domingo, diciembre 05, 2010

Frío de carámbanos

Escucho sus pasos silenciosos por el pasillo a primera hora de la mañana de un frío domingo. Al acercarse a la puerta de mi cuarto siento cómo corre, salta sobre mí y con su sonrisa me da un beso bien fuerte, los buenos días y se hace un hueco bajo el edredón.
─Venga, vamos a dormir un poco más... ─susurro a Álvaro mientras le apretujo con un abrazo y le acomodo la almohada.
Al rato, se repite la operación. Diego salta sobre la cama, logro que no me rompa una costilla, y se cuela por el otro extremo. Alonso sonríe y ante la invasión se levanta para ver por la ventana si se puede cumplir su sueño.
─Huy, está lloviendo, creo que no va a ser un buen día para ir a la nieve ─suspira con pena.
Noto como sin ningún tipo de pudor mis orejas aplauden la decisión. Me deslizo bajo el edredón para ocultar mi sonrisa y satisfacción.
─¡Jo, qué rabia! 
─Con las ganas que tenía de tirarme en trineo.
─Y yo quería subir en el telesilla.
Al oír las interminables quejas de los niños pienso en coger un poco de cinta americana y taparles la boca, pero contengo las ganas.
─¿Queréis que vayamos y vemos cómo está la situación? Tal vez en La Morcuera no llueva y... 
─¡¡¡Síii, papá, vamos, vamos!!!

 

Saco lentamente la cabeza de debajo del edredón y los miro como Jack Nicholson en "El resplandor", con instintos asesinos y odio profundo.
─Puff, seguro que allí está diluviando o nevando copiosamente... ─les indico con mis ojos ojipláticos.
─Venga, mamá...
Por más que bufé y me quejé no logré convencerles de su equivocación. Era el momento de asumir mi derrota y enfrascar mi cuerpo en camisetas interiores, leggins, dos pares de calcetines, botas de montaña... Resumiendo: vestirme de adefesio para lucir tiritona de frío en la gélida montaña.

Pese al frío, ejerzo de madre perfecta... ¡Qué mérito!

Al llegar a la sierra de Miraflores, observé con envidia la felicidad de mis hombres y temblé al ver cómo el viento movía los pinos y la nieve tapaba las laderas de la montaña. Antes de bajar del coche, embutí mi cabeza bajo el gorro, abroché el abrigo y escondí mis manos en los guantes. Anduve con mi estilo pazguato por la nieve, tirité de frío, sentí como los lóbulos de mis orejas empezaban a congelarse y mis pies iniciaban su proceso de gangrena. Diego y Álvaro se deslizaban cuesta arriba, cuesta abajo con sus trineos. Alonso respiraba feliz el sano aire de la sierra ─a mí casi me provoca un ataque de asma por ser tan puro─ y fotografiaba con pasión los paisajes blancos y heladores. 
─Mamá, ¿te tiras en trineo?
Intenté contestar pero los moquillos congelados sobre mis labios me impidieron articular alguna palabra. Giré la cabeza para indicar mi negación y observé cómo un muñeco de nieve me guiñaba un ojo. Miré atónita. ¿Pensará que soy una muñeca de nieve?, ¿estaré ya congelada?, ¿seré el prototipo ideal para los muñecos de nieve después de los kilos que he cogido por dejar de fumar?, ¿me habrá afectado el frío al cerebro? Ay, qué mal estoy...


AQUÍ, el post profesional

martes, noviembre 30, 2010

Seguridad, cumpleaños y romanos


Miro el reloj, apago los ordenadores y salgo escondida bajo el abrigo y una bufanda de trabajar. Intento recordar en qué plaza del parking he dejado el coche y barrunto en mi mente qué menú preparar para celebrar el cumpleaños de Álvaro. Frente a mí aparece sonriente un empleado de seguridad.
─Hola, te vi el sábado.
Mi mente se queda en blanco y no sé qué decir. Le miro con detenimiento: un chico joven con perilla cubierto con su chaqueta marrón de Prosegur y cara simpática.
─Ehhh... ─logro balbucear mientras rastreo por mi mente dónde me ha podido ver: Mercadona, piscina (¡no por Dios!)...
─¿Estuviste el sábado en Avenida 55?
─Sí ─mis neuronas me recuerdan la fiesta sorpresa de Antonio, el concierto de "Rayban", las copas con los amigos...
─Te vi y supe que te conocía del periódico.
─Ay, pues perdona si no te saludé, pero no te vi.
─Ya me imagino...
En el coche repasé aterrada todo lo que hice el sábado, que a mí la noche me pierde y cuando me junto con mis amigos siempre acabo bailando como una loca, riendo estrepitosamente o... "No, no hiciste nada fuera de lo normal", me susurró la conciencia y me confirmó mi Alonso al otro lado del móvil. No estaba muy convencida, pero el estrés me impidió darle más vueltas a la historia, debía concentrarme en cómo multiplicar el poco tiempo que tenía por mil. La lista de asuntos pendientes aumentaba por momentos: comprar la bicicleta de Álvaro, encargar las chuches para llevarlas al colegio, preparar las croquetas, ir a la reunión con la tutora, rematar algunos diseños pendientes, la tarta, las velas, el vino... ¡Encima me toca trabajar el fin de semana!
Tensión. Dos horas para el gran evento y aún me falta mucho por hacer.
Recojo a Álvaro del cole (Diego tiene antes otro cumple), aparco en casa y de pronto, de la nada, aparece un chico, corre hacia nosotros y salta sobre el capó del coche. Miro atónita, perpleja, paralizada, parapetada tras el volante y a punto de morir de un paro cardíaco.
─¡Qué susto, hermanita! ─grita el atracador-secuestrador-asesino que había imaginado mi mente.
─¡Pepe!, ¡casi me matas! ─exclamo consciente de que el ataque de asma está a punto de aprisionar mis bronquios. 
Entre respiración y respiración le encargo ir a comprar velas, jamón york, ginebra...
¡Ding, dong! Es la hora, todo está listo. Álvaro disfruta con sus regalos, con su familia: su bisabuela, su abuela, los tíos, los primos, su hermano, sus padres... Las risas se multiplican, la comida es excesiva (comeremos lo mismo el resto de la semana, lo típico), los juguetes son los dueños de la fiesta y la felicidad se extiende al cantar el "cumpleaños feliz" y soplar las velas.
─Prueba superada─ exclama mi Alonso mientras recoge el salón.
─Por hoy, amor, que mañana vienen dos amigos de Álvaro a dormir, tengo que hacer una guitarra con cartón y tres romanos.
─¿Qué?
─Déjalo, mañana te lo explico.

viernes, noviembre 19, 2010

La doctora Francis


Alonso aliña la ensalada, señala con el índice de su mano derecha el reloj imaginario de su muñeca izquierda y gesticula impaciente. No le hago caso, nada ni nadie me puede desconcentrar de mi misión: aconsejar lo mejor posible sobre temas de amor.
Ángel acaba de retomar una relación de su juventud. Los azares de la vida separaron sus caminos. Tres lustros después, un mail llegó para recordar aquel amor justo en el momento en que ambos estaban solos, sin compromiso. Cuando la vio, Ángel supo que esta vez no la iba a dejar escapar, que lucharía por compaginar el pasado de cada uno, los hijos respectivos de parejas anteriores, las inevitables críticas de sus ex, los comentarios de los amigos del trabajo... Pero antes de librar esas duras batallas, disfrutaría del paraíso junto a ella, los dos solos, con la emoción sudorosa de sus citas furtivas, la explosión de sus cuerpos, las veladas iluminadas por la tímida luz de las velas...
Una historia que baila al son "Inolvidable", de Diego El Cigala en su disco "Lágrimas Negras" (En la vida hay amores que nunca pueden olvidarse. Imborrables momentos que siempre guarda el corazón. Porque aquello que un día nos hizo temblar de alegría, es mentira que hoy pueda olvidarse con un nuevo amor)
Siento la sonrisa pegada a mi cara al oír sus confidencias secretas y al comprobar que Ángel roza la felicidad que tanto se merece. Cuelgo, me lanzo al sofá y me acurruco bajo la manta. Antes de que Alonso dé al play del mando del vídeo, vuelve a sonar el teléfono. 
El dial de mi mente se desplaza hasta "Tenía tanto que darte", de Nena Daconte. (Tenía tanto que darte, tantas cosas que contarte, tenía tanto amor, guardado para ti... Tenía tanto que a veces maldigo mi suerte.. A veces la maldigo... Por no seguir contigo...)
Carlota lleva varios días arrastrando su desilusión. Hace tiempo surgió una pequeña grieta en su relación, la tapó con un poco de yeso y se olvidó. Ahora, después de unos cuantos meses, esa grieta se ha convertido en una falla y la distancia entre ellos, enorme. 
─Te quiero mucho, pero no puedo seguir junto a ti ─intentó explicarle una tarde Andrés, su gran amor.
Carlota no entendió lo que decía. Negó con la cabeza la evidencia, calló y se sentó sin fuerzas en la cama donde tanto había reído y disfrutado junto a él. Ahora, la soledad la hundía en el somier.
─¿Tú qué opinas?, ¿sabes algo de él?, ¿te ha llamado?
─No, no sé nada ─ni quiero saber─, deja que pase el tiempo, date un respiro...
─¡No puedo! ¡Ay, si el corazón tuviera la opción "eliminar recuerdos"!
La tensión le aprisiona el estómago y los nervios le impiden dormir.
Me retuerce verla sufrir, me gustaría gritarle que vale mil veces más que él, que saldrá adelante, que ya se arrepentirá Andrés cuando vea todo lo que ha perdido, que no encontrará a nadie tan fantástica como ella... Callo, aprendí hace mucho que es mejor no opinar sobre las parejas contrarias.
Dani Martín empieza a cantar en mi mente "Te recuerdo" (Te has marchado y has dejado otro hueco dentro de mí. Te recuerdo porque fuiste y has sido la chispa que me ha hecho vivir. A tu lado me sentía protegido y dentro de ti. Ahora ya no existe risa ya no hay nada que me haga reír y me acuerdo del cariño y todos los besos que a veces no di)

─¿Ya? ─pregunta mi Alonso con el dedo entumecido sobre el botón del play.
─Eso creo...
─Es increíble la capacidad que tienes para hablar por teléfono. ¿Qué te han contado?
─Nada en especial.
─¡Pero si llevas todo la noche ejerciendo de doctora Francis!
─Bueno, mañana te lo resumo...
PD. Por el código deontológico, respeto y confidencialidad ante mis "pacientes", los nombres son ficticios.
Si alguien desea escuchar las canciones que comento en el texto que dé un click sobre el título en rojo.

viernes, noviembre 12, 2010

Súper mosca al agua


¡Hoy no trabajo! ─he gritado con alegría a mis hombres al despedirles a primera hora de la mañana. 
En mi rincón de diseño he rematado algunas cosas (bueno, varias, que llevo una semanita de aúpa) y he decidido mimarme el resto del día.
Después de preparar mi gran mochila, secador de pelo incluido, he salido como una cucaracha de casa. Es decir: mallas negras, sudadera negra, Adidas negras y me he subido a mi nuevo coche negro. A los cinco minutos mi imagen era aún peor: bañador negro, crocs a mis pies, gorro rosa y mis gafas de "súper mosca" (que las anteriores, pequeñitas y monísimas, me destrozaban los ojos y la piel)
Al verme frente al espejo una escena ha venido a mi mente: Hugh Grant en una sala de cine junto a su adorada Julia Roberts y sus gafas de buceo graduadas. Igualito que yo, salvo que las mías, además de tener unos cristales muy oscuros, no son graduadas. Feliz, ciega y contenta me he lanzado a la piscina sin ningún tipo de complejo. Largo arriba, largo abajo he nadado mis mil metros correspondientes (¡y eso que en los últimos cincuenta metros me ha dado un tirón en la pierna!).
Cojeando un poco y oculta tras mis gafas, he dejado flotar mis músculos en la piscina sensorial al son de unos acordes orientales. Después, a la sauna de vapor. A los tres minutos el pánico me ha dominado. "¡Horror, se ha ido la luz, no veo nada!", he pensado aterrorizada. Antes de gritar ¡socorro! me he percatado de que había olvidado quitarme las gafas de bucear. Aliviada, sudando y a punto de desmayarme por la bajada de tensión y el pánico sufrido he huido a la sauna finlandesa para desintoxicar mis poros; unas duchas a distintas temperatura y, de postre, al jacuzzi para que las burbujas a presión maltrataran un poco mis cervicales.
En el vestuario, todo un espectáculo, me he animado. No sé en otros gimnasios, pero en el mío no existe la "mujer perfecta". Todas tenemos algún fallo: quien no tiene culo, tiene tripa o pistoleras... Vamos, que después del esfuerzo y vista tanta imperfección he decidido que este fin de semana tampoco voy a hacer dieta, que la vida son dos días y además de reírse de uno mismo hay que ser feliz.
Desde luego soy única buscando excusas. ;-)



Hugh Grant. Igualito que yo


(Para vosotros, para los "Ángeles" que tanto quiero. El humor también ayuda cuando las cosas se tornan un poco negras. A por la victoria. Os quiero)

lunes, noviembre 08, 2010

Infiel hasta los huesos

Tanta mentira me estaba destrozando por dentro. El temido momento había llegado y por una vez debía ser sincera. Sus ojos me miraban con un leve brillo de esperanza. Evité pestañear, sabía que las lágrimas no aguantarían y se deslizarían por mis mejillas. El silencio era peor que los gritos.
─¿Te das cuenta de lo que has hecho?
Mi cabeza asintió y mi cuello menguó como el de E.T. en pleno ataque de pánico. Intenté articular alguna palabra, justificarme, explicar mis razones.
─Lo siento ─balbucí con un tímido hilo de voz.
─No entiendo por qué me has hecho esto, no logro explicármelo.
─Yo no quería...
─Pues para no haberlo querido te ha salido de locura.
─Perdóname, me dejé tentar.
─Pero, ¿qué tiene él que yo no tenga? 
─No sé qué contestarte ─tomé con mis puños las mangas del jersey y empecé a apretarlas para desahogar mi tensión─. Me hablaron tanto de él. Dudé y al final le llamé...
─¿Y?
─Pues que una cosa llevo a la otra. Después de la primera cita, repetí y repetí...
─¿Cuánto tiempo?
─Más o menos, un mes.
─No me cuentes los detalles.
Lo siento.
¿Te ha merecido la pena?
─No, estoy muy arrepentida... No quería hacerte daño... Surgió y me dejé tentar. ¿Serás capaz de perdonarme?
─No creo que sea el mejor momento para contestarte. Todo depende de ti.
─Te prometo que no volverá a suceder. Sé que solo tú me entiendes, que te necesito.
─Deberás portarte muy bien si deseas que vuelva a confiar en ti.
─No te voy a fallar y jamás me volveré a ir con él. Por favor, dame otra oportunidad.
─No sé.
─No me hundas más. Te he fallado, pero te necesito.
─Bueno, te daré una última oportunidad.
─¿De verdad?
─Sí, pero no me vuelvas a ser infiel.

__________________________________

─Te noto triste, ¿qué te ocurre? ─preguntó mi Alonso como si el oráculo le hubiera transmitido mi estado anímico.
─He confesado mi infidelidad.
─¿Qué?
─He ido a mi gordóloga de toda la vida y le he confesado que le he sido infiel con otro gordólogo. ¡Súper fuerte!
─Estás fatal.
─Lo sé. En quince días debo volver y lograr de nuevo su confianza.
─Así que empiezas hoy la dieta.
─¡No!, ¡qué exagerado! Hoy como en casa de mi abuela, mañana tengo cena con mis amigas, el domingo haremos una "family escapadita", el lunes no trabajo, el martes es fiesta... 
─¿El miércoles?
─Sí, me parece bien.

jueves, octubre 28, 2010

Yo confieso...

Admito mi culpa

 ─¿Fuma?
No, lo dejé el 11 de enero de este año. Por ese motivo estoy aquí.
(Y porque me vi en una foto el otro día después de una fiesta y casi me da un paro cardiaco, pero no se lo voy a confesar.)
¿Realiza ejercicio físico?
Sí, camino y voy a la piscina. El gimnasio por ahora no me atrae lo más mínimo.
(No me gusta que me den órdenes y menos que una tía súper tipazo disfrute al ver cómo me congestiono, me ahogo y caigo derrengada sobre una colchoneta, pensé pero omití.)
¿Bebe?
Sí. Noté cómo me miraba bajo el cristal de sus gafas reprochando mi alcoholismo o dudando de mis palabras.Bueno, no es que esté dándole todo el día a la botella, pero me gusta tomar algún vaso de vino o alguna copa. En verano, una jarra de cerveza helada...
(Por supuesto no le conté que lo que más me gustaba era el gin-tonic o un buen champán... Dudo que le interesara.)
─Es decir, bebedora ocasional.
Eso es.
─¿Toma bebidas con gas?
Sí, coca-cola light.
─¿Una al día?
No, más... Soy una adicta a la coca-cola light 
(Me sentí como si lo reconociera en un grupo de Cocacólamos Anónimos para redimirme).
─El organismo necesita agua, no coca-cola.
-No lo discuto, pero a mí el agua no me sienta bien.
Sus ojos observaron el techo al estilo Belén Esteban, demostrando su desagrado ante el ser que tenía frente a él.
─¿Está segura de que desea realizar esta dieta?
─Segurísima, como no adelgace voy a caer en una depresión y la verdad es que esa situación no va mucho con  mi carácter. 
(Callé para no asustarle más. Era mejor ocultar todas mis neuras y mis pensamientos tan poco tradicionales.)

Al cabo de una semana, tras unos análisis y pruebas satisfactorias de mi organismo (ay, es que estoy más buena, por lo menos por dentro) me explicó la dieta que debía hacer. Según oía sus palabras, mis lorcillas se estremecieron y lloraron en silencio.
─Solo podrá beber agua, solo comerá estos sobres y en la comida y en la cena tomará verduras, pero solo las diez que están indicadas en este folleto. Será mejor que en un principio no practique ejercicio por el mínimo aporte calórico de sus comidas.
Mi cabeza asentía como la de los antiguos perritos que descansaban en la parte trasera de los coches en los años setenta.
─Por supuesto, olvídese de tener vida social...
Salí cabizbaja, arrastrando los pies y mis kilillos de más. 
─¿Qué tal en el médico? ─preguntó mi Alonso.
─Bien.
─¿Qué te ha dicho?
─Pues menos el sexo, creo que me ha prohibido todo.
─¡Qué exagerada!
Al segundo día, Alonso estaba aterrado.
─Oye, deja esa dieta, haz la tuya de toda la vida.
Pero la fuerza de voluntad me hizo seguir: abandoné la coca-cola light, la comida, la bebida, dejé de asistir a cenas de amigas para no caer en la tentación (sorry, sorry). Mi cuerpo menguaba y mi tristeza se multiplicaba. Mis hombres presionaban para que abandonara, que no exagerara, que ya estaba bien... 
Tensión laboral, tensión con los exámenes de los niños, tensión frente a la balanza... Al mes mi ánimo se empezó a desquebrajar.
─Mamá, he sacado un siete en inglés ─gritó Álvaro.
─Yo un nueve en matemáticas ─apuntilló Diego.
Sonreí.
─Esto se merece un premio. Además hoy he cerrado la Guía de Madrid (madrid360) con el nuevo diseño y estoy agotada.
 ─¿Llamamos a un chino para celebrarlo? ─sugirieron felices.
El diablo anoréxico me ordenaba negarme, pero mi ángel regordete entre risas me tentó para que fuera feliz.
─Sí, chicos, me voy a permitir un paréntesis de cuatro días. El lunes volveré a mi dieta de siempre. Tiro la toalla.
Al oír es sschhhh de mi lata de coca-cola light una lágrima rodó de la emoción, al masticar el pato pekín a mi mandíbula casi se le caen los dientes, el color rosáceo volvió a mi cara al saborear el sushi y  fui feliz al ver la sonrisa de mi Alonso entre el arroz tres delicias y la alegría de los niños al devorar sus bolitas de pollo.
Cuatro días de desenfreno. Mañana, unos largos en la piscina; por la noche, cenita con unos amigos junto a un buen vino, brindaremos con una copa y, eso sí, el lunes, a mi cárcel, a mi sufrimiento para lograr todos mis objetivos del Plan EPT (dejar de fumar, deporte y adelgazar). ¿Lo conseguiré?

martes, octubre 12, 2010

Haciendo amigos

Risas en el Hayedo de Montejo. ¿Por qué serán?
Anécdota 1
Raquel, la profesora de segundo de Primaria y tutora de Álvaro, explica en clase de Conocimiento del Medio las distintas partes del cuerpo: piernas, brazos, ojos, nariz... Al final de la explicación realiza preguntas a los alumnos para que de forma lúdica todos los conceptos se asienten más en sus jóvenes cerebros.
-A ver Álvaro, ¿qué tengo en la cara?
Álvaro la mira con detenimiento, respira profundamente y contesta rotundo.
-¡Arrugas!
-¿Cómo?, ¿dónde tengo una arruga?
-Pues... Por toda la cara.
La clase rió, pero creo Álvaro está en la lista negra de su profesora.

Anécdota 2
El lunes, después de nuestra fantástica escapada al Hayedo de Montejo, llevé a Álvaro a casa de su amigo Javier. Mientras cenaba relató a sus padres algunos secretos familiares.
-Pues mi madre me da vino y cerveza.
-¿Qué? -exclamó Elena, la madre de Javier.
-Sí, mi mamá a veces me deja tomar cerveza en la comida.
-Me estás tomando el pelo.
-Que no, de verdad. Ayer, por ejemplo tomé vino.
El padre, atónito, barajaba la posibilidad de prohibir a Javier ir a dormir a casa de su amigo.
-Me extraña que tu madre te deje tomar alcohol.
-No, no me deja, sólo lo pone en las comidas y con el fuego se evapora el alcohol, ¿no lo sabíais? El otro día hizo pollo a la cerveza y anoche flambeó el brandy en el puré.
Después de la explicación los padres de Javier cenaron tranquilos.


Anécdota 3
-Álvaro, ¿qué tal habéis salido en la foto del colegio? -le pregunta Esther, la madre de Daniel.
-Todos muy bien menos Daniel.
-¿Por qué?
-Es el único que ha salido feo.
-¿Por qué dices eso?
-Porque es feo -contesta entre carcajadas mientras Daniel le da una patada y empiezan a pelearse e insultarse entre risas de amistad.

domingo, octubre 03, 2010

"El Plantío Express"


No sé si ponerme a llorar o esperar a que llamen al servicio de urgencias. Mi situación es patética (ojo, hay que decirlo con la pronunciación de Tamara -estrella mediática conocida porque su madre lanzó un ladrillo que llevaba en el bolso a un periodista y tenía o se apellidaba Seisdedos-, es decir, "patéeeetica"). Estoy colgada sobre una verja pero sin pinzas de tender. Diego, Álvaro y Manuela han trepado con facilidad y cruzado al otro lado. Me observan desde abajo con cara de susto. Les sonrío disimulando mi pánico. 
-¡Mamá, tranquila, que te sujetan las tetas! -grita Diego con seriedad. 
No puedo evitar reír ante mi imagen dantesca.
La aventura comenzó a media tarde. 
-¿Nos vamos a ver el tren con los niños? -sugirió Virginia ante la impaciencia de Rodrigo por ir a dar un paseo.
Calzamos a la tropa y salimos todos en tropel. Roberto nos adentró por un tétrico túnel, recorrimos un descampado y el olor fétido rompió la imagen bucólica y romántica. Tras una cuesta empinada, que Cayetana optó por no subir, llegamos a las vías y esperamos a que pasara el tren sobre unas monedas que habíamos colocado en los raíles. Al cabo de media hora, a punto de anochecer, los niños observaron felices sus planas monedas.
-Vámonos que va a oscurecer.
-Papá, me duelen las "piernicas"-se quejó Manuela.
-Roberto, si quieres salto la verja con Diego, Álvaro y Manuela y así atajo. -sugerí con esa eficiencia y confianza en mí misma que me caracteriza.
-Pero si tú no puedes saltar esa valla.
-¡Qué tonterías dices!, claro que puedo.
Al llegar a la verja comprobé que su altura era bastante elevada. Diego y Álvaro treparon como chimpancés, ayudé a Manuela y Diego la tomó en sus brazos para ayudarla a descender. Llegó mi turno. La distancia entre los hierros era perfecta para el tamaño de los pies de los niños, pero no para los míos.
-Ay, que no puedo trepar como vosotros. Además llevo bailarinas, ay.
-Venga, mamá, que tú puedes, inténtalo descalza. -me animó Álvaro.
-Tampoco puedo, me hago daño -sollocé.
Pensé en las risas de mi hermano cuando llegara. Tenía que saltar, no había marcha atrás, ya era casi noche cerrada, no podía volver por el otro camino y los niños ya habían cruzado al otro lado. Respiré profundamente, me dije "nena, tú vales mucho", ordené a mis lorzas que me siguieran, apoyé las manos, trepé malamente por la verja, salté y me quedé colgada sobre la valla. 
Aquí estoy con medio cuerpo inclinado hacia el lado de los niños y el otro en dirección contraria, un equilibrio imperfecto, un pánico perfecto.
-Diego, coge mis gafas, que se me caen.
No veo, no tengo fuerzas, estoy paralizada y temiendo que alguien me vea en semejante situación.
Los gritos de los niños martillean mis oídos: ¡venga, que tú puedes!, ¡sube la otra pierna!, ¡vamos, un poco más!...
De pronto a mi mente acuden los grandes deportistas (Rafa Nadal, Fernando Alonso, Diego Forlán, Del Potro...) y me insuflan energía para echar el resto, elevar la pierna (¿quién me ha puesto la valla encima?) y pasar al otro lado.
-¡Muy bien, mamá! -grita Diego-. Tranquila que yo te cojo.
-¡Ni se te ocurra que te aplasto! ¡Dadme las gafas que no veo nada!
-Un saltito y llegas al suelo.
Por fin topé con el mundo terrenal agotada, magullada.
Al rato aparecieron Roberto, Virginia, Rodrigo y Cayetana. Mi respiración ya estaba calmada y disimulé el dolor que tenía en mi muslo (mañana, cardenal amoratado).
-¿Has saltado la valla?
-Claro, Roberto, era súper sencillo. 

PD. Decidido, ya no me presento a "Pekín Express". Ay, con la ilusión que me hacía.


La prueba del delito


PD2.: ¡Por Dios, que con tanto golpe y tanto cardenal parezco una mujer maltratada! Menos mal que mi Alonso es un mirlo blanco (o eso dice otro mirlo blanco).

domingo, septiembre 26, 2010

El gran juego: de fiesta en fiesta y tiro porque me "fiesta"

Me niego a admitir mi culpa por el abandono del blog. Si acaso, la culpa es de la gente a la que tanto amo y que de vez en cuando aniquila mis energías, absorbe mis fuerzas y me deja exhausta. La presión social de este mes ha sido continua, sin cese ni descanso. Risas, bailes, locuras, cócteles, brindis, soplidos... Un no parar.


Fiesta sorpresa de Cristina

Viernes 10 de septiembre.
Claudio gestionó la fiesta sorpresa de Cristina, su amantísima esposa, desde principio de julio. Sus correos, plagados de guiños humorísticos, nos fueron tensando poco a poco. El día anterior al gran evento su desesperación desató nuestra histeria: "tenéis que acudir a Hoyo 19 a las nueve, nosotros llegaremos a las nueve y media, allí os indicarán qué hacer". Por una vez, todos los "femianos" fuimos puntuales.
En la entrada, nos identificaron con una pegatina, nos entregaron una bengalas y esperamos la entrada triunfal. La pareja entró y Cristina miró perpleja sin entender qué hacía toda esa gente conocida en aquel local. "Pero si yo iba a cenar con Claudio por mi aniversario", pensó mientras besaba a todos sus conocidos. El grupo de rock sobre el escenario rompió su estado de estupefacción y se desató la fiesta: mojitos, copas, cócteles y bailes, muchos bailes en la pista. Después, los regalos, las palabras de amor y agradecimiento... Toda la noche hasta que el cuerpo aguantó.



Sábado 11 de septiembre.
El estrés y una leve sensación de resaca me despiertan a las diez de la mañana. Los niños duermen en casa de Ángeles. Me siento frente al ordenador y trabajo, trabajo y trabajo. Por la noche acudimos a las fiestas de Barajas. Los niños disfrutaron en las atracciones de la feria, cenamos en campo de fútbol y dejamos que los impresionantes fuegos artificiales nos hipnotizaran con las formas, los colores y los bailes de centellas bajo el manto de la negra noche.


Sábado 18 de septiembre.
La mañana se esfuma entre tortillas de patatas, ensalada de piña, gelatina de fresa, pulpo a la gallega, salmón.... Platos con mimo para la noche. A las ocho llegan los invitados para celebrar el décimo primer aniversario de Diego. Los regalos se multiplican (para Diego, zapatillas de fútbol, mochila, juegos de DS y Wii; para mí, dos pares de pendientes de plata y un reloj de Agatha Ruiz de la Prada), los gritos infantiles invaden la casa. Una velada perfecta en la que la felicidad despliega sus alas alrededor de la familia.

La bisabuela con sus biznietos

Domingo 19 de septiembre.
Celebración con los abuelos paternos y, oh, sorpresa, mis hombres se van al Vicente Calderón a ver el Altético de Madrid-Barcelona. ¡Aúpa Atleti!


Bodegón de regalos y felicidad

Lunes 20 de septiembre.
El cambio llegó a mi vida. Abandono la etapa treintañera y me sumerjo en la depresión de los cuarenta. Me miro en el espejo, no detecto ninguna arruga, me siento bien. De pronto mis hombres me atacan con sus besos, sus tirones de orejas y llenan la cama de regalos: el kindle (libro electrónico) con su funda de piel, una gafas para bucear y, ¡dios mío! un súper reloj de una súper marca y unas enternecedoras cartas de amor. 
Las felicitaciones llegan al móvil, al fijo, al perfil y mail de facebook, al mail personal... Sonrío. La emoción se multiplica con los pequeños detalles que te hacen ser aún más feliz: las preciosas flores de Ángeles, la tarta afrodisiaca de Elena, las chuches de Luis, la cajita de madera de Ana... Y lo más importante y necesario en la vida: el amor de los tuyos, la amistad de los amigos, la felicidad bien compartida. ¡Mil gracias a todos! Tal vez sea cierto que a partir de los cuarenta una dice lo que piensa y yo pienso que mi gran tesoro son las personas que me rodean, que han compartido conmigo dichas y desdichas y me aceptan tal cual, con lo bueno y lo malo y ese carácter tan histérico que me caracteriza ;-)

Los amigos, ese gran tesoro


Viernes 24 de septiembre.
El sol permitió otro clásico: celebrar el cumpleaños de Diego, Pablo y Enrique en el Juan Carlos I. Treinta niños desatados corriendo, comiendo, gritando, jugando al fútbol. Una madres agotadas por tanta preparación (¡y eso que este año encargamos pizzas!). Y algún que otro grito para detener la batalla de globos de agua... A las nueve llegué a casa sin fuerzas, elevé un brazo al estilo Scarlata O'Hara y juré que no volvería a celebrar así otro cumpleños (frase que repito cada año). Alonso me miró y sentenció: "Emma, no mientas, que a ti te encantan estos saraos". No contesté.


Mi príncipe

Sábado 25 de septiembre.
Álvaro despertó con los nervios agarrados al estómago.
-Venga, mamá, no podemos llegar tarde.
En una hora todos lucíamos nuestras mejores galas: Álvaro vestido de paje, Diego de señorito, Alonso de traje y yo con mis lentillas, maquillaje, pelo alisado y el modelito puesto. A las doce salimos de casa a la gran boda de Raquel y Luis Miguel. 

La novia, guapísima

Álvaro, feliz por ir en limusina, ejerció de paje en la ceremonia y entregó las arras a los contrayentes. Unas jotas segovianas recibieron a los recién casados, que no dudaron en unirse y marcarse unos pasos. Todos disfrutamos del cóctel, la comida, los brindis, los vídeos... Después, a bailar. Diego sorprendió con sus bailes de Shakira, Álvaro paseó tres veces en la calesa, jugaron al mini-golf y nosotros gozamos con la familia, los amigos y la felcidad de la nueva pareja. A la una de la mañana, tras doce horas de fiesta, volvimos a casa agotados, sin fuerzas, pero felices...

Fieles al espíritu segoviano

Y ahora, la súplica de una mujer del siglo pasado


¡Que se acabe el mes de septiembre y pueda descansar de tanta vida social!

jueves, septiembre 09, 2010

Una gota, dos gotas... Se colmó el vaso

No hay profesión que se libre de tener algún inepto. El problema surge cuando indirectamente esa ineptitud te salpica y te hace perder el tiempo, la paciencia y la poca simpatía que aún queda del verano, que es más bien poca, la verdad. No sé qué sentirán el resto de los mortales pero a mí no me hace ninguna ilusión volver a ver a mis compañeros de trabajo. Así soy de arisca. En cambio, recuerdo que la noche anterior a la vuelta al colegio mi estómago se encogía por los nervios y la emoción de ver a mis amigas. ¿Habrían cambiado?, ¿qué novedades me contarían?, ¿se habrían enamorado? Ay, yo tenía que contarles tantas cosas: describirles con pelos y señales cómo había sido mi amor de verano, las fiestas locas, la emoción del último viaje... La tensión evitaba que me durmiera. ¡Qué tiempos! Ahora la vuelta me ahoga. Me siento como un vaso, de los grandes, de los de sidra asturiana, a punto de rebosar.

Plof, primera gota
La racha de roturas continúa sin piedad. Al coche hay que unirle el friegaplatos y la caldera. Y al microondas le ha dado por soltar de vez en cuando unos rayos siderales que me hacen temblar de miedo. Vamos, que está a punto de cascar. 


Plof, plof
Pese a mi caminata diaria de treinta minutos para llegar a trabajar, la aguja del peso se niega a descender... ¡por Dios, ten piedad, por lo menos una rayita!

Plof, plof, plof
Liset, la cuidadora de los niños, me llama dos días antes de volver a trabajar para contarme que está embarazada y debe hacer reposo absoluto. Antes de cortarme las venas llamo a mi adorada Ana. Ahora en casa además de mis hijos está Samuel, el bebé de Ana.

Plof, plof, plof, plof
Mis preguntas de septiembre: Con lo que cuestan los libros escolares, ¿por qué no los entregan forrados?, ¿por qué el papel aironfix siempre hace pompas?, ¿por qué todos los lápices del estuche están sin punta?, ¿quién esconde los sacapuntas y las gomas de borrar?, ¿quién arranca los botones del baby y descose los bolsillos?... Esas cuestiones que martirizan a cualquier madre maruja que quiere que sus hijos vayan el primer día de clase hechos un pincel pese a que a las cinco de la tarde aparezcan escondidos tras una capa negra de guarrería y los zapatos hayan perdido su brillo y el betún.

Plof, plof, plof, plof, plof
El complot familiar para que no me compre la moto me está aniquilando. ¿Es cierto que soy tan patosa?, ¿por qué todos temen que me caiga?... ¡Pero si este verano sólo he tropezado dos veces!


No es la original, pero queda bien para ilustrar

PLOF, la gota que rebosó
Entre tanto estrés, acudí con los niños a la cita en el hospital para hacer una radiografía a Diego y localizar las dos muelas que no aparecían en su dentición. Por suerte, aparqué bien el coche (¡que me mandaron al fin del mundo!)
-Huy, lo siento, este volante no vale, no puedo hacerle la radiografía -me explicó la enfermera con pelo negro de bruja y la raya mal pintada.
Evité bufar, sonreí y volví a la consulta de mi dentista para que me hiciera otro volante. De paso, me hizo otro de urgencia por si acaso.
Al coche y de nuevo, al fin del mundo.
-Huy, lo siento pero este volante tampoco vale.
Oí como caía la gota que me hizo estallar. Sentí la mirada perpleja de mis hijos y como mi boca gritaba desesperada.
-Me da igual que éste no sea el volante. Resérveme una habitación, saque un colchón, lo que quiera, pero no pienso salir de aquí sin la radiografía.
-Pero es que...
-Ni pero, ni nada, no soy médico, no hago volantes, ni sé qué procedimiento seguís, lo único que tengo claro es que me habéis hecho volver a mi centro por una mierda de volante, que llevo toda la tarde con los niños de un lado para otro por la ineptitud de alguien y que de aquí no me muevo sin la radiografía.
-Pues baje a atención al paciente.
-No, porque si bajo tú te irás y me quedo sin la puñetera radiografía.
-Pero...
-Si quieres bajo pero tú me acompañas. No tengo nada contra ti, sé que no es culpa tuya, ni mía, entiende mi desesperación.
-Te entiendo, pero es que te han dado un volante de interconsultas.
-Me da igual, yo no he hecho el volante, me lo han dado mal dos veces y aquí tengo otro de urgencias. Hablad con el otro centro de salud, que os lo envíen por fax, explicadles cómo hacer un volante... Mientras lo solucionáis espero aquí sentada con mis hijos.
La batalla fue dura, pero al final salí con la radiografía y un gran cansancio emocional.
-Mamá, nunca te habíamos visto tan enfadada, pero tenías toda la razón.
-Gracias, peques.

PD. Mañana los niños empiezan el cole. Diego está feliz por reencotrarse con sus amigos. Álvaro llora, no quiere hacer trabajos ni deberes.

jueves, septiembre 02, 2010

Verano 2010: una vuelta y un adiós

Divino verano

Las maletas, bicis y productos de la tierra (ay, que en Madrid no hay tomates de verdad) copan el maletero. Lo bueno se acaba. Ninguno tenemos ganas de volver. El motor arranca e inconscientemente el cerebro repasa la película de los últimos quince días de verano que nos han regalado momentos fantásticos, anécdotas maravillosas y un gran dolor.
Antes de partir hacia Segovia, los niños organizaron una acampada en el jardín con Stéphan. Prepararon la ropa, intendencia, linternas, sacos... Todo listo para aterrorizar la noche con historias de miedo bajo la luz de las estrellas. Un momento de felicidad.

Mis chicos, unos auténticos jinetes

¡Pero qué estilo tiene de mi Alonso!
(Para no ofender al animal, la autora no ha insertado una foto de ella sobre el caballo. Todo un detalle)

En Saldaña, descubrí que no he nacido para ser amazona. ¡Menudo espectáculo verme trotar por las tierras segovianas! Yo que iba toda mona empecé a botar sobre el caballo y sentí como mis carnes se desbocaban, los pendientes me abofeteaban los mofletes, el colgante volaba y chocaba contra mis dientes -cerré la boca aterrada por volver desdentada-, los estribos se me escapaban... Después, tres días de agujetas y dolor abdominal. Ocultaré cómo subí y bajé del caballo, un espectáculo digno de olvidar. ¡Un horror!
Los días se escapaban entre la piscina, los paseos y la lectura. Álvaro, pueblerino total, desaparecía con su bici, compraba el pan, ayudaba a recoger peras en el huerto... El niño más conocido de Saldaña. Diego invitó a su amigo Alejandro, otro clásico del verano y uno más en la familia.

A orillas del Duero, en San Esteban de Gormaz, Soria
Un baño con glamour

Se me empañan los ojos. Faltan 50 kilómetros para que lleguemos a Madrid. No quiero. Volvería a San Esteban de Gormaz, a bañarme en el gélido río Duero -el descubrimiento de este año, el paraíso infantil-, a reír con nuestros chapuzones y a degustar después un delicioso cordero. A las partidas de frontón y ese momento inolvidable: cuando al mostrar la técnica de la raqueta a los niños -siempre tan modesta- encesté la última pelota que nos quedaba entre la alambrada y el muro, allá en lo alto. A nuestro cine de verano bajo las estrellas -sigo sin verlas, qué desastre-. A nuestras cervecitas bien frías y a las cenas en "El Rasero", Riaza.


Quince días de tranquilidad, de felicidad que se rompieron con un mensaje en el móvil.
Giramos a la derecha, llegamos a casa y las lágrimas se agolpan en los ojos. Lucas no va a salir a recibirnos, a enroscarse feliz entre nuestras piernas, a maullar para que lo mimemos. Lucas, nuestro amor, nuestro gato, un gran protagonista de este blog, nos abandona después de 14 años y todos estamos tristes. "Mamá, no quiero más mascotas", me susurra Diego lloroso y con el corazón encogido.

Lucas y sus historias:
Y la emotiva despedida que le hizo Alonso.

domingo, agosto 15, 2010

Un tiempo para la lectura


El cerco se va cerrando, las pistas desvelan el misterio, la tensión se masca... Me acurruco en el sofá, navego en barco junto a Patrik para evitar un nuevo asesinato, contengo la respiración...
-¡Mamá, venga, que queremos ir a dar un paseo en bici! -gritan mis hijos y asiente Stéphan, el vecino.
Vuelvo a mi sofá de España. Les miro con cara tensa.
-Esperad, me faltan diez páginas para acabar el libro.
Tras una mirada furtiva por el cristal empañado, sacamos las pistolas. La situación es extrema, siento ganas de fumar pero no es el momento.
-Vamos hinchando las ruedas de las bicis. ¿Vale?
Un sonido afirmativo sale de mi garganta.
Los hilos tejen un final apasionante. Tras la intriga policíaca, el desenlace amoroso. Las lágrimas se agolpan en mis ojos, la emoción me cautiva...
-Emma, ¿por qué no dejas que vayan los niños solos? -pregunta mi Alonso.
Mirada furtiva.
-No. Álvaro solo tiene seis años. Enseguida termino...
-Si quieres voy yo con ellos. Mírame con esos ojos de cordero degollado y cumplo tus órdenes.
-Espera que acabe el libro...
-Venga, que te conozco, me voy con ellos.
-Bueno, si insistes, pero no olvides la botella de agua.
Estoy sola, acurrucada, Patrik y Erica se están casando, lloro, como siempre, por la emoción, por el final...


LECTURAS DE VERANO:
  • "La sal de la vida", de Anna Gavalda. Se lee en un suspiro. Historia de hermanos, familia, ese complejo mundo que es mejor no analizar.
  • "Contra el viento", de Ángeles Caso. Premio Planeta 2009. La vida de una inmigrante de Cabo Verde... Drama de mujeres, fuerza, golpes, espíritu de supervivencia...
  • "Los ojos amarillos de los cocodrilos", de Katherine Pancol. Sentimientos de una mujer mezclados con mentiras, amor, familia, dinero. Un cóctel explosivo.
  • "Crimen en directo", de Camilla Läckberg. Y, cómo no, una novela policíaca. Dos asesinatos que destapan una trama de muertes múltiples. Y de fondo, las relaciones humanas en la comisaria. Patrik, Erica, Martin, Anna, Dan... Se les coge cariño.
¿Qué libro empiezo ahora? Ay, qué dudas.

martes, agosto 10, 2010

Entre aguas y mosaicos

Al agua patos
-¡Chicos, venid!- ordenó mi Alonso con cara de felicidad-. Os va a encantar lo que he descubierto.
Los niños siguieron con intriga a su padre. De nuevo un grito rompió la calma.
-¡Ahhh! ¿Podemos ir, podemos ir? Por favor, por favor -rogaron mientras se imaginaban deslizándose por los distintos toboganes del "Aqualand" del hotel.
-Yo preferiría quedarme en nuestra piscina privada, pero si ellos quieren...- suspiré.
Mis alarmas se encendieron nada más entrar. Mi mente solo imaginaba lo peor y comenzaron mis órdenes e imposiciones.
-Tened mucho cuidado, ni se os ocurra tiraros de pie, fijaros en el cartel donde explica cómo debéis poner los brazos, Diego supervisa todo el tiempo a tu hermano, no os acerquéis a los más mayores que son unos bestias y...
-Jo, mamá, qué pesada eres... ¿Te vas a tirar por el tobogán?
-No sé...
Después de observar cómo disfrutaban, decidí lanzarme por una rampa gigante. Subí las escaleras, me senté y dejé que mi cuerpo se deslizara y rodara por la pendiente. Al chocar contra el agua mi nariz se inundó. Tosí estrepitosamente, reubiqué mis carnes en el bañador, nadé hasta la orilla, subí unos peldaños, pisé el suelo empapado y.... ¡cataplof!, resbalé y topé con las baldosas tunecinas. De nuevo todo el mundo me miraba y como soy muy educada decidí explicar lo ocurrido por si tenían alguna duda.
-J' ai tombé!
Me levanté del suelo y vi como los dedos de mi pie derecho se empezaba a hinchar. Me arrastré hasta la tumbona.
-Emma, ¿por qué caminas tan raro?
-No te lo vas a creer...
-Amor, ya sabes que de ti me creo cualquier cosa. ¿Te has caído?
-Bueno,  no exactamente... Había agua en el suelo, me he resbalado...
-O sea, que te has caído... ¡Te temo más que a los niños!
Por  la tarde me quedé en mi fantástica suite contemplando cómo mis dedos tomaban la forma y color de una berenjena. ¿Me habré roto un dedo?, pensaba mientras mis hombres paseaban por la playa.

Mosaicos del Museo del Bardo
Al día siguiente, persistía el color morado pero el dolor había disminuido, fuimos al Museo del Bardo, antiguo palacio que alberga una enorme colección de mosaicos. Algunas salas permanecían cerradas por reforma. Alonso se acercó a un operario:
-S'il vous plaît, je peux passer pour faire une photo?
-Oui, bien sure...
El hombre descorrió una cortina y nos hizo pasar rápidamente. Entre los cascotes y andamios pudimos admirar la grandeza del palacio: bóvedas con artesonado, las salas privadas del bey... El corazón palpita, sofoco las exclamaciones de admiración al entrar en las distintas salas, los mosaicos son impresionantes... Una propina y salimos a los circuitos legales. 
Después, a la medina de Túnez para callejear entre los puestos, contemplar desde una terraza la vista panorámica de la ciudad salpicada por varios minaretes y, cómo no, regatear por algún antojo de los niños.
Alonso me mira con media sonrisa.
-¿Qué tal va tu pie?
-Ça va bien, mon amour.

En el cielo de Túnez