jueves, junio 13, 2019

Mi infancia televisiva


Con la muerte de Chicho Ibáñez Serrador he regresado al pasado, a los años donde solo existían dos canales de televisión, y uno de ellos era más anecdótico que real. Todos los niños de aquella época compartíamos las mismas vivencias televisivas, llorábamos la desesperación de Marco por encontrar a su madre, no te vayas, mamá, no te vayas de aquí, soñábamos que el mono Amedio era nuestra mascota y se posaba en nuestro hombro; corríamos por la ladera verde de la montaña junto a Heidi, Copito y Niebla. Con la abeja Maya y su amigo Willy buscábamos miel entre las flores, saltábamos por los pétalos y huíamos de la temible araña Tecla. Orzowei fue un adelantado a su tiempo con su traje "animal print" y Pipi Calzaslargas, Pipilota para los niños soy, nos empujó a la rebeldía infantil.  Las tardes eran territorio del circo de los payasos, del cómo están ustedes, Espinete, Barrio Sésamo y la diferencia entre delante y detrás. La televisión nocturna reunía a la familia alrededor del 1,2,3, responda otra vez, los amigos y residentes en Teruel y esos apartamentos en Torrevieja, Alicante. ¡Qué desilusión sufrí al descubrir que no existía la urbanización Ruperta en Torrevieja! Ay, yo que me imaginaba a todos los ganadores junto a Chicho, Mayra Gómez Kemp, Bigote Arrocet y las secretarias con sus enormes gafas chapoteando en la piscina comunitaria y gritando: ¡veintidós, veintidós, veintidós! 
        En verano todos lloramos la muerte de Chanquete y silbábamos la melodía de Verano azul cuando salíamos con la pandilla en bicicleta. En la preadolescencia, planeábamos mil estrategias para ocultar los dos rombos y poder ver Historias para no dormir, que nos desvelaba toda la noche, sin saber que al poco tiempo íbamos a ser colonizados por extraterrestres reptiloides que se alimentaban con ratas de cloaca y adoraban la letra V.
         Un pasado televisivo que une a toda un generación. 
         ¡Campana y se acabó!

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