─Ay, ay, para, ay, ay... ¡joder! ─grito desesperada tumbada boca abajo o de cúbito supino, que parece más culto y finolis, en la camilla de mi fisio, mi sadofisio para vosotros.
No puedo ver su cara, pero estoy convencida de que sonríe cada vez que grito, que goza clavándome esas agujas en mi glúteo y llega al éxtasis cuando las retuerce para causarme un tormento insoportable.
─Hoy estás aguantando muy bien el dolor ─susurra con su dulce voz entre mi alarido ¡ay! y mi chillido ¡mierda!
─Sabrás que hay pacientes que te odian –bufo con mala leche.
─¡Qué exagerada eres, Emma! Relájate, que te voy a poner la quinta aguja.
─Aún no entiendo cómo te pago. ¡Eres un auténtico maltratador!
El pinchazo anula mis palabras. Mi sadofisio me martiriza, me lleva hasta el sumo dolor, y cuando siento que la parca se asoma con su guadaña, reduce la tortura y el suplicio hasta que me relajo, me confío y... ¡Vuelve a la carga con el retorcimiento de agujas!
Por fin, para. Respiro. Aún no ha terminado, lo sé, porque además de sadofisio es osteópata, para vosotros ostiópata: me machaca de lo lindo, no para de realizar giros incomprensibles en mis vértebras, estiramientos surrealistas como si fuera elastigirl ─la superheroína de los Increíbles─, me cruje los huesos, me descoyunta.
Una hora de tortura y, para dejar su marca, llena mi espalda de esparadrapos de colores o, para los expertos, tiras de kinesio para disminuir la inflamación y el dolor.
─Emma, dentro de quince días te quiero ver de nuevo en la consulta.
Asiento sin fuerzas, con la cara sudorosa, la mandíbula desencajada por la presión que he realizado contra el hueco de la camilla para mitigar el dolor... Salgo de la consulta. Parezco una anciana de más de ochenta años: arrastro mi pierna machacada por tanta aguja y deambulo como una momia con las vendas de colorines adosadas en mi espalda.
Por la carretera, de vuelta a casa, los coches me adelantan como si fuera una tortuga, y lo soy. No tengo fuerzas, todo me resbala, me duele hasta el alma, pero sé que pasado mañana estaré mucho mejor, que su tortura está dando resultado y que en quince días volveré porque, lo confieso, me estoy convirtiendo en una auténtica masoca.