El césped abarca la inmensidad, la amplia extensión verde es hipnótica, muevo las hebras, observo con detenimiento hasta que de pronto ocurre el milagro, después de mucho tiempo y miles de intentos frente a mí aparece el tesoro mágico: un maravilloso trébol de cuatro hojas. Emoción a flor de trébol. Lo arranco con mimo, lo llevo a casa y lo introduzco entre las hojas de un libro grueso para que se seque y así conservarlo de por vida.
La amistad es similar. Vivimos en un campo lleno de personas y solo algunas se convierten en especiales, en amigos de verdad, en tesoros que hay que cuidar con esmero porque por el camino aparecen azadas, cortacéspedes o alimañas que en ocasiones destrozan los tréboles.
¿A cuento de qué viene este golpe sentimental? Tal vez, y solo es una suposición con visos de afirmación, este fin de semana he compartido un momento muy especial con varios tréboles de mi vida. Instantes que no se pueden contar pero que sabes que tienen un hueco especial en la memoria que jamás podrás olvidar. Esos tréboles secretos que es mejor mantener en el anonimato general y en mi corazón particular.
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