El negro es el culpable del abandono de mi blog personal, de mi desconexión del mundo 1.0, de la tristeza de mis hijos al ver que han perdido una madre... Sí, él me ha enganchado a una nueva adicción, ¡con lo facilona que soy para caer en la tentación!...
El seis de enero llegó el negro, el que se cayó del camello, Baltasar, el rey que siempre he querido, mi preferido (¿tendrá alguna connotación sexual?) y me concedió el capricho: un smartphone súper moderno, súper tecnológico, súper todo.
El tesoro estaba en mis manos, aún tenía la posibilidad de cambiarlo, pero mi neurona adictiva me obligó a desgarrar el envoltorio y activar a Sam (no puedo evitar humanizar mis aparatos electrónicos: Sam, de Samsung). Encendí mi nuevo gadget, descargué mis apps y desde entonces mi vida se rige por los continuos pitidos y silbidos de Sam: "Emma, mensaje el "guachap", un mail en tu correo, te han mencionado en el twitter personal, un hortelano te escribe en @Huerta_caotica, una solicitud en facebook, un comentario en uno de tus cuatro blogs, el grupo de pádel quiere saber si te apuntas al torneo de los domingos..."
Ring, piii, ring, ring, dindong... Un concierto interminable de alertas y sonidos. ¡Shhh!, un secreto: cuando llego a casa tengo miedo, percibo el complot de mis hombres para secuestrar a Sam y eso no lo puedo permitir. Lo tomo entre mis manos, silencio sus pitidos y solo le permito vibrar. Por la noche, cuando todos duermen, acaricio la funda rosa súper chic de silicona que le protege, activo su voz y susurro a su microchip-oído: "Tócala otra vez, Sam".