La promesa se convirtió en sueño y el sueño, en película. Aún no sé cómo pero en diciembre mis hombres y yo traspasamos la pantalla de cine ─igual que Mia Farrow en "La rosa púrpura del Cairo"─ y nos convertimos en los protagonistas de un maravilloso largometraje. Nueva York, los enormes rascacielos, los puestos ambulantes, las luces de Times Square, los americanos paseando por las avenidas con una taza ardiente de café entre sus manos, los azulejos y raíles del subway o la pista de hielo de Rockefeller Center se transformaron en el escenario perfecto para nuestra gran interpretación.
La ciudad se coló como el primer amor, nos sorprendió en su inmensidad y en los pequeños detalles: el humo que escapaba de las alcantarillas, las ardillas que saltaban de árbol en árbol en Central Park, los niños cantando villancicos en Bryant Park o los elefantes disecados del Museo de Ciencias Naturales que ocultaban al genial Robin Williams en "Una noche en el museo".
La música de "Imagine", de John Lennon, se repitió en nuestros oídos al observar las puertas del edificio Dakota y la piel se erizó al pensar que allí mismo fue asesinado o que Roman Polanski rodó en uno de sus apartamentos la diabólica "La semilla del diablo".
Unos pasos más adelante, entre la vegetación de Central Park apareció el puente más romántico de la ciudad, el Bow Bridge. Observé con detenimiento e intenté localizar a mi adorado Woody Allen, pero debía estar muy bien camuflado o mi estruendosa risa lo alertó y huyó.
El corazón se nos encogió al contemplar el Museo y el Memomiral 11-S, construido para homenajear a las víctimas de los ataques terroristas del World Trade Center, y retomó sus latidos al subir al ferry ─como Melanie Griffith en "Armas de mujer"─ rumbo a la isla de Ellis y a la Estatua de la Libertad.
Rozamos el cielo en lo alto del Top of the Rock y del Empire State, donde imaginé el beso en la azotea de Cary Grant y Deborah Kerr en "Tú y yo" o el deseado encuentro de Tom Hanks y Meg Ryan en "Algo para recordar".
Una semana sin parar de caminar por los enclaves más neoyorquinos: Chelsea Market y el paseo por High Line; el puente de Brooklyn; el Soho y sus tiendas, auténticos escaparates de glamour; Chinatown o Little Italy, el marco perfecto para entrever a Al Capone tras unos visillos, y la escalera de la Gran Estación Terminal por la que se deslizó la sillita de aquel bebé en "Los intocables de Eliot Ness". Y, para descansar, una visita a la Biblioteca Pública, sin los "Cazafantasmas", y el edificio Flatiron, sin "Spiderman".
El último día, para despedirnos por todo lo alto, Nueva York se vistió de blanco. ¡Qué ilusión, qué emoción! La ciudad nevada como en miles de películas... Sí, como esas cintas en las que los protagonistas no pueden coger un vuelo porque cierran el aeropuerto y el retraso les hace perder la conexión en Amsterdam y, ¡oh, qué pena!, les obliga a quedarse dos días en esa fantástica ciudad.
Le prometimos a Diego que si aprobaba 2º de Bachillerato nos iríamos a la ciudad de los rascacielos... Y la promesa se convirtió en sueño y, de regalo, también conocieron Amsterdam y sus nevados canales.
La vida es viaje.
Unos pasos más adelante, entre la vegetación de Central Park apareció el puente más romántico de la ciudad, el Bow Bridge. Observé con detenimiento e intenté localizar a mi adorado Woody Allen, pero debía estar muy bien camuflado o mi estruendosa risa lo alertó y huyó.
El corazón se nos encogió al contemplar el Museo y el Memomiral 11-S, construido para homenajear a las víctimas de los ataques terroristas del World Trade Center, y retomó sus latidos al subir al ferry ─como Melanie Griffith en "Armas de mujer"─ rumbo a la isla de Ellis y a la Estatua de la Libertad.
Rozamos el cielo en lo alto del Top of the Rock y del Empire State, donde imaginé el beso en la azotea de Cary Grant y Deborah Kerr en "Tú y yo" o el deseado encuentro de Tom Hanks y Meg Ryan en "Algo para recordar".
Una semana sin parar de caminar por los enclaves más neoyorquinos: Chelsea Market y el paseo por High Line; el puente de Brooklyn; el Soho y sus tiendas, auténticos escaparates de glamour; Chinatown o Little Italy, el marco perfecto para entrever a Al Capone tras unos visillos, y la escalera de la Gran Estación Terminal por la que se deslizó la sillita de aquel bebé en "Los intocables de Eliot Ness". Y, para descansar, una visita a la Biblioteca Pública, sin los "Cazafantasmas", y el edificio Flatiron, sin "Spiderman".
El último día, para despedirnos por todo lo alto, Nueva York se vistió de blanco. ¡Qué ilusión, qué emoción! La ciudad nevada como en miles de películas... Sí, como esas cintas en las que los protagonistas no pueden coger un vuelo porque cierran el aeropuerto y el retraso les hace perder la conexión en Amsterdam y, ¡oh, qué pena!, les obliga a quedarse dos días en esa fantástica ciudad.
Le prometimos a Diego que si aprobaba 2º de Bachillerato nos iríamos a la ciudad de los rascacielos... Y la promesa se convirtió en sueño y, de regalo, también conocieron Amsterdam y sus nevados canales.
La vida es viaje.