martes, febrero 20, 2024

Un libro, un recuerdo

«¿Me puedo comprar un libro?», me pregunta mi hijo vía Whatsapp convencido de que mi respuesta será afirmativa, que ni un pero saldrá de mi boca. Incluso imagina la sonrisa al estilo Gioconda que se asomará por mi cara al leer su pregunta porque sabe que si tú me dices libro, lo pago todo. Y no duda de que le robaré la novela en cuanto llegue a casa y seré la primera en leerla, que a velocidad lectora no me gana. Sin embargo, es incapaz de intuir el salto al pasado que me provoca el título: 'Mirafiori'. Mi primer coche, mi Seat 131 naranja, mi "calabaza".

    Todo se cumplió: pagó con mi tarjeta el libro, se lo robé y lo leí en un suspiro. Me sumergí en la historia de amor de una jovencísima pareja, su evolución, su deterioro, en los fantasmas que les acompañan por la vida, la mágica humedad gallega... Y ese final con el que Jabois te encoge el corazón, ese epílogo que es una pura declaración de amor.

    Ahora, aquí estoy, mirando la pantalla del móvil, a la espera de que mi hijo Diego me vuelva a preguntar: «mamá, ¿me puedo comprar un libro?»

miércoles, febrero 14, 2024

Pedradas de amor o desamor



Dicen que un diamante es para siempre, que no lo pongo en duda, pero en mi caso poseer uno de ellos sería un auténtico estrés. Solo imaginarme la escena me genera taquicardias: dos de la mañana -después de una cena con más de un vino e incluso algún que otro gin tonic-, retiro la cadena con el valioso colgante de mi cuello y contemplo como, oh, Dios mío, por qué soy tan patosa, el diamante rueda por el lavabo, se cuela por el desagüe y desaparece por la tubería hasta llegar a la sucia alcantarilla y, al cabo de unos días, lucir en el cuello de alguna rata de cloaca. Así que por mi salud mental siempre lo he dejado muy claro: no quiero diamantes. Eso sí, la bisutería me enloquece: pendientes, collares, pulseras... Que sí, que soy muy gitana. Tal vez sea por la influencia de mis rizos negros. Un pelo tan rizado que ni siquiera habría llamado la atención de Julio Romero de Torres, que pintó a la mujer morena. 
    Aunque no tenga diamantes, tengo muchas pedradas. Pedradas de las de verdad, porque si hay algo que me enloquece son las piedras. Cuando paseo por la playa o junto a la ribera del río no busco caracolas o conchas. No, mi fijación son las piedras. Observo cada guijarro, pedrusco o roca hasta que siento la llamada del amor (a veces me encanta ser una cursi). En casa, con mis pinturas y rotuladores indelebles, descifro su secreto oculto: un fondo marino, unos corazones rebosantes de 'love', mi nombre o, más bien, el nombre de mis amigos porque no regalaré diamantes, pero sí muchas piedras, que para mí tienen más valor.
¡Felices pedradas!  

miércoles, febrero 07, 2024

Zorra, más que zorra



Recuerdo de pequeña, sentada en el cuarto de estar de mi abuela, disfrutar junto a ella y su rica tortilla de jamón serrano y la sopa de cocido de Eurovisión. En aquellos años, el concurso era un fenómeno que reunía frente a la pantalla a casi todos los telespectadores de España y parte de Europa. Tampoco había capacidad de elección entonces, solo dos canales. La emoción se desataba al escuchar que Portugal nos otorgaba 'twelve points' y el marcador del representante español ascendía en la tabla a velocidad vertiginosa. Tal vez, abandoné la tradición en 1983 ante el hundimiento del Titanic ibérico, de la barca de Remedios Amaya. Ni un 'point', auténtica desilusión. 
    Tras el pitorreo de Chiquiliquatre, este año nos va a representar 'Nebulossa' con su canción 'Zorra': música pegadiza y letra escandalosa para muchos colectivos. Tantos, que no hay medio de comunicación que no haya opinado sobre el tema. Zorra por aquí, zorra por allá. 
    Los de mi generación bailábamos sobre la tumba al son de Siniestro Total; matábamos a punta de navaja, besándola una vez más con Loquillo; dábamos palizas por haber escrito nuestro nombre dentro de un corazón de tiza con Radio Futura... Por no hablar de las violaciones en el ascensor, de Un pingüino en mi ascensor. En fin, que el tiempo ha pasado y ahora esas letras serían impensables. Pero vayamos al meollo de la cuestión, la letra de 'Zorra', el tema que está en boca de todos.

Si salgo sola, soy la zorra
Si me divierto, la más zorra
Si alargo y se me hace de día
Soy más zorra todavía
Cuando consigo lo que quiero (zorra, zorra)
Jamás es porque lo merezco (zorra, zorra)
Y aunque me esté comiendo el mundo
No se valora ni un segundo

    Dios, qué fuerte, sin saberlo soy una zorra. Sí, porque salgo sola, me divierto, consigo lo que quiero... Pero, en mi caso, la gente que me rodea sí que me valora y realmente esta letra me parece sacada del siglo pasado. Hoy en día las mujeres no nos sentimos como unas zorras por ser independientes y, solo faltaba, a los hombres de nuestro alrededor, por lo menos de mi entorno, jamás se les ocurriría tildarme de zorra por irme de viaje o a cenar con mis amigas, por contonear mi cuerpo al ritmo de la música o desatar mis rizos en un ataque de risa. Y si alguna se siente así por ser ella misma, le recomendaría cambiar de pareja, amistades y, si puede, de familia. Lo importante es quererse, no hacer daño y disfrutar de la vida, que solo hay una y es muy corta. 

Eso sí, me encantaría que todos los países participantes gritaran 'twelve points goes to... Spain' y que 'Nebulossa' ganara porque siempre he sido muy competitiva, que no zorra, aunque la letra tenga tufillo de machismo retrógrado. 

     

domingo, enero 14, 2024

Cuento de Navidad

La noche de Carrie


Dos de la mañana. El hombre entró por la puerta de su casa, se despojó del abrigo aunque el frío aún estaba adherido a sus huesos, observó las risas de su mujer y sus hijos, acarició a la perra tan somnolienta como él y subió a la habitación para dormir unas pocas horas. Más que otra Nochebuena había sido una Nocheamarga. En su mente se repetía la gran pregunta de todos los años: ¿cómo has pasado la Navidad, bien o en familia? En su caso, había sido en familia, y las fiestas solo acababan de empezar. En el salón, estrellitas plateadas sobre el blanco mantel de hilo, la vajilla colocada, unas bolas navideñas personalizadas con el nombre de cada comensal, los platitos de pan y las copas de cristal, las buenas, las que solo se sacan para ocasiones especiales, anunciaban el siguiente evento: la comida de Navidad. 
Hasta mañana se despidió de su familia, que no paraba de hablar y reír, estoy agotado. 
    Al meterse en la cama se dejó arropar por el mullido edredón, cerró los ojos y no permitió que los últimos sucesos alteraran su frágil sueño. "Venga, solo faltan dos días para la escapada a Cáceres. Venga, que tú puedes", se susurraba como si fuera una nana que adormece a un bebé. El cóctel explosivo de emociones, cansancio y tensiones lo sumió en un plácido sueño.

Tres y media de la mañana. Un haz de luz se cuela por la rendija de la puerta y se dirige a la cara del hombre dormido. Molesto, entreabre los ojos. Su brazo se desplaza hacia el otro extremo de la cama. "¿Cómo es posible que su mujer aún no haya subido a dormir con toda la comida y los preparativos que hay que organizar por la mañana?", se pregunta. La extrañeza le obliga a levantarse, se calza las zapatillas de andar por casa, abre la puerta del dormitorio y desciende por la escalera hasta el salón.
    La escena que presencia parece sacada de una novela de Stephen King: todas las luces de la casa encendidas, un silencio atronador, ningún miembro de la familia presente, multitud de manchas de sangre por el suelo, montones de gasas ensangrentadas por encima de la mesa, la puerta del jardín trasero abierta... Aterrado, sube a toda velocidad a por su móvil que se carga en la mesilla, grita los nombres de su mujer y sus hijos. Nadie contesta, el silencio solo es roto por los ladridos de la perra. Desesperado, llama al teléfono de su esposa y escucha cómo suena junto al sofá del salón. "¿Qué hace su móvil en casa?", se cuestiona sin hallar la respuesta. Su mente barrunta mil ideas, cada una más tenebrosa que la anterior: un múltiple asesinato, una venganza familiar, un robo con violencia... Viudo de mujer e hijos, así se imagina hasta que uno de sus vástagos contesta a su llamada. 
─Tranquilo, papá.
─¡Cómo quieres que esté tranquilo! ¿Dónde estáis, qué ha pasado? 
─Un pequeño accidente: mamá se ha tropezado en el jardín, al apoyarse en el macetero éste se ha caído y detrás ha ido ella. Vamos, que ha volado de espaldas por las escaleras y se ha partido la cabeza.
El hombre siente como la lividez de su rostro desaparece aunque no sabe si es por la mala leche o la preocupación.
─¿Dónde estáis?
─En el hospital, en el de siempre.

Cuatro de la mañana. El hombre se viste a toda velocidad, coge el coche y bufa mil improperios. A mitad de camino, suena su móvil.
─Papá, no vengas, ya estamos de vuelta.
Giro de volante, vuelta a la escena del crimen.
Al cabo de diez minutos, entran en casa sus hijos y la que parece su mujer, aunque se asemeja más a la hermana de "Carrie". La blancura de su camisa de seda está teñida de rojo bermellón, sus rizos están apelmazados por la sangre, y encima ella se ríe.
─No te enfades ─musita su santa con media sonrisa─, ha sido un accidente. Me he caído y me han puesto quince grapas en la cabeza, pero estoy fenomenal. Además, mira si es majo el médico que para no cortarme el pelo en vez de puntos me ha puesto grapas.
─Tú lo que estás es fatal. ¿Por qué no me has avisado?
─Ay, no quería ser maleducada y despertarte.
─En fin, habrá que suspender la comida de Navidad.
─Ni loca, que ya he preparado las carrilleras y puesto la mesa, que está ideal. Eso sí, que no se me olvide quitar el inmenso charco de sangre del jardín, que la casa parece sacada de la matanza de Texas.

Dos del mediodía. Suena el timbre. El hombre ve aparecer a toda la familia invitada que, perpleja, descubre el percance nocturno. El tiempo se esfuma entre muchas risas, chistes, vino, multitud de comida y juegos. Una Navidad perfecta, una Navibuena de las que no se pueden olvidar. 

Doce de la noche.
Mañana hay que madrugar para ir a Cáceres ─le recuerda el hombre a la mujer herida.
Sí, amor, mañana nos vamos tú, yo y las quince grapas.
─No soporto que siempre encuentres el lado cómico de cualquier percance.
─Lo sé.

(Dedicado a él, el que me aguanta desde hace tantos años)