martes, agosto 29, 2017

Soy antropomorfa


─No me mires con esa cara, es muy serio lo que te estoy contando ─le susurro a media voz─. Siempre he creído que me sucedía algo extraño y anoche descubrí que existe un nombre para designar mi mal: padezco antropomorfismo. Sí, ya sé que piensas que exagero o que no es grave, pero admitir una enfermedad es un proceso complejo.
   El viento sopla suavemente en el parque a primera hora de la mañana. El silencio nos acompaña unos minutos.
   ─Tú no eres la culpable ─continúo ante su impasibilidad─. Esta noche, mi insomnio y yo hemos llegado a la conclusión de que soy antropomorfa de nacimiento. Un desperfecto congénito que me acompaña desde mi más tierna infancia y se ha incrementado con el paso de los años. Desde que estoy contigo los síntomas han aumentado o puede que entraras en mi vida para disimular mi creciente antropomorfismo. Todo es posible.
   El jardinero nos saluda desde la zona de las adelfas, esas temibles plantas venenosas que aún permiten plantar.
    ─Aún recuerdo ─relato sin parar─ a mi amor de juventud: mi calabaza, un Seat 131, mi primer coche... Aunque mis grandes amores antropomórficos fueron Neige, la mejor fox terrier; Kaos, el cariñoso bull terrier y Lucas, mi adorado felino. Venga, no te pongas celosa, que como tú no hay nadie, mi reina mora, mi Yoda, mi perrita schnauzer, mi amor...  Ay, que desde que estoy contigo puedo ir hablando sola por la calle sin que la gente crea que estoy loca, que solo tú entiendes mis chaladuras... Sí, junto a ti soy una antropomorfa feliz y no me quiero curar de este gran mal.

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Antropomorfismo (del griego «ανθρωπος» «anthrōpos», «hombre», y «μορφη», «morphē», «forma»), haciendo referencia a un humanoide, es la atribución de características y cualidades humanas a los animales de otras especies, objetos o fenómenos naturales. 

sábado, agosto 26, 2017

Por tierra, mar y casi aire

Verano 2017. Toma 2. ¡Acción!



Dicen que después de la lluvia llega la calma, pero no siempre es así. Pasado el diluvio universal, las toallas del grupo de amigos invaden de nuevo la playa. La bandera verde ondea libre y salvaje. Los niños navegan en la barca hinchable, jugan a las palas o botan por las dunas. 
   Al salir de mi baño en agua salada (es decir, del mar) me dirijo a la ducha del Oli-ba-bá ─el chiringuito mega cool decorado con dos enormes moais que al atardecer te hacen creer que estás en la Isla de Pascua─ para que el chorro de agua fría elimine la sal de mi bronceada y fina piel. Mientras balanceo mis carnes embutidas en el biquini (¡adiós vergüenza!) hacia nuestro campamento playero observo movimientos extraños. Al llegar veo a Roberto tumbado en la toalla protegido por la sombrilla. Carmen, a su lado, le da trozos de melocotón. 
   ─¿Qué te ocurre? ─le pregunto con intriga.
   ─Emma, no le hagas hablar ─me ordena Elena─. Le ha dado una bajada de azúcar.
   ─Tranquilos ─musita Roberto─, en breve estaré bien. 
   Raúl le acerca una Coca-cola (ni zero, ni light, la normal con sus azúcares) del chiringuito. Ángeles rebusca más fruta en su mochila...
   ─Tal vez los de la Creu Roja (así se dice en valenciano) tengan glucosa ─sugiero con mi mejor intención.
   ¡Buena idea!, exclama Carmen que se levanta, corre hasta el socorrista y le explica lo sucedido.
   ─Aquí no tengo ningún gel de glucosa, pero ahora mismo llamo a la central y nos lo acercan ─contesta el vigilante de la playa, de cuerpo esmirriado y sin tableta de chocolate en su torso, walkie talkie en mano.
   ¡Y empieza el espectáculo!
   Por tierra, mar y casi aire llegan los efectivos. El quad rojo derrapa por la arena de playa, una moto acuática que arrastra una camilla surca las olas del Mediterráneo. La gente mira atónita sin saber qué ha sucedido. 
   No me puedo resistir a tomar unas cuantas instantáneas para documentar el suceso. Foto aquí, foto allá. Los niños se acercan a la moto acuática, al quad... Y miran al cielo con la ilusión de que aparezca un helicóptero.
    ─¿A quién se le ha ocurrido avisar a los socorristas? ─bufa Roberto cuando su azúcar alcanza los niveles mínimos─. ¡Seguro que ha sido Emma para escribir en su blog!
    ─Ay, Roberto, eres increíble. ¡Te salvo la vida y me llamas bloguera alarmista!  ¡Lo que hay que oír! ─contesto a la vez que escondo con disimulo mi móvil para que no descubra que está lleno de fotos del suceso.
    ¡Ay, soy una incomprendida!

martes, agosto 22, 2017

El camarote de los hermanos Marx

Verano 2017. Toma 1. ¡Acción!



El camarero presiona su pecho para evitar que el corazón le estalle. ¡Casi muero del susto!, exclama con el pelo empapado y gotas de agua resbalando por su cara al abrir la puerta del minúsculo baño y encontrar a siete personas en el interior. Ni orgía, ni desenfreno sexual, los integrantes del camarote de los hermanos Marx intentan protegerse de la lluvia torrencial que de pronto se ha desatado en Denia. Ellos, por lo menos, están a salvo. Nosotros, en cambio, estamos a la intemperie, bajo un tejado de chamizo por el que se cuela el agua.
     Las lámparas se balancean al ritmo de las ráfagas del viento, las copas de cristal se estrellan contra el suelo, los truenos suenan como las tracas de las fallas de Valencia y los rayos resquebrajan el negro cielo. Dos horas antes llegamos con nuestras mejores galas ─ideales Marta y Carmen─ a "Los baños"un capricho de restaurante junto al mar. Entre la ración de ensaladilla rusa y los pescaítos fritos empieza a chispear. Oye, parece que llueve, dice Basi. El leve calabobos se convierte en lluvia. Nos levantamos y corremos a la entrada del local con las copas de tinto de verano, la coca cola zero de Roberto y el plato de ensaladilla. Al principio, pura diversión, risas... Hasta que la tormenta se transforma en el diluvio universal. ¡No podemos dar servicio ni cobrar! ¡Por favor, abandonen el local cuando puedan!, grita descompuesto el dueño del restaurante antes del apagón de luz. 


Los amigos del diluvio

     El agua nos llega hasta las rodillas. Imposible salir. Los miembros del camarote de los hermanos Marx ni siquiera se atreven a entreabrir la puerta. A lo loco, descalzos, con los zapatos en la mano y el miedo de que el móvil atraiga algún rayo, corremos a los coches. En los arcenes de la carretera varios automóviles están estacionados con los warnings encendidos. Jamás he visto una tormenta así, ni el Caribe, exclama Alonso mientras el limpiaparabrisas intenta infructuosamente eliminar el agua del cristal. Ni yo, contesto con el rímel deslizándose por mi mejilla.
    Llegamos a casa descalzos, calados, tiritando... Diego, somnoliento, abre la puerta. Huy, está el suelo mojado, dice de pronto. Enciendo la luz y contemplo la inundación del salón. Quiero morir. ¡Joder!, gritamos mientras cogemos la fregona, el recogedor, los trapos y empezamos a achicar el agua. 
    Por fin, con el suelo seco del salón, me siento en el sofá. Estoy agotada y empapada. El diluvio universal ha calado hasta mis bragas y el sujetador. La calle es un río. Álvaro y sus tres amigos iban a dormir en casa pero se han quedado atrapados en casa de Roberto. "Emma, los niños se quedan aquí. Es imposible que lleguen hasta allí, pero si queréis venid a tomar una copa", leo el mensaje de Carmen en el whatsapp y sonrío ante la ocurrencia. En la nevera cojo una cerveza, doy un sorbo y siento un pellizco de pánico. ¿Qué habrá pasado con los del camarote de los hermanos Marx? ¿Seguirán encerrados en el baño? ¿Habrán huido por el retrete? 
Y mi mente perversa canturrea al estilo Raphael 
"Qué pasará, qué misterio habrá 
puede ser mi gran noche 
y al despertar ya mi vida sabrá 
algo que no conoce..."

PD. Al día siguiente descubrimos que la subida de tensión rompió la nevera y la tormenta destrozó el protector de los bajos del coche... Aún no sé nada de los integrantes del camarote de los hermanos Marx... Qué pasará, qué misterio habrá...


El antes y el después de la tormenta y el Oli-ba-bá atacado por el mar

miércoles, agosto 09, 2017

Un verano sin desconexión

Yo también amo mis curvas... Y mi Coca-Cola Light... Y el verano... ¡Felices vacaciones!

Llega el verano y mis carnes y yo hemos desconectado del mundo virtual por un tiempo. Bueno, realmente solo lo he conseguido una semana con Facebook. Arggg, lo reconozco: soy incapaz de ponerme en modo off en Instagram y Twitter. ¡Soy una adicta! Coño, pero para eso están las imperfecciones, que no hay nada más aburrido que la perfección.

Días de vino y risas en Clos de l'Obac

     Me gustaría enrollarme y contar mi escapada a Tarragona y Zaragoza con mi hijo pequeño. Él y yo al estilo "Thelma y Louise" –en versión española sería "Emma y Álvaro", que no suena tan bien pero es que el tinto de verano está anulando mis pocas neuronas–. Días de vino y risas en tierras catalanas con mi hermano Pepe, la familia de Mariona y los impresionantes vinos de Clos de l'Obac.
     Después, mi clásico guadarrameño con olor a pinos, paseos por el Embalse de la Jarosa y mimos de mamá y Julián. Ojo al dato: este año no me he estampado ni me he hecho ningún esguince. Bravo por mí.

En la playa a veces llueve

     Antes de que el vecino del chalet de al lado apague el wifi –que ya lo podía dejar conectado todo el veranito– y mientras se seca la crema de protección solar sobre mi bronceada y tersa piel (ay, me encanta cuando mi autoestima miente) os desvelaré que estoy en mi adorada Oliva con los amigos, los partidos de pádel, mis hombres, mi perra y... ¡La novia de mi hijo mayor! (No comment, que dirían los ingleses)
¡Feliz verano! Ay, oigo los pasos del vecino... #Desconectoff