domingo, julio 23, 2017

Libros para tirar la toalla en la playa



Los libros enamoran, nos lanzan a turbias pasiones, nos atan suavemente a amores fugaces... Ahora que el verano se asoma entre las toallas es el momento de ser infiel con unos cuantos autores.

"El silencio de la ciudad blanca" (Eva García Sáénz. Planeta)
Queridas amigas, os imagino tumbadas en la hamaca devorando las páginas de este gran libro con una fría cerveza a vuestro lado (la compañía humana es cosa vuestra, que no quiero ser indiscreta). Sí, recomiendo esta novela a las seguidoras de este blog porque sé que os va a encantar. A vosotros, que también os quiero, puede que os guste pero ─podéis tildarme de feminista, no me importa─ creo que atrapa más a las mujeres. ¡Y es una trilogía! Ya os contaré qué tal los siguientes.
     "Uno nunca quiere ver lo que tiene delante hasta que te arrolla" 

"Así es como se mata" (Mirko Zilahy. Alfaguara)
Un asesino en serie, un comisario aniquilado por la pena, una Roma salpicada de muertos, una fotógrafa, unos mensajes... Los ingredientes ideales para hundirse en la zona más oscura de la capital italiana y perseguir a la "Sombra". La novela perfecta para los amantes de los crímenes, investigaciones y análisis forenses.
      "Cada uno de nosotros es el guardián de un secreto"

"Más allá del invierno" (Isabel Allende. Plaza & Janés)
Además de las bicicletas, los libros de Isabel Allende son para el verano. Lo sé, no soy objetiva porque esta autora me enamoró en La casa de los espíritus y la pasión ha durado a lo largo de los años. En "Más allá del invierno", que no me ha enganchado tanto como sus dos últimos libros, el frío invernal de Nueva York pinta de blanco la historia de tres personas a las que poco a poco conocemos de forma íntima y a las une un problema oculto en el maletero de un coche. Un viaje por la nieve plagado de sentimiento y amor maduro. 
     “Esa abundante correspondencia era el diario de ambas vidas, el registro de lo cotidiano"

"El guardián entre el centeno" (J.D. Salinger)
Nunca hay que olvidar a los clásicos. Aún recuerdo sobre la estantería superior de mi cama, cuando todavía vivía con mis padres, el lomo blanco de este libro junto a otros ejemplares. Sin saber por qué, imaginé una historia de la Mafia ─supongo que por la portada en blanco y negro─ y nunca me tentó leerlo. Mi madre se lo dejó a mi primo José Luis, que lo devolvió encantado y me lo recomendó con entusiasmo, pero en aquella época me seducía más perderme por las páginas de libros más tórridos y eróticos. Este curso era lectura obligada de mi hijo mayor, y caí en la tentación. Gran libro.
      “No sé por qué hay que dejar de querer a una persona sólo porque se ha muerto. Sobre todo si era cien veces mejor que los que siguen viviendo”


********

Este año he tenido el honor y el estrés de escribir un artículo sobre novela negra en el suplemento ABC Cultural de ABC. Si queréis saber más sobre los siguientes libros dad un clic en
 "Verano oscuro casi negro" 


martes, julio 18, 2017

Si quieres ser cool necesitas un trainer


La última tendencia en mi parque ─que no es particular, pero es muy cool y hay mucho tonto del cool─ es pagar a un entrenador personal para que te haga sufrir. El grupo de francesas, todas ideales, of course, se contonea en el "huerto", la zona más privilegiada y mejor situada. Las "six", así las llamo porque suelen ser seis y sé idiomas, van supercombinadas y su personal trainer acude con mil cachivaches deportivos para que suden la gota gorda, endurezcan los glúteos y den forma a sus caderas. A veces pienso en unirme al grupo, pero no tengo el glamour necesario. Además, mis rizos negros desentonan con sus rubias cabelleras y mi piel color gazpacho después de tanto esfuerzo asustaría a las níveas francófonas. Descartado.
    La cincuentona ─mujer blanca, española y con cara de muy mala leche─ se me atragantó desde el primer día. Me recuerda tanto a la señorita Rottenmeier que me siento una Heidi desvalida ante sus gritos. Rottenmeier solo entrena a mujeres con las que camina a paso rápido alrededor del cool-parque y, aún no lo he podido confirmar, creo que oculta un látigo con el que de vez en cuando azota a las incautas que contratan sus servicios. Jamás la he visto sonreír y, lo confieso, me da mucho miedito.
     Esta mañana un macizo morenazo con barba de dos días, gafas de sol polarizadas ordenaba a su súbdito 50 flexiones, 25 sentadillas y subir por las escaleras en tandas de 10. Disimuladamente he observado cómo sufría el pobre masoca: arriba, abajo, me siento, me incorporo, levanto una pata, levanto la otra... Yoda, mi dog trainer particular, movía el hocico con sorpresa e intentaba memorizar los movimientos. De pronto, átate los machos, he visto lo más de lo más, lo más cool del momento: el trainer morenazo portaba un chaleco amarillo chillón con su teléfono de entrenador personal serigrafiado. ¡Qué detallazo! Vamos, que me ha dado tanta envidia que ahora estoy tejiendo un chaleco a mi perra para que se sepa que es mi "entrenadora perruna". ¡Faltaría más!

jueves, julio 13, 2017

¡Quiero ser una espía!


Mi gran sueño es convertirme en espía: ser una mujer interesante capaz de seducir a cualquier mandatario mundial, colarme en su despacho, abrir la caja fuerte, extraer los documentos secretos y fotografiarlos con la minicámara que he guardado en el escote de mi supervestido negro de Adolfo Domínguez que ciñe mis curvas cárnicas antes de que suenen las alarmas del sistema de vigilancia.
   El sonido del cristal al chocar contra el fregadero me despierta de mi fantasía. Acabo de romper la copa de vino. Sí, una de las doce copas que he comprado esta mañana para la fiesta del viernes y aún no he estrenado. 
    ─¡Mierda! ─grito como una loca que habla siempre sola (a mí me escucha mi perra)─, así es imposible que el Servicio de Inteligencia llame a mi puerta. ¡Pero dónde se ha visto un agente secreto que siempre tira o rompe los vasos! ¡Menuda indiscreción!
    Mi tendencia natural a estamparme, abrazar y besar el suelo es otra baza que me aleja del título de espía. El otro día me resbalé en un paso de cebra por culpa de la lluvia y la blanca pintura deslizante ─¡me niego a asumir mi responsabilidad!─ y caí de bruces con la bolsa de la compra y el paraguas. Una imagen nada glamurosa para una infiltrada del CNI.
     ─¡Mierda! ─grité con humillación. Mi perra me observó horrorizada sin saber qué ladrar y con ganas de esconderse bajo la tapa de la alcantarilla para ocultar su canina vergüenza. 
    Pero aún existen más fallos en mi ser: mis manos tiemblan. No siempre, pero de pronto y sin motivo empiezan a bailar samba y soy incapaz de controlar sus movimientos. Unos temblores que me impiden asir con elegancia una copa de Moët Chandon en casa del embajador, estampar mi firma al falsificar un cheque o dar la mano a un asesino de la mafia rusa sin que perciba mi miedo. En fin, no puedo ser espía aunque tal vez os esté engañando a todos y soy la mayor cerebro del espionaje mundial.

P. D: Ahora tenéis que volver a leer esta entrada en el blog pero tarareando la música de "Misión imposible", ya sabéis, la de 25 barras de pan y un pirulí:  pan, pan, pan, pan, pan, pan, pan, pan, pan, pan, pan, pan, pan, pan, pan... ¡Pirulí!