La tarde parecía tranquila: Diego, adicto a su portátil, buscaba información para un trabajo en el salón; Álvaro se bañaba... Hasta que un grito rompió la calma.
─¡Mamá, mamá!
Un grito que por su entonación me asustó.
(Las madres tenemos un don especial para diferenciar según la entonación del "mamá" si es algo urgente, una pelea entre hermanos, una queja, un favor, un enfado, un engaño o un peligro).
Lancé el cuchillo pelapatatas al fregadero al estilo Kill Bill y corrí al salón. Durante un segundo me quedé paralizada, ojiplática y con la boca abierta.
─¿Por qué hay una catarata natural en el salón?
─No lo sé, mamá.
De pronto mi neurona que piensa me envió vía neuronal la solución al enigma: el agua de la catarata proviene de la bañera de la planta de arriba. Empecé a gritar, ¡Álvaro pon el tapón a la bañera!, y subí por la escalera como si me persiguiera Jack Nicholson con el hacha de "El resplandor". Entré en el baño con la respiración entrecortada y pitos asmáticos y comprobé que había cumplido mis órdenes.
─Yo no he hecho nada.
─Lo sé. Ponte el pijama y ven a ayudar.
Bajé (ahora como si me persiguiera la niña del exorcista), coloqué el cubo de la fregona para que contuviera el agua que aún caía. Subí (otra vez Jack Nicholson en mi espalda) con dos cubos para que los niños vaciaran la bañera. Bajé (la niña de la exorcista no dejaba de girar su cabeza 360º), comprobé que en la catarata descendía el caudal, respiré y después de reír por la aventura volvió la calma.
PD. Aunque parezca increíble, el perito me ha confirmado que el seguro cubre todos los gastos de reparación. En dos palabras: "im-prezionante"