El verano invita a leer, y ahora que llega el otoño es momento de recordar los libros que se sentaron a mi vera en la hamaca de la playa, que treparon por las montañas de la sierra de Madrid, viajaron a Portugal o descansaron en Oliete (Teruel). Porque leer llena, pero no engorda, y eso se agradece.
Yo, Julia (Santiago Posteguillo. Premio Planeta 2018)
El movimiento #Metoo acapara las portadas de los periódicos, pero la fuerza femenina siempre ha existido. A lo largo de la Historia ha habido mujeres marcadas por una gran personalidad, fuerza, pasión y determinación que han dejado constancia de su existencia y logrado grandes metas. Santiago Posteguillo nos traslada al Imperio Romano, al año 219 d. C., a las luchas de poder tras la muerte del emperador Cómodo. Unas guerras en las que Julia Domna, la esposa del emperador Septimio Severo, marcará con su inteligencia y pasión toda una época.
Largo pétalo de mar (Isabel Allende. Plaza Janés)
Si algo me enloquece de Isabel Allende es su facilidad para coger al lector de la mano y deslizarlo por la vida de sus personajes. Sin darte cuenta, te zambulle en una relación de amor que enlaza con la historia de Chile, con el exilio de los españoles tras la guerra civil, con la lucha por salir adelante y labrarse un futuro una y mil veces, porque no todo depende de uno, sino que las circunstancias obligan a reinventar la vida. Pasión de verano.
Érase una vez la taberna Swan (Diane Setterfield. Lumen)
La inmediatez nos domina: todo se sabe a través de las redes sociales y medios de comunicación. Antes la vida transcurría despacio, con calma, y saber relatar cuentos era un arte que poca gente dominaba. En la taberna Swan los lugareños se reúnen para, entre cerveza y cerveza, escuchar aventuras y cotilleos de lo más variopintos hasta que una noche de tormenta aparece un hombre con una niña inconsciente en sus brazos. A partir de este hecho, la narración fluye como el agua por el río y en sus pequeños meandros descubrimos la vida entrelazada de los habitantes que habitan junto a la orilla. Una novela que necesita su tiempo hasta que descubres que «hay historias que pueden contarse en voz alta e historias que deben contarse en susurros, y hay historias que no se cuentan nunca».
La Bruja (Camilla Läckberg. Maeva Noir)
Läckberg siempre lo consigue, atrapa. En esta novela la desaparición de una niña de cuatro años se asemeja a un crimen que sucedió hace treinta años, y tanto se parece que hasta el cadáver se localiza en la misma ubicación y, qué casualidad, en el pueblo se encuentran las dos mujeres que declararon culpables de la primera muerte. Pero hay más, porque a Camilla le encantan los saltos temporales y su brinco nos traslada hasta 1672, cuando se quemaban a las brujas. Y, por supuesto, el pueblo donde se desarrolla es Fjällbacka y no podían faltar Erika, Patrik... Para los adictos a Camilla Läckberg y su saga.
Cicatriz (Juan Gómez-Jurado. Ediciones B)
El último libro de Gómez-Jurado, Reina roja, me mantuvo en vilo hasta el final; lo mismo me sucedió con El paciente; así que Cicatriz, su novela de 2015, parecía una apuesta segura, pero no fue así. Admito que la trama es original, pero el desarrollo se me hizo lejano. Tal vez por centrar la historia en Estados Unidos, por ser sus protagonistas extranjeros... Hasta Reina roja el autor parece obsesionado con simular ser norteamericano, y no hay nada peor que escribir sobre otras realidades si no se tienen asumidas. Su giro al mundo madrileño en su última novela ha sido un gran acierto. Espero que siga por el mismo camino.
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