miércoles, junio 14, 2017

Me llamo Emma y...


Me llamo Emma. Estoy sentada en mitad de un camino pedregoso sobre una piedra de granito. Una antiestética gorra blanca cubre mi cabeza. El sol dispara sus rayos de 37º C sobre mí y no hay ninguna sombra donde protegerme. La sed seca mi boca. Succiono con fruición el tubo que conecta con la bolsa vacía de sales y agua que porto a mi espalda. No queda una gota. 
      Me llamo Emma y soy gilipollas. Hace un par de kilómetros detuve el todoterreno de un agente forestal para que socorriera al anónimo compañero que me ha escoltado los últimos quince kilómetros por los tortuosos caminos de la montaña y se ha desplomado en el suelo. Ante la situación, mi mente me ha mandado mensajes directos para que abandone mi "mini-reto", pero he resistido y he aspirado un "puff" de ventolín para regular mi asmática respiración. Aún debo andar cinco kilómetros más y tengo miedo de morir deshidratada y sola en mitad de este sendero plagado de piedras por culpa de mi orgullo y mi elevada autoestima.
    Para ahuyentar la soledad hablo en voz alta, más bien me insulto. A lo lejos diviso un hombre con una botella de agua en su mano derecha, debe ser una alucinación por los efectos del calor. Me tambaleo hasta su posición, le deslumbro con mis carnes embutidas en la camiseta naranja butanero y mi mochila amarillo fosforito y le suplico que me dé un sorbito de agua. Mi salvador. 
     Me arrastro con mis pequeñas ampollas hasta Colmenar Viejo. De pronto mis ojos se abren como si fueran unos dibujos manga al ver la tienda de un "chino". Rebusco en la riñonera un euro, entro con mis sudores y tomo una botella de agua de la nevera. El asiático del mostrador me observa con temor ante mi cara color gazpacho. El doble de hidrógeno que de oxígeno me revive. 
    La meta me espera al entrar en el polideportivo, sonrío, grito de emoción hasta que un chico de la organización de Corricolari me indica que aún debo dar una vuelta por la pista de atletismo. No tengo fuerzas para agarrarle del cuello y asfixiarle así que obedezco.
    Me llamo Emma y aunque casi muero por mi locura, he cruzado la línea de meta tras recorrer 31 kilómetros (mi podómetro marca 35) y me han entregado un diploma para que jamás olvide esta chaladura. Me llamo Emma y estoy viva. 
   

Mi historia es una minucia en comparación con mis seis compañeros de ABC que han logrado caminar los 100 km en menos de 24, el fantástico trío ciclista que ha pedaleado otros 100 km, el resto de máquinas andarinas que ha superado los 65 km y abandonaron por culpa de la noche y las ampollas y, cómo no, al gran equipo de apoyo que nos ha mimado y cuidado durante toda la aventura.
Personalmente tengo que agradecer a mi Alonso, que soporta mis locuras y me esperó como un jabato en la meta. A Yoda, mi dog trainer.  A Ángeles, que me acompañó en varios entrenamientos y a todos los amigos y familia que han confiado en mí. Tranquilos, una y no más santo Tomás. Os quiero.

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