─¡Me he inscrito en el Reto de ABC! ¡Tengo que caminar 34 kilómetros! ¿Quién se apunta a los entrenamientos? ─grité al entrar por la puerta de casa.
Yoda movió el rabo con emoción y se convirtió en mi dog trainer. El resto, mis hombres, me miraron con ojos hastiados y continuaron con su quehaceres como si no me hubieran escuchado. Pero todo tiene su explicación...
Hace muchos, muchos años, los sábados por la mañana mi amigo Cipri y yo abandonábamos a nuestras parejas y acudíamos a las nueve de la mañana, entre ojeras, resacas y risas a nuestro original curso de papel maché de cuatro horas. Desde entonces hasta ahora he asistido a clases gastronómicas de sushi, adiestramiento canino, pádel, inglés, taller de bricolaje, natación... De forma autodidacta me convertí en Huerta caótica, me hice experta en la instalación de riego automático y aprendí a hacer y personalizar fofuchas y tartas de chuches. Lo sé, doy bastante asco... ¡Y eso que omito mi destreza culinaria y mi arte para montar fiestas! Tras esta insoportable explicación es fácil entender que mis hombres pasen de mi espídica actividad, mis locuras y de mí.
Eso sí, me apoyan a su manera. El otro día me regalaron un superreloj que computa todos los pasos que realizo, mi frecuencia cardíaca, la distancia que recorro... Vamos, lo más.
Seré sincera, no creo que consiga mi pequeño reto (el gran reto es caminar 100 km en 24 horas, ¡unos máquinas!), y sé que mi perra está harta de mí, pero me siento como la Forrest Gump española que en vez de correr, camina y camina, pasito a pasito, suave, suavecito...
¡Eres una máquina, Emma! Seguro que lo consigues.
ResponderEliminar