La abuela, rodeada por sus hijos, nietos y bisnietos |
La enorme mesa del salón con su mantel de hilo, la vajilla alineada, la cubertería de plata, los platitos de pan y, al fondo, ella presidiendo. El orden a la hora de servir era inamovible: primero las mujeres de mayor a menor edad y luego los hombres. Siempre así. Sentarse en la gran mesa de caoba, la de adultos, indicaba que la infancia se había esfumado y era hora de asumir responsabilidades y, sobre todo, modales.
Mis vivencias con mi abuela tienen sabor a uvas ─las de la parra que bordea el jardín de la casa de Oliete y ella cada verano cortaba con las tijeras de podar─, a huevos encapotados, crema catalana y ensalada de espinacas con gulas. Y el aperitivo, un clásico del día a día, porque la vida no se entiende sin un vaso de vino rosado (el agua para los peces), sin picotear un poco de queso, unas patatas fritas o unas endivias con cangrejo. Doña María Pinto ─señora de Marcos Peña, mi abuela, una mujer de carácter─ acaba de cumplir 100 años. Una larga partida de póker en la que, como es habitual, ha ganado.
La gran mesa de caoba está cubierta con un mantel de hilo. Sobre ella, bandejas de comida. Alrededor, sus hijos, nietos y bisnietos. Todos juntos para celebrar su cumpleaños, para brindar con champán, soplar las velas y no dejar escapar este maravilloso momento de felicidad y amor, mucho amor.
¡Cienes de felicidades, abuela!
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