viernes, noviembre 03, 2017

Bruja piruja


De pequeña jamás aporreé las puertas de los vecinos de mi edificio disfrazada de monstruo para que me dieran caramelos ─que los hubiera aceptado porque eran conocidos, que menuda matraca me dio mi abuela con lo de "no aceptes nada de desconocidos"─. Sí recuerdo ir con la pandereta con cintas colgando de colores cantando, más bien desentonando, villancicos con mi pandilla del patio y gastarme en sugus las míseras pesetas que me correspondían tras el reparto en "La tienda verde", actualmente regentada por una pareja de chinos. 
   Halloween llegó a mi vida en octubre de 2004, en una escapada de seis amigos y seis mocosos a una casa rural junto al mar embravecido en Cantabria. Ahora sólo pervive una pareja unida y varios de aquellos infantes ya han cumplido 18 años, pero aquel 31 de octubre, al caer el sol, disfrazamos a los niños y gritamos como energúmenos cuando se fue la luz y vimos fantasmas
    Lo confieso, la noche de los muertos vivientes me enamoró: primero porque soy muy facilona y me apunto a un bombardeo; segundo, porque me apasiona vestirme de bruja (y de otras cosas, pero hoy no viene a cuento); tercero, porque me encanta asustar a los incautos draculines que osan llamar a la puerta de mi casa y, por último, porque adoro reunirme con los amigos, preparar pociones mágicas y reír con los gin-tonics.
    ¡Viva Halloween y las brujas pirujas!



No hay comentarios:

Publicar un comentario