martes, junio 05, 2018

Soy una verde cleptómana



Lo confieso: soy una ladrona. Lo admito tanto, tantísimo, que ni siquiera escondo mis tesoros. Todos están a la vista, en mi jardín. Soy una cleptómana de esquejes. Y no me arrepiento. Al contrario, mis acciones potencian la reproducción y el bienestar del medioambiente. 
     Varias plantas de mi casa son producto del hurto, y tienen su propia historia: el bello y enamoradizo amor de hombre morado siempre alegró la terraza de mis padres desde un macetero colgante. Un día, al salir del periódico, en el bajo del edificio de enfrente, llamaron mi atención unas hojas moradas y no me pude controlar. Me acerqué con disimulo y corté unos cuantos esquejes. Tampoco me pude reprimir con las cintas de mi vecina Silvia el verano que me encargó regar sus plantas, aunque a su vuelta le confesé mi delito. De casa de mi abuela sisé un esqueje de la planta del dinero; en Oliete, un cactus que encontré junto a la Fuente del Piojo; en Guadarrama, unas pilastras y mi madre, porque todo va en los genes, me regaló una tutuna mituna, que también había sustraído del macetero de una amiga.
    En mi jardín además florecen vástagos de amistad: la hortensia y la palmera que me regaló mi hermano Roberto; el laurel de Nacho; las suculentas de Juanma; el acebo de Luis y, cómo no, el madroño del orondo Papá Noël.
    Mi padre, hace más de veinte años, trajo desde Francia un brote de un cactus orquídea que también hurtó a algún francófono. Han pasado los años y un bisnieto de aquel cactus ha florecido en mi jardín y soy muy, muy feliz. 
     Ladrona, pero feliz. ¿Y tú? Confiesa, ¿también eres un cleptómano de esquejes?


La flor del cactus, en mi jardín

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