La luz me ciega, los recuerdos me bombardean y el miedo me aprisiona. Todo lo que voy a contar es cierto, aunque modificaré los nombres de los protagonistas para proteger su identidad y su vergüenza.
─¿Te has enterado de lo que le ha ocurrido a Natalia? ─me comentó garganta profunda por teléfono.
─No, ¿qué le ha pasado?
─Muy fuerte. Te lo voy a contar pero no te rías, que es muy serio, que la pobre lo está pasando fatal y no para de tomar antiinflamatorios para paliar su dolor.
─¿Ha sufrido un accidente?
─No, es algo más surrealista. ¿Conoces el aparato succionador de saliva que te colocan en la boca mientras te realizan una limpieza de boca?
─Sí, el aspirador de babas.
─Eso, eso. Pues no sé cómo lo hizo, pero Natalia succionó con ese aspirador la campanilla de su boca y ahora en vez de campanilla tiene un badajo.
─Estás de coña.
─Que no, que no, te lo juro, que hasta el dentista le ha pedido permiso para publicar las fotos de su campanilla en el foro odontológico al que va a acudir. Ay, pobre. Su habla es un poco gangosa y si baja la cabeza el badajo le da contra la lengua.
─¡Qué grima! ─comento sin aguantar la risa.
─Uvulitis, así se llama la inflamación de la campanilla.
─Alucina, vecina.
Al cabo de una semana, la pareja de Natalia sufrió los mismos síntomas: su campanilla se inflamó hasta el infinito y más allá.
─¿Qué te ha sucedido? ─pregunté con intriga a Pedro (nombre falso).
─Ay, que me fui de fiesta con los amigos, que si cerveza arriba y gin tonic abajo, que si risas y más risas... Vamos, que llegué a casa catatónico, me dormí de cúbito supino y entre la sequedad por la boca abierta y los estruendosos ronquidos se me ha inflamado la campanilla. Ay, que no puedo hablar...
Ahora estoy tumbada en la camilla del dentista para mi limpieza anual, el succionador baila por mi boca, mi campanilla tiembla de terror y yo estoy totalmente acojonada.
¡Amo mi campanilla, no quiero un badajo!
Natalia y Pedro, una pareja muy uvulítica |
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