sábado, diciembre 30, 2006

Desanso navideño

El estrés comenzó la tarde del sábado: los peques tuvieron un cumpleaños que terminó a las ocho. De prisa y corriendo me arreglé para acudir a la cena navideña en casa de Montse y Escuer. Miré el reloj y me di cuenta de que no había tiempo para ponerme el pelo “ideal”, como a mí me gusta. Así que me coloqué una coleta y mejoré mi imagen con kilos de maquillaje y rímel. A las tres volvimos a casa y Álvaro nos recibió con una fiebre de treinta y ocho. Perfecto, pensé, mañana teníamos entradas para acudir a un taller de percursión y a una obra de títeres. Según me desperté llamé a María para informarle de las novedades: “No contéis con nosotros. Álvaro tiene fiebre”.

La mañana culinaria fue estresante. Por la tarde nos vestimos todos de Papá Noël y recibimos a la genial familia. La tensión se mascó en mitad de la cena. Mi padre elevó un cuchillo en medio de la conversación.
–¡Eso es para cortarse las venas! –exclamó tomando la mano de mi madre y simulando que le cortaba las venas. Y lo consiguió.
–¡Ah! –gritó mi madre–. Me has cortado la muñeca, José Luis.
Levantamos la vista del cordero y para nuestra sorpresa comprobamos que mi madre sangraba por la mano.
–¿Qué has hecho, papá? –dije atónita.
–Ay, Linucha, perdona, no pensé que el cuchillo cortara. –se disculpó mi padre, el asesino de exesposas, que por poco me deja huérfana de madre.
Grandes dosis de betadine y numerosas gasas salvaron la situación. Después, risas, regalos y champán en vena.
A las tres y media dimos por finalizada la cena de Nochebuena, aunque hasta las cuatro y media me quedé colocando y limpiando la casa para que todo estuviera perfecto para la comida del día siguiente.
Por la mañana me arrastré como una zombi. Puse la mesa y metí la merluza al horno. A las dos se juntó de nuevo la familia en casa, esta vez con Roberto, Virginia y Manuela. La expectación duró todo el día, pero al final Virginia no se puso de parto (¡cachis! Con lo genial que hubiera sido ir corriendo a urgencias en plan familia Telerín). Mi madre, al ver mi cara de cansancio y saboreando aún los deliciosos manjares que les había puesto, se apiadó de mí y se llevó a Diego al teatro. Según cerré la puerta, abducí a Álvaro con una peli de dibujos y roncamos más de dos horas.
El martes, sesión infantil en Pozuelo: Diego patinó en la pista de hielo y luego vimos el teatro de niños.

El miércoles, nieve. Daniel, el amigo de Diego, se vino con nosotros a la Pinilla. Montamos en telesilla, se tiraron en trineo y, como hacía tiempo que no comíamos en condiciones (¡somos unos gordos!) nos zampamos un cordero en Riaza. En el postre sonó el móvil. ¡Había nacido Cayetana, mi adorada ahijada!
–¡Chicos, al coche, volvemos a Madrid! –gritó Juan Fran.
Rápidamente colocamos a los niños y nos fuimos al hospital para conocer al nuevo miembro de la familia y del blog. Que os voy a contar: guapísima, monísima, ideal… Es mi sobrina.
Al volver a casa se me caía la baba. Tanto que a la mañana siguiente volví como una loca al hospital para ejercer de tía. Después de comer sonó el teléfono, mi madre nos invitaba al teatro.
–Venga, chicos, nos vamos. –grité esta vez yo.
Al llegar a Pozuelo nos informaron de que la obra no era muy buena, así que nos fuimos al cine. A las once dejamos a mi madre a casa. Diego, medio somnoliento, preguntó cuándo era el día de los inocentes. Mierda, pensé, cómo se me había olvidado, refunfuñé todo el camino. Entré en casa y cogí el teléfono.
–Ay, mamá –gemí según descolgó– creo que se me ha caído el móvil cuando te he dejado en casa. Por favor, vete a buscarlo.
–Hija, no te preocupes ahora mismo bajo.
Compungida me llamó a los quince minutos.
–Emma, lo siento, pero creo que se lo ha debido llevar alguien. He bajado con la linterna, he mirado debajo de los coches, he movido los cubos de basura, Germán, el vecino, me ha ayudado… Pero nada. Menos mal que en breve vienen los Reyes. No te disgustes.
–Ay, mamá, qué cómo quieres que no me disguste...
–¿Seguro que se te ha caído?
–Sí, seguro, aunque espera que tus nietos quieren decirte algo.
Desplacé el auricular y los niños gritaron.
–¡Inocente, inocente!
–Sois idiotas –contestó entre carcajadas.
Derrengada y agotada caí en los brazos de Morfeo.
Continuará…

domingo, diciembre 24, 2006

Preparativos navideños

Todo está listo para el gran ágape de Nochebuena: Álvaro tiene fiebre, yo estoy horrorosa con los rulos para esta noche lucir divina, Diego está abducido por la televisión y Alonso ronca en la cama para coger energías para este encuentro tan familiar. El menú pinta sabroso: langostinos, salmón, quesos variados, canapés de cangrejo, jamón de pata negra, cordero con cebolla confitada Y, como no, la nevera rebosa de champán (del bueno, que me lo trajo mi amado de Champagne), vino tinto, blanco, lambrusco y grandes dosis de ginebra y tónica… Vamos, que me he ganado el cielo. Aunque, para qué negarlo, el nerviosismo vuela por la casa. Los niños desesperados por la llegada de Papa-Nöel (no sé dónde va la diéresis), yo calibrando que todo esté perfecto y todos pendientes de si mi cuñada da a luz esta noche o pasadas estas fechas tan entrañables. El modelo de esta noche lo he improvisado en el último momento: nos vamos a disfrazar de Papa-Noël (como no sé donde va la diéresis la pongo cada vez en una letra. Ay, qué graciosa soy). Yo, más que “mamá Noël” parezco una bola roja de Navidad (en cuanto llegue enero llamo a mi gordóloga), pero, oye, voy graciosa. Felices fiestas a todos y a zampar que es Nochebuena. Besazos.

viernes, diciembre 15, 2006

La bota navideña

La sesión continua de Navidad ha comenzado. El miércoles, cena con mis compañeros de la sección. Por supuesto, mi jefe no se atrevió a aparecer. Tenía dos opciones: ir y cenar solo o no ir y así el resto podíamos cenar en paz y armonía. Optó por la segunda opción. Las risas se alargaron hasta las dos de la mañana. Entré en casa sigilosamente y me encerré en el baño para desvestirme y no despertar a mis hombres. Todo iba por sus cauces normales: me desmaquillé, me quité la ropa (tampoco es plan de entrar en detalles), pero cuando intenté bajar la cremallera de una de las botas. Ay, ni bajaba ni subía. Probé de todas las maneras posibles, pero no había forma de que descendiera. Entre carcajadas apagadas me puse mi mega fashion camisón y me fui a la cama con la bota puesta. Alonso roncaba. Le di un codazo y entreabrió los ojos.
–¿Qué tal la cena? –preguntó con voz somnolienta.
–Bien, pero tengo un problema.
–¿Te has dado un golpe con el coche?
–No, es que no me puedo quitar la bota.
–Pues duerme con ella.
Abrió los ojos como platos y observó mi modeli camisón con una bota y se rió de lo lindo.
–Anda, acércame tu pata a ver si lo puedo arreglar –dijo con tono socarrón.
Tras varios intentos logró que la cremallera bajara.
–Gracias, amor, te has librado de una noche de patadas con tacón.

miércoles, diciembre 13, 2006

Puente en Oliete


Hacía tiempo que no iba por Oliete (Teruel). El puente y el que fuera mi prima con sus niños y marido nos animó para lanzarnos a la aventura turolense. Allí, como siempre, visitamos nuestros clásicos: el pantano de Cueva Foradada y la sima (¡la mayor de Europa!).


Mantuve las anginas con los antibióticos y disfruté de lo lindo. Mi prima, fiel a sus vicios, durmió una monumental siesta para reponer fuerzas después de la excursión por el pantano (hay que subir más de 250 escalones). Alonso, Diego, Álvaro, Mónica y yo aprovechamos para ir a la sima.
De pronto se me activó la imaginación y les relaté la historia del dragón que habitaba en el fondo de la sima. Los niños, emocionados, me bombardeaban con preguntas.


–¿El dragón es bueno?
–Sí, claro, es tan bueno que sólo sale por la noche para que los más pequeños no se asusten.
–¿Y echa fuego?
–Sí, por las fosas nasales. Hay días que al anochecer se ve el cielo iluminado de rojo, es el fuego del dragón.
–¿Por qué se esconde?
–Porque en la Edad Media hubo un caballero que le persiguió para matarle. El dragón pasaba mucho miedo. Un día llegó a Oliete, encontró la sima y se escondió dentro de ella. El caballero desistió en su búsqueda y desde entonces el dragón no ha vuelto a cambiar de casa.
–¡Pobrecito! –musitaron los tres a la vez.
Llegamos a la sima y se agarraron a nuestras manos presos del vértigo. El agujero que surca las montañas es gigantesco y al fondo una pequeña laguna delata las aguas subterráneas. Me asomé con miedo y grité:
–¡Eco!
Los niños razonaron a toda velocidad e imitaron mis gritos.
–¡Eco, sal de ahí para que te veamos! ¡Eco, dragón Eco!
Alonso y yo sonreímos. Diego, Mónica y Álvaro encontraban indicios del dragón en cualquier esquina: creían que las cagarrutas de oveja eran del dragón y los pájaros que revoloteaban por el cielo protegían a su fantástico amigo.
Otra mañana nos fuimos al observatorio de buitres de Alacón, un fracaso. No vimos ni un solo buitre, en cambio en el camino de vuelta pudimos admirarlos en Muniesa. Las noches transcurrieron entre juegos y limpieza (¡hemos dejado la casa como los chorros del oro!). Sin darnos cuenta llegó el domingo y finalizamos nuestra agradable escapada a los recuerdos de infancia.

lunes, diciembre 04, 2006

Mi familia, sus gracias y el teléfono

Gracietas de Roberto
Basadas en mi deseo de tener un tercer hijo.
–Hola, Emma, ¿qué tal? –pregunta Roberto según descuelgo el teléfono.
–Todo bien. Acabo de acostar a los niños y voy a ver mi serie. –explico mientras me preparo mi coca-cola light.
–¿Y Juan Fran?
–Está de viaje.
Escucho sus risas a través del auricular.
–¿De que te ríes?
–De tu marido.
–¿Por?
–Porque con tal de no echar un “kiki” contigo es capaz de irse al fin del mundo.
–Roberto, eres gilipollas. –grito colgando el teléfono.

Gracietas de mi madre (la gallina)
Mi amada madre se acuesta como los niños y se levanta como las gallinas. Yo, en cambio, no me duermo antes de las dos de la mañana, me despierto a las ocho y media entre semana y aprovecho el fin de semana para alargar mi estancia en la cama. Pero ella no lo entiende.
Sábado, 8, 30 de la mañana.
–Hola, Emma, ¿qué haces? –pregunta mi madre como si fueran las doce del mediodía.
–Pues hasta hace dos segundos dormir.
–Huy, perdona, pensé que ya estarías despierta –escucho que dice mientras cuelgo el teléfono.
Después de muchos cabreos, tomé una drástica solución: los viernes y sábados desconecto a las dos de la mañana todos los teléfonos de casa y el móvil para que mi madre no perturbe mis sueños. Ella, indignada, me deja mensajes en el contestador: “Emma, ¡me tienes harta! Esta manía tuya de no contestar al teléfono es enfermiza. Bueno, si te da la gana me llamas y hablamos.”

Gracietas de Diego y Álvaro.
Todas las tardes a las cinco y diez les llamo al móvil de Ana para que me cuenten qué tal les ha ido en el colegio. Transcribo la conversación absurda de cada día.
–Hola, Diego, ¿qué tal en el cole? –preguntó con tono de madre ejemplar.
–Bien –contesta como un autómata.
–¿Qué has hecho hoy?
–Pues ya sabes.
–Diego, si lo supiera no te lo preguntaría.
–Pues ya sabes, lo de siempre.
–Anda, pásame a tu hermano… –suplico desesperada.
–Hola, mamá –dice Álvaro.
–¿Qué tal, cielo?
–Bien.
–¿Qué has hecho hoy en el cole?
–Pedos y cacas.
Sin comentarios, amados hijos, sin comentarios.

Gracietas de mi marido
Mi adorado marido tiene pocas manías, pero hay una que me supera: odia los relojes. Así que vivimos en un mundo atemporal y para saber qué hora es me tengo que recorrer media casa en busca del móvil o de uno de los dos relojes que he logrado colar sin su consentimiento.
A diario conecta el despertador del móvil para despertarse. A las ocho y veinte suena, pero como durante la noche todos los miembros de la familia bailamos de cama en cama –si nos asesinan los del CSI se volverían locos intentando determinar por qué Juan Fran está en la cama de Diego, Diego en la de Álvaro, Álvaro en la mía…– y él nunca deja el móvil en el mismo lugar, brinco como una loca en busca del puñetero móvil que no sé apagar y que me encabrona todas las santas mañanas.

martes, noviembre 28, 2006

Escueto resumen

Lo reconozco, soy una maniática y no lo puedo evitar. Si invito a alguien a cenar me agobio porque quiero que todo esté perfecto: el menú, la casa, la mesa, los vinos… En fin, que me lleva su tiempo. El viernes venían a cenar Blanca y Mayte. Desde primera hora de la mañana comencé a elaborar los distintos majares. A las tres todo estaba listo, así que me dediqué a mis churumbeles: les fui a buscar al colegio, Diego invitó a su amigo Alejandro, luego, baños y cena. A las nueve y cuarto comencé la operación sueño.
–¡Aúpa, mamá, aúpa! –suplicó Álvaro. Le cogí emocionada y entristecida al ver lo mayor que se estaba haciendo y le dejé jugar un rato en la cama mientras repasaba con Diego las tablas de multiplicar.
–Venga, ahora a dormir. –le dije a Diego dándole un beso.
Cuando fui a arropar a Álvaro, grité.
–Álvaro, ¿qué has hecho? –chillé bastante histérica.
–Un dibujo. –contestó con su sonrisa que me desmorona.


–¿Un dibujo? ¡Pero si has pintarrajeado toda la pared! Anda, dame el lápiz y duérmete inmediatamente. Mañana intentaré borrarlo.
Llegaron las invitadas con una preciosa flor de pascua y Diego aprovechó para escaparse de su habitación, estar un poco con nosotras y ejercer de camarero eventual (¡sin contrato!, pura explotación infantil).
La noche discurrió entre risas, bromas, alguna que otra crítica y muy buen humor. A las tres, cuando me fui a dormir, pensé: “Mañana Diego no va a la piscina”. Sin embargo, como desde las ocho y media saltaban por mi cama, me levanté, vestí a los peques y a las diez Diego nadaba con gran estilo.
La tarde lluviosa amenazaba tensiones entre los hermanos. La solución estaba clara: ir al cine a ver “Colegas en el bosque” y darnos una vueltecita por Madrid para ver las luces de Navidad.
El domingo (cumpleaños de Álvaro, 3), esperamos con impaciencia la invasión familiar.
Mi abuela, mi madre y Pepe se apuntaron a la comida (se equivocaron, la paella que hice fue desastrosa) y, por la tarde, vinieron a tirarle de las orejas Roberto, Virginia y Manuela. Más risas y comida.


Álvaro se acostó emocionado por todos sus regalos: una mega moto, una grúa con coches, un kit de tatuaje, un autobús para aprender los números…
Por la noche llegó mi amado esposo.
–¿Qué tal, cielo? –preguntó mientras me agasajaba con tres botellas de champán (¡del bueno!) y un precioso mantel de Navidad.
–Como todos los domingos, agotada. ¿Y tú?, ¿qué tal tu viaje?
–Muy bonito, ahora te cuento, voy a dar un beso a los peques y a tirar a Álvaro de las orejas.
–Vale, cariño, pero como los despiertes, te mato, cielo.

jueves, noviembre 23, 2006

Divagaciones de una madre



Alonso vuelve a estar de viaje. Ahora está recorriendo la zona del champagne (Francia). Y pienso, "¿no sería mejor que hubiera ido yo que soy una experta conocedora de esas sabrosas burbujas alcohólicas?". En fin, está visto que no se valoran mis conocimientos.
Barajaba yo estos pensamientos metafísicos cuando me he percatado de que el lunes Álvaro tendría que llevar al cole su tarta y sus bolsas de chuches para celebrarlo con sus compañeros de cole, ya que su cumple cae en domingo, y de que mañana tenía cena en casa con mis amigas del cole y aún no había preparado nada. Como una autómata, he cogido la visa y me he ido a Mercadona. Antes de entrar, me he pasado por la tienda de golosinas para adquirir las 26 bolsas de chuches.
–Perdón, ¿qué precio tiene cada bolsita? –he preguntado a la dependiente que mascaba chicle como una loca.
–Euro y medio la bolsa, señora (¡con lo que me repatea que me llamen señora!).
–Gracias, luego vendré a comprarlas –he mentido mientras abandonaba el establecimiento.
Lo reconozco, me fastidia mucho tirar el dinero en cosas absurdas y más si las puedo hacer yo a mitad de precio. Así que he entrado en Mercadona he comprado chucherías, bolsas de bocadillo, una vela del tres y demás necesidades domésticas y me he ido a trabajar.
Al volver a casa, me he acordado de que el lunes era el cumpleaños de Pedro, el amigo de Álvaro. Y claro, no iba a permitir que mi hijo desluciera en su día más importante. He puesto a mis hijos en fila y les he explicado mis nuevas órdenes.
–Chicos, al final Álvaro va a celebrar mañana viernes su cumple en el cole. Os necesito.
–¡Jo, mamá, estoy viendo la tele! –ha refunfuñado Diego.
–Pues apágala. Nos toca trabajar.
Rápidamente hemos subido a la cocina, les he colocado los delantales y hemos empezado a hacer el bizcocho. Cuando sólo me faltaba por incorporar los huevos, he abierto la nevera y casi me desmayo: ¡no había huevos y estábamos los tres en pijama!
Mis neuronas han funcionado velozmente. He salido al jardín y me he puesto a gritar al estilo italiano (¡con lo que a mí me gusta!)
-¡Nievesss!, ¡Nieves! (así se llama mi vecina).
Al cabo de cinco gritos, ha salido.
-¿Qué te ocurre, Emma?
-Perdona, Nieves, es que estoy haciendo un bizcocho para que Álvaro lleve mañana al colegio y Juan Fran está de viaje y estamos en pijama. Resumiendo: que si me puedes dejar dos huevos.
-Claro, como no.
Entré en casa con mi par de huevos, rematé el bizcocho y monté mi cadena de producción.
-A ver, Diego, tú serás el encargado de las nubes, los regalices y los globos y tú, Álvaro, de las chocolatinas y las gominolas. Primero pintaré las bolsas, luego os las paso, las rellenáis y me las devolvéis para que la cierre con esta cinta plateada. ¿Entendido?
-Sí, mamá –contestaron al unísono.


La producción nos llevó media hora al módico precio de nueve euros (si las hubiese comprado en la tienda me habrían cobrado 39 euros… para que luego digan algunos que soy una derrochona).
Prueba superada, mi retoño será mañana la estrella del colegio y yo ya me puedo acostar tranquila.

martes, noviembre 21, 2006

Lo importante es participar


–Mamá, ¿verdad que las notas no son importantes? –preguntó Diego en mitad de la cena.
–Claro que son importantes. Recuerda como castigo a tu tío Pepe todos los veranos por suspender –contesté sin darle gran importancia.
–Pero, ¡lo importante es participar!
–Diego, eso es para el deporte, para los juegos… Pero en los estudios tienes que sacar buenas notas. ¿Tienes algo que contarme?
–No, nada importante, es que he sacado un cero en inglés.
–¿Qué? –grité aterrada.
–Ves, ya te has vuelto a enfadar. Si lo llego a saber no te lo cuento.
–Explícame bien lo del cero.
–Pues eso, que he sacado un cero en inglés.
Por la noche busqué como una loca profesores de inglés en internet y en el periódico. Al día siguiente, al llevarles al colegio, me fui a hablar con Jesús, su profesor.
–Hola Jesús.
–Muy buenas, Emma. ¿Qué tal va todo?
–Pues si te soy sincera estoy un poco preocupada. Diego me ha contado que ayer le pusieron un cero en inglés y no sé si debo ponerle un profesor en casa.
–¡Qué exagerada! El cero no fue en inglés, sino en conocimiento del medio que una vez a la semana lo damos en inglés. Según me contó teacher Ángel se estaba portando toda la clase mal y puso varios ceros.
Su explicación me relajó, pero esta semana contactaré con algún profesor.

viernes, noviembre 17, 2006

Regalos y cuentos

Alonso ha vuelto de su viaje por Suiza. Al llegar los niños se han abalanzado sobre él y rápidamente le han hecho la pregunta de rigor: “Papá, ¿nos has traído algún regalo?”. Mi amado esposo ha abierto la maleta y les ha entregado sus tesoros: un coche con un globo que una vez hinchado hace que se mueva el vehículo y una marioneta con forma de cocodrilo (a los dos lo mismo para que no haya discusiones). Después de inflar veinte veces el globito he estado a punto de desmayarme.
–¡Menudo regalito, Alonso! –he expresado lívida por la falta de oxígeno.
-¿No te ha gustado?
-Hombre, original sí que es, pero a este ritmo me voy a desvanecer.
-Venga, no te quejes. ¿Qué quieres que haga?
-Anda, sube a los peques y léeles los cuentos.
-¿El de caperucita?
-No, ahora estamos en la fase de “La bella y la bestia”.
Por unos segundos disfruté de un poco de tranquilidad y me pude fumar un relajado cigarro. Pero la calma duró un instante. Los gritos de Álvaro atragantaron mi última calada.
–¡Mamá, tú me lees el de Caperucita! –ordenó desde su cama. Subí y ejercí de lectora.
–Oye, mamá, papá ha leído muy bien el cuento, pero no le ha puesto acento francés a Lumier (el candelabro que habita en el castillo de la Bella y la Bestia, lo explico para aquellos que no estén abducidos por el mundo infantil)... –comenzó a argumentar Diego.
–Bueno, Diego, cada persona lee los cuentos dándoles un estilo propio, y tu padre lo ha hecho de maravilla.
–¿Y cómo lo sabes?
–Porque le he escuchado desde la cocina. –contesté zanjando la conversación.
-¿Y por qué no nos lo lees otra vez con acento francés? –rogó Diego.
–¡Síii! –gritó Álvaro apoyando a su hermano.
–¡No! –dije con tono seco– Ya no hay más cuentos. Ahora, a dormir.
-¡Qué mala eres, mamá! –refunfuñó Diego mientras se tapaba a regañadientes.

martes, noviembre 14, 2006

Mis paranoias

Siempre que Alonso se va de viaje planeo hacer mil cosas. Cuando su ausencia pilla en fin de semana, celebro en casa alguna que otra cena con las amigas, pero esta vez me he decidido por organizar los cajones y armarios del hogar. Juro que lo he intentado y aunque parezca que miento los elementos se han juntado en mi contra. Esta noche, sin ir más lejos, después de ejercer las labores habituales de una madre ejemplar: deberes de Diego, baños, cenas; después de unos cuantos ruegos para lograr que subieran a la habitación y se lavaran los dientes; después de leer los cuentos (soy una artista de la interpretación, modestia aparte) y cuando por fin les iba a dar el beso de buenas noches, me he percatado de una rojez en la cara de Álvaro.
–Cielo, ¿qué te ocurre? –le he preguntado como si fuera un adulto.
–Me pica, mamá, me pica –ha contestado Álvaro con mal cuerpo.
Asustada me he dado cuenta de que la alergia de su cara aumentaba a pasos agigantados. He corrido al armario de las medicinas, le he dado el jarabe del picor y de pronto me he acordado de que hacía tres días Álvaro se subió a la cómoda y se bebió todo el jarabe de la alergia porque le gustaba mucho –por suerte, quedaba muy poco jarabe–.
–¡Diego, Papá está de viaje, corre ponte los zapatos, nos vamos todos al hospital! –he ordenado alarmada.
Los peques se han emocionado por salir a la calle a las diez de la noche en pijama y con el abrigo.
–Mamá, espera que se me ha olvidado una cosa –ha rogado Diego mientras me abrochaba mis zapatillas y localizaba los cheques de la Asociación de la Prensa.
–Date prisa, Diego, ya sabes que las alergias me asustan mucho.
–Toma, mamá, léete mi libro del cuerpo humano y así te tranquilizas.
He contenido la risa y hemos volado hacia el coche.
Durante el trayecto Diego ha soltado todo lo que sabe acerca de los glóbulos blancos y las batallas de los virus. Álvaro, rojo como un tomate, le miraba emocionado y preguntaba si las luces de la calle eran las de Navidad.
He aparcado rápidamente y antes de bajar me he percatado de que la alergia de Álvaro estaba disminuyendo.
-Alvarete, ¿estás mejor?
–Sí, mamá, ya no me pica.
Me he asomado por urgencias del hospital San Rafael. Al ver la multitud de gente que estaba esperando y al notar la mejoría de Álvaro, he desistido en mi intento.
-Chicos, vamos a la farmacia a por el medicamento de la alergia. Seguro que lo podemos controlar.
Ellos tan felices por estar pernoctando y paseando por Madrid en pijama con su madre, la de las paranoias alérgicas (¡a ver si padece un inflamación de glotis y se ahoga!, pensaba yo sin poder expresarlo), asintieron.
A las once de la noche volvió la calma: el jarabe paralizó el brote alérgico y los dos se durmieron en cuestión de segundos.
Lo reconozco, aún no he colocado ningún armario, pero es que a mí tanto estrés paranoico me agota.

lunes, noviembre 13, 2006

¿Qué hace en Suiza?

Todavía no me he recuperado. Alonso, mi amado marido, ha huido de nosotros y se ha marchado a Suiza para descansar del estrés familiar. Aún no sé de qué se queja. Vale, el miércoles salimos a cenar con unos amigos y llegamos a las tantas dando brincos por el vino y las copas.




El viernes, todavía sin que se hubiese recuperado, nos fuimos a la genial fiesta que organizo la familia de Virginia para celebrar el sesenta cumpleaños de su padre. Puro glamour. El evento tuvo lugar en Faunia. Las mesas rodeaban la Antártida y los pingüinos amenizaron la cena. “¡Mira cómo se tira el pingüino rey!”, gritaba mi madre mientras tomaba la crema de bogavante. “¡Ay, qué mona es esa pareja que se zambulle en el agua!”, exclamaba yo hipnotizada por el mundo animal. Después de la suculenta comida, bajamos a la zona de los peces y brindamos con Moët-Chandom. Al cabo de un rato, nos arrancamos con unos bailes y dejamos que la alegría nos embaucara hasta altas horas de la madrugada.
El sábado nos levantamos agotados y ejercimos de padres ejemplares (sobre todo yo que permití que mi marido durmiera su tan necesitada siesta). El domingo mi padre se apuntó a nuestra rica comida. Alonso, con la excusa de que tenía que hacer bien la digestión, se echó otra cabezadita. “Emma, tengo que preparar la maleta, mañana me voy a Suiza!”, comentó al volver del parque con los niños. No supe qué contestar. Mi mente barajó varias hipótesis: a/ se va a Suiza por motivos laborales, b/ se va a Suiza con su amante; c/ se va a Suiza porque no aguanta tanto estrés familiar… Pensé más opciones, pero tampoco me parece necesario explicar con pelos y señales todas mis paranoias, así que me abstengo de relatar las situaciones d/, e/, f/ y g/. “¿Qué te pasa, amor? (este tono tan cariñoso lo utiliza cuando sabe que va a estar varios días sin escuchar mis borderías), preguntó sorprendido por mi silencio. “Nada, amor (éste lo digo yo en plan de recochineo), que ya que vas a estar varios días alejados de nosotros podrías plantearte seriamente lo de tener un tercer hijo”, comenté como quien no quiere la cosa. “¡Emma eres pesadísima! No hay ni un solo día en que no saques el temita”, bufó con cara de agotamiento. “Yo también te quiero, Alonso, yo también te quiero”, le susurré dándole un abrazo tan fuerte que casi le rompo las costillas (como he engordado tengo más fuerza, je, je).

martes, noviembre 07, 2006

El felpudo



"Linucha se ha ido a una boda a Galicia, Pepe ha salido con sus amigos, el perro está dormido encima de mi cama y yo estoy sola. Sí, seguro que los ladrones han detectado la situación y están a punto de invadir la casa. ¡Dios mío! ¿Qué ese ruido que se oye en el descansillo de casa? Ay, ¡qué miedo!", pensó mi abuela a las doce de la noche del sábado. Rápidamente se levantó y cerró la casa cal y canto. Le costó mover el cerrojo superior de la puerta, pero después de mucho intentarlo lo consiguió. Al cabo de media hora se tomó su pastilla para dormir, terminó de ver "Dolce Vita" y, aunque estaba un poco asustada, se durmió plácidamente. A las tres de la mañana llegó Pepe. En la calle llovía y él estaba empapado. Tiritando abrió la puerta. "¡Mierda, no puedo abrir! ¡No puede ser, la abuela ha echado el cierre que no funciona desde hace más de veinte años!", gritó Pepe. Empezó a aporrear la puerta. "¡Abuela, abuela!" vociferó con insistencia. Mi abuela se relajaba en la fase REM. El perro empezó a ladrar, pero mi abuela insertó sus ladridos en su sueño. Pepe llamó treinta veces desde el móvil, pero mi adorada nonagenaria, dopada con sus pastillas para dormir, no lo escuchó. Pepe, agotado y de mala leche, se tumbó como pudo en el felpudo y se durmió escuchando los llantos de Kaos que no entendía porque no entraba en casa.
A las doce de la mañana se levantó mi abuela. Se acercó al cuarto de Pepe y comprobó que no estaba en su cama. "¡Dios mío!, han secuestrado a mi nieto", pensó con temblor en el cuerpo. Rápidamente abrió, aunque le costó bastante, la puerta y casi se cae al suelo de bruces. "Pepe, ¿qué haces tumbado en el felpudo?", preguntó llena de intriga. "Abuela, me has dejado aquí abandonado. ¿Cómo se te ocurre echar el cerrojo superior?", explicó Pepe. "¡Ay, mi niño, pobrecito!", se apiadó mi abuela. Pepe entró en casa con frío, con malhumor y con la espalda dolorida.

lunes, octubre 30, 2006

Fiebre de Halloween

El viernes, gracias a mi adorado jefe, libré. Mal momento. El catarro me tenía hundida y, sin embargo, me negué a ser dominada por la fiebre. Miré mi agenda y comprobé los compromisos del día. A primera hora me fui a ver a mi prima María que le habían operado de varices, así dicho parece una viejecita, pero sólo tiene 37 años (la mala vida que ha llevado, je, je). Para animarnos, nos fuimos de compras y ventilamos un poco la visa. A la hora de la comida, me presenté en casa de mi abuela Mary y apacigüe mi catarro con un deliciosa comida y, para rematar, un dietético flan casero. A toda velocidad, fui a buscar a los niños al colegio. Mis suegros, contratados para ejercer de baby siter, me esperaban en casa. Al ver mi cara de enfermedad, se llevaron a los peques al parque. Me repuse lo justo y necesario para poder acudir al funeral del padre de mi amiga Mayte. A las once de la noche llegué a casa destrozada.
–Emma, ¿aprovechamos que están mis padres y nos vamos al cine y a cenar por ahí? –preguntó Alonso emocionado mientras cogía las llaves del coche.
Le miré con cara de espanto.
–Cielo, lo siento, pero no puedo con mi alma.
En el fondo mi marido es un santo. Me miró con cara resignada y me obligó a que me tumbara en el salón. "Venga, no te preocupes, saldremos mañana", dijo amorosamente.
-No, mañana tenemos fiesta de Halloween en casa. -contesté tímidamente.
-¿A cuánta gente has invitado?
-Pues entre niños y adultos somos quince.
-Tú estás loca...
Al día siguiente el panorama era aún más desolador. Las toses superaban el umbral de los gritos de los niños y la fiebre me hacía sudar como un pollo.
–Emma, lo mejor será que suspendamos la fiesta de esta noche –comentó Alonso.
–No, imposible. Los niños están súper emocionados y Ana les ha hecho unos disfraces de murciélagos divinos. No la puedo suspender.
Alonso dio la batalla por perdida y no rechistó.
Por la mañana decoré toda la casa con calabazas, murciélagos y fantasmas. Al mediodía, mis suegros nos invitaron a comer a un restaurante para celebrar sus cumpleaños. Lo agradecí, aunque entre el primer y el segundo plato noté como la fiebre superaba la temperatura de la lasaña.



De nuevo me arrastré hasta casa, vestí a mis peques con sus disfraces y les pinté la cara. A las siete llegaron todos los invitados: la brujita Manuela, el diablo Jorge, las morticias Eva y Lucía y la diablesa Marta. La panda fantasmagórica se apoderó de la planta baja y bailaron, comieron, jugaron y gritaron como auténticos demonios. Los mayores disfrutamos en el salón de una agradable velada con discusiones y risas. A la una de la mañana el cansancio dominó a las fieras nocturnas.
–Emma, estoy agotado –suspiró Alonso mientras barría las palomitas que inundaban el cuarto de estar.
–Yo también –me dejó contestar la fiebre.
–Bueno, mañana nos quedamos en casa y descansamos –auguró.
–No, Alonso, mañana tenemos la comida sorpresa de mi abuela por su noventa cumpleaños.
Alonso no volvió a hablar hasta el día siguiente.
Por la mañana ya no tenía fiebre, más bien al contrario, tenía fiebre a la inversa, es decir, 34 grados. Al principio pensé que el termómetro estaba roto, pero tras comprobar con todos mis hombres que funcionaba pensé “eres rara hasta para tener fiebre”.



A las tres nos presentamos en el restaurante. Al cabo de unos minutos apareció mi abuela y se emocionó al ver que todos nos habíamos citado para celebrar su genial cumpleaños. Comimos de maravilla y a las seis nos fuimos con todos sus bisnietos al parque. Mis toses, mis niños y mi derrengado marido entramos en casa a las ocho de la tarde.



-Chicos, hoy os vais a dormir sin duchar. No puedo con mi alma. –suspiré entre tos y tos.
Esta mañana he vuelto a trabajar. Por lo menos aquí descansaré.

Más imágenes aquí.

martes, octubre 24, 2006

Hace un año...

Hoy mi abuela cumple noventa años y estamos todos encantados y felices de tener una súper abuela nonagenaria. Soy feliz. Sin embargo, el 24 de octubre del año pasado fue otro cantar. Sí, justo hace un año se celebró el juicio contra mi jefe. El resultado final es conocido por todos, pero lo que muchos aún no saben es que ese mismo día supe que había perdido. Y todo gracias a las señales divinas que me llegan de vez en cuando.
El juicio debía celebrarse a las doce del mediodía, pero cuando pasó la hora y me percaté del retraso que llevaba, llamé a Ana para que fuera a recoger a Álvaro al colegio.
–Está bien, iré a por Álvaro. Por cierto, hoy se me han olvidado las llaves, pero no te preocupes, ya está solucionado. -me engañó para no aumentar mi estrés y mi dosis de lexatín.
Sí, Ana había olvidado las llaves. Al darse cuenta, llamó a casa de la vecina y le rogó que la dejara saltar desde su jardín al mío. Ana se subió a la silla, saltó el muro y comprobó que, como es habitual en mí, me había dejado abierta la puerta de la cocina que da al jardín. Entró en casa y se puso a limpiar y a colocar el desorden. Cuando la llamé para avisarla de que tenía que ir ella a por Álvaro se puso a temblar. La puerta de entrada de la casa estaba cerrada, no podía abrirla y ¡la vecina se había ido de viaje! Se sintió encerrada y angustiada. Las neuronas le funcionaron rápidamente. Cogió una súper escalera, abrió el ventanal del salón y bajó la escalera hasta el jardín. Miró por todos lados y al ver que no venía nadie, saltó desde la ventana a la escalera y simulando que estaba limpiando los cristales entornó la ventana y bajó hasta el suelo.
Álvaro volvió todo sonriente del colegio, pero al ver la escalera se puso a llorar.
–¡Por la puerta, Ana! -gritó insistentemente.
Tras una ardua labor de persuasión, Ana consiguió que subiera por la escalera y ambos entraron a casa.
Las cuatro. El juicio aún no se había celebrado. Llamé a Ana y me dijo que todo estaba bien, que no me preocupara que ella iba a buscar a Diego.
Ana cogió a Álvaro, el trapo de limpiar los cristales y se abalanzó de nuevo a la escalera. Bajó simulando otra vez que limpiaba los cristales (¡los más limpios del barrio!) y se fueron a buscar a Diego. A las cinco y media subieron desde el jardín por la escalera Diego, Álvaro y Ana. Los niños estaban emocionados por la aventura. A las seis terminó el juicio. Al llegar a casa y ver el jardín decorado con la escalera pensé que algo que había ocurrido y que esa señal confirmaba mi pérdida del juicio. Entré en casa, besé a mis niños y Ana me contó sus desventuras. Por fin, logré reír a carcajadas. Sabía que había perdido, pero nadie podría vencerme en lo importante...

viernes, octubre 20, 2006

Descanso marital

Mi marido se gana el cielo. El pobre está ahora en Madeira. Sí, pobrecito mío, allí está conociendo “Las Quintas” -que son como nuestros paradores-, dando una vueltecita en catamarán, degustando la gastronomía de la zona... La verdad es que me da una pena horrorosa. Yo en cambio estoy súper descansada. Me levanto a las ocho de la mañana, preparo los desayunos, visto a los niños, los llevo al cole, voy a trabajar; a la hora de la comida cocino la cena de esta noche porque vienen cuatro amigas dispuestas a despellejar a los hombres, a los jefes y a todo ser humano que se lo merezca; hago los deberes con Diego, construyo casitas con Álvaro, les preparo la cena, les baño, les pongo el pijama, les leo una variedad inaudita de cuentos, les arropo, les doy agua, besos y abrazos, les vuelvo a arropar, grito “¡como se le ocurra a alguno salir de la habitación se va enterar”, les doy de nuevo agua, les arropo por decimoquinta vez, besos y abrazos, grito “¡a dormir!”, coloco la cocina, me reconstruyo un poco la cara, enciendo las velitas, descorcho el vino, superviso los manjares, me sumerjo en el sofá para descansar un segundo, suena el timbre, toca cena... Y Alonso no va a probar mis cebollas rellenas, mi quiche, mi guacamole... ¡Pobre Alonso!

martes, octubre 17, 2006

Mis fieras


“Son riquísimos, son una monada, me los comería a besos…” Estas expresiones salen de mi boca con una frecuencia diaria. Aunque hay días, aún no sé por qué, que mi efusión cariñosa se disimula un poco. Y claro, la culpa es de ellos o de su edad o de su sinceridad. Por ejemplo, hoy sin ir más lejos, al llegar a casa Ana me ha contado la primera trastada de Álvaro: se ha encerrado en el baño con el pestillo y durante diez minutos ha sido incapaz de abrir la puerta. Tras los consejos de Diego, ha conseguido salir airoso. Pacientemente me he sentado a hablar con él y le he explicado que si vuelve a encerrarse y llega el lobo no podría ayudarle. Aterrado, me ha contestado que nunca más volvería a hacerlo. Al cabo de unos minutos, me ha enseñado sus nuevas dotes para descender las escaleras cabeza abajo.
Resignada, les he bañado y he repasado por decimoquinta vez la tabla de multiplicar del cuatro con Diego (¡qué tortura!). La cena discurría tranquila –con los gritos sintonizados de “¡no quiero puré!” – y he comenzado mi interrogatorio escolar.
–Álvaro, ¿qué has hecho hoy en el cole? –he preguntado con una amplia sonrisa.
–He pintado pedos.
–Venga, Álvaro, ¿cuéntame qué has pintado?
–Pedos y cacas.
–Vale, y qué has comido.
–Pis y caca.
Agotada por su fase escatológica y mi diálogo de besugos, he preguntado a Diego.
–Y tú, Diego, ¿qué tal?
–Todo bien. Por cierto, mamá, a ver si adelgazas un poco. Te pareces a un elefante.
He repasado mentalmente la tabla de multiplicar del cuatro para relajarme y me he salido a la terraza a fumar un cigarro y a expulsar con cada calada mi mala leche.
–¡Mamá, ven con nosotros! ¡Y no fumes que te vas a morir! –gritaron los dos al unísono.
De nuevo en la cocina, me han mirado con cara extrañada.
–¿Qué te ocurre, mamá?
“Capullos, no sólo me llamáis gorda sino que además me torturáis con respuestas escatológicas y ni siquiera me dejáis fumar un cigarro sin remordimientos de conciencia”, he pensado furiosamente.
–Nada, chicos, que os quiero mucho. Tomaros las natillas y así os leo los cuentos.
“Sí, Álvaro, el cuento de Caperucita y el del Soldadito de Plomo que te leo desde hace más de tres meses, que me sé de memoria y que te debo repetir cada noche porque sino no te duermes. Ah! Y a colocar los cincuenta coches en la cama, y poner la luz de Winnie the Pooh, y a darte quince veces agua. Y a ti Diego, a leerte los cuarenta nombres incomprensibles de los Pokemon, y a repasar de nuevo las tablas de multiplicar”
–¿Os habéis lavado los dientes? ­–he preguntado como una autómata.
–Sí, mamá –ha contestado Álvaro–. ¿Sabes una cosa?
–¿Qué?
–Eres la mamá más guapa.
–Mamá, en eso tiene razón Álvaro– ha asentido Diego.
Después de toda la ceremonia para que se durmieran, los he devorado a besos. Juan Fran ha subido para desearles buenas noches, pero al final sólo ha podido besar a Diego porque Álvaro, muy educado él, le ha expulsado con una amorosa frase: “Papá, caca, vete de aquí”. Una vez dormidos, hemos bajado sonrientes y he pensado “son riquísimos, son una monada, me los comería a besos…”


lunes, octubre 16, 2006

Puente del Pilar


–Mamá, no puedo dormir. –explicó Diego a las once de la noche –Estoy muy nervioso.
–Cielo, venga duérmete que mañana nos tenemos que levantar pronto. –le dije con media sonrisa.
–¡Es que me apetece tanto ir al desfile militar!
A primera hora de la mañana, Diego y Álvaro –con sus cincuenta coches, por supuesto– botaban encima de mi cabeza para que me levantara. A las diez nos sumergimos en el metro como auténticos paletos.
–¡Mamá, tren! –gritaba Álvaro emocionado.
El metro poco a poco se fue llenando y la mayor parte nos bajamos en Velázquez. La Castellana estaba invadida y los policías nos dirigían hacia el paseo de Recoletos. Al llegar me desanimé: “Chicos, no vamos a ver nada. Tendríamos que haber traído un escalera”, comenté. Lo pensé seriamente y casi me da un ataque de risa. ¡Sólo me faltaba ir en metro con mis dos fieras y con unas escaleras!
Diego, muy decidido, se fue colando y llegó hasta la primera fila. Álvaro quiso seguir sus pasos, pero no le dejé. Finalmente, le subí sobre mis hombros para que pudiera admirar los tanques, los caballos y la cabra de la legión. Después de dos horas con Álvaro sobre mis hombros noté que yo había menguado.


El sábado se nos ocurrió la genial idea de ir a Faunia. Allí quedamos mi prima María, Víctor, nosotros y los cuatro churumbeles. Tras esperar una hora de cola, entramos en el parque temático. Todo Madrid y las autonomías adyacentes contemplaban los animalitos.
-¡Qué originales hemos sido! –comentaron los maridos con cara de desesperación.
Al final, visto el panorama, decidimos ver los pingüinos, los murciélagos, el espectáculo de las focas y la selva tropical. Parecen pocas cosas, pero con la multitud de humanoides que nos rodeaba nos llevó todo el día. Después de la cola para comer un trozo de pizza (una hora), la cola de los helados (media hora) y la cola para pagar unos peluches –murciélagos, claro está-, salimos pitando del parque. El juego fue divertido: de cola en cola y animalito que me toca.
El domingo no era capaz de despegarme de las sábanas. Los niños, raro en ellos, se entretuvieron toda la mañana jugando en el jardín –es decir, encharcando la tierra y cocinando con el barro–. Por la tarde, nuestro paseo habitual al parque y un dietético helado (fuerza de voluntad, ¿dónde estás?), pero esta vez súper acompañados por Roberto, Virginia (con mi ahijada dentro de su tripa) y Manuela. ¡Una delicia!

lunes, octubre 09, 2006

En el campo enemigo

Los fines de semana suelen ser agotadores, y más si el viernes han estado quince fieras en casa. El sábado, a primera hora, Diego fue a su clase de natación y al volver colocamos y reparamos los destrozos del jardín. Por la tarde, cuando la ira de Alonso estaba a punto de emerger, cogí a mis retoños y nos fuimos a dar un paseo por Rosales, admirar el templo de Debod y dejar que Alonso viese relajadamente el partido España-Suiza. Diego, tan peliculero y amoroso, me cogió la mano y me dijo "que era un paseo súper romántico". Contuve la risa y le di un apretujado abrazo. Entre paseo y paseo, los peques se acostaron casi a las once, así que dejé que el optimismo me invadiera y soñé con que al día siguiente se iban a levantar tarde.



Me equivoqué. A las nueve apareció Álvaro en mi cuarto con su caja de coches. Colocó los cincuenta automóviles en el colchón y se fue. A los cinco minutos se acercó a mi oreja y gritó "mámá, bibe". Abrí los ojos y salté de la cama. "¡Álvaro!, ¿qué has hecho?", vociferé con voz somnolienta. "Mamá, ¿te gustan mis tatus?", contestó con una sonrisa de oreja a oreja. La cara, el cuello, la tripa, las piernas... Todo Álvaro estaba lleno de rotulador azul. Desesperada, me levanté y le preparé un baño de agua caliente. Después de mucho frotar (nos tuvimos que turnar entre Alonso y yo), logramos borrar casi todos los "tatus" salvo los de la cara. "Emma, a este niño tendríamos que llevarlo al psicólogo", comentó Alonso con la esponja en la mano. Le miré tan fríamente que desistió de continuar con su argumento.



Por fin, a las doce, salimos rumbo al campo enemigo. A mí no me apetecía mucho, pero los peques gozaron viendo el "birrioso" estadio del Real Madrid. Si soy sincera, lo que más me gustó fue el jacuzzi de los vestuarios (vamos, para llevármelo a mi jardín, disfrutar de noches de pasión y, con suerte, engañar a Alonso para ir a por el tercero. ¡Que eso sí que es una misión imposible!). Pero ahí no acabó el domingo, por la tarde nos fuimos al Parque Juan Carlos I a dar nuestra habitual vueltecita en tren ("Mamá, tren. Mamá, tren", suplicó Álvaro durante todo el fin de semana). Por suerte, esta vez nos acompañaron Escuer y Montse que fueron testigos de la desesperación de Juan Fran y disfrutaron de mis adorables retoños.

sábado, octubre 07, 2006

Su gran día, mi peor día





El antes fue caótico: toda la mañana decorando el jardín, inflando globos, colgando guirnaldas, preparando los elementos de los distintos juegos, comprando los remates que aún me faltaban, llenando la piñata con chuches y juguetes... Sin parar. Ana y yo sudamos la gota gorda. Después de comer (Alonso tuvo el detalle de traernos unas hamburguesas para que tuviésemos más tiempo), preparamos los cruasanes, los sandwich y las guarrerías (ganchitos, palomitas, doritos...).
A las cuatro y media me fui al colegio. Los invitados del cumple salieron al patio como si tuvieran un cohete en el culo. Yo sólo gritaba los nombres de los niños que tenían que venir en mi coche y cuando los concentré a mi alrededor nos encaminamos a casa.


El después fue aún más caótico: quince niños dando brincos por el jardín, peleándose para ver cual de ellos pinchaba más globos (que amorosamente yo había inflado durante la mañana), saltando para romper las guirnaldas. Rápidamente apliqué el método de calmar a las fieras y les puse la música de "El canto del loco" a todo volumen. Durante unos minutos lo conseguí. Bailaron como poseídos derramando sus vasos de coca-cola sin cafeína y pisando los ganchitos y los sandwich que se les caían al suelo. Al cabo de un rato comencé con los juegos: poner el rabo a la vaca triste, carreras de sacos (más que sacos, bolsas de basura), el baile de la naranja y la competición de la cuchara (sustituí el huevo por tomates porque David Acasuso es alérgico y ¡sólo me faltaba que le diera un ataque alérgico!). A lo tonto, les distraje más de una hora. Cuando la jauría empezaba a desmadrarse, saqué mi kit de maquillaje y les pinté la cara y los brazos según sus aficiones: Diego y Borja de Avatar, Pablo Barriopedro de El Zorro, Antonio con la bandera de España, Leire y Paloma de hadas, Daniel de un monstruo que yo no conocía... De pronto, se les ocurrió pedir que les pusiera una película. Ana y yo empezamos a temernos lo peor. Durante toda la tarde conseguimos que no salieran del jardín y que lo destrozaran, pero la invasión no podía llegar al interior. Aterrada miré la lista de actividades. Todo estaba hecho. Ana me gritó: "¡Emma, la piñata!". Vi el cielo abierto. Colgué la piñata y los salvajes se arremolinaron debajo de ella. Tiraron de las cintas y se lanzaron al suelo desesperados. Y justo en ese momento, sonó el timbre. ¡Mi salvación! El goteo de padres fue incesante y en cuestión de quince minutos los monstruitos abandonaron mi amada casa. Prueba superada. ¡Soy genial y Diego me adora (a mí, que Alonso se escaqueó y no apareció ni cinco minutos)!

miércoles, octubre 04, 2006

Y más fiestas



–Emma, a ti te va la marcha. Te lías tu sola. –me espetó Alonso cuando le conté mis planes.
–Ves, ya me estás criticando. Eres un exagerado. Lo hago por Diego –contesté muy digna y con cara de pocos amigos–. No sé por que te lo tomas así, total sólo son dos horas.
–Sí, dos horas con quince niños revoloteando por casa. De verdad no sé cómo lo haces, pero siempre te buscas follones. Podías llevarles al cine y te quitabas de problemas.
–¡Cómo eres! Seguro que los niños se lo pasan mejor en casa. Además, ya tengo pensado cómo decorar el jardín, dónde comprar la piñata, qué juegos les voy a hacer… ¡Me va a quedar de locura!
–Emma, no lo dudo… –zanjó Alonso la conversación.
Sí sé que tiene razón, pero no se la voy a dar. Ahora estoy estresada pensando en todo lo que tengo que comprar, en todos los preparativos. Encima sólo a mí se me ocurre celebrarlo el viernes que es el día que Juan Fran tiene cierre en el periódico. En fin, seguro que entre Ana y yo lograremos apaciguar a las fieras. Y encima en el taller no han llamado al perito. Mi amado me acaba de llamar indignado y vamos a ir a retirar el coche para llevarlo a otro taller. ¡Mierda, con toda la compra y preparativos que tengo que hacer!

martes, octubre 03, 2006

Flores naranjas

Esta mañana, Orange, la nueva compañía telefónica, me ha llegado al corazón. Desde ayer mi amado y deseado Ford Focus está en el taller porque le tienen que reparar el retrovisor que le rompió una valla de Gallardón. La desazón por no tener medio de locomoción me tenía desesperada. "¿Qué me ocurre?" me he preguntado súper intrigada. Al no hallar respuesta, y visto que no tenía coche me he venido andando al periódico (¡casi media hora!). Según llegaba a la meta una agradable señorita me ha regalado una flor naranja. "Y esto a qué se debe. ¿Es por haber llegado a la meta?", le he preguntado emocionada. Ella, perpleja, me ha contestado: "No, es un regalo de Orange". Como mi móvil no suena desde hace un mes, he aprovechado la ocasión para sugerirle que me regalara un teléfono, la pobre ha asentido y me ha dado otra flor. ¡Seguro que ha pensado que estoy loca! ¿Tendrá razón?

lunes, octubre 02, 2006

Señales divinas

Recibo señales de otro mundo y no sé si es Dios o alguien a quien le hago gracia y le gusta ayudarme. Esta noche, como suele ser habitual, pernocto. Nadie me obliga, pero cuando llega la noche me espabilo y estrujo todos los minutos. A la una de la mañana he conectado el ordenador y me he dedicado a hacer ciertos encargos: invitaciones para el cumple del suegro de mi hermano y un montaje para Diego. De pronto, a las dos y media ha empezado a llover. Me imagino que salvo los noctámbulos como yo, nadie se ha dado cuenta. En cuanto me he percatado, he salido disparada a la terraza para proteger la ropa que estaba tendida (¡qué maruja soy!). Cuando por fin he puesto todo a cubierto, he visto una luz que parpadeaba. "Dios mío, no puede ser, si se entera Alonso me decapita", he musitado en voz baja. Sí, gracias a la lluvia de un minuto (juro que no ha durado más), he salvado a mi marido, a mis hijos, a mi gato, a mis vecinos y a mi casa de la quema. La freidora llevaba encendida desde las nueve y media de la noche, que es cuando he frito unos deliciosos pimientos de padrón, y si no llega a ser por mis señales divinas hubiese estado prendida toda la noche... La última vez me salvo de la quema el vicio nicotínico: salí a fumarme mi cigarrito de las dos de la mañana y allí estaba la freidora echando humo y ahora, la lluvia divina... Ah! que no se me olvide cambiar mañana el aceite, que huele todo el barrio a fritanga.

viernes, septiembre 29, 2006

Visa a Visa

Hoy estoy en la gloria. Como me tocó trabajar (por decir algo) el pasado fin de semana, me corresponde librar este viernes y el próximo. Esta mañana he saltado de la cama, he preparado a los niños y cuando todos mis hombres me han abandonado, he cogido mi tarjeta de crédito y me he lanzado a la calle. Antes de nada, he llenado la nevera de frutas y hortalizas. Manolo y Rosa, mis fruteros, me han elevado aún más mi ego ("¡Huy, Emma, qué mona estás! ¿Hoy no trabajas?)" y me han mimado regalándome unas sabrosas ciruelas. Después de dejarle toda la compra a Ana, me he ido al casa de mi abuela Avelina porque necesitaba algo muy especial para el regalo que le voy a hacer por su noventa cumpleaños y he bajado a ver a mi padre y mi abuela Mary. Al irme, he dejado a mi padre en "Crátera" y me he cruzado con una amable agente del ayuntamiento que me ha advertido que la próxima vez que deje el coche en una zona de carga y descarga me pondrá una multa de 180 euros "¡chica hoy te has librado por los pelos, si llega a estar de guardia Agustín te calza la multa!". Emocionada porque hoy no le tocaba a Agustín y no me habían puesto la multa, he decidido gastarme el dinero que hubiera pertenecido al ayuntamiento en mí (lógica y justificación femenina). Así que me he ido al Palacio de Hielo y me he comprado unas gafas nuevas. Como aún no me había gastado los 180 euros, me he ido a Zara renovar mi armario con varios pantalones. Mala idea. Allí me ha dado la depresión. Resulta que la moda quiere que luzcamos los distintos modelos de bragas y tangas, y ahora los pantalones son todos de talle bajo. He salido indignada y en Maximo Dutti me han reafirmado la teoría de la moda. Decidido, el lunes, como todos los lunes, me pongo a dieta.

miércoles, septiembre 27, 2006

Dulces sueños

Hace casi dos años Alonso relató en su blog sus desventuras y desesperaciones nocturnas.

EL PADRE POLIÉDRICO
12-20-2004 11:47 AM
Voy a matar a mi hijo. Lo he decidido de pronto, como quien abandona la seguridad de la acera y salta al asfalto de la Castellana con el semáforo en rojo. La manecilla pequeña del reloj del salón apunta al Este; la grande, al Sur. Una lluvia fina y extrañamente silenciosa, que sólo puede verse si se mira la farola iluminada, ensucia aún más el techo del Ford. No hace frío, otra anomalía del
cambio climático. Y nadie parece despierto en los edificios cercanos. Ni siquiera en el hotel de dos calles más allá: o no hay clientes o ninguno pasa la noche en vela. ¿Cómo es posible que nadie extrañe la cama?, mascullo, mientras muevo el Jané azul oscuro, ida y vuelta, sobre la tarima flotante del salón. El bebé se había despertado a la 1.03, aunque entonces había bastado con un
poco de agua y dos minutos en brazos. Ahora es distinto. Ya lleva cuarenta y dos minutos en vela, con los ojos abiertos como una máquina tragaperras. No ha querido biberón. Ni agua. Ni chupete. Ni brazos. En este punto decidí matarlo. Aunque luego aplacé la ejecución de la sentencia, mientras zarandeaba el Jané y pensaba en qué hacer con el cadáver. A Emma se lo tendré que dar como un hecho consumado: sería imposible convencerla de la utilidad de la medida. Pero ella no será el único pero. Preguntarán las abuelas, lógicamente, y los tíos, y hasta algún vecino fisgón. Puede que hasta se interese Luis, el pediatra. «¿Ha cambiado de médico?», sueño su voz al otro lado del móvil. Inquieto, incremento el ritmo del cochecito. Anoche le costó una hora y cuarenta minutos conciliar el sueño. ¿Hoy? No podré soportarlo. Escampa. Y vuelve a llover. Y pasa un coche, sin duda un conductor extraviado en este laberinto de adosados. Y la manecilla grande ya apunta al Oeste. Suavamente, llevo el Jané hasta la cocina, me sirvo un vaso de leche, y la luz amarillenta de la nevera alumbra un milagro. Los ojos cerrados, el chupete que resbala de sus labios y cae sobre el pijama, un ligero ronquido, la felicidad. Cierro el frigorífico, cojo al pequeño en brazos y lo llevo a su cuna. Hoy se ha salvado. Pero, mañana, mataré a mi hijo.


Ahora Álvaro duerme solo en su habitación y no hace falta mecerlo en el cochecito de paseo. Sin embargo, sus manías aún persisten. Ahora una pequeña luz y, por supuesto, con su enorme flota automovilística acompañan sus sueños. Él es así. En cambio, Diego, aunque es como un mono y no para de dar brincos y volteretas, duerme siempre plácidamente y sin perturbar nuestro descanso.

lunes, septiembre 25, 2006

Noches alegres...

Ayer intenté escribir, pero las neuronas del cerebro no funcionaban con rectitud. Las burbujas del champán, el vino y la cerveza aún rondaban por mi mente. La anoche anterior se celebró el cumpleaños sorpresa de mi tía Ángeles. La fiesta tuvo lugar en casa de mi prima María que a lo largo de toda la semana no paró de organizar los preparativos: flores, aperitivos, merluza con pimientos, roast beef... Pero tuvo su compensación: la fiesta fue un auténtico éxito. La pena es que a mí me tocaba trabajar, así que ayer me senté en mi silla, frente al ordenador, y dejé que los minutos pasaran incapaz de hacer nada. No es que no quisiera trabajar, es que no tenía nada que hacer (sólo vengo para satisfacer el ego y la soberbia de mi jefe).
Por la tarde, cuando llegué a casa, Diego me esperaba emocionado: "Mamá, se me ha caído un diente. ¡Mi quinto diente!". Le abracé, observé su sonrisa desdentada y me sumergí en mi armario de regalos imprevistos. Diego se acostó emocionado, pero Álvaro tardó un buen rato por el pánico que le daba saber que un ratón iba a subir por las camas en mitad de la noche. Una vez que los niños estaban acostados me dopé con otro gelocatil y miré a mi amado esposo. "Alonso, estoy baldada", susurré. "Pues saca energías de algún lado, mañana tenemos cena en casa de tu hermano", contestó abducido desde la serie "Prision Break". "Oye, Alonso, ¿qué es más agotador las navidades o el mes de septiembre?", interrogué al ver que mis neuronas comenzaban a funcionar. "Todo es agotador, toda tú, toda tu familia, todos tus amigos...". "Calla, Alonso, que tengo resaca"

viernes, septiembre 22, 2006

Descanso nocturno

– "Mamá, pis" –gritó Álvaro insistentemente a las cuatro de la mañana.
Salté como una zombi de la cama y ejercí de esclava: levanté al peque, lo llevé al baño y le acosté de nuevo.
A los cinco minutos, "mamá, agua". Es estado sonámbulo le acerqué su vasito de agua y le volví a arropar. Antes de tirarme a la cama gritó "¡¡¡la luz!!!". "Dios mío, tantas manías me van a volver loca", oí que decía mi mente agotada. Me arrastré hasta el baño y encendí la luz para que pudiera dormir tranquilo. "Bueno, me tumbo un poquito hasta que se duerma y apago la luz del baño", pensé. Me tumbé y me sumergí en un profundo sueño. Esta mañana me he percatado de que el baño (tres halógenos) aún seguía luciendo. "Mierda, esto hay que solucionarlo", razoné mientras me quitaba las legañas.
Después de hacer mis labores matutinas con mis hijos –preparar desayunos, vestirlos, peinarlos y acicalarlos con colonia, preparar las mochillas, subirlos al coche y llevarles al colegio –me he ido al Carrefour en busca de una luz nocturna para el cuarto de Álvaro. Misión conseguida, he encontrado uno monísimo de Mickey Mouse.
De nuevo iba en el coche de camino al trabajo cuando he recibido un mensaje desde Suiza de Alonso “El glaciar es impresionante, pero estoy cansado del viaje”. Indignada le he contestado “Pobre, amor. Yo en cambio estoy muy descansada. Al próximo viaje me voy yo, corazón”. Si yo le contara...

lunes, septiembre 18, 2006

Un lunes cualquiera

“Tengo que ir a recoger la tarjeta de crédito al banco”, pensé a primera hora de la mañana. Sí, la tarjeta que creí que me habían robado, di de baja y, por supuesto, apareció en la mochila de Álvaro que sigue los hábitos derrochones y consumistas de su madre. “No, será mejor que vaya otro día. Tengo que ir a encargar las bolsas de chuches para que Diego lleve al colegio y hacer la compra de víveres y alcohol para la fiesta de mañana”. A toda velocidad, seleccioné las distintas chucherías y me fui a Mercadona. Hice acopio de comida y bebidas y me lancé como una loca a pagar. “Como tarden mucho los de delante no llego a trabajar. Además tengo que llevar la compra a casa. Ay, se me ha olvidado la vela de los siete años. Bueno, la compraré esta tarde. No, esta tarde tengo la reunión del colegio. Uff, qué estrés” rumiaba mi mente. Por fin coloqué todo en la cinta y la cajera fue pasándolo por la lectura de códigos.
–83 euros, señora –dijo la cajera con una gran sonrisa.
Saqué mi monedero y le entregué mi tarjeta de crédito. Tras varios intentos, me miró sin la sonrisa.
–Lo siento, pero no lee la tarjeta.
–Por favor, inténtelo de nuevo –rogué mientras el resto de la gente me miraba como si fuera una delincuente.
–Señora, ya lo he intentado diez veces. Su tarjeta no funciona.
–Pues no tengo otra.
–Bueno, si quiere me quedo aquí con su carro y va a sacar dinero a un cajero.
–Vale, muchas gracias –contesté ruborizada.
Recorrí tres cajeros, pero en ninguno funcionó la tarjeta. Llamé a Alonso.
–¿Qué te ocurre? –preguntó según descolgó el teléfono.
–Cómo sabes que me ocurre algo.
–Emma, a ti siempre te pasan cosas raras. Además es extraño que me llames a estas horas...
Me había pillado. Le conté mis desventuras y hallamos la solución. Volví a Mercadona y le pedí a la amable cajera que me guardara el carro hasta la hora de la comida. Ella asintió.
Nos subimos al coche mi mala leche y yo y arranqué a toda velocidad maldiciendo las putas tarjetas de crédito (el año pasado se estropearon en plena campaña de Navidad). Miré a mi derecha, vi como el retrovisor seguía colgando de un cable, pensé que por la tarde tenía la reunión del colegio, que al volver debía pasarme a por las chuches de Diego, que por la noche tenía que preparar la cena del día siguiente; que el miércoles, reunión con la profe de Álvaro; que tenía que recoger una tarjeta de crédito y renovar la que se me acababa de romper; que Juan Fran se iba cinco días a Suiza; que debía trabajar el fin de semana, que no sabía que hacer el sábado con los niños, que además por la noche teníamos una fiesta a la que llegaríamos tarde porque Alonso volvía de Suiza a las ocho de la tarde, que... Paré el coche, me bajé, me fumé un cigarro y me pseudorelajé. Ay, por cierto, esta mañana no les he puesto el babi a los niños. ¡Maldita sea!

jueves, septiembre 14, 2006

Seguros, no

No es por nada pero le estoy cogiendo manía a la palabra "seguro". Aún en femenino me inspira más cariño. No sé, será porque siempre me he sentido segura de mí misma. Sin embargo, la vuelta de mi residencia estival me ha hecho odiar la acepción masculina. Todo tiene su explicación. En parte, la culpa la tiene Unión Fenosa. Una avería de la estación eléctrica provocó que se cayeran los plomos de casa. Hasta ahí, todo normal. El gran problema es que cuando ocurrió no había nadie en casa y al volver a los quince días encontramos un espectáculo dantesco: moscas negras y gordas volando por toda la casa, un olor fétido que mareaba las narices y, para mi desgracia, toda la comida del arcón congelador y de la nevera putrefacta. Es decir, más de medio cordero, carne guadarrameña y pescado de diversa índole acabaron con su olor podrido en la basura. Después de limpiar todo a conciencia aplicamos los distintos trucos que nos ofrecían los amigos: "pon un trozo de manzana para que absorba el olor", "no, mejor un vasito de vinagre", "limpia con bicarbonato"... Como no sabía por cuál decidirme, apliqué todos los consejos y rebusqué el seguro de la casa para lograr que me indemnizaran por las perdidas.
Desesperada y de mala leche, cogí el coche y me fui a comprar víveres para alimentar a la familia. Gallardón, el amante de las obras de Madrid, había plantificado unas vallas en una pequeña calle. Pasé por allí con cautela, pero, sin saber cómo, el palo que sujetaba una de las vallas se sintió atraído por mi coche y se acercó sigilosamente. Cuando me quise dar cuenta el retrovisor derecho colgaba sujeto por un cable y el espejo estaba hecho añicos. Mi furia me hizo parar el coche y bajar como una loca. La calle estaba vacía, así que aproveché y me desahogué con la puñetera valla: "¡Tú eres imbécil, pero cómo no te has dado cuenta de que me ibas a romper el retrovisor. Si veo a Gallardón le digo que te despida, estúpida!", grité, pero la valla no me contestó. Ahora estoy buscando el seguro de Línea Directa para ver a qué taller tengo que llevar mi amado Focus. Por favor, que retiren la palabra seguro de los diccionarios.

viernes, septiembre 08, 2006

Gitanillas guadarrameñas

Mi último día de vacaciones, qué desesperación. Esta mañana he exprimido el tiempo. A primera hora, me he ido al mercadillo y me he comprado mil cachivaches para el pelo, tres camisas (dos para regalar) y alguna que otra pijotada. Al volver, he parado a hacer acopio de chucherías y demás guarradas para la piscina. Por fin, a las doce y media, estaba tumbada en mi súper toalla de mariquitas sobre el césped fumándome un cigarro con mi amiga Luisa y supervisando el baño de los peques. A las tres, toque de queda. Vestí a los niños y nos fuimos al coche para volver a casa.

-Venga, Luisa, hoy nos van a matar por llegar tan tarde –comenté mirando por última vez la fantástica piscina.
-Sí, vámonos. –contestó arrastrando su capazo.
Al salir, observamos que en el colegio de al lado estaban renovando el mobiliario escolar. El patio estaba abarrotado de sillas, mesas y demás muebles infantiles. Ambas nos miramos y se nos iluminó la mente.
-Oye, Luisa, a mí esa silla me vendría muy bien para la habitación de mi hermano Pepe. –sugerí emocionada.
Luisa bajó rápidamente del coche con su bikini y su pequeño pareo y se adentró en el colegio. Al rato, vino emocionada.
-Emma, ese hombre me ha dicho que él es encargado así que no nos puede dar nada, pero que si queremos coger algo hará la vista gorda.
Entusiasmados desabrochamos todos los cinturones de seguridad y nos bajamos del coche. Diego y Álvaro comenzaron a inspeccionar las sillas infantiles y Luisa y yo, entre ataques de risa, rebuscábamos entre la montaña de pizarras y mesas.
-¡Esta pizarra es fantástica! –exclamé emocionada.
-Sí, Emma, pero sólo te cabe en la valla del jardín… No es mala idea, luego cada mañana escribes el menú del día y puede que hagas negocio.
Entramos a por una silla para Pepe y salimos con dos sillas infantiles, una mesa, dos sillas medianas, un perchero… Ah! Y dos sillas para Pepe.
Los obreros de la obra nos observaban atónitos. Pensándolo bien no me extraña, parecíamos dos gitanillas en bañador con dos churumbeles arrasando con todo lo que estaba a nuestro alcance.
El problema vino a la hora de meter semejante batiburrillo de trastos en el maletero.
-Primero, las sillas –opinó Luisa.
-No, así no se cierra el maletero. Trae el perchero –contesté agotada.
Tras mil combinaciones logramos enlatar todo el material. Luisa, delante, con una silla y un capazo sobre sus piernas. Los niños apretujados y sin cinturón rodeados de otro capazo y dos sillas. Y en el maletero, cuatro sillas, la mesa y el perchero.
Al irnos, los obreros nos despidieron con alabanzas. Luisa y yo miramos con cariño y la risa deslizó varias lágrimas sobre nuestras mejillas.
Ya eran las cuatro de la tarde. Como bien supusimos, ambas familias nos estaban esperando con intriga y preocupación. Al vernos aparecer atiborradas de sillas, nos gritaron.
-¡Pero, chicas, habéis robado en el colegio! ¡Qué traéis en el maletero!
-No seáis exagerados, sólo hemos traído una mesa, seis sillas y un perchero –nos justificamos de mala manera.
Mucha guasa, ¡pero ha quedado todo divino!

jueves, septiembre 07, 2006

Orinales y avispas



Mi madre no para de darle vueltas. Anoche, me asaltó con sus dudas en mitad de la cena.
–Emma, creo que me voy a comprar un orinal.
–¿Quéee? –contesté con cara perpleja y a punto de atragantarme.
–No seas mala, no sabes lo mal que lo paso.
–Perdona, mamá, no me imaginaba que tuvieras problemas urinarios.
–Tú eres tonta, no tengo ningún problema urinario, sólo que no me atrevo a ir al baño en mitad de la noche. –Mi extrañeza se reflejaba en mi cara, así que mi madre continuó con su odisea nocturna –Los animales me acosan. Sé que parece una coña, pero es cierto. Según abro la puerta del cuarto me asalta Lucas maullando porque quiere beber agua del bidé y Kaos me ladra porque quiere colarse en mi habitación o porque tiene hambre. ¡Me tienen estresada!
Mi ataque de risa rompió los ronquidos de Alonso.
–¿Qué sucede? –preguntó con cara somnolienta.
–Nada especial, hay que regalarle a mi madre un orinal. –expliqué muy seriamente.
Alonso, muy educado él, nos miró sorprendido y sin saber qué decir.
-Yerno, no pongas esa cara, sólo era una broma –explicó mi madre.
Mi amado esposo entrecerró de nuevo los ojos, pero una duda lo despertó.
–Por cierto, ¿habéis visto Lucas? A ver si se va de parranda esta noche y lo perdemos otra vez.
Tanta fauna me estaba poniendo un poco histérica, así que salí al jardín al fumarme un cigarro. Mi madre se unió a la perversión de nicotina. Al cabo de un minuto mi abuela apareció y tuve que lanzar el cigarro como si fuera un meteorito. Cuando se fue, busqué la colilla entre los periquitos.
–Emma, lo tuyo es increíble, cada vez que te enciendes un cigarro aparece la abuela o quien sea. –dijo mi madre con media sonrisa.
–Sí, es desesperante –empecé a contestar, pero un grito me rompió la última calada.
Entré corriendo en casa, Álvaro se había caído de la cama. Le consolé y volvió a dormirse. Por fin, a las tres de la mañana, después de hacerme la cera, acondicionarme el pelo y demás materias femeninas me fui a dormir. Lucas abarcaba la mitad de mi espacio y le empujé suavemente. Un maullido fue su queja. Kaos aporreaba con sus uñas la puerta porque quería colarse en la habitación. En mitad del primer sueño escuché otro lloro. Se abrió la puerta (cuatro y media de la mañana), Diego entró a la pata coja. “¡Mamá, me pica el pie, no puedo dormir!”, dijo con voz llorosa. Encendí la luz y observé sus piececitos, en efecto, la avispa que le picó por la mañana en la piscina le había producido una reacción alérgica. “Cielo, verás como con esta crema notas un poco de alivio”, intenté consolarlo.
Gatos, perros, tortugas, avispas…. ¡Menudo veranito!

P. D: Las avispas de Guadarrama están orondas. ¡Y no extraña! En lo que va de vacaciones han picado a Juan Fran en un pie; a Álvaro en mitad de la nariz; a mi madre en una mano mientras conducía y por la inflamación que tuvo en el brazo hubo que inyectarle Urbason y a Diego, en los dedos del pie. Ahora sufro pensando que soy la única de la familia junto con mi abuela que se ha librado. ¡Malditas avispas!

lunes, septiembre 04, 2006

Fantasmas en mitad de la noche


El ir de madre perfecta tiene sus inconvenientes. Sin ir más lejos, el viernes llegué con la tropa a Saldaña y mi vecina me informó de que esa noche había fiesta infantil de disfraces. "¡No puede ser!", contesté atónita, "aquí no tengo ningún disfraz". Mercedes, la vecina del chalet de al lado, me miró perpleja. "Bueno, Emma, no te desesperes. Si los niños no van disfrazados no pasa nada", me dijo mientras huía a su casa. ¡Claro que ella no sabe cómo soy!, ni que en casa tengo una caja con más de quince disfraces, ni que sufro cada vez que se acerca la fiesta infantil del colegio porque quiero que mis hijos vayan divinos... En fin, que soy una maniática.
Entré en casa y le ordené dulcemente a mi suegra que rebuscara por los baúles del trastero, arranqué a mi marido las llaves del coche y me fui a Riaza; me adentré en la papelería y compré cartulina negra, papel pinocho, celo, pegamento y un rotulador negro gordo. Por suerte, mi suegra encontró una vieja sábana. Reconozco que mis dotes en corte y confección son nulas, pero una vez enhebrada la aguja me vino la inspiración. Después, todo fue coser y cantar (más que cantar, gritar a mis hijos que no paraban de curiosear a mi alrededor y ponerme aún más tensa). Por último, corté las cartulinas, pegué el papel pinocho y rematé el disfraz.
A las once de la noche, mis hijos fueron al punto de reunión: el pilón. Allí llegaron todos los niños del pueblo. Todos iban muy monos, pero en mitad de la noche sobre todo destacaban dos graciosos fantasmitas. (¡Qué modestia la mía!)

jueves, agosto 31, 2006

Feliz cumpleaños, amor


Mi amado Alonso odia su cumpleaños. Él no lo reconoce, pero yo estoy convencida. El año pasado cumplió cuarenta años. Emocionada por su cambio de década, decidí organizarle una fiesta sorpresa. A lo largo de un mes planeé la estrategia: mentí a mi amado esposo contándole que venían unos primos de Teruel y que mi hermano había organizado una cena, refunfuñé para darle más credibilidad y me quejé insistentemente, “Alonso, qué pereza, no me apetece nada ir a esa cena” comenté en alguna ocasión. “Emma, no seas así, hace muchos años que no les ves y total por una cena…” intentaba él convencerme. Además elaboré una genial invitación y decidí con Roberto cómo iba a ser la sorpresa. Todo estaba listo. Sin embargo, el día de la fiesta, a primera hora de la mañana, un grito aterrador hizo que se me cayera la leche encima del camisón.
–¡Ahhhhhhhhhhh!! –oí rugir a Alonso desde de la cama.
Subí corriendo.
–¿Qué ocurre, amor? –pregunté con gran intriga.
–Emma, no me puedo mover. Tengo la espalada totalmente agarrotada. Por Dios, ayúdame.
–Venga, Alonso, no seas guasón. Seguro que es la crisis de los cuarenta… –empecé a decir, pero al ver su cara de dolor me di cuenta de que su dolor era cierto.
Llamé a su fisioterapeuta y le mandaron a un centro de urgencia. Mientras masajeaban su espalda, llamé a mi amiga Blanca
–Hola, Emma. ¿Qué tal todo? Esta noche es la gran fiesta. ¿No? –contestó Blanca con alegre voz.
–No sé si habrá fiesta –comenté.
–Por qué dices eso. ¿Qué ha pasado?
–Juan Fran está en la camilla del fisioterapeuta. No puede mover ni un músculo. Al principio pensé que me estaba gastando una broma y que me había pillado la fiesta sorpresa. Pero no, está el pobre hecho polvo –expliqué con voz llorosa.
–Venga, Emma, anímate, seguro que al final todo se soluciona.
Y Blanca tuvo razón. Acudimos a la fiesta. Alonso iba totalmente dopado, pero entre la emoción por la fiesta sorpresa, el vino, los gin-tonics y los ánimos de la gente, olvidó su dolorido cuerpo y aguantó en la fiesta hasta altas horas de la madrugada.
Mañana Alonso cumple un año más y, como era de esperar, se encuentra fatal. Tiene un catarro impresionante (¡a quién se le ocurre acatarrase en agosto!) y está otra vez empastillado: Ilvico, Augmentine, aspirina plus… Decidido, Alonso odia su cumpleaños. Posted by Picasa

miércoles, agosto 30, 2006

Fuego controlado

Llegué de la piscina cargada con el capazo repleto de toallas, bañadores, los manguitos de Álvaro y el cansancio de los niños. Aparqué y sonreí. En casa de mi vecina Clarita estaban preparando una barbacoa y no pude aguantar la tentación al ver la cantidad de humo que salía.
Entré en casa y me apoderé del teléfono inalámbrico, marqué a toda velocidad y escuché cómo contestaba Clarita.
–Sí, ¿quién es? –preguntó con la intriga habitual de cualquiera cuando suena el teléfono.
–Buenos días –dije simulando mi tono de voz-. Le llamo del servicio de emergencia. Acabamos de recibir una llamada informándonos de que en su domicilio se ha producido un fuego.
–¡No! Lo siento pero creo que se han equivocado, en mi casa no hay ningún fuego –contestó bastante alterada.
–Señora, ¿está segura? Según nos han dicho hay una gran humareda en su residencia. –exclamé conteniendo mi ataque de risa.
–Bueno. Tal vez sea porque estamos haciendo una barbacoa, pero le aseguro que el fuego está controlado.
–Señora, asegúrese, el camión de bomberos está a punto de partir rumbo a su casa –aterroricé a mi querida vecina.
–¡Por Dios! –gritó presa de un ataque de nervios –Le juro que el fuego está controlado. No es necesario que envíe a los bomberos. ¡El fuego está controlado!
–Está bien, señora, abortaremos el plan de emergencia y cancelaremos el envío del camión de bomberos.
–Muchas gracias y les aseguro que el fuego está totalmente controlado –se despidió mi vecina con voz temblorosa.
–Buenas tardes, señora, y disculpe las molestias.
–No, señorita, mil gracias a usted por su interés.
Colgué el teléfono y estallé a carcajadas. Al cabo de unos minutos, crucé a la casa afectada. Abrí la puerta y exclamé.
–¡Clarita, acaba de llamarme el servicio de bomberos preguntándome si había algún fuego en el vecindario. Al asomarme he visto humo en tu jardín y me he asustado. ¿Qué ha ocurrido?
-Emma, no te lo vas a creer –empezó a relatarme Rosa, la cuñada de Clarita. Pero mis risas me delataron.
–Emma, ¡qué mala eres! ¡Menudo susto me has dado! ¡Y encima no te he reconocido la voz!- exclamó Clarita.

martes, agosto 29, 2006

Tenerife. Divinas vacaciones


Aquí mis hombres, muy monos ellos, y en el fondo, el Teide. Ésta es la prueba de nuestra fantástica estancia en Tenerife. El entorno, maravilloso: suite en un lujoso hotel, playas de arena negra, piscinas de agua salada... Aunque, como era de esperar, la familia Alonso ha sufrido pequeños percances. Realmente han sido los habituales: en mitad de una cena Álvaro rompió media cristalería del hotel; a Diego hubo que comprarle cada día un trasto para la playa (barca hinchable, tabla de surf, gafas de bucear...) que por supuesto teníamos que acarrear sus progenitores; enfados porque los niños no querían comer; Álvaro desató algún que otro bikini a mujeres desconocidas de la playa ("¡la culpa es de su madre!" bramó una afectada que me sonrojó por la vergüenza)... ¡Ese día incluso estuve a punto de dar la razón a Alonso y asegurar que los peques estaban insoportables! Menos mal que gracias a mi adicción a las series pude realizar una cuantas técnicas de relajación. En fin, quitando esos pequeños instantes nuestra semana ha sido estupenda y agotadora.
La vuelta en avión fue muy estresante (Álvaro saltó por todos los asientos y recorrió a gatas los pasillos, lo normal) y de nuevo desembarcamos en la residencia estival. Mi abuela, mi madre, Ana y las fieras nos recibieron con gran emoción. Sin embargo Pepe lloró al verme entrar. "Emma, ¿por qué no te has quedado en las islas hasta fin de año?" preguntó. Obvié su irónica pregunta y le abracé fuertemente para hacerle perder los nervios. "Emma, no te aguanto", me dijo mientras se le escapaba una carcajada. Posted by Picasa

miércoles, agosto 16, 2006

Segovia-Guadarrama


Cuatro días en Segovia. El paraíso para mis hijos y, para qué negarlo, también para nosotros. Diego allí es autónomo. Se sube a su bicicleta y desaparece por el encinar de Saldaña. Álvaro con su triciclo le sigue los pasos y cuando se cansa, juega con los vecinos de la casa de al lado. Estos pequeños instantes de tranquilidad, los exprimimos Alonso y yo gota a gota. Mis suegros, adorables abuelos, persiguen a sus retoños por las eras y les enseñan los tractores, las ovejas… Todo lo que antes era habitual y ahora es novedoso o extraño para los niños de ciudad. Mientras, nosotros leemos, tomamos el aperitivo o nos escapamos a una fantástica tienda de Riaza a comprar alguna antigüedad (este año me he regalado un porta velas gigante que voy a utilizar como perchero. ¡Divino!).Pasaron los días y cargamos el coche: bici, triciclo, portavelas, maletas, morcillas, picadillo, unos pepinos de la huerta… En fin, lo habitual. Y tomamos rumbo a Guadarrama. Nos esperaba una noche movidita: tocaba la fiesta del verano y nos juntamos más de veinte personas en casa. A las doce de la noche me relajé y me enganché al Lambrusco. Los renacuajos seguían brincando por el jardín y yo, a mis treinta cinco años, me seguía escondiendo para fumar un cigarrito y que no me pillara mi abuela.Las fieras poco a poco se van adaptando. Kasbha, la tortuga, persigue desesperadamente a Ambrosio, el bulldog francés, por el jardín; Kaos, el bull terrier, disfruta con los lametones que Ambrosio le da en los cojones y Lucas, el gato, atónito, observa el espectáculo y les bufa de vez en cuando.Mañana, a las siete de la mañana, partimos rumbo a Tenerife. En estos momentos, Álvaro duerme su siesta; Diego se ha ido con Pepe y Alonso a ver “Piratas del Caribe”; mi madre, en Carrefour; mi abuela lee le periódico y las fieras están relajadas. Por un instante oigo silencio y estoy en calma… Seguro que no durará mucho. Posted by Picasa

viernes, agosto 11, 2006

Piratas en Guadarrama

No me puedo mover. Con el más leve movimiento me pierdo. Parece mentira, pero este año hemos fallado. En cuestión tecnológica nos hemos traído todos los aparatos posibles: ordenador portátil, ipod, dvd… Sin embargo, no tenemos Internet. Alonso, desesperado, rastreo con el portátil toda la casa.
-¡He pillado el wifi de algún vecino! ¡Es fantático!- gritó emocionado.
Mi abuela se colocó las gafas y le miró por encima del periódico.
-Emma, no es por nada pero tu marido habla en otro idioma. No entiendo nada de lo que dice- me susurró mi adorada nonagenaria mientras Alonso daba brincos de alegría.
-Abuela, no sufras, son cosas tecnológicas.- le empecé a explicar- Para que podamos navegar por Internet necesitamos pillar la red de alguien porque…
-Emma, déjalo, no me entero de nada. Prefiero estar rodeada de mascotas… A ellas sí que las entiendo.
Desde el descubrimiento de mi amado marido, los conflictos se suceden. Para que funcione hay que estar sentado en el extremo de uno de los sofás del salón (sólo ahí se pilla) y es el lugar más requerido por todos nosotros.
Por las mañanas, cuando Pepe llega de la academia, las discusiones entre cuñados se multiplican. Para evitar roces, he pensado comprar un cogeturnos (vamos, como el de las carnicerías… Es que no sé como se llama) y un cronómetro para que no lleguen a las manos. Yo, en cambio, como siempre he sido un búho, me engancho a las dos de la mañana, me acurruco en la esquina del sofá y exprimo a mi vecino, que debe estar de vacaciones o bajándose películas en el e-mule y desde hace un par de días está siempre conectado. Es bueno llevarse bien con los vecinos. ¡Sobre todo si no sabe que le estamos pirateando!

miércoles, agosto 09, 2006

Ambrosio


Hay crisis en la familia. Kaos, el bull-terrier de mi madre sufre depresión. Apagado, se arrastra de sofá en sofá. De vez en cuando, nos mira con tristeza y mueve levemente el rabo solicitando una pequeña caricia. Desde hace dos días, parece que va superando el drama que está viviendo. El drama tiene nombre: Ambrosio. Cuatro kilos de peso, cara de murciélago, orejas estilo Stich (el de Disney), negro como el betún y alegre como todos los cachorros de dos meses. Su raza, buldog francés. Muy gracioso, el tipo.
Kaos no entiende que el perrito sólo va a estar aquí una semana. Él se siente abandonado, perdido de amor. En su desesperación, se acerca dulcemente a Lucas, el gato, para ver si entre los dos pueden eliminar a la competencia que se ha ganado de calle a los más pequeños de la residencia estival. Lucas, cuando se aproxima Ambrosio, saca sus uñas afiladas y Kaos presume de colmillos caninos.
Por suerte para Kaos, Ambrosio aún no puede salir a la calle. Ayer, en nuestro paseo diario se sintió en la gloria. “Ahí se queda el mierda ese”, ladró Kaos mientras tiraba de la correa con fuerza, “y tú, Linucha, mi ama, sujétate fuerte que hoy voy a tirar de ti con gran fuerza. ¡Menuda putada me ha hecho!”.
Al cabo de unos minutos, el perro se relajó y dejó que mi madre tomara aire. Yo, como auténtica esclava, tiraba del triciclo de Álvaro y Juan Fran supervisaba a Diego en su bicicleta. Después de hora y media, paramos a tomar un helado. Álvaro empezó a llorar, no era un llanto cualquiera, era un llanto desgarrado. Corrimos hacia él.
-Álvaro, ¿qué te ocurre?- dije con voz de preocupación.
-Me ha picado, mamá- logró decir entre lloro y lloro.
-¿Dónde?
-En la nariz.
Miré su pequeña nariz y justo en medio descubrí un picotazo.
-Pero, ¿qué te ha picado?
-Noce.
-Mamá- argumentó Diego con cara de Aristóteles- ha sido una avispa. Yo la he visto revolotear alrededor nuestro. Te puedo asegurar que ha sido una avispa.
-Sí, avispa- gritó Álvaro, que no pudo soportar el dolor y se hizo pis encima.
Cogí al peque en brazos; Alonso, el triciclo; Kaos arrastró a mi madre; Diego, su bici y corrimos todos a casa. Allí, embadurné la naricilla de Álvaro con Alergical y logré parar el hinchazón.
­-Lucas, Kaos, Ambrosio, Kahsba… Y ahora, las avispas. El mundo animal me supera- comenté a Alonso con cara de desesperación.

viernes, agosto 04, 2006

Fantasmas

Alonso y yo nos tumbamos en la cama agotados. Eran las cuatro de la mañana, acabábamos de volver de la fiesta en casa de Javier y Mariluz y los retazos de alcohol comenzaban a hacer estragos. Aún así, me puse un rato a leer. De pronto, el silencio de la noche fue roto por un grito.
-¡¡¡Hijo de puta!!!
Nuestras miradas se cruzaron. Esa voz la conozco desde que había nacido. ¡Era mi madre!
Corrí a su habitación y me choqué con ella en el pasillo.
-¿Qué ocurre, mamá?
-¡Menudo susto! Casi me muero de un infarto.- constestó con voz entrecortada.
-¿Pero qué ha pasado?
-El gato.
-¿Qué gato?
-Lucas. El puñetero estaba en mi ventana y yo no me había dado cuenta. De repente, cuando estaba medio dormida ha saltado encima mío. Casi me muero. No sabía qué era: un murciélago, un violador, un fantasma...
La risa retumbó por toda Guadarrama.
Alonso se levantó y acogió al gato en su cama.
-¡Menudo veranito nos está dando el gatito!- dijo mi madre entre taquicardia y taquicardia.- Por favor, intentad que no salga de vuestra habitación. Hasta mañana, corazones.

martes, agosto 01, 2006

Dulces sueños

“Cuando llega la noche, llega la calma”, dice una amiga mía con insistencia cada mañana. Sin embargo, en la residencia estival ocurre todo lo contrario. Los primeros en dormirse son los peques: Diego cae como un tronco, sin embargo la batalla con Álvaro dura más de una hora. Al cabo de un tiempo, lo consigo. Pero lo peor aún está por llegar. A las once comienza la sesión cine, Pepe y yo nos acomodamos en los sofás y Alonso se une al grupo. Le recibimos con mala cara.
-Cielo, vete a dormir arriba- suplico con dulce voz.
-No, me apetece estar con vosotros- contesta emocionado.
A la media hora, Pepe inicia sus amenazas.
-Emma, si no se va le voy a dar una toba en la cara o le meto dos papeles por la nariz. No soporto sus ronquidos.
Alonso ronca en “do mayor”.
-Pepe, me voy a la cama para leer un rato- comento entre bostezo y bostezo.
-Despierta a Juan Fran y que se vaya contigo- suplica Pepe.
-No, que seguro que se desvela.
-¡Estoy harto de todos vosotros!-grita Pepe- ¡Kaos deja de lamerte, tampoco a ti te aguanto!
Sigilosamente huyo a mi habitación. Al cabo de media hora aparece Alonso con cara somnolienta.
-¿Por qué me has dejado abandonado en el salón?
-Estabas tan dormidito…-contesté feliz de mi tiempo de tranquilidad.
El concierto a dos tonos de la planta superior de la residencia estival empieza a la una y media de la mañana. Alonso hace de primera voz y mi madre, de segunda con melodía de “do mayor” y “si menor”. Me costó bastante, pero al final me he habituado a dormir en estéreo y con temblor de paredes ante la notoriedad de sus ronquidos.
A las dos y media me invade un leve sueño. Mis párpados se entrecierran al ritmo de los ronquidos, por fin voy a descansar. Entre sueños siento que unas agujas perforan mi cuero cabelludo, como si un peine de púas quisiera penetrar en mi cerebro. Asustada abro los ojos. Lucas, el gato, está sobre mi cabeza; quiere beber agua y no puede salir de la habitación. Me levanto y le abro la puerta. En ese breve lapso de tiempo, Kaos se cuela y se sube a mi cama. Enfadada, echo a todas las fieras.
Son las cuatro, aún no he dormido nada. El cansancio me vence. A la media hora, Diego se mete en mi cama. Y a la hora, aparece Álvaro. Alonso se levanta y huye a otra habitación. En su huida, el gato y el perro se cuelan de nuevo. Admiro el espectáculo: Diego y Álvaro duermen a pierna suelta en mi cama junto al gato, el perro me ha robado la almohada y ladra entre sueños, Alonso se ha ido y yo, yo estoy agotada. En medio de la somnolencia, Morfeo me propone la solución. Me levanto y me tumbo en el suelo, lo más alejada posible de Kaos. Son las seis y media, tengo que dormir.