Hay noches que se convierten en un sueño y entre dulces codazos se abren un hueco fijo en el laberinto de los recuerdos y en el corazón. Anoche fue una de ellas.
La voz de Dani Martín llegó a mis oídos de la mano de mi hermano Pepe en 2005, un verano con la banda sonora de “Zapatillas” retumbando en el jardín: música española, la que me gusta, la que me hace sentir, la que entiendo. Con los años me enamoré de sus letras y mi hijo Diego, entonces un bebé, educó sus oídos con sus canciones.
Este año, el tiempo vuela, Diego ha cumplido 16 años (“16 añitos”) y qué mejor regalo que acudir los dos, madre e hijo, al concierto “La cuerda floja” de Dani Martín, un cantante que aúna generaciones alrededor de su arte.
En la Plaza de las Ventas, en mitad del ruedo, cantamos como locos, gritamos, saltamos, bailamos, reímos y yo ─soy así, no lo puedo evitar─ lloré en varias ocasiones. Lágrimas de emoción y felicidad.
Rebusco palabras en mi cabeza para intentar hilar mis recuerdos con cordura y educación, pero solo se me ocurre escribir que joder qué noche en mi Madrid, con ese “peazo” madrileño que adora los boquerones en vinagre, las birras y al Atlético de Madrid, con mi hijo al lado y la luna sobre nosotros. Acojonante.
PD. Mil gracias a ese amigo que me consiguió lo imposible.
#yoestuvealliytuno
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