún existen más fallos en mi ser: mis manos tiemblan. No siempre, pero de pronto y sin motivo empiezan a bailar samba y soy incapaz de controlar sus movimientos. Unos temblores que me impiden asir con elegancia una copa de Moët Chandon en casa del embajador, estampar mi firma al falsificar un cheque o dar la mano a un asesino de la mafia rusa sin que perciba mi miedo. En fin, no puedo ser espía aunque tal vez os esté engañando a todos y soy la mayor cerebro del espionaje mundial.

P. D: Ahora tenéis que volver a leer esta entrada en el blog pero tarareando la música de "Misión imposible", ya sabéis, la de 25 barras de pan y un pirulí:  pan, pan, pan, pan, pan, pan, pan, pan, pan, pan, pan, pan, pan, pan, pan... ¡Pirulí!