Escucho sus pasos silenciosos por el pasillo a primera hora de la mañana de un frío domingo. Al acercarse a la puerta de mi cuarto siento cómo corre, salta sobre mí y con su sonrisa me da un beso bien fuerte, los buenos días y se hace un hueco bajo el edredón.
─Venga, vamos a dormir un poco más... ─susurro a Álvaro mientras le apretujo con un abrazo y le acomodo la almohada.
Al rato, se repite la operación. Diego salta sobre la cama, logro que no me rompa una costilla, y se cuela por el otro extremo. Alonso sonríe y ante la invasión se levanta para ver por la ventana si se puede cumplir su sueño.
─Huy, está lloviendo, creo que no va a ser un buen día para ir a la nieve ─suspira con pena.
Noto como sin ningún tipo de pudor mis orejas aplauden la decisión. Me deslizo bajo el edredón para ocultar mi sonrisa y satisfacción.
─¡Jo, qué rabia!
─Con las ganas que tenía de tirarme en trineo.
─Y yo quería subir en el telesilla.
Al oír las interminables quejas de los niños pienso en coger un poco de cinta americana y taparles la boca, pero contengo las ganas.
─¿Queréis que vayamos y vemos cómo está la situación? Tal vez en La Morcuera no llueva y...
─¡¡¡Síii, papá, vamos, vamos!!!
Saco lentamente la cabeza de debajo del edredón y los miro como Jack Nicholson en "El resplandor", con instintos asesinos y odio profundo.
─Puff, seguro que allí está diluviando o nevando copiosamente... ─les indico con mis ojos ojipláticos.
─Venga, mamá...
Por más que bufé y me quejé no logré convencerles de su equivocación. Era el momento de asumir mi derrota y enfrascar mi cuerpo en camisetas interiores, leggins, dos pares de calcetines, botas de montaña... Resumiendo: vestirme de adefesio para lucir tiritona de frío en la gélida montaña.
Pese al frío, ejerzo de madre perfecta... ¡Qué mérito! |
Al llegar a la sierra de Miraflores, observé con envidia la felicidad de mis hombres y temblé al ver cómo el viento movía los pinos y la nieve tapaba las laderas de la montaña. Antes de bajar del coche, embutí mi cabeza bajo el gorro, abroché el abrigo y escondí mis manos en los guantes. Anduve con mi estilo pazguato por la nieve, tirité de frío, sentí como los lóbulos de mis orejas empezaban a congelarse y mis pies iniciaban su proceso de gangrena. Diego y Álvaro se deslizaban cuesta arriba, cuesta abajo con sus trineos. Alonso respiraba feliz el sano aire de la sierra ─a mí casi me provoca un ataque de asma por ser tan puro─ y fotografiaba con pasión los paisajes blancos y heladores.
─Mamá, ¿te tiras en trineo?
Intenté contestar pero los moquillos congelados sobre mis labios me impidieron articular alguna palabra. Giré la cabeza para indicar mi negación y observé cómo un muñeco de nieve me guiñaba un ojo. Miré atónita. ¿Pensará que soy una muñeca de nieve?, ¿estaré ya congelada?, ¿seré el prototipo ideal para los muñecos de nieve después de los kilos que he cogido por dejar de fumar?, ¿me habrá afectado el frío al cerebro? Ay, qué mal estoy...
AQUÍ, el post profesional
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