Al cabo de unos minutos mi imperfecto cuerpo descansaba sobre la camilla del quirófano. Sentí el dolor de los pinchazos de la anestesia local en mis tobillos y el sedante causó efecto y me adormecí. No sé cuánto tiempo paso. Mis ojos se abrieron y escuché el traqueteo de una sierra o un martillo, me incorporé e intenté cotillear. Observé como mi dedo gordo estaba cortado de un extremo a otro. Una enfermera me empujó levemente para que siguiera tumbada y decidí que no iba a volver a curiosear la carnicería de mi pie.
Subí a la habitación en silla de ruedas y allí estaban mi amado Alonso y mi madre. ¿Qué tal?, preguntaron con intriga a mi pie vendado. Todo bien, al final ha sido con anestesia local, expliqué tumbándome en la cama. Al rato aparecieron mi abuela y Pepe. El teléfono no paraba de sonar y mi pie seguía adormecido. Poco a poco el sedante me fue adormeciendo y sucumbí en un profundo sueño.
Mi madre apareció a primera hora de la mañana. Aún no sentía el pie y tenía deseos de irme. La enfermera nos confirmó el alta, bajé con mis muletas y mi madre cargó con todos los bultos. Alonso nos esperaba abajo. Mis muletas me trasladaron hasta casa. Mis suegros iniciaron el proceso de visitas matutinas. Luego, por la tarde, mi abuela Mary, mi prima María y Víctor. El sábado, mi madre. Y el domingo, Roberto, Virginia, Manuela, Cayetana, Escuer, Montse, mi abuela Avelina y mi madre. Y siempre, mis niños, que me han mimado, me han pisado si querer el pie, han jugado con mis muletas y, sobre todo, se han bañado en la piscina mientras yo leía tranquilamente un libro.
Poco a poco, parece arreglo mis innumerables imperfecciones. Y para que veais que no miento os ilustro con unas horribles imágenes no aptas para cualquiera. Je, je
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