jueves, enero 25, 2018

Me gustan los piropos


Confieso que no me molestan los piropos (la Real Academia Española define piropo como dicho breve con que se pondera alguna cualidad de alguien, especialmente la belleza de una mujer). Por supuesto, no hay que confundir el elogio con la falta de educación. Si llego al trabajo y un compañero me dice "qué guapa estás hoy" no lo considero en ningún caso un atentado contra mi integridad, ni acoso. Al contrario, sonrío y le agradezco su pequeña alabanza. Bueno, y si me dice "Emma, qué delgada estás" le planto un beso en la mejilla ─de esos que dejan marcados los labios con el pintalabios─ y le susurro "ay, pero mira que eres majo". 
     Reconozco que más de una vez he tenido que contener la risa al escuchar algún piropo por la calle. La diferencia es que si el halago tiene gracia, no ofende. Si molesta, es un improperio.
     Según he leído, la Junta de Andalucía (¡están que se salen!) ha lanzado la campaña "No seas animal" para extinguir a la fauna callejera compuesta por buitres, los que están al acecho; búhos, los que no quitan el ojo de encima; gallitos, los piropeadores o pulpos, a los que ni siquiera hace falta que describa.
    Por favor, un poquito de cordura, no confundamos el acoso sexual con el piropo. Esos animales a los que se refiere la Junta de Andalucía son personas obscenas que no tienen educación ni respeto por el género femenino. 
    Como mujer aborrezco a esos hombres que, en vez de mirar a los ojos cuando te hablan, analizan de forma lasciva y con pupilas encendidas cada centímetro de tu cuerpo o aquellos que invaden el espacio personal y vital. Seres repugnantes. En cambio, si alguien te regala a los oídos bellas palabras eso es un piropo, no un insulto. Además, el piropo es una seña de identidad del carácter español, alegre y extravertido. O eso pienso yo, ¡guapos lectores! (Perdón, perdón, no os quería acosar).

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