Acabo de leer en twitter una declaración de la madre treintañera: "Ha llegado la hora de que los hombres asuman la corresponsabilidad de ocuparse del cuidado de sus hijos". Alucinada me he quedado. Tanto que he limpiado las lentes de mis gafas para comprobar que lo que leía era cierto. Vivo rodeada de hombres y como mujer me cansa que se generalice siempre la actuación del sexo masculino. Mi pareja, como diría Pedro Corral, ejerce de padre desde las 10 de la mañana del 19 de septiembre de 1999. Es cierto que no compartimos la baja de maternidad porque ese derecho me lo tenía merecido por mis nueve meses de embarazo, el parto y amamantar a mis churumbeles durante una larga temporada. Me parece muy bien que haya gente que divida ese tiempo, pero porque yo no lo haga no quiere decir que mi pareja sea mal padre. También me cogí una reducción de jornada laboral para el cuidado de mis hijos, compatibilizar mejor la vida familiar y apaciguar mi necesidad de estar junto a ellos. ¿Acaso eso quiere decir que él es un mal padre? No, al contrario, fue un acuerdo que decidimos ambos, por el bien de nuestra familia.
Ahora que son mayores y la vida deportiva de mis hijos acapara cada fin de semana reconozco que me quedo remoloneando en la cama mientras el padre de las criaturas se los lleva a los partidos que tienen que disputar. ¿Acaso yo soy mala madre?
No me gusta juzgar a la gente, pero tampoco soporto a las personas que se creen por encima de los demás y aleccionan desde su perfección a la humanidad.
Esta entrada en el blog se la dedico a los hombres-padres de mi familia, amigos y compañeros de trabajo que se corresponsabilizan del cuidado de sus hijos, la amplia mayoría. Va por vosotros, queridos.
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