domingo, diciembre 28, 2008

... Y mañana Navidad



Este año la comida de Navidad la celebraron Concha y Javier, los padres de Virginia y Belén. En la entrada del jardín nos recibió un inmenso pino decorado con motivos navideños, pegados al techo del porche unos fantásticos carámbanos acompañaban a un enorme Papa Nöel; dentro la decoración era fastuosa: grandes bolas de color rojo y blanco sobre el techo, el tradicional tren navideño presidía la mesa circular de entrada, renos cantarines, troncos plateados... Todo perfecto. Los niños abrían los regalos frenéticamente, nosotros nos besábamos y felicitábamos las fiestas... Al rato, nos pusimos una copa (de Möet-Chandom, que nos miman mucho) y empezamos a tomar el aperitivo y a gozar con los percebes, langostinos, cigalas, salmón, foie... Las copas reclamaban más champán y decidimos no hacerles un feo en una fecha tan señalada, así que las rellené con gran mimo de líquido con burbujas. Alonso, sólo se le ocurre a él, tuvo el detalle hortera de abandonarnos para irse a trabajar, tras tomarnos la merluza y los picantones rellenos de mollejas. El resto, entre risa y risa, seguimos con las copas y los postres. A las seis se iluminó el jardín, relució el trineo de Papa Nöel tirado por tres renos y los niños salieron en mitad del frío a correr y disfrutar.
Volvimos a casa agotados.
A la mañana siguiente Álvaro abrió los ojos y me preguntó expectante: ¿a qué casa vamos hoy? A ninguna, cielo, hoy a descansar, dije bajo los efluvios de una levísima resaca. Pero el sábado invadimos la casa de Roberto y Virginia para celebrar el cumpleaños de Cayetana (¡2 añazos!).
La dosis familiar de mi Alonso estaba a punto de explotar, para evitarlo me fui con mis retoños al tiovivo cuadrado navideño del Retiro. ¡Qué frío! Más de una hora haciendo cola agota a cualquiera. Por fin subimos, coloqué a cada infante en una atracción, les abroché los cinturones y cuando me quise dar cuenta ya no había sitio donde sentarse. Un operario se acercó y me "acomodó" en una jaula (¡casi me rompo los cuernos al agacharme!) que giraba en sentido contrario al tiovivo. ¡Cojonudo, una hora esperando y me encierran en una jaula!). Entre los barrotes pude ver a mis hijos gozar y, para no aburrirme, les daba unos cuantos bocinazos (¡qué juerga!). Luego, al teatro de autómatas y por último, a dar el tradicional paseo en coche para la ver la iluminación navideña de la ciudad. Tosí antes de entrar en casa con gran insistencia para que Alonso no me llamara loca por haberme ido con el frío helado a hacer una cola de más de una hora y caí en la cama derrengada de tanto estrés navideño. Y aún falta Nochevieja, la cabalgata, los reyes, las visitas por todas las casas, el roscón... Ay, a partir del siete de enero me pongo de nuevo a dieta (otro clásico de mi vida)

miércoles, diciembre 24, 2008

Esta noche es Nochebuena....

La batalla del duende bueno (en cursiva) y el duende malo (en negrita) agotan las pocas neuronas que aún persisten en mi cerebro. El 23 de diciembre, a primera hora de la mañana, incité a mis niños para ir a la Plaza Mayor de Madrid. ¡Bien!, gritaron. Cogimos el metro, paramos en Sol y anduvimos hasta la plaza. De allí, al mercadillo de bromas, a tomar un bocadillo de calamares (¡es lo típico de esta zona!, insistí a mis infantes), al Ayuntamiento, a la catedral de la Almudena, al Palacio Real, al parque de Sabatini (o del Moro, para los castizos, entre los que me incluyo), al parque de Rosales, a Malevos (local de mi hermano, donde me tenían reservados unos confit de pato para mi cena de Nochebuena) y a Alberto Aguilera para coger el metro. Cuatro horas andando sin parar y con el pobre Alvarete agotado de tanto caminar.
Tú estás loca, mala madre, vas a acabar con tus hijos, rugió mi duende malo.
Qué exagerado, sólo has caminado cinco kilómetros, además, el ejercicio nunca es malo, exclamó mi duende bueno.
Derrengados, llegamos a casa, descansamos media hora y partimos hacia la piscina. Tras una hora de natación (no sé de dónde sacaron fuerzas) nos fuimos con Daniel y su madre a tomar unas hamburguesas. A las nueve, reptando, volvimos a casa.
Mi intención nocturna era muy optimista, me puse el despertador, sonó a las siete, pero tras un manotazo somnoliento dejó de gritar.
-Dios mío, son las diez y media -aullé al despertar.
-¿Y? -preguntó mi Alonso legañoso.
-Que esta noche es Nochebuena y tengo mil cosas que hacer... -macullé desesperada.
Mi amado percibió mi estrés y se llevó a los niños a patinar. Aproveché para organizar mi menú navideño.
Langostinos, cocidos por mí (¿por qué no los has comprado cocidos? porque a su madre le gustan recién hechos), paté de hígado de pato (¿por qué no lo has comprado elaborado?, porque a Pepe y Diego les gusta el que yo hago), cebolla confitada (la de lata está buenísima, sí, pero mi padre no me lo perdonaría...), pastelitos de puré de patata (¿no serían mejores unas patatas congeladas?, no, puñetero duende malo, que en casa de Emma sólo se toman cosa elaboradas con cariño). Y así toda la mañana, cocinando y batallando con mi duende malo y mi duende bueno.
Por la tarde el estrés era latente. Alonso se llevó a los niños al cine y aproveché para decorar la casa (¡qué mona me quedó!), envolver los regalos y empezar con la restauración de mi cara (huy, lo que me costó. ¡Claro, tanto tiempo cocinando es lo que tiene..., gritó mi duende malo).
La casa estaba perfecta, la mesa para nueve invitados lucía sus velas y adornos navideños, el jardín mostraba sus árboles con sus luces navideñas... Incluso, tras arreglar a los niños, me dio tiempo a alisarme el pelo y pintarme mi sombra de ojos plateada (estás guapísima, exclamó mi duende bueno. No es para tanto..., susurró el pernicioso duende malo). Y no sé quién tendría razón, pero la cena fue un éxito, mis niños disfrutaron con sus regalos, yo, aunque agotada, gocé con la felicidad del resto, con el champán, con los regalos, con las risas, con los guiños... ¡¡Feliz Navidad a todos!!

¡¡Felices fiestas!!

lunes, diciembre 22, 2008

Segundo amago

El complot familiar lo comenzó mi prima María. Emma, qué te parece si este domingo nos vamos a la nieve con los niños -comentó emocionada-, a Víctor le apetece mucho... Respiré profundamente, ahuyenté mis miedos gélidos y confirmé nuestra asistencia. Al rato, Roberto y Virginia se apuntaron al plan y Alonso se mostró feliz y contento. Mi mente pensó que toda la familia se había unido en mi contra, que todos querían aniquilarme, matarme por congelación y mi cara mostró un gesto de malhumor y preocupación al prever el segundo intento de asesinato.
Mientras cosía los cascabeles de disfraz de duende de Álvaro (veinte cascabeles, agotador... que yo no sé coser), recordé como el frío me invadió la última vez que fuimos a la nieve y de los temblores psicosomáticos que atacaron a mis articulaciones me tuve que tapar con una manta. Ya sé, me dije, diré que estoy enferma o me provoco un ataque de asma, lo que sea antes de morir congelada...
Al día siguiente Alonso apareció con una sonrisa de oreja a oreja.
Estará pensando en el testamento, razoné.
-Emma, tengo unos regalos para ti...- dijo con tonillo socarrón.
Pues si piensas que te voy a dejar todos mis bienes...
-...Espero que te gusten...
¡Qué intriga!
Me entregó tres paquetes, arranqué el envoltorio y, aunque me hicieron mucha ilusión, mi cara aún mostraba signos de preocupación: un anorak, unos guantes y un gorro noruego para la nieve.
¿Será que me quiere mucho o que intenta despistar al CSI español en caso de que fallezca por hipotermia? Le miré fijamente y descubrí que me quería (opción más tranquilizadora que la de "marido asesino").
El domingo por la mañana nos vestimos de nuevo como las cebollas, con cientos de capas de ropa, y yo lucí mi súper abrigo, guantes y gorrito. En la Morcuera estaba el resto del complot asesino y mis sobrinos (quedan descartados del complot porque me quieren mucho, o eso creo). Y el tiro les salió por la culata: un fantástico sol coronaba la cumbre y la montaña estaba totalmente cubierta de nieve que relucía por el calor. La temperatura era tan buena que optamos por quitarnos los abrigos y, en plan "dominguers" del frío, nos sentamos sobre los trineos y tomamos el sol mientras los peques hacían un muñeco de nieve. Hubo más intentos de asesinato: Roberto saltó sobre mí al ver que Alonso le tiraba una enorme bola de nieve y casi me ahogo... pero había demasiados testigos.
Tras deslizarnos en trineo, lanzarnos bolas de nieve, pasear y cotillear, nos fuimos a comer a "Los Calizos" para reponer fuerzas y degustar ricos manjares (¡qué buen saque tiene la familia!). Los peques se portaron de maravilla: jugaron, comieron, rieron y todos disfrutamos de "otro clásico de las Navidades"

P.D.: Segundo intento de asesinato fallido y encima he conseguido un abrigo, unos guantes, un gorro... ¡Qué lista soy! De todas formas no debo bajar la guardia, seguiré vigilando sus movimientos, nunca hay que fiarse...

sábado, diciembre 13, 2008

Tipo malo, china histérica y cena



La cena era en Malevos con Blanca y Mayte. Buscaba sitio para aparcar en mitad de la noche fría y oscura por detrás del Templo de Debod cuando el coche de delante paró para permitir que otro aparcara. De pronto, un chico se descolgó por una barandilla y saltó a la acera que estaba a dos metros de altura. ¡Qué raro!, pensé. Una chica china de unos 16 años corría tras él desde la altura gritando y llorando. "¡¡Ay, ay, ay, dámelo!!", chillaba mientras se agarraba histéricamente a los barrotes de la barandilla. Del coche de delante bajaron seis chicos enormes (no sé cómo cabían) y agarraron al tipo que había volado desde las alturas.
-¿Qué le has hecho a la chica? -le interrogaron entre los gritos neuróticos de la china.
Y yo dentro de mi coche alucinada, sin saber de qué estaban hablando hasta que uno de los chavales se acercó.
-No sabemos qué hacer, él dice que no ha hecho nada y a ella no la entendemos -me explicó con tono súper macarra pero con un deje de buen tipo.
-Pues no sé qué decirte -confesé un poco confundida.
Al final arrancaron y se fueron. La china seguía gritando, la gente que paseaba por el parque se acercó hasta ella, el "tipo malo" andaba a paso rápido y noté como la mala leche (herencia genética) empezaba a sublevarme.
Paré en seco, bajé la ventana del copiloto y le grité:
-Oye, tú, ¿qué está pasando?
El "tipo malo" se acercó y metió medio cuerpo por la ventanilla (Emma, me empezó a gritar mi cerebro, eres gilipollas y encima tienes el bolso abierto en el asiento)
-Nada, ella dice que le he robado y es falso.
(Emma, estúpida, a quien va a robar es a ti)
Aturdida y consciente de la gilipollez que estaba haciendo me marqué un farol.
-Pues si no has hecho nada -por detrás continuaban los gritos histéricos de la china- vamos a hablar con la policía que la acabo de ver al final de la calle o espera que la llamo.
Logré que sacara su cuerpo de mi coche (Emma, cada día eres más tonta), subí la ventanilla a toda velocidad y arranqué asustada.
Mientras caminaba hacia Malevos analicé la situación y me enfadé conmigo, con mis reacciones, con el carácter que me domina, por los genes (Roberto también es un as en este tipo de actuaciones)... Ay, tengo que cambiar.
Al entrar vi a Blanca y Maite y el susto se disipó entre una rica ensalada de rúcula, un foie con salsa de violetas, unos snacks orientales, los suculentos postres y el gin-tonic. Me reí, disfruté y olvidé lo sucedido.
Llegué a casa sobre las tres y media. Alonso estaba despierto, le conté mi historia y por poco me mata. "Emma, me atacas de los nervios cuando reaccionas así", bufó. Exagera un poco, ¿verdad?

jueves, diciembre 11, 2008

Maruja desesperada

Ha pasado una semana y los efectos de mi vida de maruja repercuten en todo mi ser. Mi drama comenzó uno de los días que tenía cuarenta de fiebre. Entre tos y tos, entró Ana (la cuidadora de los niños y quien lleva toda la casa, ahora lo valoro más que nunca) en mi habitación y me suplicó que le dejara ir el mes de diciembre a Ecuador para ir a ver a su familia. Por supuesto, dije mientras la fiebre del susto me subía a 42º, pero mejor lo hablamos mañana que me estoy muriendo.
Al cabo de una semana Ana se fue feliz, hacía tres años que no iba a su país. Tú puedes con todo, me dije a mí misma, no hay problema. Error, craso error. Desde que ella no está noto como mi desesperación crece día a día.
La primera medida que he adoptado es transformar mi casa en un cuartel. Los niños, cabos sin rango, tienen claras sus misiones: colocar la ropa, el cuarto, tirar la basura y el fin de semana, sacar el friegaplatos (es que siempre lo he odiado...). Los generales mayores (Alonso y yo) batallamos con las camas, las limpiezas, la plancha (¡¡¡me supera!!!) y demás labores domésticas.
Además, tengo que organizar las comidas, cenas, compra y, cómo no, ver quién va a recoger a los niños al cole.
Así que esos pequeños (grandes) lujos de mi vida como despedir por la mañana a los peques, desayunar tranquilamente, meterme en la cama a leer el periódico, darme un baño, alisarme el pelo, maquillarme o irme a dar una vuelta a la Visa, se han acabado. Ahora me levanto, hago las camas, limpio los baños, preparo la comida, me ducho en dos minutos, me recojo el pelo en una coleta y salgo estresada a trabajar (¡hasta me he cortado las uñas al ras desde que me relaciono con el estropajo y la balleta!).
Ayer, por ejemplo, terminé hablando sola por casa mientras intentaba planchar la sábana bajera de nuestra cama (2x2 metros). Misión imposible y desesperante. Así que a la hora de la comida nos fuimos a comer a Matsuri. Alonso, vamos a un restaurante que estoy agotada de batallar con una sábana, expliqué cual loca de atar.
Y encima tengo que coser cascabeles a un jersey de Álvaro para la fiesta del colegio, comprar los regalos de Navidad, preparar el menú de Nochebuena, hacer la felicitación navideña... Esto de ser una maruja perfeccionista es agotador y, para qué negarlo, una horterada. ¡Con lo que a mí me gusta vivir como una reina!

domingo, diciembre 07, 2008

Intento de asesinato

Domingo, hace frío, me escondo bajo el edredón y sueño con no salir en todo el día de mi refugio. De pronto, dos bombas caen sobre mi espalda, me destapan y me gritan emocionados: "Mamá, nos vamos a la nieve. Venga, despierta, date prisa". Alonso sonríe desde el otro lado de la cama. Tuerzo el morro, miro por la ventana y veo como la niebla ha invadido todo el jardín. ¡Pero si hace un día malísimo!, musito con legañas en los ojos. Venga, mamá, levántate, suplican mis hijos.
Con sueño y cansancio me desperezo. Escondo a los niños bajo cientos de capas de ropa: camisetas, polos, jerseys, calcetines, botas... Y luego empiezo yo: leotardos, leggins, vaqueros, camiseta, polar...
Al estilo familia "summo" salimos al coche, comprobamos que los trineos descansan en el maletero junto con las botas de nieve y los pantalones de plástico y partimos hacia la Morcuera. El sector masculino muestra su mejor sonrisa y yo, como la Gioconda, les regalo mi falsa sonrisa (la que se gira hacia la izquierda) e intento contagiarme de su emoción.
La niebla nos acompaña todo el camino. Subimos al puerto y comprobamos que hay nieve. Los niños arrastran sus trineos y se lanzan por la pendiente una y otra vez. Alonso les ayuda, los empuja y es feliz. Y yo, la verdad, estoy congelada: no siento los pies, la nariz está colorada, las gafas empañadas por la fina lluvia, las manos tiritando, los lóbulos de las orejas a punto de desprenderse.... ¡Me hielo!
Mamá, vamos a hacer un muñeco de nieve, gritan pletóricos de emoción. Les observo perpleja, con el cuerpo helado y sin entender la gracia de la nieve. De repente, se me ilumina la mente y tras mucho pensarlo doy con la solución: ¡me quieren matar! Como el virus de la gripe no ha podido conmigo han decidido congelarme, razono mientras un moquillo se hiela bajo mi nariz, ¡pues no lo voy a consentir!
-Chicos, me voy al coche -grito.
-Vale, luego vamos -contestan mis tres chicos mientras colocan la bufanda al muñeco de nieve.
Arrastro los trineos hasta el maletero, me enciendo un cigarrito y observo, a lo lejos, su felicidad.
Sí, creo que he exagerado, que no me quieren aniquilar, pero es que a mí esto de la nieve no me va mucho, prefiero el caribe, el mojito, la salsa y el calor del sol...
Pero ellos fueron felices. ¡Incluso quieren volver mañana! Conmigo que no cuenten....

viernes, diciembre 05, 2008

Boda, toses y otras cosas que contar

Tras abandonar el estado febril, las toses tísicas, los bronquios atrofiados, los sudores y los escalofríos, he vuelto. Y me ha costado. ¡Menuda semanita!
El sábado, deprisa y corriendo como es habitual, me fui con los niños al partido de Diego. Tras dos victorias consecutivas ver cómo perdían de nuevo me desmoralizó. Grité como una loca pero de nada sirvió, si acaso para ganarme el afecto del equipo técnico: los árbitros se parten de risa al verme correr por las gradas dando instrucciones a mi hijo y el entrenador se esconde cuando me ve aparecer, me teme... pero es lo que tiene ser una madre neurótica futbolera. Desanimada y algo nerviosa, dejé a mis hijos en casa de Alejandro y Cristina. De allí, a la peluquería, a casa y después de ponernos divinos, a la boda. Besos y mil besos al vernos todos los amigos del colegio, ¡qué ganas tenía de que se casara alguno para juntarnos todos! Cuando vi entrar a la novia respiré tranquila y Chema se rió de mí (soy tan peliculera que siempre pienso que alguno no va a aparecer).
En la Hacienda del Jarama celebraron el convite. Tras un copioso aperitivo (ay, Leticia, que las cucharitas eran comestibles, je, je), pasamos al salón principal y nos sentamos en la mesa "abeto". En mitad de la cháchara las luces se apagaron, iluminaron una escalera y aparecieron los novios. Aplausos y ¡¡viva los novios!!. Cuando nos sirvieron la crema de bogavante aproveché para descalzarme y permitir a mis pies un rato de tranquilidad (es lo que tiene ir ideal). Después, solomillo, sorbete de mojito, postres y... ¡¡¡A bailar, a tomar copas, a reír, a saltar!!! Me lo pasé de maravilla, aguanté con mis zapatos, lucí mi vestido (¡con lo que me costó encontrarlo!) y no paré de bailar... Una fiesta fantástica.
El domingo recogí a mis hijos y vi que mis fuerzas empezaban a flaquear. ¿Nos vamos a comer al restaurante asiático y después vemos un peli?, pregunté a mis peques. Emocionados, accedieron. En la peli, Alonso y yo aprovechamos para echar una cabezadita y reponer energías.
Y el martes llegó el horror. Abrí los ojos y noté como el virus había invadido mi cuerpo, la fiebre se disparó, la cama brincaba por la habitación como la de la niña del exorcista por mis temblores... Alonso, dije muy seria, si me muero dona todos mis órganos y que me incineren. No sé por qué, pero no me contestó. A las cuatro me arrastré como pude hasta el colegio y llevé a Álvaro y toda su clase al "Rey Lagarto" para celebrar su cumpleaños. Ejercí de madre perfecta (¡con treinta y ocho y medio de fiebre!), canté el cumpleaños feliz, reí con las marionetas y, sobre todo, vi cómo disfrutaba mi ratón saltando entre las atracciones con bolas. Repté hasta casa, me metí en la cama y sentencié: Alonso, de hoy no paso... Intentó contestarme, pero una tos estruendosa se lo impidió. ¡¡¡Te he contagiado!!!, sollocé con cuarenta de fiebre.
Al día siguiente, Álvaro mostró los primeros síntomas de gripe. El panorama cada vez era más desolador. Salvo Diego, todos habíamos caído y mis fuerzas se habían disipado. Lloré porque no pude ir a la cena del viernes, no organicé la fiesta familiar del cumpleaños de Álvaro, no tenía energías....

...Y encima Antonio y Marta se fueron de luna de miel a Tailandia y les tuvo que repatriar el estado español (¡menuda historia!)

viernes, noviembre 21, 2008

Todo listo

Soy insoportable, lo sé desde hace tiempo y hay momentos en los que no me aguanto ni yo. Estaba muy tranquila ante el próximo enlace de Antonio y Marta: el vestido colgaba en su percha, los complementos en el primer cajón y los zapatos en el armario. Todo estaba listo cuando de pronto mis neuronas empezaron a bailar por mi cerebro y a hacerme dudar. ¿Seguro que vas bien con un traje corto? Y la pregunta me machacaba sin piedad, ahuyentado mi sueño.
Por suerte, mi madre que me conoce como si me hubiera parido, percibió mi neurotismo y me obligó a ir con ella a una tienda fantástica. Un acierto. Allí mis ojos se iluminaron, empecé a probarme vestidos y (¡cómo no!) me compré uno divino. Faltaban dos días para la boda, los complementos ya no me combinaban, tampoco los zapatos, ni el abrigo... A la hora de comer saqué de nuevo la Visa (este mes está agotada) y adquirí unos zapatos y un bolso carísimos y monísimos. Mis entradas a casa provocaban una mirada perpleja de Alonso: "Emma, no hay día que no te compres algo...". "Calla, calla, corazón, que te va a encantar...", contestaba corriendo. Y él, que es buen tipo, omitía sus comentarios porque sabe que yo he nacido para ser rica...
Por fin, ayer solucioné todo y respiré tranquila. Tan bien estaba, tan relajada que al ir a buscar a Diego y Daniel a catequesis, mientras arrastraba la mochila de mi hijo y les preguntaba qué tal les había ido sonó un ruido estrepitoso: ¡¡cataplofffff!!, ¡¡Ay, ay, ay!! Diego y Daniel me miraron y no pudieron ocultar su ataque de risa. ¡Mamá, ha sido como en los dibujos animados!, dijo Diego entre carcajadas. Me coloqué las gafas, rocé mi pierna dolorida y mi moflete magullado y miré la señal de tráfico contra la que me había estampado.
Llegué a casa avergonzada del ridículo y con el dolor multiplicado por mil.
-Cielo, me he dado un tortazo impresionate... -empecé a relatar.
-¿Con el coche? -preguntó asustado.
-No, andando, me he comido una señal de tráfico, he rebotado, casi rompo las gafas y tengo la pierna fatal.
-Ah, bueno, esas cosas que te ocurren a ti...

domingo, noviembre 16, 2008

Reloj, no pares la hora

El reloj, impasible a mi desesperación, ralentiza el tiempo. Siempre ocurre el fin de semana que trabajo. Me desespero. En cambio, los momentos libres que tengo los aprovecho con pasión. Ayer, al salir del periódico, cogí a mis niños y me fui a un espectáculo de magia en la Plaza de las Artes. Ellos disfrutaron y yo, para qué negarlo, me reí y alegre la tarde. Nos acompañaron Alejandro y Cristina con sus padres. Después, una coca-cola en el Vips. Los peques nos dejaron escuchar el rugir de sus estómagos. ¿Qué queréis merendar?, pregunté perpleja -hacía media hora que se habían tomado un yogur y unas galletas-. No, queremos cenar, contestaron hambrientos. En cuestión de segundos, Diego se tomó una quesadilla de queso, una hamburguesa y unas tortitas. Hijo, vas a explotar, comenté con envidia malsana al ver su vientre plano. Álvaro levantó los ojos del plato de espaguetis para llamar mi atención y dijo con la boca llena: yo también me lo voy a comer todo. Volví a casa con los niños cenados. Una ducha rápida y a ver un poco de tele. Alonso estaba de mal humor, el Madrid había perdido (ninguna pena me dio, que conste). Cenamos copiosamente (¡qué delicia saltarse el régimen!) y el sueño hizo su aparición. Subí a mi cuarto. Álvaro contemplaba «Nemo» en el televisor. Me acurruqué a su lado y a los diez minutos ambos dormíamos.
Esta mañana he escuchado como mis hombres hacía cosas por casas, pero mi sueño aún era eterno. Poco a poco, me he obligado a salir de la cama. ¡Casi las once y media de la mañana!, he gritado al ver el despertador. Vista la hora, declinamos ir a ver la exposición de La Guerra de las Galaxias y optamos por disfrutar de una mañana de domingo: Alonso se fue con mis retoños a comprar el pan y unos yo-yos (última tendencia escolar) y yo a cocinar unas suculentas patatas con nata (¡viva la dieta!).
Y aquí estoy viendo como el reloj ralentiza el tiempo y deseando volver a mi casita con mis tesoros...

viernes, noviembre 07, 2008

Me gustan las bodas

La tos de ultratumba que me estaba persiguiendo desde hace cinco días, me obligó a ir al médico. Tras una larga espera, me atendió, me oscultó y determinó que tenía un catarro alérgico. ¡Pero si estamos en otoño!, exclamé desesperada entre toses y mocos. ¡Ya sabes cómo funcionan las alergias, nunca se saben cuándo aparecen o desaparecen!, me argumentó. Y no repliqué, porque tengo motivos para querer a mi médico.
Tras chutarme las pastillas que me recetó empecé a notar una leve mejoría. Esta mañana, toda dispuesta, me he ido a la caza y captura de un traje para la boda de Antonio. ¡En qué momento! Con el primer modelo que me he probado parecía una morcilla de Burgos, pero de las gordas y deformes; en el segundo, no me cabían las tetas; con el tercero parecía la versión femenina del Michelin de las gasolineras francesas; con el cuarto, ¡oh, milagro!, me quedaba grande... Y así toda la mañana, desvistiéndome y vistiéndome. La mala leche ya había invadido todo mi cuerpo (el de las tetas grandes y michelines) y encima todas las tiendas tenían espejos a doquier. Me veía reflejada en ellos y cada vez me iba malhumorando más. Por fin, encontré el vestido que tanto anhelaba, un Carolina Herrera al módico precio de 750 euros. No puede ser, mascullé como una loca entre los pasillos, cómo me voy a gastar ese dineral si en breve me voy a quedar hecha una sílfide (¡narices, que voy a adelgazar!)... Así que le he dicho a mis michelines y mi silueta morcilla, ¡nos vamos!
He cogido el coche con ira y he notado como la lluvia empezaba a caer. ¡Ay, que tengo el pelo liso y se me va a rizar! Cual macarra bakalaera he llegado al periódico, he subido con mi mal humor, que aún no he logrado descartar, y un compañero me ha dicho.
-Huy, Emma, tienes mala cara. ¿Te pasa algo?
He pensado en contarle mi historia, en relatarle mis devaneos psicóticos, pero he optado por la mejor opción.
-Nada, es el catarro alérgico.

sábado, noviembre 01, 2008

Una semana "cualquiera"...

La conclusión a la que he llegado esta semana es muy simple: no puedo estar sola. La soledad me turba, pero no en el mal sentido, es decir, no como la gente que se aburre, se deprime y necesita estar con otros humanos. No, lo mío es peor, es una adicción. Y es que en cuanto estoy sola me da la hiperactividad y todo lo que me rodea empieza a temblar. Así que en estos escasos siete días, además de llevar la casa, niños, deberes, compras y demás actividades marujiles; he acometido las siguientes acciones:
En el cuarto de Álvaro: colocar una barra de cortina, cambiar las cortinas, los visillos, nueva funda nórdica y funda de almohada ribeteada con a misma tela que las cortinas (aquí, por supuesto, la ayuda de Ana fue fundamental y me volvió loca con sus encargos: 3 metros de cinta para fruncir los visillos, 50 arandelas de plástico... y mil cosas más)
En el cuarto de Diego: colocar una estantería (¡qué vicio!) y un corcho para colgar sus cosas.
En el baño: pequeña estantería metálica para que el champú, gel y suavizante estén bien colocaditos.
En la cocina: otra estantería.
En el cuarto de estar: Organización del cableado del ordenador mediante un canutillo específico para ello. Además taladré el interior de la estantería de la impresora y el equipo de música para ocultar los cables.
Y, snif, al final no me ha dado tiempo a pintar el cuarto de invitados, pero todo llegará.

Además el gafe o "sucesos imcomprensibles que sólo le pasan a Emma" apareció en mi vida (¡siempre ocurre cuando Alonso está de viaje!) y ni siquiera sé cómo se lo voy a explicar. Enumeremos:
1/ Voy al cajero a sacar dinero y la máquina me indica que el número es erróneo. Vuelvo a marcar el número y la máquina sigue insistiendo en que el número no es válido. "Pero si siempre es el mismo", pienso mientras tecleo otra vez el pin. "¡Tarjeta anulada!", me dice la puñetera maquinita. "¡Mierda!", bufo cabreada. Miro la tarjeta que me escupe el cajero y compruebo que había insertado la tarjeta de crédito del periódico de la que ni siquiera sé el número secreto.
2/Las mamás de los compañeros de Álvaro, sorprendidas por verme por la mañana en el colegio (misión exclusiva de Alonso), me invitan a desayunar, vamos a una cafeterías y parloteamos durante hora y media. Al volver hacia el coche compruebo asustada que está abierta de par en par la puerta de detrás del piloto.
-¿Qué hace mi coche abierto?- pregunto en voz alta.
-¡Seguro que es tu coche! -contestan perplejas.
-¡Claro que es mi coche!
Nos acercamos. Miro el interior y compruebo que no me han robado las sillitas de los niños.
-Anda, mira que estén todos los papeles -me sugiere la madre de Javier Cutanda.
-No se han llevado nada. -certifico después de abrir la guantera.
-Yo que tú miraba en el maletero por si te han dejado un cadáver -comentó la madre de Fernando.
-¡Qué rabia, ni un puñetero muerto! -contesté entre risas.
Y por la tarde: ¡¡¡Niños!!!, ¿quién fue el último en salir esta mañana del coche?, grité a mis alonsitos, que, por supuesto, jamás me contestaron.
3/ Tras mi compras en Leroy Merlin, decidí ir a Decathlon a por unas gafas de piscina para los niños. No sé cómo, pero cogí un desvío nuevo. Empecé a circular y circular, a dar vueltas y mil vueltas por sucesivas rotondas, recorrí varias construcciones, volví a girar... Después de media hora, pregunté al único ser que se cruzó en mi camino: "por favor, me puede decir cómo llegar a Madrid o a la M-40". La reserva se encendió, pero logré volver a un lugar civilizado. Deprisa y corriendo compré en Decathlon. Al ir a pagar comprobé que la cesta que llevaba no era la mía. De nuevo corrí por el centro comercial en busca de mi cesta. Llegué a trabajar agotada y sin poder echar gasolina. Después de comer cogí el coche de Alonso para no quedarme tirada, pero, ay, cómo se lo digo, se ha quedado sin batería. Ya no puedo más.
4/ El viernes, noche de Halloween, me fui con mis retoños y otros amigos a patinar sobre hielo (¡soy una artista!). Comimos en el Chicago's y volví con mis hijos y Alejandro, el amigo de Diego. Tras decorar la casa, disfracé a los niños: Diego de demonio y Álvaro y Alejandro de momia. En el equipo de música sonaba unos ruidos terroríficos y la casa era iluminada por las velas el salón. De pronto, Alejandro empezó a gritar. El fuego se había instalado en una de sus vendas. Corrí a la cocina entre gritos, abrí el grifo, metí su brazo y evité que prendiera como una pira humana.
-¿Qué has hecho Alejandro? -grité con taquicardia.
-Es que quería hacer una sombra con la venda y...
-Yo te mato.
Los niños disfrutaron de su noche terrorífica, fueron de casa en casa, luego a la fiesta de Alejandro y de nuevo de chalet en chalet.
-Mamá, mira que de caramelos y nos han dado más de 30 euros y hemos estado en casa del Gran Wyoming y es la mejor noche de Halloween y...
-Y a la cama, que aún no he superado el susto.

PD. Sábado, nueve de la noche, los niños tienen hambre, les voy a hacer unos espaguetis. Cojo la cacerola, abro el grifo y... Y no hay agua. Una avería en la zona, me comenta mi vecino. Ay, me va a dar algo...

martes, octubre 28, 2008

Retoques

La perfección agota... Y no lo puedo evitar.
Aprovechando que Alonso está en Brasil, he decidido hacer algunas pequeñas modificaciones en la casa. Por ejemplo, poner unas estanterías en la cocina (uf, qué fuerte me ha dado, en lo que va de mes ya he puesto cuatro estanterías).
Luego está el estrés del estor que le puse a Álvaro hace dos años en su cuarto. Me quedó monísimo. Un día Álvaro se agarró a él como si fuera la liana de Tarzán y se descolgó del techo. De nuevo, cogí el taladro y lo coloqué. "Como vuelvas a saltar estilo Chita, te mato", le dije dulcemente. Después, por la fuerza de la gravedad o porque le dio la gana, el monísimo estor se volvió a caer y repetí la operación taladro. El puto estor, por fastidiar, se descolgó de nuevo la semana pasada. ¡Mierda de estor!, grité, ¡a la basura! Y decidí poner unas cortinas para que el cuarto quedara perfecto. Cogí el coche y me fui a Leroy Merlin a por la barra y los apliques, a una tienda de tela para las caídas, la funda nórdica, los cojines y el visillo. Y rogué para que Ana me hiciera todo, porque a mí lo de coser se me da fatal, vamos, que no tengo ni puñetera idea (hecho que me fastidia y evita que llegue a la perfección).
De paso, he decidido pintar el cuarto de invitados, pero aún le sigo dando vueltas porque debería hacer obra y cambiar el armario (¡menos mal que Alonso está en Brasil, porque cuando me entra el síndrome nido se pone cardíaco!).
Entre tanto trajín, Álvaro me suplicó: "mamá, para la fiesta de Haloween quiero un disfraz de momia para ir con los brazos así (y los extendió estilo momia)".
-¿No prefieres ir de fantasma?, hijo.
-No, quiero ir de momia.
Rápidamente me fui al ordenador, navegué en busca del capricho de mi hijo (es lo que tiene la perfección) y me deprimí: no había disfraz de momia. Rápidamente hallé la solución: hacerle el disfraz.
Como soy tan cotorra y no paro de hablar de mis obsesiones (obsesión: disfraz de momia), Ángeles, que trabaja en un hospital, me vio tan desesperada que me trajo un bolsón lleno de vendas. Así que ahora tengo la casa repleta de vendas, de tela de cortina, de visillos, de estanterías, de cinta de pintor, de taladros... El paraíso.

PD. Prometo imágenes de la momia, de la cortina, de la estantería, del cuarto de invitados... No me aguanto ni yo.

sábado, octubre 25, 2008

Ases del balón

Mis dedos tiemblan al rozar el teclado. Ni siquiera sé si podré contar el acontecimiento histórico que he vivido hoy. Aún estoy mareada, trastornada, conmocionada. Tanto tiempo esperando, anhelando que sucediera y por fin se ha hecho realidad.
Tras mi última temporada atlética mis ánimos estaban derrotados y el pesimismo era patente. He intentado ocultar mi desánimo y según he visto a Diego nervioso ante su primer partido de la temporada, un halo de optimismo (no mucho, la verdad) me ha invadido lentamente.
Antes de las doce hemos llegado al campo del Zaragoza, el grupo de padres y madres estaba expectante, nervioso, atacado de los nervios. Por fin, el pitido de inicio de partido. A los dos minutos han marcado el primer gol. Los gritos retumbaron por las gradas de cemento. En el minuto quinto el equipo contrario empató. Vaya, pensé, tanta ilusión para nada... Son como el Atleti. Pero el balón empezó a colarse en la portería contraria: dos, tres, cuatro... ¡Que me desmayo!, grité histérica... cinco, seis... ¡Que me da una lipotimia!... siete, ocho, nueve... ¡Sois mis ídolos!... diez... ¡Paro cardíaco, paro cardíaco!... once... ¡Esto es un sueño!
¡¡¡Píiiiii!!!, ¡¡píiiii!, final de partido. El Santa María de la Hispanidad ha ganado por 11-4. E invadimos el campo, nos comimos los niños a besos, les abrazamos, les felicitamos... Y ahora no tengo fuerzas ni para escribir... Son unos ases del balón.

P.D: Y mi Alonso, el pobre, de viaje rumbo a Brasil...

lunes, octubre 20, 2008

¡¡Atleti!!

No sé si tengo humor para relatar mi vida. Sobre todo después de lo que sufrí el sábado.
La mañana parecía tranquila. Alonso se quedó con sus retoños y yo me fui a cumplir con mi deber laboral, es decir, un aburrimiento generalizado y agotador. Por la tarde, visitamos el Museo de Ciencias Naturales. Mis hijos y Stéphan disfrutaron con los animales disecados, los meteoritos, los fósiles... Luego, jugaron en el parque y recogieron castañas.
Todo era felicidad hasta que llegamos a casa.
-¿Dónde vas, Alonso? -pregunté intrigada al verle saltar los escalones de cuatro en cuatro.
-Abajo, para comprar el partido, el derbi entre el Real Madrid y el Atlético de Madrid.
Ya empezamos, pensé, aunque un brillo de esperanza florecía en mis ojos. Hoy me voy a reír con la derrota del Madrid. Me equivoqué.
Tras mis gestiones infantiles: cenas, duchas, pijamas... Mi marido rogó que bajara a ver el partido con él, al estilo de esas parejas que muestran su amor ante un partido. En nuestro caso, casi provoca un divorcio. El Atleti empató y aguanté estoicamente mi grito de emoción. Mis hijos, traidores madridistas, elogiaban al Madrid. Y yo susurraba, "hasta el rabo todo es toro". Pero el toro también era madridista y en el último minuto, de penalti, marcaron un gol.
Entonces, mis ojos ojipláticos vieron como Alonso botaba del sofá y se ponía a dar brincos, estilo orangután, por el cuarto de estar. Mis hijos le imitaron, saltaron encima de él, elevaron los brazos y gritaron como locos. "Sois unos gilipollas", pensé con un dolor profundo.
Irritada, indignada, dolida, sentencié:
-El año que viene me voy al campo con mi familia.
-¿Pero nosotros no somos tu familia? -preguntaron mis hijos traidores.
-No sé, no sé.
Después de unos cuantos saltos de orangután, Álvaro me pidió que le leyera un cuento.
-Que te lo lea tu padre, que es madridista...
Y los tres se subieron con su victoria a cuestas y yo me quedé con mi coca-cola y mi penar.
¿Quién osa decir que el deporte une a las familias?

¡Aúpa Atleti!

sábado, octubre 18, 2008

Otro viernes

Álvaro se hizo pis en mi cama la noche del jueves. Mal empezamos, pensé al quitar las sábanas, hoy Ana no viene y ya tengo que poner una lavadora. Recogí toda la casa para que quedara perfecta, me fui a trabajar, a las tres y media rumbo a Mercadona (¿cuándo inventarán el rellenado automático de las neveras y despensas?) y, cómo no, llegué al colegio agotada.
-Emma, hoy me llevo a Álvaro a casa -me dijo Conchi, la madre de Fernando.
-Vale, pero toma el inhalador del asma por si las moscas y recuerda que Álvaro es alérgico a los frutos secos -continué con las leves imperfecciones de mi "ratón".
-Tranquila, que no tengo frutos secos en casa. Además, Fernando me lo había contado.
-Pues si te parece bien iremos a buscarle a las siete y media.
-Perfecto.
-Mamá, mamá, ¿se pueden venir mis amigos a casa? -rogó Diego.
-Vale
-Pues voy a invitar a Alejandro, Óscar, Daniel y luego le diré a Stéphan que se pase.
Según me acercaba al coche con toda mi cuadrilla, los puse firmes.
-Chicos, venís con una condición: tenéis que meter en casa todas las bolsas de Mercadona que hay en el maletero...
-¡De acuerdo! -gritaron emocionados. Y, para mi sorpresa, cumplieron con su palabra.
Bajaron al jardín, coloqué la compra (¿cuándo inventarán una máquina que coloque los productos en su lugar?), llamé a Juan Fran y empezó mi ataque de estrés.
-Alonso, tienes que ir a buscar a Álvaro que está en casa de su amigo Fernando.
-No creo que pueda, las cosas se han liado y saldré tarde.
-No me fatidies...
-Lo siento...
Bufé un rato por la cocina, salí al jardín, oí a los niños jugar dentro de al cabaña y....
-Chicos, subid tenemos que ir a recoger a Álvaro.
-Emma, nos puedes dejar solos -sugirió Alejandro.
-Es verdad, mamá, nos vamos a portar muy bien -aseguró Diego.
-Venga, déjanos solos -apoyaron Daniel y Óscar.
-Olvidaros, no os dejo solos "ni jarta de vino".
Ángeles, la madre de Alejandro, fue mi tabla de salvación. Vino a casa y aproveché para ir a buscar a mi "ratón" que jugaba emocionado a la Wii con Fernando.
Corriendo volví a casa, al entrar encontré sentados en el salón a Paco, padre de Daniel, Marisol, madre de Óscar y Ángeles. ¡Menuda imagen di!
-Lo siento, pero es que se me ha complicado la vida: Alonso no pódía venir, Álvaro estaba en casa de un amigo... Menos mal que Ángeles... Pero esperad que he comprado una pizza gigante para los niños y así os los lleváis cenados...
-Anda, deja de decir tonterías -dijeron al unísono.
Y a las 9 de la noche, después de unos cuantos gritos para que subieran los chicos y se pusieran los zapatos, respiré tranquila.
¡Mierda!, pero si he quedado a las diez para cenar con unas amigas....
Y, sin saber cómo, llegué puntal, reí y relaje mis nervios con la comida asiática del "Café Saigon" y el gin-tonic de Lagoa.

miércoles, octubre 15, 2008

Identidad secreta

-Mamá, te voy a hacer una pregunta, pero quiero que me contestes en serio -dijo Diego antes de cenar.
-Vale.
-¿Existen los reyes o sois los padres quienes compráis los regalos?
Un silencio tenso invadió la habitación. Álvaro nos miraba perplejo y ambos esperaban mi contestación.
-Los reyes existen -sentencié aterrada de que el pequeño supiera algo.
-Me lo juras.
-Te lo juro -mentí. No tenía otra opción.
-Lo que yo pensaba. Es que Xabi el otro día, en la fiesta de los churros y chocolate del colegio, me dijo que eran los padres... No le creí.
Seguimos con nuestra rutina de cenas, deberes y demás actividades.
Por la noche, mientras repasaba matemáticas con su padre, atacó de nuevo.
-Venga, papá, desvélame tu identidad secreta... -soltó con su tono cinematográfico.
-¿Qué identidad secreta?
-Pues que además ser de mi padre en Navidad te conviertes en rey mago, tu identidad secreta.
Alonso se puso serio, aguantó la risa y le interrogó.
-¿Y tú que piensas, Diego?
-Yo creo que los reyes existen y mis amigos también. Aunque, por ejemplo, Alejandro dice que Dios no existe pero cree en los reyes... Un lío.
Y ahora estoy con la gran duda: se lo digo, no se lo digo... Ay, es que me da tanta pena, se está haciendo tan mayor...

jueves, octubre 09, 2008

Un no parar

Vuelta a la rutina y de nuevo estrés. Las actividades extraescolares dominan mi vida: los lunes y miércoles Diego tiene inglés y Álvaro fútbol; los martes, piscina; el jueves, Diego catequesis, los viernes van a casa de los amigos o vienen ellos a la nuestra y, en breve, los sábados, competición futbolística. Un estrés.
Por suerte, y sin saber cómo, ha hecho aparición en mi vida la fuerza de voluntad. Estoy que no me lo creo. Así que he aprovechado y he retomado mi régimen. Además, a este suplicio hay que unirle mis paseos en bici, que son agotadores. El sábado me fui con Diego hasta el parque Juan Pablo II, de allí al Palacio de hielo (¡qué pesadilla de cuestas!) y de vuelta a casa. Diego iba de avanzadilla y yo suplicaba tras él que me esperara, que me estaba dando la pájara. Mi hijo miró al cielo y me dijo muy serio: "Mamá, pero si no hay ni un pájaro en el cielo". No tuve fuerzas para explicarle el concepto. Llegamos a casa, me senté y grité: "Alonso, ponme una coca-cola, que me desmayo". Intentar estar divina es agotador.
Por la tarde, vinieron Roberto, Virginia y las niñas a casa. Nuestro hijo adoptivo, Stéphan, se apuntó al plan y nos fuimos al Juan Carlos I: paseo en tren, juegos varios y a las ocho y media volvimos entre los lloros de Manuela porque quería cenar con sus primos.
Ring, ring, sonó el teléfono. Era Roberto.
-Emma, Manuela tiene una llantina impresionante, así que me voy a pasar por el McDonald's y llevo hamburguesas para los niños. ¿Vale?
-Perfecto. Os esperamos.
Rápidamente duché a los niños y al ratito aparecieron Roberto y Manuela.
-¿Dónde están Cayetana y Virginia? -pregunté intrigada y pensando que tal vez mi hermano se había olvidado de ellas en el McDonald's.
-Ahora vienen, Cayetana ha tenido una vomitona de aúpa.
Los niños devoraron las hamburguesas mientras yo buscaba ropa para mi pequeña ahijada.
Una vez cambiada y vestida de chico (¡que yo no tengo niñas!) se tomó un poquito de agua y, de nuevo, vomitona al canto. Más ropa, fregona para el suelo... Los avatares infantiles.
Esa noche caí en la cama agotada.
Y el domingo, de nuevo al parque con mis hijos naturales, el adoptivo, los patines, la bici de Álvaro... Pero no me uní a su plan, cogí un libro, me tumbé en el césped y les dejé jugar libremente. Mi Alonso, el pobre, se quedó durmiendo la siesta.

martes, octubre 07, 2008

Dolida reflexión

Opinar desde la distancia es muy fácil. Determinar el dolor que sufre alguien sin saber lo que ha sufrido y lo que sufre, también. Pero incluso quien dice zafiedades intenta defender su honor. Es una pena.
Hay gente que calla ante hechos para no generar dolor, que omite su molestia por haber sido apartada, por no haber recibido el cariño de gente a la que consideraba muy amiga, que intenta no crear problemas y se come el orgullo para que la vida sea más feliz. Calló y a cambio tuvo que escuchar una frase que le dañó lo más profundo de su corazón.
La ausencia, el dolor, el amor se agarran con fuerza y jamás se olvidan. Uno puede viajar, ir a una fiesta, reír con los amigos, pero el corazón sigue guardando una espina que se clava y al estar solo te pincha con más fuerza, te desgarra... Aunque, como en todo, hay gente erudita que opina sin saber de qué habla.

miércoles, octubre 01, 2008

38 tacos

Por una vez mi cumpleaños cayó en sábado. Un fracaso: me tocó trabajar, mi madre tenía una fiesta, mi hermano un bautizo, mis energías se esfumaron en el cumpleaños de Diego... Total, que no lo celebré. Así que organicé una cena para el martes a la que al final sólo acudió mi padre porque la cuidadora de mis sobrinas no se podía quedar, mi abuela Mary tenía partida con sus amigas, mi madre estaba fatal de una muela... Otro fracaso. "Pues que les den a todos", pensé muy finamente. Al final Roberto tuvo una idea genial. Oye, Emma, que te parece si celebras tu cumple el viernes junto con el de Virginia, me explicó al otro lado del auricular (el mes de septiembre está plagado de cumples). La idea me encantó. Así que preparé mis encargos: salmorejo, paté casero y una tortilla de patatas. Arreglé a mis hijos y nos fuimos a Majadahonda. Mi padre, muy dispuesto, nos deleitó con una suculenta fideua. Roberto, con dimsum, jamoncito del bueno, lomo... Los niños correteaban con sus primas y la familia invadió velozmente la casa.
El estrés periodístico se produjo cuando Esther, la prima de Virginia, la llamó para comentarle que Lorenzo Sanz quería conceder una entrevista a ABC para explicar su versión de su detención. Alonso habló con el jefe de nacional. La prima volvió a llamar: "esperad un poco, que Sanz está hablando con su abogado". Entre medias, el resto, devorábamos la comida y tomábamos un delicioso vino blanco. El ir y venir de llamadas fue continuo. Al final todo se paró, pero la fiesta siguió. Belén relató su aventura neoyorquina (ay, ¿qué pasará con el cuarto de dólar?), Concha nos informó de los rumores de su peluquería; la nueva pareja, Pepe y Paty (PP), se miraban con amor... y el vino y la comida seguían desapareciendo.
A la una, los niños mostraron signos de sueño. Los subimos, un poco de tele, y al ratito todos dormían. Y nos dieron las dos y las tres y antes de las cuatro, entre risas, se acabó la fiesta.
El sábado me levanté con energías. Alonso me miró con cara de cansancio. ¿Qué haces, Emma?, logró decir. Ay, voy a poner las estanterías que compré ayer en Ikea. Me agotas..., bufó mientras se tumbaba en el salón.

Enigmas. ¿Quién está súper enfadada con Roberto y conmigo?, ¿quién no pudo venir el sábado 20, el martes 22, el viernes 26, ni podía el sábado 27? ¿Quién al acabar una fiesta no llama para saber si se ha acabado la otra?... Esto de los cumples genera muchas tensiones, tal vez el año que viene lo suprima... (esta última tontería no me la creo ni yo... je, je). Quien se dé por aludida que sepa que la quiero mucho, mucho, mucho.

Reportaje gráfico

sábado, septiembre 20, 2008

Diego cumple nueve añazos



"Pareces Mejuto", comentó Roberto al verme vestida de negro y con el silbato colgado del cuello. "Muy gracioso", contesté mientras observaba como un águila desde su nido que ningún polluelo se escapara. Mi concentración era extrema. Controlar a treinta niños no es tarea fácil. El motivo de tanto infante: el cumpleaños de Diego, otro clásico de mi vida.
La noche anterior preparé 30 bolsas de chuches; por la mañana: ochenta sandwichs, patatas, palomitas, canapés para los adultos... A las cuatro el maletero del familiar rebosaba de juegos, neveras, manteles, bebidas en el carrito de la compra, tartas. ¡Un show! Por fin, llegamos con toda la tropa al Juan Carlos I. Tras zamparse la merienda y soplar las velas, empezaron los juegos: carreras de sacos, el pañuelo, tirar de la cuerda (ay, ¡qué drama, algunos se rasparon las manos!), fútbol... Y yo corriendo con mi silbato de un lado para otro.
La familia también se manifestó: mis padres, mi hermano, cuñada y sobrinas... Todo genial.
Volvimos a las nueve de la noche. Sacamos los regalos: deportivas con ruedas, un enorme futbolín; camiseta, taza, estuche y bolígrafo del Real Madrid, más ropa, más juegos y pedimos una pizza. El cansancio era insostenible.
Hoy es mi cumple (¡por fin me han regalado mi súper bici!) y me toca trabajar, así descanso.

lunes, septiembre 15, 2008

Inciso

Antes de describir mi aventura por la isla salvaje de República Dominicana, debo hacer un inciso, un pequeño apunte. Podría aguantar hasta dentro de unos días, pero no me resisto, no soy capaz.
La hazaña que voy a contar ocurrió este fin de semana y demostró que soy una santa, una santa esposa.
Relatemos. Mi Alonso, el hijo perfecto y adorado de mis suegros, se ofreció amablemente a ir a Saldaña, Segovia, a pintar la fachada de la casa que se había deteriorado tras el arreglo del tejado. Intenté disimular mi cara de asombro, porque mi Alonso tiene muchas virtudes (algunas no se pueden contar en este blog), pero en cuestiones domésticas o de manitas está un poco escaso. Además, para justificar su actitud se agarra a la siguiente frase: "yo no practico el intrusismo profesional". Es decir, que si hay que pintar la cocina se llama a un pintor, si hay que cambiar un enchufe, al electricista... La frasecita me pone de los nervios y como soy un poco hiperactiva y bastante roñosa en esas lindes ejerzo yo de pintora, electricista y lo que sea menester.
-¿Me vas a ayudar a pintar? -preguntó mi Alonso con los ojos entornados.
-No, mi amor, quiero que luzcas tu maestría delante de tus padres. Además, yo cogeré moras para hacer la mermelada (otro de mis clásicos del verano) -contesté con tono dulce.
Llegamos y mi amado marido se plantó su camiseta vieja de manga corta, un pantalón corto y sus gafas de sol.
Huy, mal empezamos, pensé, se va a poner perdido. Pero como soy una santa decidí callar para no perturbar su concentración y obvié explicarle cómo debe uno vestirse cuando se coge un pincel.
Sacó la escalera, la pintura, la brocha y...
-Ay, Emma, ¿no te importa ir a compra pintura, un rodillo y cinta de pintor? -me rogó.
Y como, repito, soy una santa me abstuve de hacer algún comentario jocoso, cogí el coche y a los niños y me fui de recadera.
Llegué con todos los bártulos. Alonso estaba escondido bajo cientos de puntos blancos (¡es que no se puso ni una gorra!) y cada brochazo era aplaudido por sus padres. De nuevo, callé.
Me senté a observar el espectáculo. Mi suegro ordenaba qué hacer, mi suegra limpiaba cada gotita que caía para que no manchara el nuevo terrazo que tanto gustaba a mi suegro, los niños intentaban ayudar a su padre y yo, para qué negarlo, me fumaba un cigarrito.
Para pintar el siguiente tramo había que mover la escalera. Misión sencilla si antes se retira el bote de pintura de cinco kilos que hay sobre ella. Observé a Alonso de reojo y casi me da un paro cardíaco. Elevó la escalera, empezó a moverla y ¡CATAPLOF, PLOF, PLOF! sonó el bote de pintura al caer desde el sexto peldaño sobre el nuevo terrazo que tanta ilusión hacía a mi suegro. Alonso se quedó paralizado, mi suegra se tiró al suelo para quitar rápidamente la enorme mancha blanca, mi suegro no daba crédito a lo que veían sus ojos, los niños aguantaban las risas y yo corrí al garaje a por la manguera.
Tras una hora dando manguerazos, limpiando con estropajos, aguarrás, mistol, nanas y todos los elementos que encontramos, logramos que el suelo no se estropeara mucho (mentira piadosa).
Me senté a tomar una coca-cola con mi pantalón lleno de puntos blancos por el estallido de la pintura contra el suelo y al notar que la mala leche me empezaba a invadir, me fui con Diego a coger moras. Volvimos y la conversación que escuché nubló mi mente.
-Pobre, Juan Fran -explicaba mi suegro-, se le ha caído la pintura por mi culpa. No le avisé de que la escalera se enganchaba mal y, claro, se ha cerrado un poco y toda la pintura se ha caído. Bueno, y menos mal que a él no le ha pasado nada, vamos, vamos...
Sus lamentos se oían por todo el jardín.
Observé el silencio de mi Alonso y lo miré con misiles en los ojos.

Yo lo vi todo. La escalera no se cerró. Fue mi marido el que la movió con el bote de pintura de cinco kilos encima para ahorrarse un movimiento y ahora calla, el muy canalla. Pero yo lo vi. Y soy una santa.

martes, septiembre 09, 2008

Caribe 1

Todo listo: maletas facturadas, niños preparados y al avión.
-Mamá, a ver si hay suerte y no nos matan -me susurra Diego.
-Hijo, tú tranquilo, seguro que no pasa nada. Normalmente los aviones no sufren accidentes.
-Ya, pero el otro día se cayó -contestó con tono triste.
Por fin el avión despegó y tomamos rumbo a República Dominicana. El trayecto de ocho horas no se hizo muy pesado. Entre las comidas, las nintendos y diversos juegos llegamos al aeropuerto de Punta Cana, un original aeropuerto con troncos de madera y tejado de hojas secas de palmera. De allí, al hotel. El cansancio era patente en los niños. Cenamos y nos fuimos a la habitación para que descansaran.
Al día siguiente comenzó la diversión. El complejo hotelero estaba compuesto por cinco hoteles que abarcaban una fantástica playa repleta de palmeras, arena fina y, por supuesto, chiringuitos para apagar la sed con mojitos, daiquiris o zumos tropicales.
Diego y Álvaro se zambulleron en la enorme piscina que rodeaba una islita con palmeras, nadaron hasta la catarata y jugaron al voleibol. Mi Alonso se repanchigó en su hamaca y suspiró "esto es vida". De fondo, salsa, vallenato y bachata. La sonrisa se me pegó a la cara y disfruté de los olores del Caribe (¡los echaba tanto de menos!). Los animadores nos tentaban con sugerentes ofertas: dardos, voleibol, acquagim... Alonso los miraba con cara de "conmigo no contéis". De pronto me levanté y me apunté a la gimnasia dentro del agua. Un macizo dominicano de tez negra y músculos incontables empezó a dirigir nuestros movimientos. Yo me concentré dentro de mi biquini (la primera vez que me pongo esta prenda, pero es que le he dado vacaciones a la vergüenza) y acaté sus órdenes. Mis hombres, tras una palmera, sufrían un ataque de risa al verme brincar. Los fusilé con la mirada, pero no se inmutaron. Tras media hora, salimos del agua y el profe macizo de tez negra y músculos incontables nos propuso bailar salsa. Esto es lo mío, pensé emocionada. Pasito a pasito moví mis lorcillas entre las palmeras y me giré dando brincos con el trasero. Entre vuelta y vuelta volví a ver a mis hombres muertos de risa. Les saqué la lengua y contoneé más mis michelines al ritmo del Caribe.
Los niños, abochornados, me arrastraron hasta la playa. Allí Diego me suplicó que montará con él en una canoa y, cómo no, me apunté. Embutí mi cuerpo en un chaleco naranja y zarpamos hacia el interior del océano. Tras hacer un poco el ridículo, logré que la canoa dejase de dar vueltas sobre sí misma y noté que mis brazos se agotaban.
-Mamá, me da un poco de miedo -dijo Diego.
-¿El qué?
-Que va a ser, los tiburones.
-Aquí no hay tiburones.
-¡Pues en las películas de piratas siempre salen!
-¿Quieres que volvamos?
-Sí.
Menos mal, pensaron mis agujetas. En la orilla nos observaba Álvaro mientras rebuscaba corales entre la arena.
Mis ánimos no decaían y otro día me apunté a los dardos. Alonso, habitual en él, me observó con cara escéptica. ¿Seguro que sabes dar en la diana?, preguntó con tono de juerga. Soy una artista, contesté con mi falta de modestia.
La diana estaba rodeada por cuatro globos. El participante que explotará alguno perdería 20 puntos. Los siete primeros jugadores acertaron en sus tiros. Llegó mi turno y "plof" un globo estalló.
-Mamá, eres muy mala -sollozó Álvaro.
-Calla, cielo, seguro que en la segunda vuelta mejoro mi puntuación.
Craso error. En el siguiente turno había que lanzar los tres dardos juntos. Los posicioné a duras penas entre mis dedos, tiré y rompí un dardo, otro cayó al suelo y el tercero casi saca un ojo a la animadora.
Volví sonriente a mi hamaca.
-¿Cómo has quedado? -preguntó Alonso con intriga.
-La segunda.
-Papá, quiere decir la penúltima -pudieron decir los niños entre carcajadas.
Los días siguieron entre palmeras, arena fina, mojitos y muchas risas.
Y aún me queda por relatar lo mejor: la excursión a isla Saona, una isla salvaje. Pero eso, lo dejo para mañana.

El vídeo, aunque hoy da problemillas... Hablaré con mi Alonso

martes, agosto 12, 2008

viernes, agosto 08, 2008

Medallas y posible asesinato

La mañana parecía tranquila, aunque los nervios estaban en el estómago. A las once disputábamos la competición de natación. Alonso, mientras yo preparaba a los niños, aprovechó para pasear a Kaos, comprar el periódico y el pan. Volvió y rápidamente nos fuimos a la piscina. Tras un leve calentamiento, empezó la carrera de Álvaro. Con sus pequeñas brazadas alcanzó su meta y consiguió su merecida medalla entre los gritos de su familia (abuela, padres y hermano). Después Diego, raudo, con estilo atlético y a la velocidad del viento, llegó el tercero. ¡Segunda medalla!, vociferamos histéricos. Por último, la carrera de madres e hijos. Y allí me planté. Miré alrededor y observé el panorama. A mi derecha, un padre de dos metros, cuerpo de modelo, gafas ultramodernas de agua y bañador marca paquete; en la siguiente calle, madre esbelta con bañador de diseño... Decidí no analizar el resto de las calles. Me miré y observé mis lorcillas embutidas en mi bañador de flores. Mal empezamos, pensé. Otee a Diego en el otro extremo de la piscina y decidí que por lo menos lo iba a intentar, orgullo de madre. ¡Preparados!, gritó un monitor y pitido. Me tiré cual loca de cabeza (¡menos mal que no di un planchazo!) y empecé a mover mis brazos frenéticamente. Llegué al extremo contrario. ¡Jo, mamá has sido la última!, oí, entre sofoco y sofoco, decir a Diego al tomar el revelo. Intentó superar las insuficiencias de su madre, pero (¡oh, qué pena!) no logramos medalla. Mi derrota fue humillante: mis hijos lucían sus medallas y yo nada de nada.
Al entrar al periódico asumí mi derrota y me puse a trabajar. De pronto, un mensaje de Juan Fran: "Emma, esta mañana al ir a comprar el pan se me ha olvidado el perro". ¡¡¡Quéee!!!, grité en mitad de la redacción. Le llamé y oí sus lamentos:
-Pues no sé que me ha pasado. A la una he llegado a casa y Ana (la cuidadora de los niños) me ha dicho que no encontraba a Kaos, que estaba preocupada por si nos lo habían robado y que además se lo habían llevado con la cadena. De pronto me di cuenta. Salí escopetado y vi que el perro seguía atado en la papelera que está fuera de la panadería.
-¡Tres horas! Eres la leche... -bufé.
-Bueno, Emma, no te pongas así, a ti se te cayó en Semana Santa del maletero...
-Yo te mato.
-Vale, pero no se lo cuentes a nadie...
-Ni lo sueñes, con la paliza que me has dado con lo del maletero... Será mi venganza.
Después de trabajar mis horas reglamentarias volví a Guadarrama. La puerta no sonó al entrar, rodeé el jardín y decidí dar una sorpresa a mis niños. Al llegar a la cocina me paré y escuché la conversación de mi "amado" Alonso con sus hijos:
-¡Chicos, apagad la tele, que como os vea vuestra madre se me cae el pelo!
-Alonso, yo te mato- grité desde la cocina -primero el perro y ahora esto...

miércoles, agosto 06, 2008

"Clics" del crucero

El discreto hall del "Splendor"

El cielo del barco

Ay, ¡qué relax en el spa!



¡Dios mío, que el barco se hunde! Momento Titanic

Cine de verano


Luciendo mis carnes en el Beaterio de Amsterdam


Una noche en el casino del barco


Nuestro amor de ruta por Londres.

domingo, julio 27, 2008

Crucero de lujo+hijo pródigo

Sábado 26 de julio. Abandono la piscina con envidia malsana. Allí se quedan mis alonsos, mi madre y los amigos que han venido de Pamplona. ¡Qué rabia que tengas que ir a trabajar!, comenta Luisa. La miro con cara de tristeza y les dejo sobre sus toallas. El cansancio me arrastra hasta el coche. Aún tengo que recorrer 50 kilómetros y no puedo con mi alma. ¿Por qué será?, me pregunto mientras avanzo por la carretera de la Coruña. De pronto, las neuronas realizan un repaso de mis últimos quince días. Agotadores y fantásticos.

CRUCERO DE LUJO
A las seis de la mañana caían nuestra legañas por el suelo del aeropuerto, tomamos el avión rumbo a Londres y, una vez allí, un autobús nos dejó en Dover. En el puerto, el "Splendor", el gran barco de cruceros que se iba a inaugurar. Tras presentar los pasaportes, descubrimos su interior. Mis ojos giraban de un extremo a otro para no perder detalle: decoración con dominio absoluto del rosa, casino con luces multicolor y ambiente de Las Vegas, bares y restaurantes en cada esquina, galería de arte, discoteca, teatro... Un mundo en un barco. Subimos a la suite, en la planta del spa: una amplia habitación con vistas al mar, puro lujo. Para relajarnos fuimos al spa para dejar nuestro cuerpo flotar entre las burbujas y sorprenderme al ver desde el cristal a unos cuantos haciendo deporte en el gimnasio, sudando la gota gorda (¡qué horteras, con lo bien que estarían en el spa!, pensé mientras mis músculos asentían desde su descanso). Luego, sauna húmeda, sauna seca y un poco de relax sobre una tumbona de gresite caliente desde donde admiramos como el barco surcaba el mar. ¡Qué maravilla, Alonso!, suspiraba entre descanso y descanso.
Tras el paseo por la cubierta plagada de piscinas con hidromasajes, piscinas infantiles con toboganes, golf, cancha de baloncesto..., bajamos a tomar un daiquiri, de fresa para mí y de mango para mi Alonso. Sin saber por qué la gente desapareció. ¿Qué ha pasado?, preguntó Alonso. Ni idea. Nos levantamos, cogimos el daiquiri y decidimos resolver el misterio. En la escalera descubrimos a todo el mundo bajando velozmente con el salvavidas puesto sobre sus hombros. Alonso corrió tras ellos con su daiquiri. ¡Cielo, espera, que tenemos que subir a por nuestro salvavidas! Una vez que nos lo pusimos y dejamos el daiquiri, bajamos a la planta cuarta donde nos explicaron qué hacer en caso de naufragio -de fondo sonaban los violines del Titanic-. Repuestos del susto, nos preparamos para la cena casual (que es menos arreglado que una cena informal, pero con mucho estilo). Cenamos de maravilla, tomamos unas cuantas copas y mojitos y nos fuimos a descansar.
A la mañana siguiente el barco nos dejó en Amsterdam, mi gran sueño. Anduvimos todo el día por el barrio rojo, entre los canales, fuimos al beaterio, comimos en una terracita "ideal" junto a un canal y seguimos caminando y caminando entre las bicis de los holandeses, las petunias que colgaban de cada pequeña ventana y los adoquines de las aceras. Mis pies me pedían descanso, pero una ciudad tan bonita no se puede dejar escapar.
Llegamos al barco agotados, media horita de spa y nos preparamos para la cena informal (que hay que ir más vestido que para una casual). En el piano-bar nos tomamos una copa, vimos, muy sorprendidos, como la gente jugaba frenéticamente en el casino y decidimos descansar. El sábado, día de navegación, el relax fue absoluto: spa, compras en las tiendas del barco para mis peques, daiquiris... Por la noche, espectáculo en el teatro -un musical impresionante estilo Broadway- y cena de gala. Nos pusimos súper elegantes (¡para qué negarlo!, Alonso de traje y yo con mi vestido de Nochevieja y mi chal negro ribeteado de visón) y cenamos como reyes: ensalada de cangrejo, langosta, tartas variadas y, como no, vino, champán... Purito lujo. En la cubierta, la gente veía en una pantalla gigante Spiderman, por la planta de los bares y restaurantes, los americanos se agolpaban junto a una imagen de la escalera del Titanic para que un fotógrafo profesional les plasmara con sus vestidos de gala simulando ser Leonardo DiCaprio, las bolitas no paraban de girar en la ruleta y las luces de la tragaperras se encendían y apagaban frenéticamente... Un mundo de fantasía que jamás había conocido.
El último día, Londres. Anduvimos como locos para aprovechar el poco tiempo que nos quedaba antes de partir de nuevo hacia Madrid, abrazar a Álvaro y esperar hasta el martes que volvía Diego de su campamento.

EL HIJO PRÓDIGO
El martes, el gran día, me desperté con los nervios agarrados al estómago. ¡Por fin vuelve mi hijo!, suspiraba al estilo madre coraje. Y mi niño llegó, guapísimo, morenísimo, sucio y precioso. Le abracé como si llevara un año sin verle, me abrazó, le besé con esos besos de viejecita de pueblo que suenan mucho, me besó y me relató todas sus hazañas. Mamá, te he traído un regalo, espera que te la doy. Abrió su mochila y me dio una pulsera preciosa que nunca me quito. A su padre, una reproducción del Acueducto con el cartelito de "Recuerdo de Segovia". Seguro que a Papá le encanta, como es segoviano, me razonó feliz. Y a su hermano, un camión y una moto. Durante todo el día no paró de contar sus historias, de abrazarnos y de dejarse mimar. Ahora soy feliz.

P.D. El fin de semana en Barcelona lo dejo para la próxima entrega, en la que pienso incluir las fotos del crucero. Ya he trabajado bastante para ser sábado...

miércoles, julio 09, 2008

Mi hijo me vuelve a llamar

Según me he despertado he cogido el móvil y no me he separado de él: Diego me tenía que llamar y los nervios me tenían aún más neurótica, si cabe. En el coche, he depositado el teléfono en el asiento del copiloto pero al pasar por la penúltima rotonda de Guadarrama, se ha desplazado y se ha caído al lateral de la puerta del otro extremo. Mierda, he bufado, aunque tranquila porque Dieguete suele llamar por la tarde. Pisaba el acelerador por la carretera de la Coruña al ritmo de la música de Kissfm, cuando el móvil ha empezado a sonar. ¿Será Diego? Ring, ring, ring... gritaba insistentemente el teléfono. Por fin, paró. Seguro que es mi Alonso. Ring, ring, ring, de nuevo. Volantazo hasta el lateral de la carretera, luces de emergencia, freno de mano, me quito el cinturón, salto al asiento del copiloto, busco con desesperación el móvil que no para con su ring, ring; miro la pantalla: "campa Diego", apago la radio y descuelgo con emoción.
-Hola, mi vida.
-Hola mamá.
-¿Qué tal estás?
-Muy bien, me lo estoy pasando muy bien.
-Cuenta, cuenta.
-Pues he montado en piragua y en tirolina. Ayer fuimos de excursión a Sepúlveda y te he comprado un regalo y otro para Álvaro.
-Eres un sol.
-Mañana iremos a Segovia.
-Pues cómprale algo a tu padre.
-¡Pero si ya se lo he comprado! Ah!, esta noche tenemos el pasaje del terror.
-Huy, qué miedo.
-No, seguro que no paso miedo.
-¿Has hecho nuevos amigos?
-Sí...
La conversación se alargó hasta que el saldo del móvil se agotó. Le volví a llamar, le mandé cientos de besos. La sonrisa se me pegó a la cara y no consigo quitármela. Además, la policía no me pilló y no me multaron, aunque mi argumento no tenía discusión: "agente, disculpe la infracción pero es que me ha llamado mi hijo, que está en un campamento de verano, y la última vez que hablé con él estaba un poco tristón y, claro, tenía que contestar el teléfono porque..." El agente me miraría alucinado y dejaría que me fuera con mi paranoia.
Mañana nos vamos mi Alonso y yo al crucero de lujo... Ahora me voy tranquila y feliz.

martes, julio 08, 2008

El campamento

El uno de junio Diego se fue emocionado al campamento. Se sentó en el asiento trasero del autobús junto a sus tres amigos (Alejandro, Daniel y Rubén) y se despidió con una amplia sonrisa en su rostro y la ilusión guardada en la mochila. A media tarde llamó. "Mamá, esto es genial y la comida está riquísima". Hasta el quinto día no volvería a saber de él. El sábado me levanté y no me separé del móvil. Nadal batallaba contra Federer y Alonso y yo contra los nervios. Por fin un ring, ring nos hizo saltar del sofá. Descolgué a toda velocidad.
-¡Hola Diego, mi amor!, ¿qué tal te lo estás pasando?
Entre lloros escuché su voz.
-Mamá, te quiero mucho y te echo mucho de menos... Quiero estar contigo.
Aguanté mi llanto.
-Pero Diego si estás con todos tus amigos, si te he hemos apuntado al campamento multiaventura para que disfrutes y te los pases de maravilla.
-Ya lo sé, pero te echo de menos, quiero estar con vosotros. Me acuerdo mucho de ti, de papá, ¡incluso de Álvaro!
-Cielo, no llores, no quiero que sufras... Además, allí tienes tirolinas, piraguas, tiro con arco...
-Ya, pero las clases de inglés no me gustan. Sólo quiero estar con vosotros.
-Pero si estás con tus amigos...
-Ya, pero todos lloramos mucho. Mamá, te paso a mi monitora, que quiere hablar contigo.
-Hola Emma, soy la monitora de Diego, me imagino que estarás un poco preocupada por cómo está tu hijo.
-No, estoy bastante preocupada.
-Estate tranquila, Diego se lo está pasando muy bien, participa en todas las actividades, se va relacionando con el resto de los niños... Pero a última hora del día es cuando se pone un poco triste, pero te aseguro que está muy bien. A los nervios de hoy por hablar con vosotros hay que unirle el ataque de gastroenterintis que han sufrido casi todos los niños del campamento por un virus. Nuestro médico les ha administrado un jarabe y ya están mucho mejor...
-No sé, pero desde luego no me quedo muy tranquila. Hemos mandado a Diego al campamento para que sea feliz y viva nuevas experiencias, no porque no supiéramos qué hacer con él durante estos quince días, así que te pido por favor que si ves que Diego está mal, que no se anima o que está sufriendo, me avises para ir a buscarle inmediatamente.
-No te preocupes, te mantendré informada y estate tranquila, ya os comenté que la llamada del quinto día es la más dura. Te paso con Diego.
-Mamá, os echo de menos.
-Mi vida, y nosotros a ti. Ya te dije que esto iba a ocurrir, pero debes disfrutar. ¿Quieres hablar con papá?
-Sí, por favor.
Habló con su padre, con su hermano y de nuevo conmigo. Su tono de voz mejoraba por momentos y relataba pequeñas anécdotas. Nos despedimos entre lloros, besos y una montaña de "te quiero mucho".
-¿Qué hacemos, Alonso?- sollocé en el jardín de Guadarrama.
-Esperar. ¿Qué quieres hacer tú?
-Pues estoy por irle a buscar...
-Emma, no dramatices... Los chavales nos están haciendo presión psicológica, es como cuando empiezan el colegio y no paran de llorar.
-Ya, pero jamás pensé que Diego lo fuera a pasar mal con lo sociable que es.
-Sí, pero ten en cuenta que es la primera vez que se separa de nosotros y lo tenemos muy mimado.
Valoramos los aspectos positivos y negativos y decidimos esperar.
Ahora vivo mi psicodrama particular: mis nervios por saber si estamos actuando bien, si hemos hecho lo correcto al mandarle al campamento (¡tenía tanta ilusión!), las conversaciones cruzadas con el resto de las madres, mi angustia nocturna y mi deseo de que llegue mañana para hablar con mi adorado hijo y ver qué tal se encuentra y cómo se lo está pasando.

P.D.: Álvaro, en cambio, disfruta con su posición temporal de "hijo único" y se emociona cada mañana al ir al campamento de día de Guadarrama. ¡Menos mal!

jueves, julio 03, 2008

Pinceladas

Los niños acabaron el curso (¡aprobé tercero de primaria con muy buenas notas! -mérito de Diego, claro-) y el caos y la revolución llegaron a mi vida. El tiempo se me escurre entre los dedos y ni siquiera tengo tiempo de escribir y relatar nuestras aventuras. Tal vez un resumen no vendría mal.

Fiesta de fin de curso.



Álvaro actuó como Pedro, el amiguito de Heidi. Y me emocionó.



Diego danzó al ritmo de "Bailando bajo la lluvia". Y me cautivó.

¡Campeones!
Futbolera no es un adjetivo que me defina. Sin embargo, la Eurocopa me enganchó y me hizo adicta a mi selección. En el partido de cuartos, prometí a mis hijos que si España superaba el reto les regalaría una camiseta. Al día siguiente, a las ocho de la mañana, Diego y Álvaro me despertaron a gritos: ¡Mamá, a por la camiseta! Y cumplí mi palabra.


Álvaro vestido como Casillas y Diego, con la camisa roja. "No más derrotas, sólo fútbol en tus botas", exclamaba Diego en los partidos.

En la semifinal les juré el balón. Y el sábado, al salir de trabajar, corrí al Corte Inglés a por él no fuera a ser que gafara a mi amada selección.



Y cuando Torres marcó el gol, el gol de la victoria, miré a mis niños con la bandera de España pintada en la cara, guiñé un ojo a Alonso y cuando el árbitro pitó el final, nos subimos los cuatro al coche y gritamos por la Castellana: ¡campeones, campeones, oé, oé, oé! En la calle San Francisco de Sales descubrimos a Pepe toreando los coches con la bandera de España y todos dejamos que la emoción nos desbordara.

Planes de verano

Ahora Álvaro presume de ser hijo único. Diego se ha ido durante quince días a un campamento de inglés en Sepúlveda con sus amigos Alejandro, Daniel y Rubén. Le echo mucho de menos y no me separo del móvil a la espera de que me llame. Ay, cuánto me acuerdo de él, gimoteo por la noche. Pues yo no, mamá, estoy feliz, me dice Álvaro mientras acapara todos mis besos y me pregunta si va a venir el tío Roberto para llevarle a la piscina para que juegue con sus primas.


Álvaro, el súper héroe

Y en breve...
Nos iremos a Guadarrama, a un crucero de lujo, al concierto de Bruce en Barcelona, a Segovia y como guinda de la tarta: ¡AL CARIBE!

martes, junio 17, 2008

20 años son nada

Todo sigue igual: la clase, los pupitres, las sillas, la pizarra... Un recuerdo nostálgico

El viernes, veinte años después, el colegio FEM celebró su 50 aniversario. Allí nos encontramos casi todos. Entre abrazos y besos nos elogiamos y repetimos una y otra vez la misma frase, "no has cambiado nada, sigues igual que antes". Aunque alguna vez omitimos decirlo para no faltar a la verdad. Entre copa y copa relatamos nuestras historias, las alegres y las tristes, y todos fuimos felices por el reencuentro. Después, tomamos unas copas en el Café vapor y rematamos la noche bailando en Coppola.
El sábado comprobé que los años sí que han pasado y que mi cuerpo no aguanta tanta marcha, ni tanto alcohol. Pero, ¡un día es un día!

jueves, junio 12, 2008

Detalles infantiles

A Álvaro, mi pequeño ratón, hay veces que pienso en comérmelo a besos y otras, para qué negarlo, estoy a punto de estrangularle. ¿Qué situaciones producen estos instintos en mí?

Situación A
-¡Chicos, este verano nos vamos al Caribe! -exclamamos JF y yo.
-¡¡Bien!!- gritó Diego.
Álvaro calló y entristeció su cara.
-¿Qué te pasa Álvaro?
-Yo no quiero ir al Caribe. Al Caribe no, por favor.
-¿Pero por qué no quieres ir?
-Porque allí nos puede coger los piratas, los piratas del Caribe.

Situación B
JF, raro en él, está en Bélgica y yo no paro de correr de un lado a otro -lo habitual: coles, deberes, comidas, baños...-. A las 21:45 decidí que era hora de descansar.
-Venga, peques, id al baño a lavaros los dientes y hacer pis.
Mientras bajaba las persianas, abría las camas y... ¡Mamá, mamá, corre al baño!, rogó Diego. Fui rápidamente y observé perpleja como Álvaro se había bajado el pantalón y había hecho pis, algo normal si se hace en el water, ¡pero el mico lo había hecho en el suelo!
-¡Álvaro, yo te mato!, ¿por qué has hecho pis en el suelo?
-Yo no he sido, mamá -alegó en su defensa según se subía los pantalones.
-¡¡¡A tu cuarto, castigado sin cuento y como te vea salir de la cama o me digas otra mentira no vas el viernes al cumpleaños de Daniel e Ignacio!!!
-Desde luego, mamá, ¡qué mal se porta Álvaro! -comentó Diego.
-Anda, vete tú también a la cama que hoy tu tutora te ha puesto una nota en la agenda por lo mal que te has portado en clase...
-Me voy a dormir, mamá. Te quiero.
-Yo también, aunque hay días que os mataría.
-¿Lo dices en serio?
-No sé, no sé... ¡¡¡A dormir!!!

martes, junio 10, 2008

Pequeños animales

La invasión de los animales ha empezado con fuerza. Como es habitual por estas fechas las jodidas hormigas gordas, negras y voladoras han invadido la casa. Pero esta vez hemos aguantado el tirón. En cada planta del chalet hemos dejado un mata-hormigas súper eficaz y al más mínimo aleteo de alas las fusilamos. Toda la familia está mentalizada y algo neurótica. ¡Una hormiga!, grita Álvaro. ¿Dónde?, pregunto con voz de pito. ¡En el cuarto de estar! No me lo pienso dos veces, abandono las patatas de la tortilla y corro escaleras abajo para gasear a la jodida hormiga negra y gorda. ¡Agotador!


Jardín trasero

Además, desde hace un tiempo me persigue un misterio de difícil solución. Me explico. El jardín trasero tras la implacable lluvia luce florido. Las petunias blancas y rojas están esplendorosas, llenas de flores, el jazmín trepa sin cesar por las paredes, la hortensia se cree la reina entre el granado y el lilo. Salgo a fumar mi cigarrito y admiro, entre estornudo y estornudo, el conjunto y suspiro de emoción. ¡Ay, qué bonito ha quedado el jardín tras la obra, qué plantas, qué geranios!
En cambio, el jardín delantero me trae de cabeza. Las petunias se han quedado raquíticas, enanas y las ridículas flores están llenas de diminutos agujeros. Observo con atención y no entiendo qué ocurre. Lo comento con Alonso y me mira con cara de, de, de...vamos, que el tema petunia no le afecta ni le preocupa. De pronto, una mañana descubro un rastro en una flor de la petunia. Ajá, esta estela es de un caracol, le comento a la petunia que levemente mueve sus hojas para confirmar mi descubrimiento (estas conversaciones con las flores no se las cuento a Alonso porque es capaz de mandarme al psicólogo). La hiedra se había colado entre los maceteros y cubría parte de la pared. Cogí las tijeras de podar, apliqué mis técnicas de Sherlock Homes y (ay, cuánto me quiero), tras el follaje descubrí a los asesinos come petunias. Un nido enorme de caracoles (más de veinte, y de los gordos) dormía bajo las hojas de las hiedra. ¡Os pillé!, grité emocinada. Corté la hiedra, cogí los caracoles y los deposité en un jardín cercano (¡pobriños!).


Jardín delantero

Agotada con tanto esfuerzo neuronal me preparé una coca-cola light, salí al jardín florido y admiré los graciosos juegos y saltos de la nueva camada de gatitos que han nacido sobre el tejado del garaje del vecino. Ay, divinos animales (no todos, claro)

martes, mayo 27, 2008

Las novias de mis hijos

Lunes, llueve. Martes, llueve. Miércoles, llueve... Y así el resto de la semana. Las primeras gotas fueron una fiesta. Pensar que los pantanos se iban a llenar, que la sequía se alejaba... ¡Pero esto ya es un exceso! Nuestros planes de fin semana se desvanecen dentro de casa, las manías se acentúan (orden, limpieza casera...); ha terminado la competición futbolística (quedamos los últimos, por si alguien lo dudaba) y encima no puedo disfrutar de mi fantástico jardín. Por Dios, que vuelvan los rayos de sol, el calorcito, la ropa de primavera (ay, que no hay forma de que continúe con mis planes de dieta)...
Luego aparecen las frases de mis hijos que me hunden en la miseria. Por ejemplo, el sábado preparé una deliciosa merluza al horno con patatas. Tras los elogios de mis suegros (no esperaba menos) aparecieron las caras de asco de mis retoños. Jo, mamá no nos gusta el pescado, refunfuñaron. Pues si no os lo coméis os lo pongo para cenar, amenacé como siempre. Pues de mayor mi novia será una cocinera del Burguer King, explicó Diego. Sentí que me clavaban un puñal en lo más profundo de mi corazón (¡cómo me gusta ser cursi!). Ay, hijo, qué mal gusto, lloré para mis adentros, con lo bien que cocina tu madre. Alonso desde el otro extremo de la mesa apagaba su risa sorbiendo un poco de agua. ¡Pues yo quiero una novia del McDonald's!, gritó Álvaro. Y me pregunto yo a mí misma: ¿qué he hecho yo para merecer esto?