viernes, noviembre 23, 2018

Sin vergüenza y con las bragas de Bridget Jones

    

   
Nunca he sido vergonzosa, y la poca vergüenza que tenía la perdí en el embarazo de mis hijos. La estampa idílica de una madre con su retoño recién parido en su regazo oculta una realidad que poca gente quiere desvelar. Horas antes de que nazca el bebé, las mujeres perdemos todo nuestro pudor y adquirimos la costumbre de abrirnos de piernas en cuanto oímos que se abre la puerta de la habitación. No por guarrillas ─en ese momento los deseos sexuales son inexistentes─ sino por el goteo continuo de enfermeras que te meten mano para ver cuánto ha dilatado el cuello del útero; ginecólogos que calculan vía uterina el tiempo que falta para el parto y, de paso, una persona con bata blanca que pasaba por allí y no sabes a cuento de qué también te mete mano. 
      Los resquicios de vergüenza que aún me quedaban volaron este año cuando me convertí en un helado crocanti por culpa de la trocanteritis, que, para quien no lo sepa, es una bursitis que se genera en la cabeza del fémur y te impide caminar con estilo. Realmente te hace arrastrarte como una anciana de más de cien años. 
      Comprar un tacataca rondaba por mi mente, pero antes acudí a la consulta del traumatólogo al que relaté con cierto humor mi incapacidad para mover el esqueleto con soltura y mi temor a que se declarase un incendio en el trabajo y me chamuscara ante la imposibilidad de salir corriendo. Le di tanta pena-risa que me infiltró unos cuantos corticoides mientras me contaba su historia de amor (le trasplantaron el riñón de su mujer, eso es love y lo demás son tonterías)
     Durante un tiempo mejoré, tanto que hasta pensé en hacer varias volteretas laterales por la playa. Mi ilusión duró un suspiro, el crocanti volvió a aprisionar mi fémur y decidí ir al fisio de mi hermano Roberto. ¡Qué espectáculo! Mientras esperaba a que me llamaran para mi sesión de reparación, pasaba frente a mí gente perfecta, musculada, sin un gramo de más. Y allí estaba, en el centro especializado para deportistas de élite con mi cuerpo body-positive, mis michelines e imperfecciones.
    ─¿Qué tal te ha ido?─, me preguntó mi hermano.
   ─Parece que mejoro, pero mi imagen tumbada en la camilla con mis bragas Bridget Jones para disimular mis michelines, el fisio clavándome dos agujas en la cadera para recargarme como si fuera una batería de coche, ese masaje con gel que ardía... Entre tú y yo, un horror. Y sabes lo más fuerte.
   ─Cuenta.
   ─¡Que al salir me he cruzado por la calle con Belén Esteban! Muy fuerte, hermanito, muy fuerte.

domingo, noviembre 18, 2018

Una bruja es una bruja


No soy supersticiosa. Bueno, un poco. Antes lo era muchísimo, hasta que me cansé. Era agotador. Ahora tengo hortensias y cactus en el jardín. Incluso soy capaz de pasar por debajo de un andamio, eso sí, con los dedos cruzados. Adoro los gatos negros. Entrego el salero en la mano, aunque si se cae un poco de sal tomo un pellizco y lo lanzo hacia atrás. Admito que algunos amuletos decoran mi casa y mi coche. Pequeños detalles sin importancia como la herradura del jardín, la sal y el vinagre de la cocina para espantar la mala suerte, las campanas que cuelgan detrás de la puerta de la entrada para avisar en caso de que se cuele un espíritu maligno en mitad de la noche, la Cruz de Calatrava en la mirilla,  el orgonito ─sustancia compuesta de briznas de metal, resina de poliéster y cobre que transforma la energía negativa en positiva─ del salón, un horroroso elefante con la trompa hacia arriba que alguien me regaló y tengo escondido en el arcón de las bebidas alcohólicas porque no puedo deshacerme de él... En el coche llevo unos chiles rojos y un colgante de cristos rumanos. En la cartera, a mi San Antonio y un dólar... Y otros amuletos que no puedo desvelar.
Juraría que no soy supersticiosa, pero una bruja es una bruja... Y las brujas haberlas, haylas.

martes, octubre 23, 2018

Máster en vaqueros: slim, skinny, straight, cropped...

   
Perdida entre vaqueros

 ─Hola, ¿te puedo ayudar en algo? ─me pregunta una chica pizpireta al ver mi cara de estupor en la sección de ropa masculina.
     ─Estoy buscando unos vaqueros para mis hijos.
     ─¿Qué tipo de denim prefieres?
     ─¿Perdón?
     ─El denim es el tejido con el que se elaboran los pantalones.
     ─Te refieres a lo que en los noventa llamábamos tela vaquera.
     ─Eso, eso. Bueno en estos estantes tenemos distintos modelos de denim. ¿Qué estilo se ajusta más a sus gustos: slim, skinny, loose, straight, cropped o carrot fit?
     ¡Dios mío me acaban de teletransportar a EE.UU. y no me he enterado! ¿Pero por qué me habla esta chica en inglés?
    ─Pues me has dejado helada... No sé ni qué contestarte.
    ─Ay, no estás a la última.
    ─Pues va a ser que no... ─le contesto con unas ganas imperiosas de darle un puñetazo en la nariz, aunque no sea políticamente correcto.
    ─Pobre, te lo voy a explicar ─otra frasecita así y la estampo─. Los skinny son pantalones estrechos.
    ─Los pitillos de toda la vida, ¿no?
    ─Exacto, lo has pillado. Los slim fit son estrechos pero solo en la parte de las caderas y los muslos. Es decir, dejan un poco de libertad y soltura en las rodillas y gemelos. Los straight son rectos. Los cropped son ideales para el verano porque son sueltos  y están cortados a la altura del tobillo y los carrot fit son anchos por arriba y estrechos por debajo, la pasión de los surfistas. ¿Lo has entendido?
    ─Claro, bonita, me ha quedado superclaro, sobre todo lo de los vaqueros zanahoria. Decidido, ahora mismo hago una transferencia a mis hijos y que se compren ellos lo que les dé la gana. Vamos, con lo fácil que eran antes los vaqueros: rectos, pitillo, elefante y de talle alto o talle bajo. Joder con los vaqueros, perdón, denim.

viernes, octubre 12, 2018

¿Por qué nadie saca la ropa de otoño o de primavera?


Hace frío: saco la ropa de invierno. Aprieta el calor: desempolvo la ropa de verano. Así año tras año, injusticia tras injusticia. Qué vergüenza, qué forma de maltratar al otoño y la primavera. ¿No es cierto, almas de cántaro, que la ropa de invierno se saca en otoño y la de verano, en primavera? ¿Por qué nadie dice "mañana hago el cambio de ropa de primavera a otoño"? Ay, qué pena, penita, pena. No sé si abrir un change.org para reclamar la dignidad de las dos estaciones ninguneadas, escribir al defensor del pueblo o convocar una manifestación. En fin, mientras barrunto qué hacer voy a sacar la ropa de otoño, que el frío ha aparecido y me apetece cubrir mis carnes con un frondoso jersey.
    ¡Que viva el otoño y la primavera!

martes, octubre 02, 2018

Body positive


Querida Amaia Montero: no nos conocemos, ni creo que lo hagamos, pero esta semana me has preocupado. No pienso juzgarte por tu apariencia física. No sé si tienes un leve sobrepeso, ni me importa. En cambio, te puedo confesar, como canta la Pantoja, que a mí me sobran unos cuantos kilos. Tal vez porque cocino muy bien (modestia aparte), me encanta comer, beber, organizar fiestas, un tiroides alocado... ¿Me gustaría estar delgada? Pues sí, no me importaría, pero tampoco mucho, que las dos veces que he estado escuálida ha sido por problemas y me encantan las alegrías.  
   Asumo que no estoy en mi peso ideal y me he convertido en una body positive, tanto que si alguien me llama gordi sonrío y si me dicen guapa o simpática, también. No me gusta dar consejos, pero es mejor reconocer las cualidades y defectos de cada uno y, sobre todo, reír. La vida son dos días y al final la gente te recuerda más por las carcajadas, aventuras, historias, anécdotas... que por unos kilos de más. No voy a negar que la apariencia física es importante y a todas nos gusta estar guapas: delgada-guapa, gordi-guapa... Y si una es fea pues tampoco pasa nada. Como dice mi madre: cada uno tiene su público y, en tu caso, más.

martes, septiembre 25, 2018

¿A quién quieres más al dedo índice o al meñique?


Vivo sin vivir en mí. Las pesadillas me torturan, martirizan e histerizan. Observo el dedo índice de mi mano derecha y sufro. Sé que es una paranoia de las mías, pero soy incapaz de controlarla. Este año por mi cumpleaños me han regalado un móvil, no por ser  una friki de los nuevos gadgets sino porque mi último BQ se enamoró de mi oreja o mi oreja del BQ, nunca me quedó claro. Un idilio desquiciante. De pronto, la oreja activaba el altavoz, grababa las conversaciones o decidía dar una llamada por finalizada y colgaba sin previo aviso, así es ella. Asumí el romance, pero la gente con la que hablaba por teléfono no lo soportaba. 
      Al nuevo móvil aún no le he cogido cariño, al contrario, me estresa. Si sitúo el dedo índice en el círculo de la parte trasera del teléfono se desbloquea. Todo muy moderno, pero no dejo de imaginarme a algún delincuente amputando mi dedo índice para escarbar la información secreta y confidencial de mi móvil y, pensándolo bien, casi prefiero que me rebane el dedo meñique que, aunque lo quiera, tiene menos utilidad.
    Adiós meñique, adiós.

jueves, septiembre 13, 2018

Va por ellos


En mi familia es tradición escabullirse en las bodas religiosas por el pasillo lateral de la iglesia para tomar unas cañas en algún bar cercano. Pese a los codazos que me dan antes de huir, jamás he podido acompañarles. No por pasión cristiana, sino por la incertidumbre ante la respuesta de los futuros contrayentes. ¿Y si en vez de afirmar su amor con un “sí, quiero” dicen un “no, quiero”? Una situación muy de película que me genera estrés e inquietud. 
     Hace años, la vuelta de vacaciones también me tensaba. La congoja de saber si le había sucedido algún percance a familiares o amigos me preocupaba hasta que en septiembre pasaba lista. En cambio, ahora, las nuevas tecnologías nos informan segundo a segundo de la vida. Imposible desconectar.
    Este verano el tinto de verano se tornó negro oscuro. El sonido insistente del whatsapp anunció tristes noticias. “Ha fallecido Domingo Pérez, leí en la pantalla del móvil. De golpe me atacaron los recuerdos. Trabajé con Nano en julio de 2004, cuando hicimos el suplemento especial de los Juegos Olímpicos. Venía desde la sección de deportes, se sentaba en una silla a mi derecha y, siempre con una sonrisa, mostraba su emoción por el diseño arrevistado de las páginas que diferían totalmente del enconsertado periódico. Formamos un gran equipo y reímos mucho, a carcajadas. Hace años se fue de ABC y, la vida es así, perdí el contacto con él, pero no su recuerdo.
    “Ha fallecido Manolo”, me escupió de nuevo el whatsapp al cabo de pocos días. Y lloré. Manuel Erice llevaba años luchando contra un puñetero cáncer. En julio su situación era preocupante, pero uno se pone la venda en los ojos y no lo acepta, se niega a creer que es verdad. Podría decir de él que era un gran profesional, subdirector o corresponsal. Y me quedaría corta, pero mi recuerdo me lleva a las mañanas de domingo en el polideportivo de Barajas. Nos cruzábamos en las pistas: él con estilo y elegancia jugaba al tenis; yo, sin su glamur, al pádel. Siempre nos saludábamos con nuestra ropa deportiva, raqueta y palas. Por la tarde, más aseados y elegantes, trabajábamos en la redacción de ABC. La dualidad personal y laboral.  
   Los mecanismos de la mente son complejos, los recuerdos que almacena no tienen mucha lógica, pero es así como ellos viven en mi memoria.
D.E.P., queridos compañeros.

lunes, agosto 27, 2018

Pongamos que hablo de libertad, no de política


Pongamos que hablo de Madrid, exactamente de la farola que hay frente a mi casa. Un elemento que además de dar luz pertenece al espacio público de la ciudad. Es decir, su mantenimiento y limpieza se financia a través de los impuestos que todos los madrileños pagamos al Ayuntamiento que, como marca la normativa de "Limpieza de espacios públicos", tiene la obligación de eliminar las pegatinas, chicles, carteles o similar que alguien ubique en ellos.

Pongamos que hablo de amor, de una pasión desatada que me hace colocar pegatinas de corazones verdes 💚💚💚 en la farola frente a mi casa.

Pongamos que mi vecino odia el amor y, como le revientan mis corazones, los arranca de las farolas.

Pongamos que insisto y coloco más corazones verdes 💚💚💚 y cuando pasa la patrulla de limpieza del Ayuntamiento en vez de quitarlos me sonríen porque ellos también están enamorados y la alcaldesa decide permitir mi ilegalidad.

Pongamos que mi vecino se levanta un día harto de mis verdosos corazones 💚💚💚, que ahora ocupan todas las farolas, contenedores y papeleras de la calle, y elimina con furia los corazones porque el mobiliario urbano que estoy utilizando también es suyo y la ley no me tendría que apoyar. Sin embargo, cuando la patrulla de limpieza ve su acción llama a la policía para que lo detengan por impedir que yo exprese cómo se siente mi corazón.

Pongamos que no quiero hablar de política, que me da igual la opinión de unos y otros, pero aplaudo a los ciudadanos que defienden la neutralidad de los espacios públicos. Y, por supuesto, si alguien desea mostrar su queja o reivindicación que alquile las vallas o lugares habilitados para ello.

Pongamos que mi amor es tan loco, animal, irracional y pasional que clavo estacas con corazones verdes 💚💚💚 para que todo el mundo sepa cómo late mi desatada "patata" en la playa, en el pinar, en la plaza del pueblo... Y, aunque molesten a las personas, que nadie ose quitarlos porque sólo yo tengo la razón.

Pongamos que no entiendo nada... 

lunes, julio 30, 2018

Duelo lector


Los libros, como el amor o las amistades que se pierden, necesitan su momento de duelo. Un tiempo para asimilar que la historia se ha acabado, que los protagonistas se quedarán encerrados entre las páginas y tu memoria. Pero, como dice el dicho, un clavo saca a otro clavo, o no. 

Sol poniente (Antonio Fontana. Fundación José Manuel Lara)
En la presentación de su libro, Antonio Fontana -amigo, asesor literario, editor...- explicó que su novela es como un perrito adorable, el típico bichón maltés, al que te acercas con ternura para acariciar su suave pelo blanco y de pronto se gira, abre la boca y te arranca un dedo de la mano. Y así es. La historia -ganadora del Premio Málaga de Novela 2017- se desarrolla en su Málaga natal y nos traslada a los recuerdos, a los viajes a la playa apretujados en el asiento de atrás de un Seat, a las conversaciones de las abuelas y sus amigas, a películas como el "Mago de Oz" o "Lo que el viento se llevó", anécdotas de la infancia, la cocina (¡esa olla con sabor o las pinzas suicidas!), la familia... Todo muy bichón hasta que te muerde. Fantástica novela, y no me ciega la amistad. 

Chesil Beach (Ian McEwan. Anagrama)
Un suspiro de historia en los años 60. La primera noche de novios de una joven pareja inexperta en materia sexual, con prisas y salpicada de flashbacks que nos desgranan el pasado de cada uno de ellos, cómo se conocieron, sus miedos. Una noche en la que todo cambia.

Una investigación filosófica (Philip Kerr. Anagrama)
El regalo perfecto para cualquier autor es que la gente lea sus libros. Mi pequeño homenaje por la muerte del gran escritor Philip Kerr fue devorar su novela "Una investigación filosófica". El argumento parece básico: un psicópata que asesina en Londres a personas sin ningún tipo de relación entre sí, o eso parece. El desarrollo de la trama, las nuevas tecnologías para prever cómo van a actuar las personas según su genoma, el control por parte del estado... "Un mundo feliz" muy futurista que te hace reflexionar.

Ordesa (Manuel Vilas. Alfaguara)
Novela desgarradora en la que la muerte preside cada página. Dolor por los seres queridos desaparecidos, por los recuerdos que nos asaltan ante cualquier nimio detalle. Dolor al ver cómo los hijos vuelan libres y abandonan el nido. Una obra llena de nostalgia a flor de piel. Un libro triste.

Berta Isla (Javier Marías. Alfaguara)
¿Quién no ha imaginado en su juventud cómo sería de adulto? ¿Acaso alguien ha acertado? Lo dudo, y mucho. En esta fantástica novela, Javier Marías nos sumerge en una historia de amor con muchas sombras, deseos y secretos a lo largo de una vida. Intrigas que viajan entre Madrid y Londres, entre el corazón herido y el sufrimiento del alma. Genial.

Que nadie duerma (Juan José Millás. Alfaguara)
No es fácil explicar qué me atrapó en la novela "Que nadie duerma". Que lo escriba Millás siempre da seguridad.  Además, si hila el argumento con las notas de la ópera Turandot consigue que la melodía de la compleja historia personal, de amor y turbación, de recuerdos y sexo, te sumerja en su enigmática obra. 

Artículo 353 del código penal (Tanguy Viel. Destino)
En este año en que la justicia nos ha sorprendido con algunas de sus sentencias, cayó en mis manos este libro en el que desde el principio se sabe quién es el culpable de un asesinato, pero cómo argumenta su decisión en el juicio el acusado, las razones que le abocaron a semejante acto, sin arrepentimiento y con la conciencia muy tranquila, nos obliga a tomar una posición: castigar o justificar su acción con la ley en la mano. 

Arderás en la tormenta (John Verdon. Roca)
La primera novela de John Verdon, "Sé lo que estás pensando", me atrapó. La segunda, también. Y así hasta esta última que por fidelidad empecé a leer, porque adoro a su protagonista, el comisario jubilado Dave Gurney, y su rancho con tractor y restos arqueológicos incluidos. Verdon en estado puro.



ANTIGUAS CRÍTICAS

martes, julio 24, 2018

Tonta, blanca y hetero


Últimamente estoy más silenciosa, callada, incluso apocada. Tanta corrección política me enmudece. Por ejemplo, si digo "ay, mira que eres tonto", mis hijos me acusan de ofender a los discapacitados mentales. A ver, que son expresiones adquiridas, que al decir tonto, estúpido o imbécil solo quiero manifestar inutilidad. Por dios, que en mi infancia me decían esas palabras acompañadas de una colleja y no me han creado ningún trauma.
       "Es impresionante cómo corre ese negro", dije al ver la carrera de los cien metros de los Juegos Olímpicos. Tras aquel comentario me convertí en la mayor racista del universo. No sé cómo explicar que los de mi generación jugábamos a las cartas de las familias y la bantú era negra; la china, amarilla y los esquimales, marrones. ¡Pero si yo soy blanca o roja gazpacho según la estación del año! Ay, ay, ay, que se van a ofender los andaluces por llamar rojo al gazpacho...
       El día que me tildaron de homófoba, flipé. En el mundo LGBT si dices maricón en un contexto gracioso, sin intención de ofender, ellos son los primeros en reír y utilizar la expresión sin complejo: "Te tengo que presentar a mi amigo, él sí que tiene pluma, el muy maricón", me han dicho más de una vez. 
       Y ahora, además, he de tener en cuenta el lenguaje inclusivo y mostrar tanto el género masculino como el femenino de cada palabra que diga. Vamos, hombre, lo que me faltaba. Toda la vida estudiando que el género masculino plural aúna los dos géneros y ahora he de decir amigos y amigas para que ninguna de mi especie se sienta ofendida.
       ¡Una mierda! Soy una tonta, blanca y hetero ─porque me gustan los tíos y soy mujer, que si me gustaran las tías diría que soy bollera aunque se ofendan los panaderos─ y si a alguien le molesta mi forma de hablar, mis risas o mis historias lo tiene muy fácil, que me abandone, que no soy rencorosa ni me voy a molestar.
      ¡Ay, qué suerte ser perro, gato o pájaro y poder ladrar, maullar o piar sin tener en cuenta tanta corrección política
    ¡A la mierda!, como exclamó el gran Fernando Fernán Gómez. 



       

viernes, julio 06, 2018

Neurótica antipática gramatical


Hay gente que cree que soy simpática y graciosa, pero es falso. Puedo confesar y confieso que soy bastante insoportable y rarita. Por ejemplo, si escucho ciertas expresiones sufro un ataque de nervios incontrolable que me convierte en una auténtica borde neurótica de las palabras. Tanto, que hasta he elaborado un listado de expresiones atroces para adquirir el título de asquerosa antipática gramatical

Expresiones que me desquician y desesperan

1. Entreno: Por favor, deportistas de pro, ¿por qué habéis tirado a la basura la palabra "entrenamiento"? Os aviso: si decís "yo entreno en el entreno" que no esté cerca... ¡Qué horreur!
2. Petar: Me implosionan los oídos cuando escucho "el local estaba petado". A ver, almas de cántaro, según la RAE petar significa estallar o explotar. Aunque si eres un revival de los ochenta te debe "petar un montón que el local esté petado". Peto, culo, caca, pis.
3. Me la suda: Sin comentarios. Es tan, tan soez, que omito mi opinión.
4. Chiscar: "Qué fuerte, estaba en casa chiscando con mi novio y saltó la alarma de seguridad". Puedo jurar y perjurar que esta frase me la dijo una amiga. Me imagino que con tanto chiscar se extendió el fuego por las cortinas.
(Chiscar: sacar chispas del eslabón chocándolo con el pedernal) 
5. Cada tres por dos: Es matemáticamente imposible que de dos veces lo hayas hecho tres. Por tanto se ha de decir "cada dos por tres". Y aquí todos pensaréis que realmente soy una auténtica antipática gramatical, pero aún hay más...
6. Ambos dos: Ambos, es decir, uno y otro. Uno más otro son dos. Ambos dos, teniendo en cuenta que ambos son dos, es una reiteración. 
5. Son la una menos diez: Cuando pregunto qué hora es y me contestan «"son" la una menos diez» siento como muere una hada mágica y se desintegra un enanito de jardín.

Como dice mi amiga Nuria, con la vejez se acorta el dormir y se alarga el gruñir, y no le voy a quitar la razón.

martes, julio 03, 2018

Boda perfecta en imperfecta familia

La primera vez que Pepe pisó Tarragona fue en Port Aventura, por su comunión.
¿Quién le iba a decir que su gran amor sería de esa tierra?

El teléfono estaba atornillado a la pared del club social de la urbanización de la playa. Cada tres o cuatro días colaba 50 pesetas por la rendija de las monedas y llamaba a mis padres para que supieran algo de mí. En julio de 1988 no existían los móviles y las cabinas telefónicas, especie en peligro de extinción, eran nuestra forma de comunicación. "Emma, tu madre está embarazada", las palabras de mi padre se colaron por mi oído pero mi mente atónita no era capaz de asimilar la noticia. 
      Aquel septiembre cumplí 18 años y en marzo del año siguiente nació Pepe, mi hermano pequeño, nuestro tesoro. Un renacuajo de enormes ojos verdes que se convirtió en el centro de nuestro pequeño universo. Todo giraba a su alrededor. Sin saberlo, nos unió y exprimió lo mejor de cada uno de nosotros. 
     "Desde luego no hay duda de que eres su madre, tiene tus mismos ojos", me decían en el parque gente que no me conocía. Al principio explicaba que no, que era mi hermano... Al final, asentía. "¡Qué más da!, que piensen lo que quieran"
     Pasaron los años. Pepe siguió la estela familiar y estudió en el colegio FEM. Muy del Altético de Madrid ─como su adorado hermano Roberto─, muy de su barrio, muy de sus amigos y muy guapo ─vale, soy su hermana, pero soy objetiva: guapo, guapo─. 
      "Me voy seis meses a York, Gran Bretaña, de Erasmus", informó en una comida familiar. Todos le miramos perplejos. Al cabo de unos meses, partió. Por Skype supimos que tenía novia. Me emocioné, porque yo soy muy de francés y el que su novia fuera inglesa me obligaba a perfeccionar, más bien estudiar, la lengua anglosajona. Erré, como es habitual en mí, no era inglesa sino catalana. Y sonreí, porque siempre es divertido que en una familia compuesta por un batiburrillo de padre con ascendencia aragonesa, madre meiga gallega, abuela de 97 años, padrastro, madrastra y hermanos gatos castizos entrase ella, Mariona, nuestra querida catalana. Además, descubrir que su familia tenía una bodega y que su padre era uno de los fundadores de la D.O. Priorat, nos enamoró. A ver, que somos muy de vino, muy de reír, muy de comer, muy de fiesta. 
    A Pepe y Mariona la pasión les hizo viajar de York a Madrid y de Madrid a Tarragona. El 16 de junio de 2018, en las bodegas Clos de L'Obac sellaron su amor en la boda más bonita que jamás haya vivido. Una fiesta entre familiares y amigos plagada de sentimiento, de emoción. Ahora, pasados unos días, os confesaré que fui maestra de ceremonias en su enlace, que los nervios me rompieron la voz, que mis manos fueron incapaces de sujetar el micrófono, pero todo se solventó con humor, risas, lágrimas de alegría y buen vino. 
      Bajo la carpa, rodeada de viñedos, los recién casados nos sorprendieron con sus detalles: esos corchos personalizados, el emotivo vídeo (¡cuánto lloro al verlo!), los bailes... Guiños de amor que demuestran que tengo una gran familia imperfecta, pero perfecta. 
     ¡Viva los novios! ¡Viva Mariona, viva Pepe! ¡Os quiero! 
     Y, por supuesto, que lo que el amor ha unido no lo separe ni dios.      
      



martes, junio 05, 2018

Soy una verde cleptómana



Lo confieso: soy una ladrona. Lo admito tanto, tantísimo, que ni siquiera escondo mis tesoros. Todos están a la vista, en mi jardín. Soy una cleptómana de esquejes. Y no me arrepiento. Al contrario, mis acciones potencian la reproducción y el bienestar del medioambiente. 
     Varias plantas de mi casa son producto del hurto, y tienen su propia historia: el bello y enamoradizo amor de hombre morado siempre alegró la terraza de mis padres desde un macetero colgante. Un día, al salir del periódico, en el bajo del edificio de enfrente, llamaron mi atención unas hojas moradas y no me pude controlar. Me acerqué con disimulo y corté unos cuantos esquejes. Tampoco me pude reprimir con las cintas de mi vecina Silvia el verano que me encargó regar sus plantas, aunque a su vuelta le confesé mi delito. De casa de mi abuela sisé un esqueje de la planta del dinero; en Oliete, un cactus que encontré junto a la Fuente del Piojo; en Guadarrama, unas pilastras y mi madre, porque todo va en los genes, me regaló una tutuna mituna, que también había sustraído del macetero de una amiga.
    En mi jardín además florecen vástagos de amistad: la hortensia y la palmera que me regaló mi hermano Roberto; el laurel de Nacho; las suculentas de Juanma; el acebo de Luis y, cómo no, el madroño del orondo Papá Noël.
    Mi padre, hace más de veinte años, trajo desde Francia un brote de un cactus orquídea que también hurtó a algún francófono. Han pasado los años y un bisnieto de aquel cactus ha florecido en mi jardín y soy muy, muy feliz. 
     Ladrona, pero feliz. ¿Y tú? Confiesa, ¿también eres un cleptómano de esquejes?


La flor del cactus, en mi jardín

jueves, mayo 24, 2018

Fred Vargas. La novela negra tiene nombre de mujer francesa



Fred Vargas ha ganado el Premio Princesa de Asturias de las Letras 2018 y soy feliz. Feliz porque la conocí ─literariamente hablando─ en 2001, en una noche de insomnio. Me levanté de la cama, curioseé en la estantería del salón y desempolvé su novela "El hombre de los círculos azules". Un error. El sueño me abandonó y me convertí en una golosa de sus negras páginas. 
      En 2006, con su libro "Cuando los muertos se levanten" me cautivó. Tanto que en 2010 devoré "Un lugar incierto", protagonizada por mis adorados Adamsberg y Danglard. Por aquella época, en mi blog no hacía reseñas literarias y sus novelas aparecen entremezcladas con historias de mi vida. 
    Pasaron diez años hasta que me sumergí en "Tiempos de hielo", la única obra que no me atrapó con su violencia habitual. Sin embargo, la última novela de Vargas "Cuando sale la reclusa" me enamoró tanto que escribí: 
        La novela negra tiene nombre de mujer francesa, la que se esconde tras Fred Vargas ─el seudónimo de Frédérique Audoin-Rouzeau─. En Cuando sale la reclusa, los pensamientos del comisario Adamsberg, de la Brigada Criminal de París, son burbujas de gas que chocan por su cerebro hasta que destripa y soluciona los casos. En esta ocasión, la trama está vinculada con las arañas reclusas, los blafs (escarabajos de cementerio) de un orfanato, unas violaciones grupales... Unos asesinatos imperceptibles para casi todos, menos para Adamsberg y su equipo. ¡Chapeau!

    Fred Vargas ha ganado el Premio Princesa de Asturias de las Letras 2018 y soy feliz. 


MIS RESEÑAS DE FRED VARGAS

2018
"Libros de mi insomnio y de mi corazón"

2015
"Negras lecturas"

 2010
"Después del trajín, cumpleaños de Pablo"


2006
Vida de un retrete

miércoles, mayo 09, 2018

No soy una it girl pero...

Auténticos it dog

No sé cómo contarlo. No es que me dé vergüenza, al contrario, pero sé que con este pequeño relato voy a dar más argumentos a todos aquellos que me consideran una friki y se van a mofar aún más de mí, que tampoco me importa, pero... Vale, os lo cuento, que no me puedo resistir.
      El sábado pasado, paseaba con mis rizos al viento y mi perra por la playa de Oliva, feliz como una perdiz, soñando con la paella que habíamos encargado para once a las tres. Esos eran mis superbásicos pensamientos hasta que dos perritos se pararon a jugar con mi mascota. Empecé a hablar con las dueñas ─dos veintiañeras ideales, muy, muy it girls─, la típica conversación mascotera: qué tiempo tiene tu perro; ay, qué ideal, mira cómo juegan; qué bien que este puente no haya socorristas y así los animales pueden estar en la playa... Todo muy canino. Hasta que llegó la gran pregunta. 
─Por cierto, ¿cómo se llama tu perra? 
Yoda ─contesté metiendo tripa para disimular un poco mis michelines ante las súper superideales it girls.
─Por favor, no me digas que es Yoda la de Instagram
─Sí, sí ─contesté con tal ilusión que hasta mis rizos siguieron el movimiento frenético de mi cabeza.
─Ay, qué fuerte, que nuestro perros se siguen en Insta. El mío es Bru y el de mi amiga Chorizo. Bueno, bueno, increíble. Este verano veía sus fotos en la playa de Aiguas Mortes y me imaginaba que estaba aquí. Impresionante.
─¿En serio?
─Lo que oyes. Ay, voy a grabarles un vídeo y así lo publico en su historia. Qué ganas tenía de conocer a Yoda.
─Es que lo de Instagram es un vicio. Yo cuido mucho más el perfil de Yoda que el mío.
─¡A nosotras nos pasa lo mismo!
─Vosotras sí que me entendéis, que cuando digo en casa que Yoda es una auténtica it dog me miran como si estuviera loca... 
─Hija, somos unas incomprendidas. Bueno, seguimos en contacto por Insta.
─Sí, sí, y este verano nos vemos.
¡Oh, qué alegría, qué ilusión, mi perra es tan it dog que hasta las it girls la reconocen por la calle! 


Jamás podré ser una it girl.
Mis amigas salen divinas y yo, a lo loco, con los rizos desatados

lunes, mayo 07, 2018

La estantería de los horrores


Mi amigo Pablo sufría cada vez que se acercaba el Día del Padre. Más que por la celebración, por los tortuosos regalos de sus hijas. En su denominada  estantería de los horrores colocaba con orden incierto la corbata de papel charol, el cenicero elaborado con alambres o el llavero con la "P", la inicial de su nombre. 
    Al cabo de los años, nacieron mis hijos y mi estantería de los horrores. Tarjetas de cartulina verde con un corazón rojo en el centro, un joyero con cáscaras de huevo, una rosa de goma-eva, las huellas de sus manos en barro cocido y un sinfín de textos de amor, garabatos y faltas de ortografía.
    Ayer fue el Día de la Madre, mis adolescentes se levantaron somnolientos, se acercaron a la cocina mientras preparaba la comida familiar, me felicitaron con un abrazo-oso y me regalaron el perfume que compró mi Alonso con su tarjeta de crédito.
    Sonreí, les abracé y sentí la pena del paso del tiempo. Añoré aquellos viernes que volvían del colegio con la manualidad que habían hecho en clase oculta en la mochila, corrían a su cuarto para esconderla en el lugar más recóndito (debajo de su cama) y el domingo, antes de que saliera el sol, saltaban a mi cama para felicitarme, acurrucarse bajo el edredón y regalarme su precioso tesoro para mi adorada estantería de los horrores
    Nostalgia del amor infantil y, cómo no, de mi collar de macarrones. 

sábado, abril 21, 2018

La cerveza, para mí


Por fin el sol ha hecho su aparición. Las mesas metálicas invaden las aceras de mi Madrid y las terrazas rebosan gente. Me encanta. Después de una leve caminata (maldita trocanteritis) nos sentamos para saciar la sed. El camarero, un chaval joven, toma nota de nuestras bebidas y aparece al rato portando una bandeja plateada circular con nuestro pedido y una amplia sonrisa.
    ─La jarra de cerveza para el caballero, la Coca-Cola para la señorita y unas patatas fritas ─dice con un tono jocoso que desmonta mi malhumor.
    ─Si no te importa es al revés: el tanque de cerveza para mí y la Coca-Cola para él ─le contestó hipnotizada por la espuma de la jarra.
    ─Ay, perdón, perdón...
La escena es habitual. La sociedad tiene tatuados una serie de estereotipos difíciles de modificar. Es necesario destruir los clichés entre hombres y mujeres para lograr la igualdad. Reconozco que nunca he sido una feminista reivindicativa porque, gracias a la educación que recibí en mi familia, jamás me he sentido discriminada por mi condición sexual. Al contrario, he gozado de una gran libertad: he viajado sola siempre que he querido, salgo con distintos grupos de gente sin necesidad de ir con mi pareja y desde bien joven he cultivado mi independencia y soledad. ¡Incluso soy la "manitas" de mi casa!
    Y, por si alguien tiene alguna duda: bebo, como, rįo, disfruto y al final de cualquier fiesta él conduce de vuelta (a buen entendedor pocas palabras bastan).
    La cerveza, para mí.

viernes, abril 13, 2018

Menos titulitis y más honestidad



En la última repisa de la estantería del pasillo de mi casa descansa una carpeta marrón. En el lomo, una pegatina con una sola palabra: Títulos. Y en el interior adormecen los diplomas que acreditan mis estudios. No pienso presumir de ellos, a nadie le interesan. Aunque puedo asegurar que cuando firmé el contrato con mi empresa tuve que presentar numerosos documentos oficiales que demostraban mi formación.  
     Los escándalos que salpican en este momento la vida pública española ante la falsedad en la obtención de másteres, carreras universitarias y demás titulaciones me tiene perpleja. ¿Cómo es posible que los partidos políticos no verifiquen los currículums de sus representantes? ¿Acaso nadie recuerda el caso Roldán, director de la Guardia Civil durante el gobierno socialista de 1986 a 1993, que aseguraba ser ingeniero industrial (falso de toda falsedad)? ¿Cómo a partir de aquel suceso no se instauró una política de comprobación académica? 
     Todo es sorprendente. Aunque es más vergonzoso que algunos políticos (izquierda, derecha, centro, radical de izquierdas o de derechas) tengan la desfachatez de mentir en sus curriculums. La ética y la honestidad son valores que deben primar en cualquier persona, y si además has sido elegido por los ciudadanos, con más motivo.  
    Menos titulitis y más honestidad, por favor.

domingo, abril 01, 2018

Semana horribilis


La nieve se desliza por el cielo de la sierra de Guadarrama. Después de una semana es hora de volver a la rutina. O más bien retomar la calma perdida. Pocos coches recorren la carretera. Entro en la redacción apresurada, con mis zapatillas deportivas, los rizos alocados y la nariz colorada por los rayos de sol que me broncearon en el rebosante Embalse de la Jarosa. 
    Antes de encender el ordenador, llega la pregunta de rigor. 
    ─Emma, ¿qué tal tus vacaciones? 
    Sonrío y contesto con una mentirijilla inofensiva, sin maldad, sin rencor. 
    Fenomenal ─mi engaño dura unos segundos, nunca me ha gustado mentir─. Fatal, ha sido una semana horribilis. Me ha abducido un agujero negro de percances.
   ─Anda, no seas exagerada.
   ─Bueno, solo te diré que el martes Yoda, mi adorada perrita, empezó a devolver sangre, que a las tres de la mañana nos tuvimos que ir al veterinario de urgencia; que después de mil pruebas y radiografías le pusieron un tratamiento para detener su hemorragia sangrante; que a las diez de la mañana volvimos porque no mejoraba y que, cinco días después, aún sigue enferma... Pobriña.
   ─Vaya...
   ─Y eso que no te he contado que el jueves al volver de un paseo por el pinar, pasé por delante de mi coche perfectamente aparcado y me lo encontré sin retrovisor y una rueda reventada. 
   ─¿En serio?
   ─Lo que oyes. Menos mal que la policía local me dejó una nota en el limpiaparabrisas para que me pasara por la comisaría y me dieran la información del conductor del coche que colisionó contra el mío. Y allí que me fui. Verás, resulta que Jacobo, el piloto del Mini Cooper, se despistó al mirar el móvil o subir el volumen de la radio y, ay, qué mala suerte, se estampó contra mi Focus. Me lo imagino superpijo, pero no me cae mal porque facilitó todos sus datos, que mi coche está a terceros y tiene más de quince años. Además sucedieron otras pequeñas historias, y grandes momentos, y vinos y risas. Pero cuéntame, ¿qué tal tu Semana Santa?
   ─Pues un poco más tranquila que la tuya. ¿Y tus lesiones?
   –Fatal, ahí sigo con mi esguince de rodilla, mi trocanteritis, mi fisio... Lo que te decía, horribilis

lunes, marzo 05, 2018

He muerto y he resucitado...


Tengo que aguantar, lo sé, no puedo huir como una cobarde, debo resistir la tentación de apretar el timbre de seguridad para que me saquen de este ataúd de plástico. Siempre he parecido una mujer fuerte, pero no lo soy. Me estoy muriendo. Mi dedo tiembla sobre el timbre, las ganas de salir me dominan. Me pongo a contar vacas, que es más divertido que las ovejas. Una, dos, tres, cuatro... En mi mente se repiten las palabras del simpático hombre que me ha metido en el atáud: "Nena, tú tranquila, confía en mí, te voy a vigilar en todo momento, no estarás sola". Claro, él no me conoce y no sabe que jamás pondría la mano en el fuego por alguien porque amo cada extremidad de mi cuerpo y, como decía el doctor House, todo el mundo miente.
     Los cascos que protegen mis oídos amortiguan el sonido exterior. No me puedo mover. En teoría me está vigilando el técnico de la máquina de la resonancia magnética, pero ¿y si le da un paro cardíaco y cae desplomado sobre el suelo?, ¿y si hay un corte de luz y me olvidan en este triste nicho?, ¿y si cae un meteorito en el hospital?... Voy a contar más vacas. Cinco, seis, siete... Lo sé, puedo apretar el botón de emergencia, pero aquí todo el mundo me conoce, debo parecer fuerte. Si sobrevivo a este entierro en vida modificaré mi testamento para que quede constancia notarial de que el día que fallezca deseo que me incineren, como un buen solomillo, vuelta y vuelta. Me niego a que me entierren, no vaya a ser que resucite. Me falta el aire, me va a dar un ataque de asma y no puedo darme un chute de ventolín. Ocho, nueve, diez... Aún recuerdo cuando entré en la pirámides de Keops, salí congestionada, ahogada, estresada. Tras aquella experiencia me negué a practicar submarinismo o espeleología. Y ahora estoy aquí, enterrada en vida en un ataúd monitorizado. Once, doce, trece... ¡Hasta las vacas se están revolucionando!
     El sonido cesa, alguien entra en la habitación, aprieta un botón, la camilla me desplaza hasta el exterior, he resucitado. "Nena, ¿verdad que no ha sido para tanto?", me pregunta sonriente el hombre al que he confiado mi vida durante veinte minutos. "No, no ha sido para tanto", miento como todo el mundo y siento que los nervios agónicos han despertado mi latente herpes labial. Por fin, vivita y coleando, abandono el tubo de la resonancia magnética, a la ganadería de vacas imaginarias y al amable técnico que me ha enterrado en vida, pero bajo una estricta supervisión.

martes, febrero 20, 2018

Libros de mi insomnio... (y de mi corazón)



Australia, Mongolia, Francia... Los libros me han hecho viajar hasta países desconocidos y he descubierto nuevas culturas, amores, intrigas y pasiones. Incluso me he sumergido (agotador, por cierto) en el mundo de la filosofía de la mano de Sócrates y otros eruditos pensadores.

Cuando sale la reclusa. (Fred Vargas. Siruela)
La novela negra tiene nombre de mujer francesa, la que se esconde tras Fred Vargas ─el seudónimo de Frédérique Audoin-Rouzeau─. En Cuando sale la reclusa, los pensamientos del comisario Adamsberg, de la Brigada Criminal de París, son burbujas de gas que chocan por su cerebro hasta que destripa y soluciona los casos. En esta ocasión, la trama está vinculada con las arañas reclusas, los blafs (escarabajos de cementerio) de un orfanato, unas violaciones grupales... Unos asesinatos imperceptibles para casi todos, menos para Adamsberg y su equipo. ¡Chapeau!
«Métete de una vez en la cabeza que todos somos neuróticos. Luego todo depende del equilibrio que seamos capaces de elaborar"

Observada. (Renée Knight. Black Salamandra)
¿Y si de pronto empiezas a leer un libro y descubres que la protagonista eres tú? ¿Y si además desvela un secreto que jamás has querido contar? ¿Y si, oh, no, esas páginas llegan a manos de tu marido, tu hijo o tus compañeros de trabajo? ¿Y si la imagen que todo el mundo tiene de ti es falsa? Ay, amigos, cuántas sorpresas depara esta original novela.
 «El esfuerzo de mantener el secreto en secreto ha acabado siendo mayor que el secreto en sí»

Yeruldelgger, tiempos salvajes. (Ian Manook. Salamandra)
Gracias a esta novela he aprendido que la capital de Mongolia es Ulán Bator, que los nómadas mongoles habitan en yurtas (circulares tiendas de campaña) y que allí hace un frío de narices. Sin embargo, el desarrollo e investigación de los asesinatos en ocasiones me ha parecido muy lioso. Y más si se tiene en cuenta que los nombres de los personajes (mongoles, claro) son muy complejos. Me ha costado un poco, la verdad. 

La luz entre los océanos. (M. L. Stedman. Salamandra)
Queridas (sobre todo vosotras), os va a encantar. Una novela que te atrapa desde el principio, que te traslada hasta el faro de una pequeña isla en Australia para vivir una gran historia de amor y te hace reflexionar sobre la moralidad de algunas de las actuaciones. En fin, ya estáis tardando. Y yo estoy tardando en ver la película en la que aparece el gran Michael Fassbender, y eso que odio ver las adaptaciones cinematográficas. Sufriré por él.
«Sabía que, si conseguía alejarse lo suficiente –de la gente, de los recuerdos–, el tiempo se encargaría de todo» 

El ministerio de la felicidad suprema. (Arundhati Roy. Anagrama)
¿Cómo contar una historia hecha añicos? Convirtiéndote poco a poco en todo. De esta forma Arundhati Roy desgrana en su novela la situación de la India y de Cachemira, y salpica cada relato con grandes y dolorosas historias de amor. Sin embargo, hay momentos en que es difícil continuar la lectura ante la cantidad de personajes (con nombres indios, claro) que abruman sus relatos.
«He construido mi vida alrededor de ella. Tal vez no alrededor de ella, pero sí alrededor del recuerdo de mi amor por ella. Ella no lo sabe»

Todo es posible. (Elizabeth Strout. Duomo Editorial)
Una novela intimista que nos lleva a través de los recuerdos a comprender la vida y la forma de pensar de Lucy Barton, una autora de éxito que vuelve a su ciudad de la infancia. Un libro de bella prosa
«Hay cosas en la vida que nunca se cuentan»

Patria. (Fernando Aramburu. Tusquets)
¿Alguien no ha leído aún Patria? Lo dudo. Este libro se convirtió en la gran novela del verano. Reposaba en mi mesilla desde hacía tiempo ─realmente en mi Kindle─, pero me resistía a sumergirme de nuevo en la etapa terrorista que vivimos en España, volver a sentir el dolor que provocó ETA, me espantaba. Una vez superada mi pereza, la novela me atrapó y entendí su gran éxito editorial.  
«Una cicatriz quedará siempre. Pero una cicatriz ya es una forma de curación»

Rendición. (Ray Loriga. Alfaguara)
En mi familia nos gusta hablar de libros: no de forma intelectual o cultureta, sino con un estilo muy de andar por casa. Mi hermano Roberto me recomendó Rendición, la mejor novela del año en su opinión. No siempre coincidimos, y me alegro. ¡Ay, qué aburrida sería la vida si todos pensáramos igual! El inicio me parece trepidante pero después la historia se desinfla. Me recordó tanto a Un mundo feliz, de Aldous Huxley, que me desilusionó.
«Ella, como todas las mujeres, es más fuerte que los hombres, pero a veces se rompe y la abrazo.»

El mundo de Sofía. (Jostein Gaarder. Siruela)
Desde pequeña he sentido rechazo hacia la filosofía y la psicología, me cansan mentalmente. Sé que es un error, así que he empezado a leer este libro donde explican la evolución de la filosofía a lo largo del tiempo de forma ágil y muy bien hilada. Eso sí, para no agotarme, lo intercalo con otras novelas. Una recomendación: debería ser lectura obligatoria en los colegios para que los chavales entiendan de forma amena la evolución de los distintos pensamientos filosóficos. 

ANTIGUAS CRÍTICAS