viernes, septiembre 29, 2006

Visa a Visa

Hoy estoy en la gloria. Como me tocó trabajar (por decir algo) el pasado fin de semana, me corresponde librar este viernes y el próximo. Esta mañana he saltado de la cama, he preparado a los niños y cuando todos mis hombres me han abandonado, he cogido mi tarjeta de crédito y me he lanzado a la calle. Antes de nada, he llenado la nevera de frutas y hortalizas. Manolo y Rosa, mis fruteros, me han elevado aún más mi ego ("¡Huy, Emma, qué mona estás! ¿Hoy no trabajas?)" y me han mimado regalándome unas sabrosas ciruelas. Después de dejarle toda la compra a Ana, me he ido al casa de mi abuela Avelina porque necesitaba algo muy especial para el regalo que le voy a hacer por su noventa cumpleaños y he bajado a ver a mi padre y mi abuela Mary. Al irme, he dejado a mi padre en "Crátera" y me he cruzado con una amable agente del ayuntamiento que me ha advertido que la próxima vez que deje el coche en una zona de carga y descarga me pondrá una multa de 180 euros "¡chica hoy te has librado por los pelos, si llega a estar de guardia Agustín te calza la multa!". Emocionada porque hoy no le tocaba a Agustín y no me habían puesto la multa, he decidido gastarme el dinero que hubiera pertenecido al ayuntamiento en mí (lógica y justificación femenina). Así que me he ido al Palacio de Hielo y me he comprado unas gafas nuevas. Como aún no me había gastado los 180 euros, me he ido a Zara renovar mi armario con varios pantalones. Mala idea. Allí me ha dado la depresión. Resulta que la moda quiere que luzcamos los distintos modelos de bragas y tangas, y ahora los pantalones son todos de talle bajo. He salido indignada y en Maximo Dutti me han reafirmado la teoría de la moda. Decidido, el lunes, como todos los lunes, me pongo a dieta.

miércoles, septiembre 27, 2006

Dulces sueños

Hace casi dos años Alonso relató en su blog sus desventuras y desesperaciones nocturnas.

EL PADRE POLIÉDRICO
12-20-2004 11:47 AM
Voy a matar a mi hijo. Lo he decidido de pronto, como quien abandona la seguridad de la acera y salta al asfalto de la Castellana con el semáforo en rojo. La manecilla pequeña del reloj del salón apunta al Este; la grande, al Sur. Una lluvia fina y extrañamente silenciosa, que sólo puede verse si se mira la farola iluminada, ensucia aún más el techo del Ford. No hace frío, otra anomalía del
cambio climático. Y nadie parece despierto en los edificios cercanos. Ni siquiera en el hotel de dos calles más allá: o no hay clientes o ninguno pasa la noche en vela. ¿Cómo es posible que nadie extrañe la cama?, mascullo, mientras muevo el Jané azul oscuro, ida y vuelta, sobre la tarima flotante del salón. El bebé se había despertado a la 1.03, aunque entonces había bastado con un
poco de agua y dos minutos en brazos. Ahora es distinto. Ya lleva cuarenta y dos minutos en vela, con los ojos abiertos como una máquina tragaperras. No ha querido biberón. Ni agua. Ni chupete. Ni brazos. En este punto decidí matarlo. Aunque luego aplacé la ejecución de la sentencia, mientras zarandeaba el Jané y pensaba en qué hacer con el cadáver. A Emma se lo tendré que dar como un hecho consumado: sería imposible convencerla de la utilidad de la medida. Pero ella no será el único pero. Preguntarán las abuelas, lógicamente, y los tíos, y hasta algún vecino fisgón. Puede que hasta se interese Luis, el pediatra. «¿Ha cambiado de médico?», sueño su voz al otro lado del móvil. Inquieto, incremento el ritmo del cochecito. Anoche le costó una hora y cuarenta minutos conciliar el sueño. ¿Hoy? No podré soportarlo. Escampa. Y vuelve a llover. Y pasa un coche, sin duda un conductor extraviado en este laberinto de adosados. Y la manecilla grande ya apunta al Oeste. Suavamente, llevo el Jané hasta la cocina, me sirvo un vaso de leche, y la luz amarillenta de la nevera alumbra un milagro. Los ojos cerrados, el chupete que resbala de sus labios y cae sobre el pijama, un ligero ronquido, la felicidad. Cierro el frigorífico, cojo al pequeño en brazos y lo llevo a su cuna. Hoy se ha salvado. Pero, mañana, mataré a mi hijo.


Ahora Álvaro duerme solo en su habitación y no hace falta mecerlo en el cochecito de paseo. Sin embargo, sus manías aún persisten. Ahora una pequeña luz y, por supuesto, con su enorme flota automovilística acompañan sus sueños. Él es así. En cambio, Diego, aunque es como un mono y no para de dar brincos y volteretas, duerme siempre plácidamente y sin perturbar nuestro descanso.

lunes, septiembre 25, 2006

Noches alegres...

Ayer intenté escribir, pero las neuronas del cerebro no funcionaban con rectitud. Las burbujas del champán, el vino y la cerveza aún rondaban por mi mente. La anoche anterior se celebró el cumpleaños sorpresa de mi tía Ángeles. La fiesta tuvo lugar en casa de mi prima María que a lo largo de toda la semana no paró de organizar los preparativos: flores, aperitivos, merluza con pimientos, roast beef... Pero tuvo su compensación: la fiesta fue un auténtico éxito. La pena es que a mí me tocaba trabajar, así que ayer me senté en mi silla, frente al ordenador, y dejé que los minutos pasaran incapaz de hacer nada. No es que no quisiera trabajar, es que no tenía nada que hacer (sólo vengo para satisfacer el ego y la soberbia de mi jefe).
Por la tarde, cuando llegué a casa, Diego me esperaba emocionado: "Mamá, se me ha caído un diente. ¡Mi quinto diente!". Le abracé, observé su sonrisa desdentada y me sumergí en mi armario de regalos imprevistos. Diego se acostó emocionado, pero Álvaro tardó un buen rato por el pánico que le daba saber que un ratón iba a subir por las camas en mitad de la noche. Una vez que los niños estaban acostados me dopé con otro gelocatil y miré a mi amado esposo. "Alonso, estoy baldada", susurré. "Pues saca energías de algún lado, mañana tenemos cena en casa de tu hermano", contestó abducido desde la serie "Prision Break". "Oye, Alonso, ¿qué es más agotador las navidades o el mes de septiembre?", interrogué al ver que mis neuronas comenzaban a funcionar. "Todo es agotador, toda tú, toda tu familia, todos tus amigos...". "Calla, Alonso, que tengo resaca"

viernes, septiembre 22, 2006

Descanso nocturno

– "Mamá, pis" –gritó Álvaro insistentemente a las cuatro de la mañana.
Salté como una zombi de la cama y ejercí de esclava: levanté al peque, lo llevé al baño y le acosté de nuevo.
A los cinco minutos, "mamá, agua". Es estado sonámbulo le acerqué su vasito de agua y le volví a arropar. Antes de tirarme a la cama gritó "¡¡¡la luz!!!". "Dios mío, tantas manías me van a volver loca", oí que decía mi mente agotada. Me arrastré hasta el baño y encendí la luz para que pudiera dormir tranquilo. "Bueno, me tumbo un poquito hasta que se duerma y apago la luz del baño", pensé. Me tumbé y me sumergí en un profundo sueño. Esta mañana me he percatado de que el baño (tres halógenos) aún seguía luciendo. "Mierda, esto hay que solucionarlo", razoné mientras me quitaba las legañas.
Después de hacer mis labores matutinas con mis hijos –preparar desayunos, vestirlos, peinarlos y acicalarlos con colonia, preparar las mochillas, subirlos al coche y llevarles al colegio –me he ido al Carrefour en busca de una luz nocturna para el cuarto de Álvaro. Misión conseguida, he encontrado uno monísimo de Mickey Mouse.
De nuevo iba en el coche de camino al trabajo cuando he recibido un mensaje desde Suiza de Alonso “El glaciar es impresionante, pero estoy cansado del viaje”. Indignada le he contestado “Pobre, amor. Yo en cambio estoy muy descansada. Al próximo viaje me voy yo, corazón”. Si yo le contara...

lunes, septiembre 18, 2006

Un lunes cualquiera

“Tengo que ir a recoger la tarjeta de crédito al banco”, pensé a primera hora de la mañana. Sí, la tarjeta que creí que me habían robado, di de baja y, por supuesto, apareció en la mochila de Álvaro que sigue los hábitos derrochones y consumistas de su madre. “No, será mejor que vaya otro día. Tengo que ir a encargar las bolsas de chuches para que Diego lleve al colegio y hacer la compra de víveres y alcohol para la fiesta de mañana”. A toda velocidad, seleccioné las distintas chucherías y me fui a Mercadona. Hice acopio de comida y bebidas y me lancé como una loca a pagar. “Como tarden mucho los de delante no llego a trabajar. Además tengo que llevar la compra a casa. Ay, se me ha olvidado la vela de los siete años. Bueno, la compraré esta tarde. No, esta tarde tengo la reunión del colegio. Uff, qué estrés” rumiaba mi mente. Por fin coloqué todo en la cinta y la cajera fue pasándolo por la lectura de códigos.
–83 euros, señora –dijo la cajera con una gran sonrisa.
Saqué mi monedero y le entregué mi tarjeta de crédito. Tras varios intentos, me miró sin la sonrisa.
–Lo siento, pero no lee la tarjeta.
–Por favor, inténtelo de nuevo –rogué mientras el resto de la gente me miraba como si fuera una delincuente.
–Señora, ya lo he intentado diez veces. Su tarjeta no funciona.
–Pues no tengo otra.
–Bueno, si quiere me quedo aquí con su carro y va a sacar dinero a un cajero.
–Vale, muchas gracias –contesté ruborizada.
Recorrí tres cajeros, pero en ninguno funcionó la tarjeta. Llamé a Alonso.
–¿Qué te ocurre? –preguntó según descolgó el teléfono.
–Cómo sabes que me ocurre algo.
–Emma, a ti siempre te pasan cosas raras. Además es extraño que me llames a estas horas...
Me había pillado. Le conté mis desventuras y hallamos la solución. Volví a Mercadona y le pedí a la amable cajera que me guardara el carro hasta la hora de la comida. Ella asintió.
Nos subimos al coche mi mala leche y yo y arranqué a toda velocidad maldiciendo las putas tarjetas de crédito (el año pasado se estropearon en plena campaña de Navidad). Miré a mi derecha, vi como el retrovisor seguía colgando de un cable, pensé que por la tarde tenía la reunión del colegio, que al volver debía pasarme a por las chuches de Diego, que por la noche tenía que preparar la cena del día siguiente; que el miércoles, reunión con la profe de Álvaro; que tenía que recoger una tarjeta de crédito y renovar la que se me acababa de romper; que Juan Fran se iba cinco días a Suiza; que debía trabajar el fin de semana, que no sabía que hacer el sábado con los niños, que además por la noche teníamos una fiesta a la que llegaríamos tarde porque Alonso volvía de Suiza a las ocho de la tarde, que... Paré el coche, me bajé, me fumé un cigarro y me pseudorelajé. Ay, por cierto, esta mañana no les he puesto el babi a los niños. ¡Maldita sea!

jueves, septiembre 14, 2006

Seguros, no

No es por nada pero le estoy cogiendo manía a la palabra "seguro". Aún en femenino me inspira más cariño. No sé, será porque siempre me he sentido segura de mí misma. Sin embargo, la vuelta de mi residencia estival me ha hecho odiar la acepción masculina. Todo tiene su explicación. En parte, la culpa la tiene Unión Fenosa. Una avería de la estación eléctrica provocó que se cayeran los plomos de casa. Hasta ahí, todo normal. El gran problema es que cuando ocurrió no había nadie en casa y al volver a los quince días encontramos un espectáculo dantesco: moscas negras y gordas volando por toda la casa, un olor fétido que mareaba las narices y, para mi desgracia, toda la comida del arcón congelador y de la nevera putrefacta. Es decir, más de medio cordero, carne guadarrameña y pescado de diversa índole acabaron con su olor podrido en la basura. Después de limpiar todo a conciencia aplicamos los distintos trucos que nos ofrecían los amigos: "pon un trozo de manzana para que absorba el olor", "no, mejor un vasito de vinagre", "limpia con bicarbonato"... Como no sabía por cuál decidirme, apliqué todos los consejos y rebusqué el seguro de la casa para lograr que me indemnizaran por las perdidas.
Desesperada y de mala leche, cogí el coche y me fui a comprar víveres para alimentar a la familia. Gallardón, el amante de las obras de Madrid, había plantificado unas vallas en una pequeña calle. Pasé por allí con cautela, pero, sin saber cómo, el palo que sujetaba una de las vallas se sintió atraído por mi coche y se acercó sigilosamente. Cuando me quise dar cuenta el retrovisor derecho colgaba sujeto por un cable y el espejo estaba hecho añicos. Mi furia me hizo parar el coche y bajar como una loca. La calle estaba vacía, así que aproveché y me desahogué con la puñetera valla: "¡Tú eres imbécil, pero cómo no te has dado cuenta de que me ibas a romper el retrovisor. Si veo a Gallardón le digo que te despida, estúpida!", grité, pero la valla no me contestó. Ahora estoy buscando el seguro de Línea Directa para ver a qué taller tengo que llevar mi amado Focus. Por favor, que retiren la palabra seguro de los diccionarios.

viernes, septiembre 08, 2006

Gitanillas guadarrameñas

Mi último día de vacaciones, qué desesperación. Esta mañana he exprimido el tiempo. A primera hora, me he ido al mercadillo y me he comprado mil cachivaches para el pelo, tres camisas (dos para regalar) y alguna que otra pijotada. Al volver, he parado a hacer acopio de chucherías y demás guarradas para la piscina. Por fin, a las doce y media, estaba tumbada en mi súper toalla de mariquitas sobre el césped fumándome un cigarro con mi amiga Luisa y supervisando el baño de los peques. A las tres, toque de queda. Vestí a los niños y nos fuimos al coche para volver a casa.

-Venga, Luisa, hoy nos van a matar por llegar tan tarde –comenté mirando por última vez la fantástica piscina.
-Sí, vámonos. –contestó arrastrando su capazo.
Al salir, observamos que en el colegio de al lado estaban renovando el mobiliario escolar. El patio estaba abarrotado de sillas, mesas y demás muebles infantiles. Ambas nos miramos y se nos iluminó la mente.
-Oye, Luisa, a mí esa silla me vendría muy bien para la habitación de mi hermano Pepe. –sugerí emocionada.
Luisa bajó rápidamente del coche con su bikini y su pequeño pareo y se adentró en el colegio. Al rato, vino emocionada.
-Emma, ese hombre me ha dicho que él es encargado así que no nos puede dar nada, pero que si queremos coger algo hará la vista gorda.
Entusiasmados desabrochamos todos los cinturones de seguridad y nos bajamos del coche. Diego y Álvaro comenzaron a inspeccionar las sillas infantiles y Luisa y yo, entre ataques de risa, rebuscábamos entre la montaña de pizarras y mesas.
-¡Esta pizarra es fantástica! –exclamé emocionada.
-Sí, Emma, pero sólo te cabe en la valla del jardín… No es mala idea, luego cada mañana escribes el menú del día y puede que hagas negocio.
Entramos a por una silla para Pepe y salimos con dos sillas infantiles, una mesa, dos sillas medianas, un perchero… Ah! Y dos sillas para Pepe.
Los obreros de la obra nos observaban atónitos. Pensándolo bien no me extraña, parecíamos dos gitanillas en bañador con dos churumbeles arrasando con todo lo que estaba a nuestro alcance.
El problema vino a la hora de meter semejante batiburrillo de trastos en el maletero.
-Primero, las sillas –opinó Luisa.
-No, así no se cierra el maletero. Trae el perchero –contesté agotada.
Tras mil combinaciones logramos enlatar todo el material. Luisa, delante, con una silla y un capazo sobre sus piernas. Los niños apretujados y sin cinturón rodeados de otro capazo y dos sillas. Y en el maletero, cuatro sillas, la mesa y el perchero.
Al irnos, los obreros nos despidieron con alabanzas. Luisa y yo miramos con cariño y la risa deslizó varias lágrimas sobre nuestras mejillas.
Ya eran las cuatro de la tarde. Como bien supusimos, ambas familias nos estaban esperando con intriga y preocupación. Al vernos aparecer atiborradas de sillas, nos gritaron.
-¡Pero, chicas, habéis robado en el colegio! ¡Qué traéis en el maletero!
-No seáis exagerados, sólo hemos traído una mesa, seis sillas y un perchero –nos justificamos de mala manera.
Mucha guasa, ¡pero ha quedado todo divino!

jueves, septiembre 07, 2006

Orinales y avispas



Mi madre no para de darle vueltas. Anoche, me asaltó con sus dudas en mitad de la cena.
–Emma, creo que me voy a comprar un orinal.
–¿Quéee? –contesté con cara perpleja y a punto de atragantarme.
–No seas mala, no sabes lo mal que lo paso.
–Perdona, mamá, no me imaginaba que tuvieras problemas urinarios.
–Tú eres tonta, no tengo ningún problema urinario, sólo que no me atrevo a ir al baño en mitad de la noche. –Mi extrañeza se reflejaba en mi cara, así que mi madre continuó con su odisea nocturna –Los animales me acosan. Sé que parece una coña, pero es cierto. Según abro la puerta del cuarto me asalta Lucas maullando porque quiere beber agua del bidé y Kaos me ladra porque quiere colarse en mi habitación o porque tiene hambre. ¡Me tienen estresada!
Mi ataque de risa rompió los ronquidos de Alonso.
–¿Qué sucede? –preguntó con cara somnolienta.
–Nada especial, hay que regalarle a mi madre un orinal. –expliqué muy seriamente.
Alonso, muy educado él, nos miró sorprendido y sin saber qué decir.
-Yerno, no pongas esa cara, sólo era una broma –explicó mi madre.
Mi amado esposo entrecerró de nuevo los ojos, pero una duda lo despertó.
–Por cierto, ¿habéis visto Lucas? A ver si se va de parranda esta noche y lo perdemos otra vez.
Tanta fauna me estaba poniendo un poco histérica, así que salí al jardín al fumarme un cigarro. Mi madre se unió a la perversión de nicotina. Al cabo de un minuto mi abuela apareció y tuve que lanzar el cigarro como si fuera un meteorito. Cuando se fue, busqué la colilla entre los periquitos.
–Emma, lo tuyo es increíble, cada vez que te enciendes un cigarro aparece la abuela o quien sea. –dijo mi madre con media sonrisa.
–Sí, es desesperante –empecé a contestar, pero un grito me rompió la última calada.
Entré corriendo en casa, Álvaro se había caído de la cama. Le consolé y volvió a dormirse. Por fin, a las tres de la mañana, después de hacerme la cera, acondicionarme el pelo y demás materias femeninas me fui a dormir. Lucas abarcaba la mitad de mi espacio y le empujé suavemente. Un maullido fue su queja. Kaos aporreaba con sus uñas la puerta porque quería colarse en la habitación. En mitad del primer sueño escuché otro lloro. Se abrió la puerta (cuatro y media de la mañana), Diego entró a la pata coja. “¡Mamá, me pica el pie, no puedo dormir!”, dijo con voz llorosa. Encendí la luz y observé sus piececitos, en efecto, la avispa que le picó por la mañana en la piscina le había producido una reacción alérgica. “Cielo, verás como con esta crema notas un poco de alivio”, intenté consolarlo.
Gatos, perros, tortugas, avispas…. ¡Menudo veranito!

P. D: Las avispas de Guadarrama están orondas. ¡Y no extraña! En lo que va de vacaciones han picado a Juan Fran en un pie; a Álvaro en mitad de la nariz; a mi madre en una mano mientras conducía y por la inflamación que tuvo en el brazo hubo que inyectarle Urbason y a Diego, en los dedos del pie. Ahora sufro pensando que soy la única de la familia junto con mi abuela que se ha librado. ¡Malditas avispas!

lunes, septiembre 04, 2006

Fantasmas en mitad de la noche


El ir de madre perfecta tiene sus inconvenientes. Sin ir más lejos, el viernes llegué con la tropa a Saldaña y mi vecina me informó de que esa noche había fiesta infantil de disfraces. "¡No puede ser!", contesté atónita, "aquí no tengo ningún disfraz". Mercedes, la vecina del chalet de al lado, me miró perpleja. "Bueno, Emma, no te desesperes. Si los niños no van disfrazados no pasa nada", me dijo mientras huía a su casa. ¡Claro que ella no sabe cómo soy!, ni que en casa tengo una caja con más de quince disfraces, ni que sufro cada vez que se acerca la fiesta infantil del colegio porque quiero que mis hijos vayan divinos... En fin, que soy una maniática.
Entré en casa y le ordené dulcemente a mi suegra que rebuscara por los baúles del trastero, arranqué a mi marido las llaves del coche y me fui a Riaza; me adentré en la papelería y compré cartulina negra, papel pinocho, celo, pegamento y un rotulador negro gordo. Por suerte, mi suegra encontró una vieja sábana. Reconozco que mis dotes en corte y confección son nulas, pero una vez enhebrada la aguja me vino la inspiración. Después, todo fue coser y cantar (más que cantar, gritar a mis hijos que no paraban de curiosear a mi alrededor y ponerme aún más tensa). Por último, corté las cartulinas, pegué el papel pinocho y rematé el disfraz.
A las once de la noche, mis hijos fueron al punto de reunión: el pilón. Allí llegaron todos los niños del pueblo. Todos iban muy monos, pero en mitad de la noche sobre todo destacaban dos graciosos fantasmitas. (¡Qué modestia la mía!)