martes, agosto 22, 2017

El camarote de los hermanos Marx

Verano 2017. Toma 1. ¡Acción!



El camarero presiona su pecho para evitar que el corazón le estalle. ¡Casi muero del susto!, exclama con el pelo empapado y gotas de agua resbalando por su cara al abrir la puerta del minúsculo baño y encontrar a siete personas en el interior. Ni orgía, ni desenfreno sexual, los integrantes del camarote de los hermanos Marx intentan protegerse de la lluvia torrencial que de pronto se ha desatado en Denia. Ellos, por lo menos, están a salvo. Nosotros, en cambio, estamos a la intemperie, bajo un tejado de chamizo por el que se cuela el agua.
     Las lámparas se balancean al ritmo de las ráfagas del viento, las copas de cristal se estrellan contra el suelo, los truenos suenan como las tracas de las fallas de Valencia y los rayos resquebrajan el negro cielo. Dos horas antes llegamos con nuestras mejores galas ─ideales Marta y Carmen─ a "Los baños"un capricho de restaurante junto al mar. Entre la ración de ensaladilla rusa y los pescaítos fritos empieza a chispear. Oye, parece que llueve, dice Basi. El leve calabobos se convierte en lluvia. Nos levantamos y corremos a la entrada del local con las copas de tinto de verano, la coca cola zero de Roberto y el plato de ensaladilla. Al principio, pura diversión, risas... Hasta que la tormenta se transforma en el diluvio universal. ¡No podemos dar servicio ni cobrar! ¡Por favor, abandonen el local cuando puedan!, grita descompuesto el dueño del restaurante antes del apagón de luz. 


Los amigos del diluvio

     El agua nos llega hasta las rodillas. Imposible salir. Los miembros del camarote de los hermanos Marx ni siquiera se atreven a entreabrir la puerta. A lo loco, descalzos, con los zapatos en la mano y el miedo de que el móvil atraiga algún rayo, corremos a los coches. En los arcenes de la carretera varios automóviles están estacionados con los warnings encendidos. Jamás he visto una tormenta así, ni el Caribe, exclama Alonso mientras el limpiaparabrisas intenta infructuosamente eliminar el agua del cristal. Ni yo, contesto con el rímel deslizándose por mi mejilla.
    Llegamos a casa descalzos, calados, tiritando... Diego, somnoliento, abre la puerta. Huy, está el suelo mojado, dice de pronto. Enciendo la luz y contemplo la inundación del salón. Quiero morir. ¡Joder!, gritamos mientras cogemos la fregona, el recogedor, los trapos y empezamos a achicar el agua. 
    Por fin, con el suelo seco del salón, me siento en el sofá. Estoy agotada y empapada. El diluvio universal ha calado hasta mis bragas y el sujetador. La calle es un río. Álvaro y sus tres amigos iban a dormir en casa pero se han quedado atrapados en casa de Roberto. "Emma, los niños se quedan aquí. Es imposible que lleguen hasta allí, pero si queréis venid a tomar una copa", leo el mensaje de Carmen en el whatsapp y sonrío ante la ocurrencia. En la nevera cojo una cerveza, doy un sorbo y siento un pellizco de pánico. ¿Qué habrá pasado con los del camarote de los hermanos Marx? ¿Seguirán encerrados en el baño? ¿Habrán huido por el retrete? 
Y mi mente perversa canturrea al estilo Raphael 
"Qué pasará, qué misterio habrá 
puede ser mi gran noche 
y al despertar ya mi vida sabrá 
algo que no conoce..."

PD. Al día siguiente descubrimos que la subida de tensión rompió la nevera y la tormenta destrozó el protector de los bajos del coche... Aún no sé nada de los integrantes del camarote de los hermanos Marx... Qué pasará, qué misterio habrá...


El antes y el después de la tormenta y el Oli-ba-bá atacado por el mar

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