sábado, diciembre 31, 2022

¡Feliz 2023!


Ahora que 2022 se apaga como una cerilla prendida al final de la madera, los recuerdos vividos se amontonan en mi mente. El balance –valores arriba, valores abajo– es positivo. Aunque aún están muy presentes esos pequeños sustos que alteraron mi vida, esos borrones negros que es mejor callar para que caigan en el olvido y cierren la puerta al pesimismo. La vida pasa, pasa la vida. Mi saco de vivencias de este año está repleto, a punto de estallar: viajes con mi familia, reuniones de amigos, locuras confesables e inconfesables; risas, muchas risas, mi auténtica energía... Hasta he rozado el cielo segoviano desde un globo aerostático y acariciado el infierno en los subterráneos de Nápoles. Mis papilas gustativas han gozado con la gastronomía italiana, la romántica cena en Sacha o el cumpleaños en Arrogante... Por suerte, no todo engorda, pero llena el alma: lecturas, conciertos de escándalo, musicales –ay, mi Antonio Banderas–, teatro y más cine, por favor. Sin olvidar mis paseos perrunos, el éxito de mi novela "Herido" y la emoción-tristeza al ver despegar laboralmente a mis hijos, mis tesoros. 

Las agujas del reloj de la Puerta del Sol se acercan a la hora mágica, las uvas desaparecen de los supermercados, los cotillones afinan sus silbatos. 2022 se apaga y empieza un nuevo año. ¡Feliz 2023!

miércoles, diciembre 14, 2022

Felices fieras

Lucas, el gato que tuvimos hace años, adoraba la Navidad. Tumbado en el sofá, abría un ojo disimuladamente y me observaba mientras colocaba las luces entre las ramas del pino, las bolitas, los  adornos atesorados a lo largo del tiempo y, como marca la tradición, la estrella de Oriente en la parte superior. Sus nervios le hacían estirar las patas sobre el cojín, afilar las uñas y contener su instinto trepador hasta que se quedaba solo en casa. Entonces, el Macaulay Culkin felino, con los dos ojos bien abiertos, arqueaba la espalda y saltaba sobre el pino como si fuera una ratonera llena de ratones. Sujeto al tronco con las patas traseras, golpeaba las bolas hasta que caían como gotas de lluvia al suelo. "¡Menuda juerga, viva la Navidad!", maullaba emocionado. El último adorno en abandonar el pino era la estrella, que esparcía su purpurina plateada en su vuelo sin motor. Para rematar su jugada gatuna, se convertía en un leñador de camisa roja y negra al estilo canadiense y, sin hacha pero con garbo, lograba tirar el desnudo pino y sus luces contra la tarima del salón. Toda una hazaña para él y un drama para la familia. Al final, ganó y decidimos no volver a poner el tradicional abeto navideño.
    Yoda, mi adorada schnauzer negra y plata, descubrió junto a la escalera las piñas que colgaban de las ramas que decoraban la damajuana –una vasija de vidrio que antiguamente almacenaba el vino–. Pura tentación. Cada vez que tiraba una piña se transformaba en Maradona y corría con ella por el pasillo como si fuera un balón. Yoda ganó por goleada, y retiramos los rústicos adornos. 
    Sin embargo, Alma, mi pequeña schnauzer blanca que me ha devuelto la alegría, estaba un poco mustia: ni pino, ni bolas, ni piñas... Hasta que descubrió un pequeño Papá Noel de peluche apoyado en un escalón de la escalera. ¡Qué locura para sus fauces! El rescate y ocultación de Papá Noel se logró tras una operación de carreras alrededor de la mesa. ¡Ejercicio para la dieta!
    El Belén, el espíritu navideño y las luces de estrellas siguen intactos. ¿Hasta cuándo? Hasta que lo decidan mis fieras. ¡Felices fiestas!