martes, septiembre 25, 2018

¿A quién quieres más al dedo índice o al meñique?


Vivo sin vivir en mí. Las pesadillas me torturan, martirizan e histerizan. Observo el dedo índice de mi mano derecha y sufro. Sé que es una paranoia de las mías, pero soy incapaz de controlarla. Este año por mi cumpleaños me han regalado un móvil, no por ser  una friki de los nuevos gadgets sino porque mi último BQ se enamoró de mi oreja o mi oreja del BQ, nunca me quedó claro. Un idilio desquiciante. De pronto, la oreja activaba el altavoz, grababa las conversaciones o decidía dar una llamada por finalizada y colgaba sin previo aviso, así es ella. Asumí el romance, pero la gente con la que hablaba por teléfono no lo soportaba. 
      Al nuevo móvil aún no le he cogido cariño, al contrario, me estresa. Si sitúo el dedo índice en el círculo de la parte trasera del teléfono se desbloquea. Todo muy moderno, pero no dejo de imaginarme a algún delincuente amputando mi dedo índice para escarbar la información secreta y confidencial de mi móvil y, pensándolo bien, casi prefiero que me rebane el dedo meñique que, aunque lo quiera, tiene menos utilidad.
    Adiós meñique, adiós.

jueves, septiembre 13, 2018

Va por ellos


En mi familia es tradición escabullirse en las bodas religiosas por el pasillo lateral de la iglesia para tomar unas cañas en algún bar cercano. Pese a los codazos que me dan antes de huir, jamás he podido acompañarles. No por pasión cristiana, sino por la incertidumbre ante la respuesta de los futuros contrayentes. ¿Y si en vez de afirmar su amor con un “sí, quiero” dicen un “no, quiero”? Una situación muy de película que me genera estrés e inquietud. 
     Hace años, la vuelta de vacaciones también me tensaba. La congoja de saber si le había sucedido algún percance a familiares o amigos me preocupaba hasta que en septiembre pasaba lista. En cambio, ahora, las nuevas tecnologías nos informan segundo a segundo de la vida. Imposible desconectar.
    Este verano el tinto de verano se tornó negro oscuro. El sonido insistente del whatsapp anunció tristes noticias. “Ha fallecido Domingo Pérez, leí en la pantalla del móvil. De golpe me atacaron los recuerdos. Trabajé con Nano en julio de 2004, cuando hicimos el suplemento especial de los Juegos Olímpicos. Venía desde la sección de deportes, se sentaba en una silla a mi derecha y, siempre con una sonrisa, mostraba su emoción por el diseño arrevistado de las páginas que diferían totalmente del enconsertado periódico. Formamos un gran equipo y reímos mucho, a carcajadas. Hace años se fue de ABC y, la vida es así, perdí el contacto con él, pero no su recuerdo.
    “Ha fallecido Manolo”, me escupió de nuevo el whatsapp al cabo de pocos días. Y lloré. Manuel Erice llevaba años luchando contra un puñetero cáncer. En julio su situación era preocupante, pero uno se pone la venda en los ojos y no lo acepta, se niega a creer que es verdad. Podría decir de él que era un gran profesional, subdirector o corresponsal. Y me quedaría corta, pero mi recuerdo me lleva a las mañanas de domingo en el polideportivo de Barajas. Nos cruzábamos en las pistas: él con estilo y elegancia jugaba al tenis; yo, sin su glamur, al pádel. Siempre nos saludábamos con nuestra ropa deportiva, raqueta y palas. Por la tarde, más aseados y elegantes, trabajábamos en la redacción de ABC. La dualidad personal y laboral.  
   Los mecanismos de la mente son complejos, los recuerdos que almacena no tienen mucha lógica, pero es así como ellos viven en mi memoria.
D.E.P., queridos compañeros.