martes, julio 03, 2018

Boda perfecta en imperfecta familia

La primera vez que Pepe pisó Tarragona fue en Port Aventura, por su comunión.
¿Quién le iba a decir que su gran amor sería de esa tierra?

El teléfono estaba atornillado a la pared del club social de la urbanización de la playa. Cada tres o cuatro días colaba 50 pesetas por la rendija de las monedas y llamaba a mis padres para que supieran algo de mí. En julio de 1988 no existían los móviles y las cabinas telefónicas, especie en peligro de extinción, eran nuestra forma de comunicación. "Emma, tu madre está embarazada", las palabras de mi padre se colaron por mi oído pero mi mente atónita no era capaz de asimilar la noticia. 
      Aquel septiembre cumplí 18 años y en marzo del año siguiente nació Pepe, mi hermano pequeño, nuestro tesoro. Un renacuajo de enormes ojos verdes que se convirtió en el centro de nuestro pequeño universo. Todo giraba a su alrededor. Sin saberlo, nos unió y exprimió lo mejor de cada uno de nosotros. 
     "Desde luego no hay duda de que eres su madre, tiene tus mismos ojos", me decían en el parque gente que no me conocía. Al principio explicaba que no, que era mi hermano... Al final, asentía. "¡Qué más da!, que piensen lo que quieran"
     Pasaron los años. Pepe siguió la estela familiar y estudió en el colegio FEM. Muy del Altético de Madrid ─como su adorado hermano Roberto─, muy de su barrio, muy de sus amigos y muy guapo ─vale, soy su hermana, pero soy objetiva: guapo, guapo─. 
      "Me voy seis meses a York, Gran Bretaña, de Erasmus", informó en una comida familiar. Todos le miramos perplejos. Al cabo de unos meses, partió. Por Skype supimos que tenía novia. Me emocioné, porque yo soy muy de francés y el que su novia fuera inglesa me obligaba a perfeccionar, más bien estudiar, la lengua anglosajona. Erré, como es habitual en mí, no era inglesa sino catalana. Y sonreí, porque siempre es divertido que en una familia compuesta por un batiburrillo de padre con ascendencia aragonesa, madre meiga gallega, abuela de 97 años, padrastro, madrastra y hermanos gatos castizos entrase ella, Mariona, nuestra querida catalana. Además, descubrir que su familia tenía una bodega y que su padre era uno de los fundadores de la D.O. Priorat, nos enamoró. A ver, que somos muy de vino, muy de reír, muy de comer, muy de fiesta. 
    A Pepe y Mariona la pasión les hizo viajar de York a Madrid y de Madrid a Tarragona. El 16 de junio de 2018, en las bodegas Clos de L'Obac sellaron su amor en la boda más bonita que jamás haya vivido. Una fiesta entre familiares y amigos plagada de sentimiento, de emoción. Ahora, pasados unos días, os confesaré que fui maestra de ceremonias en su enlace, que los nervios me rompieron la voz, que mis manos fueron incapaces de sujetar el micrófono, pero todo se solventó con humor, risas, lágrimas de alegría y buen vino. 
      Bajo la carpa, rodeada de viñedos, los recién casados nos sorprendieron con sus detalles: esos corchos personalizados, el emotivo vídeo (¡cuánto lloro al verlo!), los bailes... Guiños de amor que demuestran que tengo una gran familia imperfecta, pero perfecta. 
     ¡Viva los novios! ¡Viva Mariona, viva Pepe! ¡Os quiero! 
     Y, por supuesto, que lo que el amor ha unido no lo separe ni dios.      
      



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