martes, abril 11, 2023

Mi historia con Sánchez Dragó


Aquella noche no tuve valor, y ahora es demasiado tarde. Sánchez Dragó se asomó por la historia de mi familia hace muchos años. A principios de los 90, azares del destino, trabajó junto a mi padre en Cooperación Internacional, en Costa Rica, en la otra orilla del charco. Dragó se encargaba de la parte cultural y mi padre, de la gestión. Un año de amistad y pura vida laboral. La promoción de su novela 'La prueba del laberinto', con la que ganó el Premio Planeta en 1992, alejó a Sánchez Dragó de su aventura costarricense y paralizó su presidencia del Instituto Cervantes. «En mi próxima novela quiero escribir sobre cómo hay decisiones que cambian el rumbo de nuestra existencia», me comentó la pasada primavera en la presentación del libro de Francisco López Seivane. Aquella noche hablamos de mi padre, de cuando lo invitó junto a mi madre a cenar a su casa en el centro de Madrid que, de nuevo el azar, había pertenecido a mis bisabuelos; conocí a su novia Emma, otra casualidad marcada por Gustave Flaubert, y aguanté la tentación
 de contarle la historia que nos unía a los dos. 
    Él ya nunca sabrá que hace muchos años mi padre llegó a España con el encargo de un amigo.
    ─José Luis, por favor ─le dijo entregándole un libro─, me haría mucha ilusión que Sánchez Dragó me dedicara su novela. Sé que sueles quedar con él en Madrid y si no te importa.... 
    ─Por supuesto, él estará encantado.
    La suerte se puso en su contra: Fernando había partido de viaje y a su vuelta mi padre volaba de nuevo rumbo a Costa Rica. 
    "Me da rabia por mi amigo, estaba tan ilusionado por la dedicatoria", le escuché decir al preparar la maleta, y sonreí. Que mis progenitores residieran largas temporadas fuera de España ─en esa época en la que no existían los móviles, ni las contraseñas para realizar gestiones bancarias, ni autorizaciones vía e-mails...─ me convirtió en una auténtica falsificadora de firmas. No había chequera que se me resistiera, autorizaciones para viajes en el colegio, notas escolares... Un auténtico arte grafológico entre mis manos. No me lo pensé dos veces, observé la firma de Sánchez Dragó, tomé el libro y, así como quien no quiere la cosa, escribí una bella y falsificada dedicatoria con rúbrica incluida. 
    Desde entonces, alguien en Costa Rica vive feliz con su novela dedicada por Sánchez Dragó sin saber nada del engaño. Y yo, querido Fernando, asumo mi culpa y reconozco que aquella noche fui incapaz de confesarte mi delito. Eso sí, no dudes de que mi falsificación fue el acto de bondad de una auténtica impostora. 

Descansa en paz, Sánchez Dragó.