domingo, enero 14, 2024

Cuento de Navidad

La noche de Carrie


Dos de la mañana. El hombre entró por la puerta de su casa, se despojó del abrigo aunque el frío aún estaba adherido a sus huesos, observó las risas de su mujer y sus hijos, acarició a la perra tan somnolienta como él y subió a la habitación para dormir unas pocas horas. Más que otra Nochebuena había sido una Nocheamarga. En su mente se repetía la gran pregunta de todos los años: ¿cómo has pasado la Navidad, bien o en familia? En su caso, había sido en familia, y las fiestas solo acababan de empezar. En el salón, estrellitas plateadas sobre el blanco mantel de hilo, la vajilla colocada, unas bolas navideñas personalizadas con el nombre de cada comensal, los platitos de pan y las copas de cristal, las buenas, las que solo se sacan para ocasiones especiales, anunciaban el siguiente evento: la comida de Navidad. 
Hasta mañana se despidió de su familia, que no paraba de hablar y reír, estoy agotado. 
    Al meterse en la cama se dejó arropar por el mullido edredón, cerró los ojos y no permitió que los últimos sucesos alteraran su frágil sueño. "Venga, solo faltan dos días para la escapada a Cáceres. Venga, que tú puedes", se susurraba como si fuera una nana que adormece a un bebé. El cóctel explosivo de emociones, cansancio y tensiones lo sumió en un plácido sueño.

Tres y media de la mañana. Un haz de luz se cuela por la rendija de la puerta y se dirige a la cara del hombre dormido. Molesto, entreabre los ojos. Su brazo se desplaza hacia el otro extremo de la cama. "¿Cómo es posible que su mujer aún no haya subido a dormir con toda la comida y los preparativos que hay que organizar por la mañana?", se pregunta. La extrañeza le obliga a levantarse, se calza las zapatillas de andar por casa, abre la puerta del dormitorio y desciende por la escalera hasta el salón.
    La escena que presencia parece sacada de una novela de Stephen King: todas las luces de la casa encendidas, un silencio atronador, ningún miembro de la familia presente, multitud de manchas de sangre por el suelo, montones de gasas ensangrentadas por encima de la mesa, la puerta del jardín trasero abierta... Aterrado, sube a toda velocidad a por su móvil que se carga en la mesilla, grita los nombres de su mujer y sus hijos. Nadie contesta, el silencio solo es roto por los ladridos de la perra. Desesperado, llama al teléfono de su esposa y escucha cómo suena junto al sofá del salón. "¿Qué hace su móvil en casa?", se cuestiona sin hallar la respuesta. Su mente barrunta mil ideas, cada una más tenebrosa que la anterior: un múltiple asesinato, una venganza familiar, un robo con violencia... Viudo de mujer e hijos, así se imagina hasta que uno de sus vástagos contesta a su llamada. 
─Tranquilo, papá.
─¡Cómo quieres que esté tranquilo! ¿Dónde estáis, qué ha pasado? 
─Un pequeño accidente: mamá se ha tropezado en el jardín, al apoyarse en el macetero éste se ha caído y detrás ha ido ella. Vamos, que ha volado de espaldas por las escaleras y se ha partido la cabeza.
El hombre siente como la lividez de su rostro desaparece aunque no sabe si es por la mala leche o la preocupación.
─¿Dónde estáis?
─En el hospital, en el de siempre.

Cuatro de la mañana. El hombre se viste a toda velocidad, coge el coche y bufa mil improperios. A mitad de camino, suena su móvil.
─Papá, no vengas, ya estamos de vuelta.
Giro de volante, vuelta a la escena del crimen.
Al cabo de diez minutos, entran en casa sus hijos y la que parece su mujer, aunque se asemeja más a la hermana de "Carrie". La blancura de su camisa de seda está teñida de rojo bermellón, sus rizos están apelmazados por la sangre, y encima ella se ríe.
─No te enfades ─musita su santa con media sonrisa─, ha sido un accidente. Me he caído y me han puesto quince grapas en la cabeza, pero estoy fenomenal. Además, mira si es majo el médico que para no cortarme el pelo en vez de puntos me ha puesto grapas.
─Tú lo que estás es fatal. ¿Por qué no me has avisado?
─Ay, no quería ser maleducada y despertarte.
─En fin, habrá que suspender la comida de Navidad.
─Ni loca, que ya he preparado las carrilleras y puesto la mesa, que está ideal. Eso sí, que no se me olvide quitar el inmenso charco de sangre del jardín, que la casa parece sacada de la matanza de Texas.

Dos del mediodía. Suena el timbre. El hombre ve aparecer a toda la familia invitada que, perpleja, descubre el percance nocturno. El tiempo se esfuma entre muchas risas, chistes, vino, multitud de comida y juegos. Una Navidad perfecta, una Navibuena de las que no se pueden olvidar. 

Doce de la noche.
Mañana hay que madrugar para ir a Cáceres ─le recuerda el hombre a la mujer herida.
Sí, amor, mañana nos vamos tú, yo y las quince grapas.
─No soporto que siempre encuentres el lado cómico de cualquier percance.
─Lo sé.

(Dedicado a él, el que me aguanta desde hace tantos años)

6 comentarios:

  1. Anónimo1:01 a. m.

    Somos una familia que siempre buscamos el lado cómico pra todos los avatares una actitud muy recomendable 🥰

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  2. Anónimo5:28 a. m.

    A veces la realidad supera la ficción!

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    1. O te da argumentos para el cuento navideño 😉

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  3. Anónimo7:21 a. m.

    Pobre mío lo vas a matar de un susto😄😄

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