─José Luis, por favor ─le dijo entregándole un libro─, me haría mucha ilusión que Sánchez Dragó me dedicara su novela. Sé que sueles quedar con él en Madrid y si no te importa....
─Por supuesto, él estará encantado.
La suerte se puso en su contra: Fernando había partido de viaje y a su vuelta mi padre volaba de nuevo rumbo a Costa Rica.
"Me da rabia por mi amigo, estaba tan ilusionado por la dedicatoria", le escuché decir al preparar la maleta, y sonreí. Que mis progenitores residieran largas temporadas fuera de España ─en esa época en la que no existían los móviles, ni las contraseñas para realizar gestiones bancarias, ni autorizaciones vía e-mails...─ me convirtió en una auténtica falsificadora de firmas. No había chequera que se me resistiera, autorizaciones para viajes en el colegio, notas escolares... Un auténtico arte grafológico entre mis manos. No me lo pensé dos veces, observé la firma de Sánchez Dragó, tomé el libro y, así como quien no quiere la cosa, escribí una bella y falsificada dedicatoria con rúbrica incluida.
Desde entonces, alguien en Costa Rica vive feliz con su novela dedicada por Sánchez Dragó sin saber nada del engaño. Y yo, querido Fernando, asumo mi culpa y reconozco que aquella noche fui incapaz de confesarte mi delito. Eso sí, no dudes de que mi falsificación fue el acto de bondad de una auténtica impostora.
Descansa en paz, Sánchez Dragó.