viernes, marzo 31, 2006

Huellas rojas



Se acercaba el cumpleaños de mi marido y decidí hacerle un regalo original. Después de mucho pensar se me ocurrió una gran idea. Me fui a la papelería e hice acopio de todo el material necesario: cartulinas, pintura, pinceles, rotuladores y un marco de cristal. Al llegar a casa les propuse a mis hijos que preparáramos algo especial para papá. Les coloqué los delantales y dibujaron con acuarelas distintos dibujos de difícil comprensión.
-Muy bien, chicos, os ha quedado precioso. Ahora vamos meter nuetras manos en la pintura y las vamos a poner en la cartulina para que queden nuestras huellas marcadas.
-¡Bien!- gritaron los dos a la vez.
Cuando ya estábamos terminando pasó tímidamente el gato.
-Peques, ¿qué os parece si ponemos también las huellas de Lucas?
-Mamá, eso es una fantástica idea -contestó Diego, que siempre habla como si viviésemos dentro de una película.
Cogí al gato y le pringué las patas con acuarela roja. Puse su pata en la cartulina, me bufó aterrado y salió corriendo. Me levanté y salí escopetada detrás de él y los niños, detrás mío.
-¿Por qué corremos, mamá?
-¡Lucas, párate, Lucas!- gritaba como un posesa.
-Mamá, ¿qué ocurre? -preguntaban los niños a mis espaldas.
Me paré. No había forma de alcanzar al gato. Miré alrededor y casi me caigo redonda. Me puse tan pálida que hasta mis hijos se asustaron.
-¿Por qué estás triste? -me interrogó Diego.
En ese momento me entró un ataque de risa. El panorama era desolador. Toda la casa estaba llena de huellas rojas de gato: en el sofá, en las paredes, en el suelo, en las escaleras... Y, lo peor, el gato seguía recorriendo la casa sin parar. Tenía que urdir rápidamente un plan para capturarle.
-¡Lucas! -grité mientras abría una lata de paté de salmón y trucha.
Al ratito vino el gato a por su manjar. Me abalancé sobre él y lo sujeté con fuerza.
-¡Chicos, al baño, corred, corred!
Álvaro reía emocionado al encerrarnos todos en el servicio.
-Niños, ¡ropa fuera!
Primero, bañé al gato, que me dejó todos los brazos marcados por sus uñas. Después, nosotros tres.
-¡Qué divertido, mamá, esta tarde hacemos otra cartulina con huellas! -sugirió Diego con el asentimiento de Álvaro.
-No, peques, todavía no hemos terminado el regalo.
-¿Qué vamos a hacer?
-Ahora viene lo más divertido.
Nos vestimos rápidamente y preparé el kit de trabajo de cada uno.
-Chicos -les dije mientras les entregaba un trapo y un esponja-. Vamos a hacer una competición.
-¡Bien! -gritaron emocionados sin saber de mi engaño.
-A ver quién de nosotros es el que más huellas de Lucas borra de la casa.
-¡Bravo1 -exclamaron con las esponjas en alto.
Yo les miraba atónita, sin entender donde estaba la gracia.
La tarde fue fantástica. Según mi último cálculo, limpiamos más de doscientas huellas y la casa quedó como los chorros del oro.
-Hola, familia, ¿qué tal la tarde? -dijo Alonso al llegar a casa-. No sé que habéis hecho, pero la casa está impecable. Peques, ¿habéis sido buenos?
-¡Síiii! -gritaron los dos guardando el secreto.
-Papá, tonto- remató Álvaro para mostrar su cariño.
-¿Emma, dónde está Lucas? -preguntó Juan Fran cuando estaba a punto de dormirse-. No le he visto en todo el día.
-Ay, Alonso, qué pesadito eres con el gato. No sé, se habrá ido a dar una vuelta.
-Me extraña que no haya vuelto. -Se levantó y salió al jardín. Llamó a Lucas varias veces hasta que por fin apareció.
Alonso subió indignado.
-Emma, el gato está rojo.
-¿En serio?, ¿qué le habrá pasado?
-No sé, pobrecito mío, voy a darle un baño.
Lucas le miró con ojos suplicantes, pero al final cedió a la tortura. En un día, dos baños.

martes, marzo 28, 2006

Paranoia matutina



Hace media hora que me he despertado, pero no soy capaz de moverme. Ni siquiera me atrevo a girar la cabeza o a estirar el brazo para comprobar si él está tumbado en la cama.
Empecemos por el principio.
Anoche, a las dos y media de la madrugada, escuché un ruido extraño en casa. Me incorporé y zarandeé a mi marido con brutalidad.
-!Despierta, despierta, alguien ha entrado en casa!
Él brincó, me miró asustado y preguntó somnoliento.
-¿Y qué quieres qué haga?
-Menuda pregunta. Corre, baja a ver qué sucede. Yo me quedo cuidando a los niños. Venga, date prisa.
-¿Seguro?
-No, si quieres les llamamos y les hacemos un hueco en la cama. Anda, ten cuidado y coge el móvil por si tienes que llamar a la policía.
-¿No lo habrás soñado?
-!Que no!. Te juro que he oído unos ruidos muy extraños. Creo que están abajo desmontando el ordenador.
Temblando empezó a descender por la escalera. Y ésa es la última escena de él que recuerdo, porque al poco rato me acurruqué entre las sábanas y, no sé cómo, caí en un profundo sueño.
Sigo petrificada, inmóvil, incapaz de mover ni un centímetro de mi cuerpo. La imaginación da para mucho. A grosso modo resumiré las opciones que tengo:
A/ Lo han secuestrado.
B/ Lo han matado.
C/ Lo han herido de gravedad.
D/ No le ha ocurrido nada, pero mañana presentará los papeles de separación.
Si han acontecido los casos A, B o C tendré que llamar a la policía. Vendrán los CSI españoles (uff, menos mal que anoche dejé bien colocadita la casa) y deberé explicarles lo sucedido. Pero, !cómo les voy a decir que me quedé profundamente dormida mientras mi marido luchaba contra unos ladrones!. La gente que me conoce sabe que mi sueño es muy profundo pero puede que el inspector Pérez (Grissom, en EEUU) no lo entienda. Incluso son capaces de pensar que lo he planeado todo para que lo asesinaran y así cobrara el seguro. !Además hace unos días firmó el testamento y yo soy la única beneficiaria! Y si investigan deducirán que soy una persona conflictiva; que tengo contactos con abogados; que escribo un blog donde de vez en cuando le despellejo (siempre desde el amor y el afecto, !que quede claro!); que me enfado frecuentemente... En definitiva, !soy culpable!: me mandarán a la cárcel (mi relación con los jueces siempre ha sido nefasta), mis hijos se quedarán solos, tendrán contacto con el mundo de la droga, despreciaran a su madre (osea, a mí)...
Un ronquido estruendoso me hace salir de mi paranoia matutina. Está vivo. Me giró velozmente, me abalanzo sobre él, le abrazo con pasión, le beso con locura.
-Alonso, qué ilusión, pensé que estabas muerto.
-Muy graciosa, Peña. Si por ti fuera me podían haber acribillado y tú seguirías plácidamente dormida. Eres la leche.
-Hombre, no es para tanto. Además, seguro que con el disparo me habría despertado. Pero, ¿dónde vas?
-Al abogado, bonita, al abogado.

lunes, marzo 27, 2006

Con freno y marcha atrás




Su intención fue muy buena: liberarme por unas horas del bebé y dejar que fuera con el mayor al cine. Mi madre y su amiga Rosa, la mujer más maravillosa de Pamplona, se ofrecieron a cuidar del pequeñajo y esperarme en la sierra. Les cedí las llaves de mi coche y al bebé.
-Mamá, no olvides que el coche...
-No seas pesada, Emma, llevo muchos años con carnet y he conducido centenares de coches. Vete al cine y olvídate de nosotras- me espetó mi madre antes de que yo acabase mi frase.
La película no fue nada del otro mundo, era un film infantil, pero fui feliz con mi bol de palomitas, mi coca-cola y las pocas chuches que Diego me dejaba tomar.
Al salir del cine, me abordó un hombre de seguridad del centro comercial.
-Disculpe, es suyo un ford focus familiar gris.
-!Sí!- grité mientras todo el mundo me miraba y por mi me mente se cruzaban escenas dantescas- ¿qué ocurre?, ¿qué ha pasado?
-No se alarme. No ha sucedido nada. Salvo que las cámaras de seguridad han detectado a dos mujeres con un bebé que llevan dos horas subiendo y bajando de su coche. Han arrancado varias veces, pero no han sido capaces de sustraer el coche. Además han intentado meter la sillita del bebé sin plegarla y han roto la puerta del maletero. Un compañero se ha acercado a hablar con ellas, pero tienen un ataque de risa y sólo han sido capaces de indicarnos que en el cine se encontraba usted. No creo que sean peligrosas, pero preferiría acompañarla hasta el párking por su seguridad.- me relató el pobre hombre con cara circunspecta.
-!Ah!- musité.
-Mamá, ¿te han robado el coche?- preguntó Diego.
-No, hijo. Tu abuela, tu abuela... Bueno, luego te cuento.
-Disculpe- me excusé presa de un ataque de vergüenza y con la ira recorriendo todo mi cuerpo- le agradezco todo el interés que ha mostrado, pero las dos mujeres que están en mi coche son mi madre y una amiga suya. En teoría se tendrían que haber ido hace un par de horas. No sé qué habrá ocurrido, pero le aseguro que no son peligrosas. No hace falta que me acompañe.
-Si no le importa, preferiría acompañarla. Le seré sincero: tengo intriga por saber qué ha ocurrido.
-Por supuesto.
Bajamos por la escalera mecánica. La gente me miraba como si hubiese cometido un delito y mi hijo intentaba tocar la pistola del policía.
-!Diego, estate quieto! Sólo me falta que te pongas tú a disparar.
Llegamos al parking. Y allí vi a ese par de mujeres apoyadas en una columna y riéndose sin parar.
-Emma, no te vas a creer lo que nos ha pasado... Ay, no puedo hablar que me hago pis- dijo mi madre entre carcajada y carcajada- No ha habido manera de meter la marcha atrás de tu coche y no sabemos cerrar la sillita de Álvaro. Te juro que lo hemos intentado mil veces. Bueno, al final, Andrés (señaló al otro pobre hombre de seguridad que se le caían lagrimones de la risa) nos ha explicado que hay que levantar la arandela de la palanca de cambios, pero aún no sabemos cerrar la silla. No te enfades, que conozco esa cara tuya. Y no sufras: Álvaro se ha dormido a la media hora, desesperado de ver como subíamos y bajábamos del coche.
Miré alrededor en busca de una cámara oculta, pero no la encontré.
-Cuando cuente esto en Pamplona no se lo van a creer- gritó Rosa mientras retorcía las piernas y se enjuagaba las lágrimas.- Ay, Linu, y tú decías que habías conducido jaguars, porsches... Vamos, que eres como Carlos Sáinz.
-Oye Rosa, que en ningún coche había visto lo de la arandelita de la marcha atrás. Ay, que tengo agujetas de tanto reír.
De pronto me entró el miedo escénico, mi mente calenturienta empezó a imaginar como las imágenes salían en todos los programas de televisión (Vídeos de primera...) y recorrían el mundo a través de internet.
-Bueno, chicas, vámonos que ya habéis montado el espectáculo del día y estos hombres están trabajando.- comenté con voz calmada.
-!Uff, y lo bien que se lo han pasado!- dijeron las dos a la vez.
-Eso es cierto- contestaron los de seguridad.
Se subieron al coche y las miré con mi cara de cabreo.
-Anda, bonitas, que parece que os habéis tomado un tripi.- rugí.
-Pues esto pone más y es más barato- rieron desesperadas- Por favor, vámonos rápido que "nos meamos toas".

domingo, marzo 26, 2006

Gordóloga o juicio

Después de dos embarazos y de comer como una lima (!menudo placer!), decidí que había que poner límite a tanto exceso de kilos. Lo tuve fácil, varios compañeros me recomendaron a una gordóloga fantástica que conseguía que la gente adelgazase y encima tomara bocadillos. Me fui como una loca a su consulta y me mentalicé a base de bocatas de pan tumaca, morcilla, salmón... Adelgacé y me quedé muy mona (bueno, yo siempre me veo muy mona). Total, tiré toda la ropa que me quedaba grande y le di un fantástico repaso a la Visa. Todo el día gastando y mejorando la economía del pequeño y gran comercio. Abandoné la dieta y por un motivo muy claro adelgacé más y más. Era una dieta compleja, pero muy efectiva: "la dieta juicio". Fue fantástica y me quedé en los huesos. Hace tiempo que finalizó el proceso judicial y ahora voy notando como los kilos vuelven a acaparar espacio. Tampoco mucho, pero lo justo para que ponga freno a la invasión de calorías. Además, la semana que viene sacaré mis cajas con la ropa de primavera-verano y como algo no me quepa me voy a hundir. Mi dilema: ¿hago la dieta bocata o la dieta juico? No sé, no lo tengo nada claro. La del bocata es fácil de seguir, pero últimamente no tengo mucha fuerza de voluntad. La del juicio te hunde y no hace falta fuerza de voluntad, aunque tiene sus inconvenientes: hay que inflarse a tomar lexatines y las ojeras, la verdad, no me favorecen mucho. Uff, qué dudas tan existenciales.

jueves, marzo 23, 2006

Manda huevos

Kashba, nuestra amada tortuga, procede de las arenas del desierto africano. Al principio le costó adaptarse: el parquet era demasiado fino para ella. Aunque, en verano, descubrió los placeres ocultos de la sierra madrileña. Pisó la tierra y lo decidió: a mí no me mueven de este paraíso. Su temporada estival fue fastuosa. Los manjares aparecían por doquier: hormigas, mariquitas, tomates... Un lujo. Empezó a empeorar el tiempo y se temió lo peor. Lloraba pensando que tenía que volver al apartamento de sus dueños. Rápidamente se puso a escarbar e hizo un enorme agujero, se tiró a él y se cubrió con la arena a duras penas. La busqué con desesperación, removí todas las plantas, miré en el chiscón, inspeccioné entre los periquitos, pero no la encontré. Traumatizada volví a Madrid. "Bueno, seguro que el próximo fin de semana la localizo", pensé. Craso error. Aquella semana nevó y no hubo manera de encontrarla. "Pobre animalito", sollozaba yo en mi interior. Volví pasado el invierno y apareció ante mí como una visión. Estaba bien hermosa, lustrosa y su tamaño se había duplicado. Desde entonces la dejé vivir independiente, a su aire, en el jardín de Guadarrama y con la supervisión de mi vecina Clarita que cada vez que pasa por nuestra casa lanza a través del muro unas hojas de lechuga, tomates, fresas o cualquier otra fruta de temporada. Además, pasado un tiempo, la tortuga descubrió el sabor de las criadillas y se hizo adicta. Kaos, el bull-terrier de mi madre, tiene pánico al jardín. Antes le enloquecía tumbarse panza arriba. Pero un día sintió un bocado en los cojones. El perro, aterrorizado, se puso a ladrar. Miró a sus testículos y casi lloró de dolor: la tortuga le había pegado un buen mordisco en su don más preciado. Lucas, el gato, aprendió la lección y al igual que Kaos decidió no volver a tumbarse en el jardín (!y eso que sus cojones son meramentes ilustrativos, está capado).
Así que, pese a Darwin, la tortuga domina al perro, al gato e incluso a los humanos que siempre tenemos que salir calzados para que no devore nuestros pies.

Espionaje octogenario



Siempre que suena el teléfono a altas horas de la madrugada, me da un vuelco el corazón. La otra noche, a la una, sonó el dichoso aparatito. Pegué un brinco y entre taquicardia y taquicardia me acerqué el auricular a la oreja, era mi abuela.
-Abuela, ¿qué ocurre?, ¿qué te ha pasado?
-Nada, no te alarmes.
-Pero como quieres que no me alarme, !es la una de la mañana!
-Huy, perdona, no pensé que fuera tan tarde. Emma, te llamo porque estoy muy preocupada.
-¿Te encuentras mal?
-No, no, estoy bien, pero no puedo dormir. Ya sabes que desde hace un año vive en el piso de al lado un testigo protegido.
-Sí, por eso hay policía en la portería. ¿Y?
-Pues no te lo vas a creer, desde hace unos meses a eso de las doce de la noche se escucha un pitido en casa. Al principio no le di importancia, pero esta tarde he quedado con mis amigas y al relatarles mi historia me han sugerido que tal vez me hayan instalado un micrófono secreto o un detector de movimiento en casa.
-Pero abuela...
-No, escucha. Ha podido ser la policía o los terroristas, no sé. Tampoco te quiero contar todos los detalles. Puede que me hayan intervenido el teléfono y ya sabes que yo no me entero con el móvil.
-Abuela, ¿seguro que no es la tele, algún reloj o algún despertador?
-!Pero tú te crees que soy tonta! Llevo con insomnio más de un mes, he revisado todos los aparatos de casa y no he encontrado nada. Emma, no le digas nada a tu madre, pero estoy desesperada.
-Está bien. Éstate tranquila, mañana me paso por tu casa y si encuentro algo raro llamamos a la policía. Ahora duerme tranquila.
-Siento haberte llamado a estas horas, pero entiende mi preocupación.
-Sí, tú tranquila. Hasta mañana.
Colgué el teléfono.
-¿Quién era?- preguntó Juan Fran con voz somnolienta.
-Mi abuela.
-¿Qué ocurre?
-Nada, que tiene micrófonos ocultos en su casa.
-Anda, no me tomes el pelo. ¿Se encuentra bien?
-En serio- contesté con mi risa nerviosa -está convencida de que le han instalado micrófonos en casa.
Al día siguiente, mi hermano Roberto ejerció de detective. Rastreó toda la casa en busca de las pruebas del delito. Las encontró: un pequeño reloj estaba escondido detrás de la tele. A la doce tenía conectado el despertador.

miércoles, marzo 22, 2006

Día del padre, día de horrores

Los niños saltaron a la cama con todos los regalos que le habían preparado en el colegio. El felicitado abrió los paquetes con delicadeza: un reloj de papel ("Papá, marca las "oras""); una felicitación en inglés que ni siquiera Diego era capaz de traducir; un bote de yogur de cristal cubierto con plastilina y adornado con unas cuantas lentejas y unos granos de arroz ("para el lapi, papá, lapi", gritó el peque desesperado).
-Menos mal que me compré la cámara digital. Estos regalitos van directos a la estantería de los horrores-. Lo dijo sin darse cuenta, pensando que no le iba a oír. Pero se equivocó. Mi cólera subió desde los pies hasta la cabeza. Abrí la boca y en ese preciso instante un grito incontrolable inundó toda la habitación. Era como si la niña del exorcista hablase a través de mí: "!Será posible!, !qué poca sensibilidad! Los niños llevan toda la semana haciendo los regalos. Eres la leche, cada día me encabronas más. Además, los regalos son divinos".
Su risa apagó mis gritos.
-Vale, los niños se lo han currado mucho. Lo acepto. Pero no me digas que son divinos porque, ahora que no nos escuchan, son horribles. Si te parece me llevo el botecito al periódico para poner los lápices y que todo el mundo admire la reliquia.
-Sin comentarios, amor, sin comentarios.

martes, marzo 21, 2006

Puente de marzo



Mientras visitaba las exposiciones de París, soñaba con su fantástico puente de marzo. Según llegara a Madrid se iría a la sierra donde estaba seguro de que su suegra y la bisabuela iban a cuidar de sus terremotos. Cenas bajo la luz de las velas con su mujer, tiempo para la lectura, paseos entre los árboles... Pero su felicidad se vio truncada por la dichosa lluvia.
Desembarcó en casa con su maleta. Al entrar un ruido atronador estalló en sus oídos. Cuatro niños corrían por su salón. Dos eran conocidos, sus hijos, pero los otros dos eran unos auténticos desconocidos.
-Hola, cielo, ¿qué tal tu viaje en París?- preguntó su mujer con una sonrisa que él no entendía.
-Bien. Y esto.
-Esto son dos amigos del colegio de Diego. No sufras, ahora vienen a por ellos.
-Pero no nos íbamos a Guadarrama.
-Uff, con este tiempo yo no me voy ni loca. Pero no te preocupes, ya he organizado el fin de semana y nos lo vamos a pasar genial.
-Hum.- musitó mientras su cuerpo empezaba a temblar temiéndose lo peor.
Así fue. Toda la familia se lo pasó genial, menos él.
Al cabo de un rato, los invasores abandonaron su salón.
Se tumbó agotado sin atreverse a preguntar cuáles eran los fantásticos planes de los próximos días.
El sábado, comida en un restaurante americano por elección de los niños.
-No es por nada, pero yo preferiría ir a un italiano.- dijo disimuladamente a su mujer.
-!Qué tontería! Pobrecitos. Los niños están como locos por ver al payaso. Hijo, eres peor que un bebé- contestó su mujer con morro retorcido.
-Vale, lo que tú digas.
Después del gran "ágape", se durmió la siesta. En sus sueños escuchó el timbre. María, la prima de su mujer, sus dos hijos y su marido venían a merendar a casa.
Bajó a regañadientes la escalera. Víctor, el marido de María, y él se cruzaron la mirada. No hacía falta que hablaran. Sus pensamientos eran los mismos: "Qué pesadas son nuestras mujeres. Hoy hay partido de fútbol, pero a ellas les da igual. Nos tienen dominados. Intentaremos aguantar el estrés infantil". Las queridas primas hablaban y reían. Ellos se pusieron las caretas y aguantaron el tipo.
Los pequeños subían y bajaban por las escaleras, gritaban, tiraban los juguetes. De vez en cuando se oía el llanto de alguno (difícil averiguar quién había sido).
Juan Fran y Víctor se sentaron e intentaron fundirse con el sofá, pero no lo consiguieron.
Después de la merienda, vino el baño de los cuatros enanos y, por último, la cena. Los mariditos hicieron amago de ver el fútbol, de dar por finalizada la velada, pero no hubo manera.
Perplejos, miraban como María y Emma se reían y disfrutaban con tanto caos. Aturdidos se miraban y mostraban su incomprensión.
A las diez y media de la noche finalizó la sesión.
Por lo menos tendré sexo, pensó al meterse en la cama. Se equivocó.
-Ay, no seas pesado. Estoy cansada, ahora no me apetece. Levántate, Álvaro está llorando.
El pequeño de dos años, lloraba desconsoladamente. Arrastró sus zapatillas hasta la habitación.
-Álvaro, qué te ocurre.
El pequeño le miró y lloró más.
-Papá, tonto. Papá, tonto.
-Cojonudo. Esto es el remate.
Volvió a su habitación y se acurrucó en la cama.
-Vete tú, a mí mi hijo no me quiere.
-!Qué exagerado que eres! Ya voy yo.

A la mañana siguiente llamó a Víctor para ver si había logrado ver el partido. Su situación era más crítica: Vitín, su peque de año y medio, había estado toda la noche vomitando. Estaba harto, desesperado de las primas Peña.
-Juan Fran, estas tías son un tormento. !Y encima quieren tener el tercer hijo! Yo antes me la corto.
-Estoy contigo. Tenemos que unirnos en esta cruenta batalla. Yo así no llego a los cincuenta.
Juan Fran suspiró y cogió energías. Las necesitaba. Era el día del padre y tenía comida en casa de su suegra con sus cuñados y !con más niños!