domingo, noviembre 18, 2018

Una bruja es una bruja


No soy supersticiosa. Bueno, un poco. Antes lo era muchísimo, hasta que me cansé. Era agotador. Ahora tengo hortensias y cactus en el jardín. Incluso soy capaz de pasar por debajo de un andamio, eso sí, con los dedos cruzados. Adoro los gatos negros. Entrego el salero en la mano, aunque si se cae un poco de sal tomo un pellizco y lo lanzo hacia atrás. Admito que algunos amuletos decoran mi casa y mi coche. Pequeños detalles sin importancia como la herradura del jardín, la sal y el vinagre de la cocina para espantar la mala suerte, las campanas que cuelgan detrás de la puerta de la entrada para avisar en caso de que se cuele un espíritu maligno en mitad de la noche, la Cruz de Calatrava en la mirilla,  el orgonito ─sustancia compuesta de briznas de metal, resina de poliéster y cobre que transforma la energía negativa en positiva─ del salón, un horroroso elefante con la trompa hacia arriba que alguien me regaló y tengo escondido en el arcón de las bebidas alcohólicas porque no puedo deshacerme de él... En el coche llevo unos chiles rojos y un colgante de cristos rumanos. En la cartera, a mi San Antonio y un dólar... Y otros amuletos que no puedo desvelar.
Juraría que no soy supersticiosa, pero una bruja es una bruja... Y las brujas haberlas, haylas.

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