lunes, julio 30, 2018

Duelo lector


Los libros, como el amor o las amistades que se pierden, necesitan su momento de duelo. Un tiempo para asimilar que la historia se ha acabado, que los protagonistas se quedarán encerrados entre las páginas y tu memoria. Pero, como dice el dicho, un clavo saca a otro clavo, o no. 

Sol poniente (Antonio Fontana. Fundación José Manuel Lara)
En la presentación de su libro, Antonio Fontana -amigo, asesor literario, editor...- explicó que su novela es como un perrito adorable, el típico bichón maltés, al que te acercas con ternura para acariciar su suave pelo blanco y de pronto se gira, abre la boca y te arranca un dedo de la mano. Y así es. La historia -ganadora del Premio Málaga de Novela 2017- se desarrolla en su Málaga natal y nos traslada a los recuerdos, a los viajes a la playa apretujados en el asiento de atrás de un Seat, a las conversaciones de las abuelas y sus amigas, a películas como el "Mago de Oz" o "Lo que el viento se llevó", anécdotas de la infancia, la cocina (¡esa olla con sabor o las pinzas suicidas!), la familia... Todo muy bichón hasta que te muerde. Fantástica novela, y no me ciega la amistad. 

Chesil Beach (Ian McEwan. Anagrama)
Un suspiro de historia en los años 60. La primera noche de novios de una joven pareja inexperta en materia sexual, con prisas y salpicada de flashbacks que nos desgranan el pasado de cada uno de ellos, cómo se conocieron, sus miedos. Una noche en la que todo cambia.

Una investigación filosófica (Philip Kerr. Anagrama)
El regalo perfecto para cualquier autor es que la gente lea sus libros. Mi pequeño homenaje por la muerte del gran escritor Philip Kerr fue devorar su novela "Una investigación filosófica". El argumento parece básico: un psicópata que asesina en Londres a personas sin ningún tipo de relación entre sí, o eso parece. El desarrollo de la trama, las nuevas tecnologías para prever cómo van a actuar las personas según su genoma, el control por parte del estado... "Un mundo feliz" muy futurista que te hace reflexionar.

Ordesa (Manuel Vilas. Alfaguara)
Novela desgarradora en la que la muerte preside cada página. Dolor por los seres queridos desaparecidos, por los recuerdos que nos asaltan ante cualquier nimio detalle. Dolor al ver cómo los hijos vuelan libres y abandonan el nido. Una obra llena de nostalgia a flor de piel. Un libro triste.

Berta Isla (Javier Marías. Alfaguara)
¿Quién no ha imaginado en su juventud cómo sería de adulto? ¿Acaso alguien ha acertado? Lo dudo, y mucho. En esta fantástica novela, Javier Marías nos sumerge en una historia de amor con muchas sombras, deseos y secretos a lo largo de una vida. Intrigas que viajan entre Madrid y Londres, entre el corazón herido y el sufrimiento del alma. Genial.

Que nadie duerma (Juan José Millás. Alfaguara)
No es fácil explicar qué me atrapó en la novela "Que nadie duerma". Que lo escriba Millás siempre da seguridad.  Además, si hila el argumento con las notas de la ópera Turandot consigue que la melodía de la compleja historia personal, de amor y turbación, de recuerdos y sexo, te sumerja en su enigmática obra. 

Artículo 353 del código penal (Tanguy Viel. Destino)
En este año en que la justicia nos ha sorprendido con algunas de sus sentencias, cayó en mis manos este libro en el que desde el principio se sabe quién es el culpable de un asesinato, pero cómo argumenta su decisión en el juicio el acusado, las razones que le abocaron a semejante acto, sin arrepentimiento y con la conciencia muy tranquila, nos obliga a tomar una posición: castigar o justificar su acción con la ley en la mano. 

Arderás en la tormenta (John Verdon. Roca)
La primera novela de John Verdon, "Sé lo que estás pensando", me atrapó. La segunda, también. Y así hasta esta última que por fidelidad empecé a leer, porque adoro a su protagonista, el comisario jubilado Dave Gurney, y su rancho con tractor y restos arqueológicos incluidos. Verdon en estado puro.



ANTIGUAS CRÍTICAS

martes, julio 24, 2018

Tonta, blanca y hetero


Últimamente estoy más silenciosa, callada, incluso apocada. Tanta corrección política me enmudece. Por ejemplo, si digo "ay, mira que eres tonto", mis hijos me acusan de ofender a los discapacitados mentales. A ver, que son expresiones adquiridas, que al decir tonto, estúpido o imbécil solo quiero manifestar inutilidad. Por dios, que en mi infancia me decían esas palabras acompañadas de una colleja y no me han creado ningún trauma.
       "Es impresionante cómo corre ese negro", dije al ver la carrera de los cien metros de los Juegos Olímpicos. Tras aquel comentario me convertí en la mayor racista del universo. No sé cómo explicar que los de mi generación jugábamos a las cartas de las familias y la bantú era negra; la china, amarilla y los esquimales, marrones. ¡Pero si yo soy blanca o roja gazpacho según la estación del año! Ay, ay, ay, que se van a ofender los andaluces por llamar rojo al gazpacho...
       El día que me tildaron de homófoba, flipé. En el mundo LGBT si dices maricón en un contexto gracioso, sin intención de ofender, ellos son los primeros en reír y utilizar la expresión sin complejo: "Te tengo que presentar a mi amigo, él sí que tiene pluma, el muy maricón", me han dicho más de una vez. 
       Y ahora, además, he de tener en cuenta el lenguaje inclusivo y mostrar tanto el género masculino como el femenino de cada palabra que diga. Vamos, hombre, lo que me faltaba. Toda la vida estudiando que el género masculino plural aúna los dos géneros y ahora he de decir amigos y amigas para que ninguna de mi especie se sienta ofendida.
       ¡Una mierda! Soy una tonta, blanca y hetero ─porque me gustan los tíos y soy mujer, que si me gustaran las tías diría que soy bollera aunque se ofendan los panaderos─ y si a alguien le molesta mi forma de hablar, mis risas o mis historias lo tiene muy fácil, que me abandone, que no soy rencorosa ni me voy a molestar.
      ¡Ay, qué suerte ser perro, gato o pájaro y poder ladrar, maullar o piar sin tener en cuenta tanta corrección política
    ¡A la mierda!, como exclamó el gran Fernando Fernán Gómez. 



       

viernes, julio 06, 2018

Neurótica antipática gramatical


Hay gente que cree que soy simpática y graciosa, pero es falso. Puedo confesar y confieso que soy bastante insoportable y rarita. Por ejemplo, si escucho ciertas expresiones sufro un ataque de nervios incontrolable que me convierte en una auténtica borde neurótica de las palabras. Tanto, que hasta he elaborado un listado de expresiones atroces para adquirir el título de asquerosa antipática gramatical

Expresiones que me desquician y desesperan

1. Entreno: Por favor, deportistas de pro, ¿por qué habéis tirado a la basura la palabra "entrenamiento"? Os aviso: si decís "yo entreno en el entreno" que no esté cerca... ¡Qué horreur!
2. Petar: Me implosionan los oídos cuando escucho "el local estaba petado". A ver, almas de cántaro, según la RAE petar significa estallar o explotar. Aunque si eres un revival de los ochenta te debe "petar un montón que el local esté petado". Peto, culo, caca, pis.
3. Me la suda: Sin comentarios. Es tan, tan soez, que omito mi opinión.
4. Chiscar: "Qué fuerte, estaba en casa chiscando con mi novio y saltó la alarma de seguridad". Puedo jurar y perjurar que esta frase me la dijo una amiga. Me imagino que con tanto chiscar se extendió el fuego por las cortinas.
(Chiscar: sacar chispas del eslabón chocándolo con el pedernal) 
5. Cada tres por dos: Es matemáticamente imposible que de dos veces lo hayas hecho tres. Por tanto se ha de decir "cada dos por tres". Y aquí todos pensaréis que realmente soy una auténtica antipática gramatical, pero aún hay más...
6. Ambos dos: Ambos, es decir, uno y otro. Uno más otro son dos. Ambos dos, teniendo en cuenta que ambos son dos, es una reiteración. 
5. Son la una menos diez: Cuando pregunto qué hora es y me contestan «"son" la una menos diez» siento como muere una hada mágica y se desintegra un enanito de jardín.

Como dice mi amiga Nuria, con la vejez se acorta el dormir y se alarga el gruñir, y no le voy a quitar la razón.

martes, julio 03, 2018

Boda perfecta en imperfecta familia

La primera vez que Pepe pisó Tarragona fue en Port Aventura, por su comunión.
¿Quién le iba a decir que su gran amor sería de esa tierra?

El teléfono estaba atornillado a la pared del club social de la urbanización de la playa. Cada tres o cuatro días colaba 50 pesetas por la rendija de las monedas y llamaba a mis padres para que supieran algo de mí. En julio de 1988 no existían los móviles y las cabinas telefónicas, especie en peligro de extinción, eran nuestra forma de comunicación. "Emma, tu madre está embarazada", las palabras de mi padre se colaron por mi oído pero mi mente atónita no era capaz de asimilar la noticia. 
      Aquel septiembre cumplí 18 años y en marzo del año siguiente nació Pepe, mi hermano pequeño, nuestro tesoro. Un renacuajo de enormes ojos verdes que se convirtió en el centro de nuestro pequeño universo. Todo giraba a su alrededor. Sin saberlo, nos unió y exprimió lo mejor de cada uno de nosotros. 
     "Desde luego no hay duda de que eres su madre, tiene tus mismos ojos", me decían en el parque gente que no me conocía. Al principio explicaba que no, que era mi hermano... Al final, asentía. "¡Qué más da!, que piensen lo que quieran"
     Pasaron los años. Pepe siguió la estela familiar y estudió en el colegio FEM. Muy del Altético de Madrid ─como su adorado hermano Roberto─, muy de su barrio, muy de sus amigos y muy guapo ─vale, soy su hermana, pero soy objetiva: guapo, guapo─. 
      "Me voy seis meses a York, Gran Bretaña, de Erasmus", informó en una comida familiar. Todos le miramos perplejos. Al cabo de unos meses, partió. Por Skype supimos que tenía novia. Me emocioné, porque yo soy muy de francés y el que su novia fuera inglesa me obligaba a perfeccionar, más bien estudiar, la lengua anglosajona. Erré, como es habitual en mí, no era inglesa sino catalana. Y sonreí, porque siempre es divertido que en una familia compuesta por un batiburrillo de padre con ascendencia aragonesa, madre meiga gallega, abuela de 97 años, padrastro, madrastra y hermanos gatos castizos entrase ella, Mariona, nuestra querida catalana. Además, descubrir que su familia tenía una bodega y que su padre era uno de los fundadores de la D.O. Priorat, nos enamoró. A ver, que somos muy de vino, muy de reír, muy de comer, muy de fiesta. 
    A Pepe y Mariona la pasión les hizo viajar de York a Madrid y de Madrid a Tarragona. El 16 de junio de 2018, en las bodegas Clos de L'Obac sellaron su amor en la boda más bonita que jamás haya vivido. Una fiesta entre familiares y amigos plagada de sentimiento, de emoción. Ahora, pasados unos días, os confesaré que fui maestra de ceremonias en su enlace, que los nervios me rompieron la voz, que mis manos fueron incapaces de sujetar el micrófono, pero todo se solventó con humor, risas, lágrimas de alegría y buen vino. 
      Bajo la carpa, rodeada de viñedos, los recién casados nos sorprendieron con sus detalles: esos corchos personalizados, el emotivo vídeo (¡cuánto lloro al verlo!), los bailes... Guiños de amor que demuestran que tengo una gran familia imperfecta, pero perfecta. 
     ¡Viva los novios! ¡Viva Mariona, viva Pepe! ¡Os quiero! 
     Y, por supuesto, que lo que el amor ha unido no lo separe ni dios.