sábado, diciembre 30, 2006

Desanso navideño

El estrés comenzó la tarde del sábado: los peques tuvieron un cumpleaños que terminó a las ocho. De prisa y corriendo me arreglé para acudir a la cena navideña en casa de Montse y Escuer. Miré el reloj y me di cuenta de que no había tiempo para ponerme el pelo “ideal”, como a mí me gusta. Así que me coloqué una coleta y mejoré mi imagen con kilos de maquillaje y rímel. A las tres volvimos a casa y Álvaro nos recibió con una fiebre de treinta y ocho. Perfecto, pensé, mañana teníamos entradas para acudir a un taller de percursión y a una obra de títeres. Según me desperté llamé a María para informarle de las novedades: “No contéis con nosotros. Álvaro tiene fiebre”.

La mañana culinaria fue estresante. Por la tarde nos vestimos todos de Papá Noël y recibimos a la genial familia. La tensión se mascó en mitad de la cena. Mi padre elevó un cuchillo en medio de la conversación.
–¡Eso es para cortarse las venas! –exclamó tomando la mano de mi madre y simulando que le cortaba las venas. Y lo consiguió.
–¡Ah! –gritó mi madre–. Me has cortado la muñeca, José Luis.
Levantamos la vista del cordero y para nuestra sorpresa comprobamos que mi madre sangraba por la mano.
–¿Qué has hecho, papá? –dije atónita.
–Ay, Linucha, perdona, no pensé que el cuchillo cortara. –se disculpó mi padre, el asesino de exesposas, que por poco me deja huérfana de madre.
Grandes dosis de betadine y numerosas gasas salvaron la situación. Después, risas, regalos y champán en vena.
A las tres y media dimos por finalizada la cena de Nochebuena, aunque hasta las cuatro y media me quedé colocando y limpiando la casa para que todo estuviera perfecto para la comida del día siguiente.
Por la mañana me arrastré como una zombi. Puse la mesa y metí la merluza al horno. A las dos se juntó de nuevo la familia en casa, esta vez con Roberto, Virginia y Manuela. La expectación duró todo el día, pero al final Virginia no se puso de parto (¡cachis! Con lo genial que hubiera sido ir corriendo a urgencias en plan familia Telerín). Mi madre, al ver mi cara de cansancio y saboreando aún los deliciosos manjares que les había puesto, se apiadó de mí y se llevó a Diego al teatro. Según cerré la puerta, abducí a Álvaro con una peli de dibujos y roncamos más de dos horas.
El martes, sesión infantil en Pozuelo: Diego patinó en la pista de hielo y luego vimos el teatro de niños.

El miércoles, nieve. Daniel, el amigo de Diego, se vino con nosotros a la Pinilla. Montamos en telesilla, se tiraron en trineo y, como hacía tiempo que no comíamos en condiciones (¡somos unos gordos!) nos zampamos un cordero en Riaza. En el postre sonó el móvil. ¡Había nacido Cayetana, mi adorada ahijada!
–¡Chicos, al coche, volvemos a Madrid! –gritó Juan Fran.
Rápidamente colocamos a los niños y nos fuimos al hospital para conocer al nuevo miembro de la familia y del blog. Que os voy a contar: guapísima, monísima, ideal… Es mi sobrina.
Al volver a casa se me caía la baba. Tanto que a la mañana siguiente volví como una loca al hospital para ejercer de tía. Después de comer sonó el teléfono, mi madre nos invitaba al teatro.
–Venga, chicos, nos vamos. –grité esta vez yo.
Al llegar a Pozuelo nos informaron de que la obra no era muy buena, así que nos fuimos al cine. A las once dejamos a mi madre a casa. Diego, medio somnoliento, preguntó cuándo era el día de los inocentes. Mierda, pensé, cómo se me había olvidado, refunfuñé todo el camino. Entré en casa y cogí el teléfono.
–Ay, mamá –gemí según descolgó– creo que se me ha caído el móvil cuando te he dejado en casa. Por favor, vete a buscarlo.
–Hija, no te preocupes ahora mismo bajo.
Compungida me llamó a los quince minutos.
–Emma, lo siento, pero creo que se lo ha debido llevar alguien. He bajado con la linterna, he mirado debajo de los coches, he movido los cubos de basura, Germán, el vecino, me ha ayudado… Pero nada. Menos mal que en breve vienen los Reyes. No te disgustes.
–Ay, mamá, qué cómo quieres que no me disguste...
–¿Seguro que se te ha caído?
–Sí, seguro, aunque espera que tus nietos quieren decirte algo.
Desplacé el auricular y los niños gritaron.
–¡Inocente, inocente!
–Sois idiotas –contestó entre carcajadas.
Derrengada y agotada caí en los brazos de Morfeo.
Continuará…

domingo, diciembre 24, 2006

Preparativos navideños

Todo está listo para el gran ágape de Nochebuena: Álvaro tiene fiebre, yo estoy horrorosa con los rulos para esta noche lucir divina, Diego está abducido por la televisión y Alonso ronca en la cama para coger energías para este encuentro tan familiar. El menú pinta sabroso: langostinos, salmón, quesos variados, canapés de cangrejo, jamón de pata negra, cordero con cebolla confitada Y, como no, la nevera rebosa de champán (del bueno, que me lo trajo mi amado de Champagne), vino tinto, blanco, lambrusco y grandes dosis de ginebra y tónica… Vamos, que me he ganado el cielo. Aunque, para qué negarlo, el nerviosismo vuela por la casa. Los niños desesperados por la llegada de Papa-Nöel (no sé dónde va la diéresis), yo calibrando que todo esté perfecto y todos pendientes de si mi cuñada da a luz esta noche o pasadas estas fechas tan entrañables. El modelo de esta noche lo he improvisado en el último momento: nos vamos a disfrazar de Papa-Noël (como no sé donde va la diéresis la pongo cada vez en una letra. Ay, qué graciosa soy). Yo, más que “mamá Noël” parezco una bola roja de Navidad (en cuanto llegue enero llamo a mi gordóloga), pero, oye, voy graciosa. Felices fiestas a todos y a zampar que es Nochebuena. Besazos.

viernes, diciembre 15, 2006

La bota navideña

La sesión continua de Navidad ha comenzado. El miércoles, cena con mis compañeros de la sección. Por supuesto, mi jefe no se atrevió a aparecer. Tenía dos opciones: ir y cenar solo o no ir y así el resto podíamos cenar en paz y armonía. Optó por la segunda opción. Las risas se alargaron hasta las dos de la mañana. Entré en casa sigilosamente y me encerré en el baño para desvestirme y no despertar a mis hombres. Todo iba por sus cauces normales: me desmaquillé, me quité la ropa (tampoco es plan de entrar en detalles), pero cuando intenté bajar la cremallera de una de las botas. Ay, ni bajaba ni subía. Probé de todas las maneras posibles, pero no había forma de que descendiera. Entre carcajadas apagadas me puse mi mega fashion camisón y me fui a la cama con la bota puesta. Alonso roncaba. Le di un codazo y entreabrió los ojos.
–¿Qué tal la cena? –preguntó con voz somnolienta.
–Bien, pero tengo un problema.
–¿Te has dado un golpe con el coche?
–No, es que no me puedo quitar la bota.
–Pues duerme con ella.
Abrió los ojos como platos y observó mi modeli camisón con una bota y se rió de lo lindo.
–Anda, acércame tu pata a ver si lo puedo arreglar –dijo con tono socarrón.
Tras varios intentos logró que la cremallera bajara.
–Gracias, amor, te has librado de una noche de patadas con tacón.

miércoles, diciembre 13, 2006

Puente en Oliete


Hacía tiempo que no iba por Oliete (Teruel). El puente y el que fuera mi prima con sus niños y marido nos animó para lanzarnos a la aventura turolense. Allí, como siempre, visitamos nuestros clásicos: el pantano de Cueva Foradada y la sima (¡la mayor de Europa!).


Mantuve las anginas con los antibióticos y disfruté de lo lindo. Mi prima, fiel a sus vicios, durmió una monumental siesta para reponer fuerzas después de la excursión por el pantano (hay que subir más de 250 escalones). Alonso, Diego, Álvaro, Mónica y yo aprovechamos para ir a la sima.
De pronto se me activó la imaginación y les relaté la historia del dragón que habitaba en el fondo de la sima. Los niños, emocionados, me bombardeaban con preguntas.


–¿El dragón es bueno?
–Sí, claro, es tan bueno que sólo sale por la noche para que los más pequeños no se asusten.
–¿Y echa fuego?
–Sí, por las fosas nasales. Hay días que al anochecer se ve el cielo iluminado de rojo, es el fuego del dragón.
–¿Por qué se esconde?
–Porque en la Edad Media hubo un caballero que le persiguió para matarle. El dragón pasaba mucho miedo. Un día llegó a Oliete, encontró la sima y se escondió dentro de ella. El caballero desistió en su búsqueda y desde entonces el dragón no ha vuelto a cambiar de casa.
–¡Pobrecito! –musitaron los tres a la vez.
Llegamos a la sima y se agarraron a nuestras manos presos del vértigo. El agujero que surca las montañas es gigantesco y al fondo una pequeña laguna delata las aguas subterráneas. Me asomé con miedo y grité:
–¡Eco!
Los niños razonaron a toda velocidad e imitaron mis gritos.
–¡Eco, sal de ahí para que te veamos! ¡Eco, dragón Eco!
Alonso y yo sonreímos. Diego, Mónica y Álvaro encontraban indicios del dragón en cualquier esquina: creían que las cagarrutas de oveja eran del dragón y los pájaros que revoloteaban por el cielo protegían a su fantástico amigo.
Otra mañana nos fuimos al observatorio de buitres de Alacón, un fracaso. No vimos ni un solo buitre, en cambio en el camino de vuelta pudimos admirarlos en Muniesa. Las noches transcurrieron entre juegos y limpieza (¡hemos dejado la casa como los chorros del oro!). Sin darnos cuenta llegó el domingo y finalizamos nuestra agradable escapada a los recuerdos de infancia.

lunes, diciembre 04, 2006

Mi familia, sus gracias y el teléfono

Gracietas de Roberto
Basadas en mi deseo de tener un tercer hijo.
–Hola, Emma, ¿qué tal? –pregunta Roberto según descuelgo el teléfono.
–Todo bien. Acabo de acostar a los niños y voy a ver mi serie. –explico mientras me preparo mi coca-cola light.
–¿Y Juan Fran?
–Está de viaje.
Escucho sus risas a través del auricular.
–¿De que te ríes?
–De tu marido.
–¿Por?
–Porque con tal de no echar un “kiki” contigo es capaz de irse al fin del mundo.
–Roberto, eres gilipollas. –grito colgando el teléfono.

Gracietas de mi madre (la gallina)
Mi amada madre se acuesta como los niños y se levanta como las gallinas. Yo, en cambio, no me duermo antes de las dos de la mañana, me despierto a las ocho y media entre semana y aprovecho el fin de semana para alargar mi estancia en la cama. Pero ella no lo entiende.
Sábado, 8, 30 de la mañana.
–Hola, Emma, ¿qué haces? –pregunta mi madre como si fueran las doce del mediodía.
–Pues hasta hace dos segundos dormir.
–Huy, perdona, pensé que ya estarías despierta –escucho que dice mientras cuelgo el teléfono.
Después de muchos cabreos, tomé una drástica solución: los viernes y sábados desconecto a las dos de la mañana todos los teléfonos de casa y el móvil para que mi madre no perturbe mis sueños. Ella, indignada, me deja mensajes en el contestador: “Emma, ¡me tienes harta! Esta manía tuya de no contestar al teléfono es enfermiza. Bueno, si te da la gana me llamas y hablamos.”

Gracietas de Diego y Álvaro.
Todas las tardes a las cinco y diez les llamo al móvil de Ana para que me cuenten qué tal les ha ido en el colegio. Transcribo la conversación absurda de cada día.
–Hola, Diego, ¿qué tal en el cole? –preguntó con tono de madre ejemplar.
–Bien –contesta como un autómata.
–¿Qué has hecho hoy?
–Pues ya sabes.
–Diego, si lo supiera no te lo preguntaría.
–Pues ya sabes, lo de siempre.
–Anda, pásame a tu hermano… –suplico desesperada.
–Hola, mamá –dice Álvaro.
–¿Qué tal, cielo?
–Bien.
–¿Qué has hecho hoy en el cole?
–Pedos y cacas.
Sin comentarios, amados hijos, sin comentarios.

Gracietas de mi marido
Mi adorado marido tiene pocas manías, pero hay una que me supera: odia los relojes. Así que vivimos en un mundo atemporal y para saber qué hora es me tengo que recorrer media casa en busca del móvil o de uno de los dos relojes que he logrado colar sin su consentimiento.
A diario conecta el despertador del móvil para despertarse. A las ocho y veinte suena, pero como durante la noche todos los miembros de la familia bailamos de cama en cama –si nos asesinan los del CSI se volverían locos intentando determinar por qué Juan Fran está en la cama de Diego, Diego en la de Álvaro, Álvaro en la mía…– y él nunca deja el móvil en el mismo lugar, brinco como una loca en busca del puñetero móvil que no sé apagar y que me encabrona todas las santas mañanas.