miércoles, febrero 16, 2022

Ámate sobre todas las cosas



Se podría llamar Susana, Isabel o María, pero ninguno de ellos es su nombre. Su historia es como la de muchos adolescentes marcados por una sociedad en la que prima más la belleza estética que la valía personal. Desde pequeña la televisión y las revistas la bombardearon con imágenes perfectas, con mujeres que lucían vestidos ceñidos a su cuerpo sin marcar ni un gramo de grasa. En cambio, ella era absurdamente normal: una chica del montón en la que no destacaba nada en especial ni nada de su fisonomía desentonaba. En el patio del colegio, sentada en una de las gradas de la cancha de baloncesto, observaba a sus compañeras de clase. Ante sus ojos todas eran ideales y divinas, incluso Fátima con su enorme nariz. "Esa nariz marca su fuerte personalidad, qué envidia", pensaba ella desde la vacía grada de cemento.  
      Poco a poco, dejó de comer para perder peso. Su cuerpo difuminó las mínimas curvas que tenía y sus marcados huesos se entreveían bajo su piel. Al cabo del tiempo, el pediatra derivó su caso al hospital Niño Jesús para que trataran su trastorno de alimentación. Allí estuvo más de cuatro meses ingresada. Durante más de dos años su familia se volcó para conseguir recuperar a su hija. Psicólogos, nutricionistas, psiquiatras y terapeutas se convirtieron en el eje de sus vidas.
      La actriz Emma Thompson, en la presentación de su última película en la Berlinale, declaró que "nos han lavado el cerebro para que odiemos nuestro cuerpo toda la vida". Y no paró: "todo lo que nos rodea nos recuerda lo imperfectas que somos y todo lo que está mal sobre nosotras". Andie MacDowell apareció en la alfombra roja del festival de cine de Cannes pisando con garbo y, sobre todo, con sus canas en su rizado pelo. Esa melena canosa generó un gran revuelo mediático y ella, con la fuerza de la mujer madura, aclaró que «sus canas son una demostración de poder». Kate Winslet, en la miniserie «Mate of Easttown», defendió su cuerpo frente a los retoques de Photoshop y mostró con toda naturalidad sus patas de gallo, su leve barriga y sus kilos de más.
     "Quiérete, acéptate, mímate ─me gustaría decirle a la adolescente que observaba desde la  grada de su colegio─, que la vida son dos días, que es más importante un ataque de risa que unas arrugas en las comisuras de la boca; que más vale gozar de una buena cena y un buen vino aunque luego el michelín se asome por encima del botón del vaquero; que la gente te quiere por quién eres y no por tu imagen. Valórate, quiérete y defiende tu autoestima para tener fuerza en la vida. Y, sobre todo, ámate sobre todas cosas".