lunes, junio 26, 2017

Akelarre y magia en Benicasim

BrujiEmma en la noche de San Juan

La asamblea de hechiceros y brujas desempolvó el plano secreto escondido en el tronco de la enorme palmera de la Isla de Cuba y marcó con una cruz su próximo destino. Los 7 miembros se miraron y una leve sonrisa iluminó sus caras. A lo largo de las últimas semanas habían analizado las señales de los astros y estrellas y no había duda: los 7, en 2017, debían acudir a Benicasim y girar 7 veces alrededor de la hoguera de San Juan para que la magia y fantasía les abrazara durante los próximos 365 días.
    El equipo mágico preparó sus enseres, se dirigió a sus naves y ─después de que BrujiCarmen gritara el conjuro "¡Roberto Alonso, ponte el cinturón!"─ partió con destino a Benicasim, en Castellón. La meiga Elena abrió con su llave mágica la mansión Cutanda y distribuyó a los invitados por las estancias encantadas plagadas de buenas vibraciones. 
    Para purificar el alma y limpiar las penas, bajaron a la playa para darse el primer chapuzón de agua salada en el Mediterráneo. Por la noche calmaron los rugidos del estómago en "El Lipizano" y exclamaron alabanzas ante la tortilla de alcachofas y berenjenas y la sepia sucia. Un móvil cayó al suelo, el signo inequívoco de que debían acudir a realizar sus conjuros en la noche iluminada por más fuego que cielo.


Los 7 hechiceros y brujas

   En mitad de la playa, una hoguera gigante desató la locura: el hechicero Alonso fotografió las ardientes escenas y todos corrieron alrededor del fuego hasta que el ritmo de "Ata la jaca a la reja" que bailaban los mortales humanos rompió el hechizo. 
    El sábado se mecieron por las olas, pasearon entre las villas hasta el "Voramar", comieron junto a la orilla del mar y durante la siesta sobre la fina arena soñaron las fórmulas de sus próximos encantamientos. Brujimpar Marta al contemplar la piel abrasada por el sol de sus pies gritó con sus uñas sin pintar "¡Por el amor de Dios, Ainhoa, pero si he estado dos horas dándome crema! ¡Cómo he podido quemarme!". El mago Roberto la tranquilizó y le mostró su cabeza atlética a la que aún le faltaban las rayas blancas y lanzó un embrujo contra las palomitas infantiles.
    La noche del sábado, los siete magníficos acudieron a cenar con Lidón, José Luis y Manolo, los hechiceros de la zona que les descubrieron las delicias gastronómicas nocturnas y, gracias a los mojitos y gin tonics, rozaron "La lluna". 
    El sol matutino del domingo entrecerró los ojos del akelarre. 
    ─Maestro Raúl, ¿no tienes toldo en la terraza? ─preguntó BrujiEmma.
    El maestro Raúl mesó su pelo y explicó a sus discípulos que la sencillez del hogar es fundamental para el desarrollo del alma y el espíritu. "Queridos, no todo en la vida se basa en lo material y además, somos felices", sentenció dando un bocado a la tostada con tomate rallado y fulminando al resto de comensales con su mirada para que sólo hablaran si sus palabras iban a ser mejores que el silencio.


Akelarre mediterráneo

   El último día, como manda la tradición, dejaron que el tiempo se escapara frente al mar, recibieron entre abrazos y besos a Santi y Esther ─los elfos madrileños que faltaban del grupo─, y comieron una rica paella en "Villa Sofía" junto a Raquel, Lidón y Alejandro. Los 7 hechiceros y brujas volvieron a la capital con la suerte en la maleta, la sonrisa en la mochila y un bolsón de felicidad.


PD: Hay amigos que llegan al alma y alimentan el cariño. Mil gracias por todo, por la magia, la ilusión, las risas y los vinos, queridos Cutanda. 
Cómo no, agradecer a Javier Puebla su iniciativa de inscribir a los niños en el Campeonato de FutsalCup Marina D'Or. Un crack.

lunes, junio 19, 2017

Crisis de pareja por culpa de un quiróptero


El calor primaveral asola la ciudad y los sudores me hacen desvariar. Me tumbo en la hamaca del jardín, cierro los ojos y mi imaginación me traslada a la consulta de una experta en terapia de pareja. La psicóloga ─mi mente la imagina mujer, pequeña, morena, con gafas de pasta negra sujetas a su cuello con un cordón dorado y una pluma estilográfica Montblanc que balancea entre sus dedos antes de anotar mis desquicies en su agenda Moleskine─ me recibe en su despacho de grandes ventanales y me sugiere que me acomode en el diván estilo Chesterfield.
   ─¿Por qué has venido a mi consulta? ─me interroga con una voz demasiado estridente para mis sensibles oídos.
   La pregunta me parece absurda, pero contesto la obviedad.
   ─Porque mi matrimonio sufre una gran crisis difícil de solucionar.
   ─¿Desde hace mucho tiempo?
   ─Exactamente desde hace cuatro días, desde el 16 de junio ─la psicóloga me mira sorprendida─. Ese día todo parecía perfecto: mi hijo mayor aprobó la selectividad, felicité a mi padre por su cumpleaños, cené con unos compañeros del trabajo... Incluso una tormenta de verano refrescó la noche.
   ─Entonces, ¿qué sucedió con tu pareja? ¿Te maltrató?
   ─¡No, qué exagerada!... Bueno, un poco sí, pero no pienses mal.
   ─Una de las características de las mujeres maltratadas es que niegan que sufren vejaciones por parte de sus compañeros.
   Ahora soy yo la que no pestañea. ¿Pero qué dice esta mujer?
   ─A ver, no te montes películas o me levanto del diván. Aquella noche, cuando volví a casa, me tumbé en la cama, cogí mi kindle, empecé a leer...
   ─¿Y dónde estaba tu pareja?
   ─Pues a mi lado, navegando con el Ipad.
   ─¿Entonces?
   ─Todo sucedió en una fracción de segundo. Alonso, mi marido, saltó de la cama, salió de la habitación y cerró la puerta. Le miré extrañada sin entender qué estaba ocurriendo hasta que el aleteo de un animal me hizo gritar como una histérica. Alrededor de la cama volaba un negro murciélago que se había colado por la ventana. El pánico bloqueó mis pulmones, temía que la rata voladora se posara en mis rizos, tiré el kindle y me abalancé hacia la puerta para escapar de la persecución del quiróptero insectívoro que campaba a sus anchas por mi cuarto. 
   ─¿Y al salir tu pareja te pegó?
  ─Tú eres tonta... ¡Pues claro que no! Los dos gritamos desesperados sin saber qué hacer. De vez en cuando entornábamos la puerta para ver qué hacía el invasor nocturno hasta que, al cabo de los tres minutos más largos de mi vida, el murciélago escapó a la negra noche. En ese instante, sentí que el amor también se esfumaba por la ventana. ¿Cómo es posible que mi Alonso huyera despavorido de nuestro cuarto, cerrara la puerta y me dejara sola ante el peligro?
   ─Emma, ¿nos vamos al Bauhaus para comprar la manguera y los tornillos de las hamacas? ─el grito de Alonso descompone la escena de mi terapia de pareja y me devuelve a la realidad.
   ─Vale, y que no se nos olvide ver las mosquiteras para que no se cuelen más murciélagos... Por cierto, ahora que hemos superado nuestra crisis espero que jamás acudamos a una psicóloga matrimonial.
   ─¿Qué crisis?
   ─La del murciélago, Alonso, la del  murciélago... ¡Hombres!




miércoles, junio 14, 2017

Me llamo Emma y...


Me llamo Emma. Estoy sentada en mitad de un camino pedregoso sobre una piedra de granito. Una antiestética gorra blanca cubre mi cabeza. El sol dispara sus rayos de 37º C sobre mí y no hay ninguna sombra donde protegerme. La sed seca mi boca. Succiono con fruición el tubo que conecta con la bolsa vacía de sales y agua que porto a mi espalda. No queda una gota. 
      Me llamo Emma y soy gilipollas. Hace un par de kilómetros detuve el todoterreno de un agente forestal para que socorriera al anónimo compañero que me ha escoltado los últimos quince kilómetros por los tortuosos caminos de la montaña y se ha desplomado en el suelo. Ante la situación, mi mente me ha mandado mensajes directos para que abandone mi "mini-reto", pero he resistido y he aspirado un "puff" de ventolín para regular mi asmática respiración. Aún debo andar cinco kilómetros más y tengo miedo de morir deshidratada y sola en mitad de este sendero plagado de piedras por culpa de mi orgullo y mi elevada autoestima.
    Para ahuyentar la soledad hablo en voz alta, más bien me insulto. A lo lejos diviso un hombre con una botella de agua en su mano derecha, debe ser una alucinación por los efectos del calor. Me tambaleo hasta su posición, le deslumbro con mis carnes embutidas en la camiseta naranja butanero y mi mochila amarillo fosforito y le suplico que me dé un sorbito de agua. Mi salvador. 
     Me arrastro con mis pequeñas ampollas hasta Colmenar Viejo. De pronto mis ojos se abren como si fueran unos dibujos manga al ver la tienda de un "chino". Rebusco en la riñonera un euro, entro con mis sudores y tomo una botella de agua de la nevera. El asiático del mostrador me observa con temor ante mi cara color gazpacho. El doble de hidrógeno que de oxígeno me revive. 
    La meta me espera al entrar en el polideportivo, sonrío, grito de emoción hasta que un chico de la organización de Corricolari me indica que aún debo dar una vuelta por la pista de atletismo. No tengo fuerzas para agarrarle del cuello y asfixiarle así que obedezco.
    Me llamo Emma y aunque casi muero por mi locura, he cruzado la línea de meta tras recorrer 31 kilómetros (mi podómetro marca 35) y me han entregado un diploma para que jamás olvide esta chaladura. Me llamo Emma y estoy viva. 
   

Mi historia es una minucia en comparación con mis seis compañeros de ABC que han logrado caminar los 100 km en menos de 24, el fantástico trío ciclista que ha pedaleado otros 100 km, el resto de máquinas andarinas que ha superado los 65 km y abandonaron por culpa de la noche y las ampollas y, cómo no, al gran equipo de apoyo que nos ha mimado y cuidado durante toda la aventura.
Personalmente tengo que agradecer a mi Alonso, que soporta mis locuras y me esperó como un jabato en la meta. A Yoda, mi dog trainer.  A Ángeles, que me acompañó en varios entrenamientos y a todos los amigos y familia que han confiado en mí. Tranquilos, una y no más santo Tomás. Os quiero.

lunes, junio 05, 2017

Pasito a pasito, suave, suavecito...


─¡Me he inscrito en el Reto de ABC! ¡Tengo que caminar 34 kilómetros! ¿Quién se apunta a los entrenamientos? ─grité al entrar por la puerta de casa. 
     Yoda movió el rabo con emoción y se convirtió en mi dog trainer. El resto, mis  hombres, me miraron con ojos hastiados y continuaron con su quehaceres como si no me hubieran escuchado. Pero todo tiene su explicación...
      Hace muchos, muchos años, los sábados por la mañana mi amigo Cipri y yo abandonábamos a nuestras parejas y acudíamos a las nueve de la mañana, entre ojeras, resacas y risas a nuestro original curso de papel maché de cuatro horas. Desde entonces hasta ahora he asistido a clases gastronómicas de sushi, adiestramiento canino, pádel, inglés, taller de bricolaje, natación... De forma autodidacta me convertí en Huerta caótica, me hice experta en la instalación de riego automático y aprendí a hacer y personalizar fofuchas y tartas de chuches. Lo sé, doy bastante asco... ¡Y eso que omito mi destreza culinaria y mi arte para montar fiestas! Tras esta insoportable explicación es fácil entender que mis hombres pasen de mi espídica actividad, mis locuras y de mí. 
      Eso sí, me apoyan a su manera. El otro día me regalaron un superreloj que computa todos los pasos que realizo, mi frecuencia cardíaca, la distancia que recorro... Vamos, lo más. 
      Seré sincera, no creo que consiga mi pequeño reto (el gran reto es caminar 100 km en 24 horas, ¡unos máquinas!), y sé que mi perra está harta de mí, pero me siento como la Forrest Gump española que en vez de correr, camina y camina, pasito a pasito, suave, suavecito...